La infancia del cristianismo: geografía e historia de las iglesias primitivas

É. Trocmé (1924-2002),historiador del cristianismo, publicó al fin de su vida (1999) un libro-compendio titulado La Infancia del Cristianismo,traducido y publicado ahora (marzo 2021) por la Editorial Trotta.

    Para entender y curar a un adulto hay que llevarle a su infancia, como decía S. Freud). Para entender y "curar" el cristianismo actual hay que ponerle ante el principio o principios de su vida, como dice aquí É. Trocme, poniéndonos antes las fuentes y formas del primer cristianismo, que fue múltiple, siendo unitario, como he mostrado mi introducción  este libro.

La iglesia fue al principio una "familia numerosa" (=familia de familias), y numerosas siguen siendo hoy día (año 2021) las iglesias cristianas. Para sanar al cristianismo actual es bueno que conozca los múltiples caminos de su infancia.

X. Pikaza, Geografía y cronología. Los dos ejes del cristianismo primitivo (págs. 9-25 de este libro).

É. Trocmé (1924-2002) sigue siendo un clásico de la historia de Jesús y del origen del cristianismo. Sus libros, publicados entre el 1971 y el 2003 (el último es un trabajo esencial sobre Pablo), han marcado el pensamiento de dos generaciones de estudiosos, tanto creyentes (protestantes, católicos) como agnósticos.

En un momento como el nuestro (año 2021), cuando las disputas sobre el origen y sentido de la iglesia se han vuelto infinitas, de manera que corremos el riesgo de perder la orientación en la maraña de teorías contrapuestas, resulta iluminador y terapéutico, retomar, traducido al castellano su trabajo final, de conjunto, sobre el tema[1].

            Éstas son, a mi entender, sus aportaciones principales. (a) Confía básicamente en las fuentes del NT, no para leerlas de manera plana, sino para entenderlas en su diversidad, comparadas entre sí desde trasfondo de su tiempo.

(b) Ha sabido iluminar varios personajes menos conocidos, como los helenistas de la franja costera palestina, y algunos hechos menos valorados como la “derrota eclesial” del último Pablo histórico.

(c) Ha querido que los datos hablen por sí mismos en su magnífica extrañeza, pudiendo así, en su plena madurez (1999), este libro esencial.

Editorial Trotta Étienne Trocmé

            La mejor forma de entenderlo es dejar que nos sorprende, no sólo el libro, sino su historia de fondo sobre los años quizá más ricos de vida de occidente, desde la muerte de Jesús al establecimiento del cristianismo como religión organizada (de 30 al 125 de nuestra era). Con esta simple indicación, muchos lectores podrán pasar directamente al libro de E. Trocmé, para recorrer con él, autor por autor, libro a libro, los años fundacionales del Nuevo Testamento y de la Iglesia. Pero algunos pueden tener cierta dificultad en situar los dos ejes principales de su historia, el geográfico (lugares) y el cronológico (tiempos). Pare ellos he querido ofrecer la introducción que sigue. 

  1. GEOGRAFÍA. ESPACIOS O TRAYECTORIAS DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO

 Cuando Jesús murió (año 30) lo normal hubiera sido que cayera en el olvido. Y, sin embargo, su recuerdo no solamente se mantuvo, sino que creció con el tiempo. Los cristianos entendieron esa pervivencia de Jesús como «mutación teolóca», revelación especial de Dios, que «le había resucitado de los muertos». Pero esa mutación debe contarse también de una manera histórica.

  El crecimiento del “caso Jesús” no es era «previsible». Lo normal hubiera sido el silencio, pero entre aquellos galileos que habían escuchado a Jesús y/o le habían acompañado hasta Jerusalén (para abandonarle luego), con las mujeres que le habían querido y aquellos que habían entrado en contacto con él se produjo, tras su muerte, una simbiosis de enriquecimiento y transformación que cristalizó a lo largo de un siglo en forma de iglesia, como dijo F. Josefo al final del siglo I (Ant 18,63-64).

