¿Qué importa ponerse de acuerdo sobre el Dios que vemos...? (J. L. Herrero)


Pienso que tocamos una de las vetas más decisivas y geniales
de la experiencia jesuánica, una veta tan rica que parece inagotable.
Pues bien, esto es de la máxima trascendencia porque la experiencia
jesuánica queda como el único basamento del cristianismo una vez
que hemos descartado considerarlo como religión bajada del cielo.
Es por entero una construcción humana. Es simplemente la forma
como los seguidores de Jesús hemos organizado su seguimiento, al
parecer sin demasiado acierto. Es, por tanto, el referente al que hemos
de volver si pretendemos más autenticidad. Pues bien ¿cuál es
la veta a que nos referimos?
Jesús
Como ocurre con otros hombres de Dios en la historia, la gente
se acercaba a Jesús buscando ayuda, pero también interesada por
Dios. . . y él, invariablemente, además de ayudarla, la remitía hacia
el hermano. Como si su Padre, Yahvé, le importase menos que el
hombre, no lo tomó como objeto de su predicación, sino que anunció
por encima de todo el Reino. Ahora ya sabemos lo que el Reino
significaba para él: no un orden político, tampoco una construcción
espiritual, sino algo muy primario y terrestre, que los hambrientos
tuviesen pan, los sedientos agua, los encarcelados fuesen visitados y
que todos sintiesen calor y felicidad en el corazón. . . Después de 20
siglos de veredas distraídas, la teología de la liberación redescubrió
en qué consistía el Reino, pero la cúpula jerárquica (el Papa anterior
a instigación del actual) estaba tan ajena al evangelio que la
condenó ¡Escandaloso e inconcebible! Basta retomar los evangelios
y leerlos en esta perspectiva -Jesús remite no a Dios, sino al hombre para
comprender una afirmación del evangelista Juan que siempre
sorprende por esa especie de lógica inversa que adopta: cómo pretendéis
amar a Dios que no veis, si no amáis al hermano que veis.
Como si dijese “dejaos de tonterías. . . no os llenéis tanto la boca de
Dios y ocupaos un poco más de los demás. Esa es la verdadera religión”.
Es una inversión de la lógica tradicional. Creíamos que en
la medida en que amáramos a Dios amaríamos al prójimo y resulta
que, para el evangelio, el movimiento es inverso: a Dios sólo lo alcanzamosy amamos en la gente.
Todas las imágenes de Dios son peligrosas...
Son peligrosas hasta el riesgo de idolatría.
Sólo un icono es venerable: el ser humano. Para los cristianos
orientales, los iconos son más que nuestras imágenes tradicionales.
Éstas representan, aquellos encarnan la divinidad que así, de alguna
manera, habita el icono. Dicen que los monjes los pintaban de rodillas,
no como arte, sino como oración. Pues bien, este ser inteligente
y amante, cima portentosa de una evolución cósmica de millones de
años es, por eso mismo, la mejor encarnación del Altísimo. Como si
la Idea de Dios, su Proyecto, el Logos activamente presente desde el
inicio, hubiera llegado a ser en el ser humano lo que pretendía ser. El
Verbo de Dios, el Logos, el Proyecto de Dios refleja su imagen en el
espejo del ser humano. Ésta es su encarnación, su descenso (kénosis).
Por eso, el amor del prójimo no es un mandamiento extrinsecista
y caprichoso de Dios como podía haber sido otro cualquiera que él
hubiera elegido como prueba y garantía de nuestra fe. No es propiamente
un mandamiento, sino el reverso de la fe y del amor de Dios:
cuando disteis de comer a uno de esos pobres no es como si me dieseis
a mí, sino que en realidad me atendíais a mí mismo. Se trata de
una identificación más que de una mera representación de Dios por
el ser humano. Es una realidad que pertenece al orden ontológico
más que al orden moral, como luego veremos.
Estamos ante una de las intuiciones evangélicas más hondas. Y
aunque, por lo demás, se sitúa en la línea de la tradición universal
de la llamada “regla de oro” del amor del prójimo, alcanza en Jesús
una gran sublimidad. Es el vector generador del Reino.
Llegados aquí, he de aclarar que este último capítulo constituye
un punto de inflexión en la reflexión general de este trabajo. Se
trata de un camino elegido en lugar de otro en una encrucijada. La
superación del pensamiento mágico acarrea como consecuencia el
cuestionamiento no sólo de la tradicional religión cristiana, sino
de cualquier religión. A Pese a lo cual, habida cuenta de que la dimensión
religiosa del ser humano es algo insoslayable, en alguna
construcción religiosa concreta, por sencilla que sea, habrá de traducirse;
¿Cuál sería ésta? En la encrucijada aludida éste podría ser
uno de los caminos a elegir. Hubiera sido comprensible. En razón
de la parte de verdad que hay en ello hemos apuntado cómo podrían
ser las comunidades de seguidores de Jesús. Y aún quedaría la inmensa
labor de desentrañar el mensaje evangélico y de perfilar los
aspectos esenciales del seguimiento en la intuición del Profeta de
Nazaret (antes de pasar a su vivencia en el mundo de hoy). Sobre
este tema hay miles de volúmenes y no digo que no habrá que hacer
una relectura de la vida y experiencia de Jesús desde la perspectiva
del nuevo paradigma. Sin embargo, en la encrucijada mencionada
me he decidido por la otra alternativa como tan urgente como la anterior
y menos atendida que ella. Parece además que fue la preferida
del mismo Maestro.