Resulta imposible precisar dónde saltó la primera chispa o si hubo varias a la vez (María Magdalena, Pedro, otros discípulos…); pero lo cierto es que ardieron, por así decirlo, varios “fuegos”, de manera que la herencia de Jesús se encendió en varios lugares a la vez, como suponen de formas diversas pero convergentes Pablo (1 Cor 15, 5-8), todo Hechos y el final de los evangelios. Las futuras “iglesias” de Jesús surgieron así como una experiencia multi-focal, fundada en el judaísmo, pero abierta, de formas distintas, hacia los diversos pueblos del entorno. Éstos son algunos de esos focos:

L'enfance du christianisme: Trocmé, Etienne

El primer foco fue Jerusalén,donde “acontecieron” las primeras experiencias cristianas, vinculadas a las mujeres del entorno de Jesús y al grupo de los Doce, con Pedro. Sin embargo, al poco tiempo, tras la expulsión de los helenistas (cf. Hch 6-7), en este foco quedaron como dominantes los judeo-cristianos de la línea de Santiago (parientes de Jesús), que no sólo se establecieron en la “ciudad santa” como Iglesia de los pobres de los últimos días, sino que enviaron misioneros por otros lugares donde, para ese tiempo (hacia el 49) se habían establecido las comunidades de Pablo, a fin de que sus seguidores «completaran» el camino de Cristo con las prácticas legales del judaísmo (en especial, la circuncisión).

En esa línea puede hablarse de iglesias de Judea (cf. Gal 1, 22) y también de un foco samaritano, del que conservamos varios indicios, no sólo en Hch 1, 8; 8, 1-14; 9, 31; 15, 3, sino en el evangelio de Juan en cuya comunidad parece haber samaritanos (cf. Jn 4).

Trocme, Etienne - Jesus de Nazaret Visto Por Los Testigos de Su Vida |  Evangelios | Jesús

Hubo (casi) al mismo tiempo, un foco galileo, menos atestiguado por los textos del Nuevo Testamento, pero muy activo al principio. En este contexto se sitúan muchas tradiciones de los sinópticos, vinculadas a Pedro y a los Doce, y a otros misioneros, que parecen haber actuado como puente entre diversos grupos de seguidores de Jesús, al menos hasta el momento en que la figura y grupo de Santiago se vuelve dominante en Jerusalén (cf. Hch 12, 17), en torno al 41/44. En este foco se inscribe de un modo especial el Documento Q, que parece haber influido en las comunidades vecinas de Siria. Las tradiciones de Galilea son básicas en Marcos y Mateo y muchos piensan (pensamos) que ambos evangelios provienen, en parte, de Galilea, especialmente el de Mateo, que puede situarse en un tiempo y lugar (entre el 80 y el 90 d.C.) en que también los judíos rabínicos estaban empezando a fijar allí sus normas de vida.

Hay un foco sirio, cercano a los anteriores, que puede dividirse en varias zonas. (1) La costa de Fenicia, que solía tomarse como parte de Siria (cf. Mc 7, 26), donde aparecen pronto seguidores de Jesús (cf. Mc 3, 8; Mt, 15, 21; Hch 21, 4). (2) Damasco y su entorno (incluso Decápolis), donde Pablo se hizo cristiano y desde donde comenzó a extender el mensaje hacia Arabia (cf. Gal 1, 17; 2 Cor 11, 32; Hch 9, 3-22). En ese entorno, de Damasco a Fenicia, pasando por el alto Jordán, cerca de Galilea, puede situarse la tradición de Marcos. (3) La metrópoli y entorno de Antioquía, donde la iglesia tuvo un fuerte desarrollo, de manera que los seguidores de Jesús comenzaron a llamarse allí cristianos (cf. Gal 2, 11; Hch 11, 20-30), dividiéndose pronto entre partidarios de Pablo, de Pedro, de Apolo y de otros “apóstoles” del evangelio.