Jesús no se interesó especialmente por el tema de lo religioso
salvo para preservar de él lo más humano.
Él era poco religioso. No sólo era un laico sino más aún un hombre secular; le acusaron de antirreligioso y, en buena medida, lo era. Por eso, en la encrucijada que sigue a la debelación de la magia prefiero optar por un caminomás rupturista frente a lo más propiamente religioso, precisamentepor respeto a Dios.
Por decirlo brutalmente, pregunto: después de
la religión ¿qué? ¿qué abordar como conclusión de este libro? Y mi
respuesta es rotunda: la Utopía, el gran ecumenismo práxico, el Reino,
la ética universal, la espiritualidad política, la mística activa
y samaritana, la humanización, en una palabra, ¿cómo construir
‘el otro mundo posible’. . . Son nombres diferentes, matices y planos
complementarios de la única religión universal imprescindible. Es
un camino más laico que religioso, más profano que sagrado, más
humano que divino. El intento de pergeñar un modelo nuevo de religión
universal acumula dos inconvenientes. Uno, que parece quimérico
un espacio común para las variadas religiones y culturas de
la globalidad actual. Por lo demás, un ecumenismo teórico global es
imposible: nunca nos pondremos de acuerdo en la interpretación
de Dios y en una organización religiosa mundial.
Y el segundo inconveniente
para consensuar algún modelo religioso común es que
media humanidad es hoy incapaz de aceptar el único modelo posible
de religión: la subversión del sistema asesino de la otra media. Los
responsables del sistema asesino, el mundo rico, están ciegos sobre
su culpa y desvían la atención del problema hoy más dramático y
urgente: la Tierra y la Humanidad se nos mueren. Dios es demasiado
misterioso, inefable y escondido para corazones acartonados por la
ambición y el dinero: ¿amar al Dios que no ven si están dejando morir
a media humanidad ante sus ojos (san Juan)? Ceguera del mundo
rico pero. . . ¿y la cúpula vaticana? Las comunidades latinoamericanas
cayeron en la cuenta de ser víctimas de la injusticia como
Jesús, pero Roma las condenó por marxistas. “Esté Ud. de acuerdo
con su gobierno”, reiteraba Juan Pablo II al obispo Romero cuando
éste le enseñaba fotos de víctimas que el Papa no quiso mirar. Son
cosas tan obscenas que es cinismo e hipocresía tachar de resentidos
a quienes las recuerdan.
A la vista de la tragedia de la humanidad
¿qué importancia tieneponerse de acuerdo
sobre un determinado concepto de Dios, unas
formas de culto o de organización religiosa? Lo religioso ha sido
un ámbito de enfrentamiento más que de cohesión, repito. Y no
digamos ya la repulsión que provocan los colectivos religiosos que
se pretenden en posesión de la verdad por encargo de Dios. Tamaña
arrogancia, por mucho que se disfrace, es objeto de grandes adhesiones
y de profundos rechazos. Es decir, todo lo contrario de constituir
un elemento unificador. No lo es ni para los propios adeptos
que compartimos sin más remilgos caridad e injusticias flagrantes,
sin sensibles diferencias con agnósticos, ateos o alejados. La religión
no garantiza ningún mejor comportamiento o convivencia. Pienso,
pues, que es preciso volver los ojos a otra parte. Si la idea de Dios no
nos hace mejores ¿existe alguna realidad que lo consiga? Dada una
situación mundial tan conflictiva y extrema que parece abocada a
la catástrofe ¿hay algo más imperioso que el proyecto de buscar el
acuerdo sobre algo que evite el desastre?
De los derechos de Dios a los humanos (por una
ética universal
Simplificaré con el mero objetivo de marcar los contrastes. Se
puede decir que el tiempo de las religiones se caracterizaba por la
conciencia de los derechos divinos. Algunos grandes maestros, Jesús
sin duda entre ellos de modo notorio, desplazaron el acento hacia lo
humano, como acabamos de ver. En el caso de Jesús, pasada la cumbre
que él alcanzó de lucha por la justicia y la fraternidad, el conjunto
de sus seguidores recayó en un mundo moralizante de valores
no muy superior a los del imperio que heredaban. No obstante, la
semilla seguía latente. Y con el movimiento renacentista y, luego, el
ilustrado, aquella semilla volvió a fructificar aunque, curiosamente,
en tierra, si no pagana, sí muy reactiva frente a la religión. Y ésta
replicó con furibundos ataques. Con la Ilustración la consideración
de los derechos humanos robó la primacía a los derechos de Dios.