En ese contexto se produjo la primera simbiosis entre mensaje de Jesús y cultura griega. Desde ese entorno, vinculado al evangelio de Mateo, se expandieron después algunos movimientos ascéticos, gnósticos e institucionales, que se reflejan en la Didajé, en las cartas de Ignacio y en el evangelio no canónico de Tomás.

Hay un foco asiático (de la provincia romana de Asia, actual Turquía)centrado en Éfeso, que empezó estando vinculado a Pablo (cf. 1 Cor 15, 32; 16, 8) y como reconocen sus seguidores y, en especial, el libro de los Hechos (cf. Ef 1, 1; 1 Tim 1, 3; 2 Tim 1, 18; 4, 12; Hch 18-19). Este foco se extiende después no sólo a un tipo de sucesores de Pablo (Cartas de la Cautividad, Lucas-Hechos), sino a los grupos del Discípulo Amado y del libro del Apocalipsis, con sus cartas a las siete comunidades: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia, Laodicea.

Más tarde (a partir del siglo II d. C.), este foco asiático (del que provienen Policarpo e Ireneo) ha sido con Roma uno de los centros impulsores de la Gran Iglesia. En este contexto pueden situarse otras comunidades, vinculadas al proyecto misionero de Pablo (Galacia) y a la primera carta de Pedro (cf. 1 Ped 1, 1: Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia).

La persecución del cristianismo primitivo - Archivos de la Historia | Tu  página de divulgación

Hay un foco propiamente griego,formado por las iglesias de Macedonia (Filipos, Tesalónica) y Acaya (Atenas, Corinto), a las que Pablo escribió, tras haber realizado allí su ministerio, entre el 49-53, ofreciéndose así el mejor retrato de sus problemática y despliegue. En un sentido extenso, esas iglesias se encuentran cerca de las ya citadas de Asia Menor, como muestran no sólo las cartas de Pablo, sino los textos de Lucas/Hechos, donde destacan las comunidades Corinto y Éfeso, como focos sobresalientes del cristianismo primitivo. En este contexto ampliado pueden ubicarse igualmente las Cartas Pastorales atribuidas a discípulos de Pablo, vinculadas también con las comunidades de la Isla de Creta.

Hay un foco romano, que conocemos por Pablo (Rom) y por Hechos, así como por otros testimonios del NT (1 y 2 Pedro y quizá Hebreos). La Iglesia de la capital del imperio. La iglesia romana se expresa además en otros textos muy importantes del cristianismo primitivo, como 1 Clemente y Papías. Todo nos permite suponer que ella fue al principio bastante tradicional y multiforme, de tendencia judeo-cristiana. De todas maneras, la memoria de Pedro (y de Pablo), martirizados allí, y el hecho de que Roma fuera capital del imperio (y meta de la misión de Pablo) han hecho que Roma haya sido (con Éfeso y su entorno) un foco importante en el despliegue y consolidación fundamental del cristianismo (pues las cristiandades de Siria y de Egipto siguieron caminos algo diferentes).

Quizá podemos hablar de un foco alejandrino (egipcio),que en un primer momento resulta menos conocido. Hch 6, 9 habla de judíos alejandrinos que discutían con Esteban sobre de Jesús. Pablo se refiere a un misionero llamado Apolo (1 Cor 1, 12; 3, 4-6.22; 4, 6; 16, 12), a quien Hechos 18, 24; (cf. 19, 1) presenta como «natural de Alejandría, hombre elocuente y poderoso en las Escrituras». Parece que en principio esa iglesia fue más gnóstica que “ortodoxa”, en el sentido posterior de la palabra. Sea como fuere, ella alcanzó pronto mucha importancia, relacionándose con las iglesias de Siria, en una línea donde se mezclan rasgos que después se tomarán como gnósticos u ortodoxos, según los casos.

Volviendo a Jerusalén descubrimos allí había, tras el asesinato de Santiago Zabedeo, la marcha de Pedro y el eclipse de los “Doce” (en torno al año 41) una iglesia muy judía, dirigida primero por Santiago, el “hermano de Señor”, que seguirá tomando después (tras su asesinato y la Guerra Judía, del 63 al 70) una fisonomía propia, extendiéndose por varios lugares (en Transjordania y Siria y más al oriente, hacia Mesopotamia), vinculando el mensaje y camino de Jesús con varias formas de judaísmo, tal como muestran algunos evangelios apócrifos (de los Hebreos y/o de los Nazareos).

Durante varios siglos siguieron existiendo comunidades de este tipo judío, como atestiguan las citas antiguas, pero ellas quedaron marginadas, tras el triunfo de la Gran Iglesia, de tipo más helenista (representada sobre todo por las comunidades de Antioquía, Éfeso y Roma), que se convertirá en iglesia imperial tras el edicto Milan (313) y el concilio de Nicea (325).

En un sentido puede hablarse finalmente de un foco gnóstico, cuyas manifestaciones más explícitas pertenecen a tiempos posteriores, pero que habían empezado a surgir muy pronto, quizá en los años setenta del siglo 1º, en un contexto sirio y egipcio, para expandirse y ampliarse después, por Oriente y Occidente. Este foco constituye el resultado de la lectura e interpretación sapiencial de algunos dichos de Jesús, que aparecen ya en el documento Q (en Galilea), para desarrollarse después de una manera independiente, en un contexto de sabiduría donde las formulaciones apocalípticas tienden a interpretarse de un modo espiritual. En este foco influyen elementos importantes de la tradición de Pablo y del Discípulo Amado.

       Estos nueve “espacios” de la geografía proto-cristiana nos permiten situar los personas y argumentos básicos del libro de E. Trocmé. Por eso he querido presentarlos de forma telegráfica, para lectores menos iniciados, en la línea de Ciudad-Biblia (Verbo Divino, Estella 2019), donde presento las claves de lectura geográfico-cronológica del conjunto de la Biblia.

  1. CRONOLOGÍA. UN CAMINO EN LA HISTORIA

           Del eje más geográfico paso al cronológica, empezando por el año de la muerte de Jesús. Algo especial pasó entonces en Jerusalén, algo vinculado no sólo a la muerte de Jesús, sino al despliegue de las primeras experiencias cristianas de tipo pascual (con personas que dicen haber «visto» a Jesús tras su muerte) y pentecostal (personas que «sentían» su Espíritu de Dios). Esas experiencias se encuentran vinculadas a discípulos que habían venido de Galilea, para inaugurar con Jesús el Reino de Dios en Jerusalén. Quizá algunos/as habían quedado en la “ciudad santa” tras su muerte, quizá otros habían huido a Galilea, pero volvieron después a Jerusalén.

La primera voz la dieron unas mujeres, diciendo que habían «visto» a Jesús y que estaba vivo (final de los 4 evangelios). Pronto se les debió unir Pedro y los Doce, esperando el “retorno” triunfal de Jesús en Jerusalén (aunque el “ángel” de la pascua diga a las mujeres que vuelvan a Galilea: Mc 16, 1-8).

No podemos precisar mejor esa experiencia, pero es claro que esos primeros “cristianos” descubrieron y atestiguaron algo que nunca se había dicho previamente de esa forma: no que los muertos viven y que al fin habrá una resurrección general (cosa que afirmaban otros grupos judíos, como los fariseos), sino que Jesús, en especial, estaba vivo (en un plano superior) y que se les ha mostrado, ratificando su camino y tarea de Reino, que él “sostenido” con su muerte.

Año 30 d.C. Jerusalén y Galilea. Desde ese fondo (¡Jesús está vivo!), los discípulos empezaron a interpretar su vida de una forma mesiánica (valiéndose para ello de textos de salmos y profetas del AT), diciendo que volvería con gloria para instaurar el Reino de Dios. Su muerte en Cruz se entendió así como principio de una experiencia “pascual” (cf. 1 Cor 15, 3-9).