Las iglesias aún no lo han digerido por decisiva que fuera la mejora:
desde los derechos humanos, los de Dios están sustancialmente garantizados,pero no a la inversa.
Gracias, pues, a la evolución de la sociedad civil los llamados
derechos humanos se han ido aclarando, completando, asentando
y universalizando. Es un logro de la humanidad. La Iglesia católica
todavía no ha firmado, para oprobio de todos nosotros los cristianos,
la Declaración en su totalidad. Prueba, cuando menos, de un
serio desfase entre ella y la marcha de la historia.
Bien miradas las cosas, transferir el acento de las creencias religiosas
a los derechos de las personas y pueblos parece eso, cuestión
de simple acento. Pero es mucho más. Si la superación del pensamiento
mágico es un supuesto previo del nuevo paradigma religioso,
el desplazamiento de acento del recto pensar (ortodoxia) al recto
obrar (ortopráxis) es su alma, sin duda, su médula revolucionaria.
Entre los pliegues ocultos del recto obrar se esconde (eso significa
implicar) lo más sustantivo y decisivo de la afirmación existencial
humana auténtica (afirmación conceptual implicada en la vital,
como luego veremos).
Ya hace algún tiempo que surgen voces, de teólogos, filósofos y
pensadores en general, a favor de la pertinencia y urgencia de una
ética universal como ese haz de derechos y deberes mínimos en los que consentir todos no sólo por necesidad de una convivencia justay benévola,
sino de la simple supervivencia de la especie. Ésta
será imposible sin aquella. Que no nos induzca a error la expresión
‘derechos mínimos’, porque este logro tan básico en su formulación
forma ya parte de la Utopía. En realidad estamos a años luz de garantizar
los derechos mínimos de todos, derechos nuestros, de nuestros
hijos y nietos, es decir, de las futuras generaciones. No sólo
crece el número de los que mueren diariamente de hambre y de sed
(a causa de nuestro expolio), sino que aumenta peligrosamente la
desigualdad, insisto en lo dicho. Ésta era una relación de 1 a 30, en
1960, entre el 20% más pobre y el 20% más rico del planeta. En 1990
se había duplicado pasando a una proporción de 1 a 60 y hoy el 20%
de ricos acapara una riqueza más de 80 veces superior al 20% de pobres.
Esta injusticia asesina, que no sería superada por una jauría
de lobos hambrientos, se acompaña, además, con una insensatez de
auténticos locos. Como si en un edificio, una minoría de imbéciles
estuviera desmontando y vendiendo para beneficio propio elementos
sustanciales de la construcción, sin atención a la ruina general
que preparan. Una economía concentradora de riqueza en manos
de unos pocos está fomentando un futuro convulso y destrozando
el habitat común: atmósfera exterior, medio ambiente, clima global, masas forestales, océanos, ríos, acuíferos, alimentos, equilibrios biológicos
logrados a lo largo de millones de años de evolución, etc. El
imperio dueño del sistema arrasa países (Afganistán, Irak. . . ) o los
desestabiliza (Congo, Sudán) para apoderarse de sus riquezas, petróleo,
cobre, diamantes, coltan, etc. El mismo imperio mueve peones
en Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Argentina, Paraguay,
Brasil. . . para controlar el hemisferio sur de América. Hoy es la batalla
por el petróleo y ya se prepara la del agua. Sabidas son las maniobras
para ampararse del descomunal acuífero, un mar subterráneo
de agua dulce, por fronteras del Iguazú. En su expolio vergonzoso
y criminal los de siempre están patentando especies forestales y
animales para su disfrute exclusivo y siguen maniobrando secretamente,
buscando patentar el propio genoma humano. ¡Qué futuro!
Los políticos neoliberales, capitalistas o socialistas, a fuer de
pragmáticos nos echan en cara nuestros devaneos utópicos. Ciegos
y mediocres no se enteran de que sin perspectivas de Utopía nos
perdemos todos, humanidad y planeta.
Una ética universal, pues,
un nuevo pacto social que alumbre
la suficiente esperanza en el espesor de una humanidad demenciada.
Algo se mueve por el mundo desde Seatle en 1989. Los movimientos
altermundistas de Porto Alegre se extienden y consolidan.
Roma, tan prudente siempre guarda silencio. Esto supuesto ¿qué
colaboración podemos esperar de los conservadores católicos en las
movidas de los foros sociales? ¡En estas manifestaciones la mayoritaria
derecha cristiana está ausente y se reserva, en masa, para
las movilizaciones a favor de la clase de religión o contra las bodas
gays! La institución eclesial que el instinto del pueblo identifica con
la derecha está lejos de descubrir la obscenidad neoliberal y cuánto
dista ésta de la buena globalización, la de la solidaridad samaritana,
la del ‘otro mundo posible’, la Utopía, Humanización, el Reino de
Dios. . . ! Nombres distintos de una misma realidad.