Pero no todos los seguidores de Jesús se concentraron en Jerusalén para esperar su “vuelta”, pues no tenemos constancia de una afluencia masiva de “galileos” en la “ciudad santa”. En ese momento, año 30, el mensaje y movimiento de Jesús se mantuvo y consolidó también en Galilea, entre muchos que le habían antes seguido y escuchado. Parece seguro que también alli se dieron experiencias pascuales (aunque de tipo distinto a las de Jerusalén) de manera que muchos seguidores y amigos le «vieron» como profeta o justo asesinado a quien el mismo Dios rehabilitaría (haciéndole volver como Hijo de hombre), retomando así su movimiento.

Quizá más que la persona de Jesús (o, al menos, tanto como ella) los galileos destacaron su mensaje, pues esperaban aquello que Jesús había proclamado, la llegada del Reino, vinculado a la figura del Hijo del Hombre, a quien pronto (ya desde la pascua) tendieron a identificar con el mismo Jesús. Todo nos permite suponer que los Doce con Pedro (aunque se centraran más en Jerusalén, esperando como grupo la llegada de Jesús, que les confirmaría como adelantados y jueces del nuevo Israel) retomaron también el movimiento de Jesús en Galilea, igual que las mujeres, vinculando así los dos lugares (Jerusalén y Galilea).

Años 30-35 d.C. División y expansión desde Jerusalén. En estos años decisivos se consolidaron las primeras experiencias pascuales, propias de las mujeres y Pedro, con los Doce y los discípulos de Galilea. Sabemos poco de lo que pudieron hacer a lo largo de esos años (30-35) los grupos de seguidores de Jesús (mujeres, galileos en Jerusalén y en Galilea…), pero, según podemos colegir por las Cartas de Pablo y Hechos, las novedades más significativas se encuentran vinculadas a la entrada en escena de dos grupos distintos: los judíos helenistas, animados por Esteban y Felipe, partidarios de una reinterpretación del mesianismo judío a partir de la muerte y resurrección de Jesús; y los judíos nacionales, parientes de Jesús, más interesados en el cumplimiento de la ley del pueblo. Ciertamente, los Doce con Pedro siguieron influyendo por un tiempo, pero el impulso más fuerte de la Iglesia lo dieron esos dos grupos que interpretaron de formas distintas la relación de Jesús con Jerusalén y la santidad del templo, como muestran los tres rasgos siguientes:

- Declive de los Doce. Nuevos grupos. Jesús había creado ese grupo como signo de culminación de Israel. Pedro lo recreó después (como supone Hech 1). Pablo, por su parte, afirma que Jesús resucitado “se apareció a los Doce” (1 Cor 15, 5), pero ya no les encuentra en Jerusalén a los tres años de su “llamada” (en torno al 35, cf. Gal 1, 18-19). En lugar de los Doce emergen por un lado los helenistas (con el mismo Pablo) y por otro los “hebreos” de Santiago). Los helenistas se distanciaron, por causa de Jesús (y quizá por su propia teología anterior), del culto de Jerusalén y de la esperanza de la reconstrucción de las Doce, optando por un tipo de apertura misionera a los gentiles. Por el contrario, los parientes de Jesús optaron por crear un judaísmo más estricto, ocupando en Jerusalén el lugar que antes habían ocupado los Doce con Pedro.

- El cambio fundamental lo realizan esos “helenistas”, hombres y mujeres de lengua griega que habían “vuelto” Jerusalén para encontrar y cultivar sus raíces judías, descubriendo en y con ellas a Jesús, a quien ven como signo del fracaso de un tipo de judaísmo (centrado en el templo) y como principio de una apertura universal de la tradición israelita. Posiblemente, ellos no habían planeado lo que harían, no sabían de antemano lo que sucedería, pero fueron fieles a un impulso que creyeron que venía Jesús resucitado y se dejaron marcar por la novedad de su experiencia pascual.

- La iglesia de la familia de Jesús. Hasta entonces, el “clan” de los parientes no había aceptado su proyecto y mensaje (como saben Mc 6, 1-6 y Jn 7, 3). Pero, como añade Pablo, con su lenguaje especial, en un momento dado, antes de aparecerse a «todos los apóstoles», que deben entenderse en línea más helenista, Cristo se apareció también a Santiago, ratificando así su camino eclesial intrajudío (1 Cor 15, 7; cf. Hch 1, 13-14). A partir de este dato, podemos afirmar que la familia de Jesús asume su movimiento y que lo hace de un modo autónomo (no a través de Pedro y de los Doce), en una línea que, extrañamente, no aparece vinculada a Galilea (de donde son Jesús y su familia), sino a Jerusalén, donde le han asesinado y donde ellos (sus parientes) se instalan de un modo duradero, para formar una comunidad de «pobres» (cf. Gal 2, 10), con una fuerte conciencia de identidad y separación escatológica.

- La novedad de Pablo. En ese fondo se inscribe la “llamada” de Jesús Pablo, a quien É. Trocmé presenta como “celota”, en sentido fuerte del término, un hombre que quiere defender con fuerza (incluso de un modo violento) la identidad nacional de su pueblo, oponiéndose por tanto a la “rama” cristiana de los helenistas, que a su juicio representaban una amenaza para el judaísmo. Este Pablo celota no se oponía al principio a Pedro, ni mucho menos a Santiago, con quien en ese momento podría haberse identificado, sino a los helenistas que habían salido de Jerusalén, logrando adeptos en Damasco, donde al parecer vivía Pablo (cf. Gal 1, 17; Hch 9). Pues bien, en un momento dado (hacia el 32-33), este Pablo buen fariseo, judío nacional celoso (Flp 3, 5-6), tuvo una experiencia de Jesús y descubrió la verdad de Dios en aquellos a quienes perseguía (Gal 1, 13-16).

 En resumen, Jesús había venido a Jerusalén para instaurar el Reino de Dios, al servicio de los excluidos del orden oficial de Israel, siendo allí ajusticiado. Pues bien, sus parientes se instalan allí como «los pobres de Israel», esto es, como grupo sagrado, empeñado en cumplir de un modo fuerte (más intenso) la ley propia de la nación. Los Doce con Pedro habían sido signo de todo Israel, sin connotaciones especiales; estaban vinculados a Jerusalén como lugar donde Jesús había muerto y donde debía volver, para instaurar el Reino, pero no intentaron crear una comunidad duradera, de «santos pobres», con una estructura sagrada que les permitiera vivir en el mundo como ciudadanos de un tipo de cielo superior. A diferencia de eso, los parientes de Jesús serán los creadores de la primera iglesia («ekklesia, qahal») estrictamente dicha, que interpreta el mensaje y muerte de Jesús como principio de surgimiento de una comunidad sagrada, israelita, en el sentido fuerte del término, vinculándose así a Jerusalén, ciudad donde Jesús había querido instaurar el Reino, para vivir allí en radicalidad la Ley israelita. Evidentemente, Pablo que visitará a Pedro y Santiago no formará parte e sus comunidades, sino que asumirá y recreará el camino de los helenistas.

Años 35-49 d.C. Tres líderes: Pablo, Pedro, Santiago. A los tres años de su «llamada» (cf. Gal 1, 18), poco después del 35, Pablo vino a Jerusalén para hablar con Pedro, y no trató con ningún otro apóstol, sino con Santiago. Así aparecen ya los tres «líderes varones» que marcan la primera generación de cristianos. Ellos tienen visiones distintas de Jesús, al que cada uno entiende desde su perspectiva: Pedro como discípulo directo; Santiago como pariente; Pablo como “perseguidor” convertido del Cristo crucificado. Pero los tres quieren impulsar su memoria (un tipo de comunidad mesiánica), cada uno desde su perspectiva, abriendo y recorriendo caminos distintos (aunque relacionados).

Conocemos poco sobre muchas cosas que entonces pasaron. Quizá el dato más significativo es que en torno al 41, el judaísmo oficial (vinculado al rey Agripa, nieto de Herodes el Grande, y a los sumos sacerdotes), persiguió no sólo a la corriente helenista de la iglesia de Jerusalén, como en el principio (entre el 31-33), sino a la misma tendencia. al parecer más moderada, de Pedro y Santiago Zebedeo (uno de los Doce): “Por aquel tiempo, el rey Herodes (Agripa) echó mano de algunos de la iglesia para hacerles daño. Así hizo matar a Santiago, el hermano de Juan, por la espada. Al ver que esto había agradado a los judíos, procedió a prender también a Pedro…” (Hch 12, 1-2).

Este pasaje cita a tres personajes significativos: Santiago Zebedeo, ajusticiado por Agripa; Juan, hermano de Santiago, de quien no se dice que quieran prenderle o matarle; y Pedro a quien prenden, pero que puede ser liberado. Años más tarde, hacia el 49, en el llamado “concilio” hallamos en Jerusalén un nuevo triunvirato, formado por Pedro, Juan Zebedeo y otro Santiago, el “hermano” del Señor (cf. Gal 2, 9). En torno a estos tres se teje (en línea más “oficial”) la historia posterior de las iglesias (pues hay grupos que aquí no se cuentan: el de las mujeres, el del discípulo amado etc.):

- Sigue en su camino Pedro.Había tenido que salir de Jerusalén en torno al año 41, porque no formaba parte del grupo de Santiago, hermano del Señor, sino que estaba más vinculado a Santiago Zebedeo a quien mataron (Hech 12, 1-2) y porque su forma de entender el proyecto de Jesús resultaba peligrosa para cierto judaísmo saduceo (cf. Hch 12, 1-18). Tuvo que salir, pero extendió el recuerdo de Jesús y promovió el crecimiento de las iglesias del entorno de Judea, garantizando con su presencia el valor de los nuevos caminos cristianos, en una línea cercana a los helenistas a quienes se había vinculado Pablo

- Emerge Pablo desde Antioquía, iniciando (como profeta y delegado de esa Iglesia, en compañía de Bernabé: cf. Hch 13, 1-3) una misión abierta a los gentiles, desligada de la Ley nacional del judaísmo. En este momento, él es «apóstol» de la Iglesia de Antioquía, que así aparece como centro de la nueva misión helenista cristiana, que se abre desde Siria hacia Chipre y el sur de Asia Menor (Panfilia, Psidia y Licaonia).

- Santiago, hermano del Señor, crea su iglesia en Jerusalén. Él pudo haber tenido su propia teología (su visión del judaísmo) antes de la muerte de Jesús, de quien se distinguió por talante y teología. Pero en un momento dado, tras la muerte de Jesús, él dice que le ha «visto» (1 Cor 15, 7), reinterpretando de esa forma no sólo su teología, sino la de su hermano Jesús, desde la perspectiva de la santidad de Jerusalén, donde instala su iglesia, como representante de un judaísmo mesiánico, de carácter sagrado que, por ahora, no parece peligroso para los sacerdotes del templo, a diferencia de Santiago Zebedeo, a quien el rey Agripa había ajusticiado.

 En ese contexto, como final de este período, se sitúa el llamado «concilio de Jerusalén», celebrado hacia el 49, según versiones complementarias, una de Pablo (Gal 2), otra de Lucas (Hch 15). La causa directa de la disputa entre los líderes (y las iglesias que ellos representan) no es la figura de Jesús, sino la forma de entender su movimiento, en relación con las leyes «nacionales» del judaísmo (circuncisión, santidad del templo, normas de comida y pureza familiar), que habían sido ya causa de disputa y guerra en el tiempo de los macabeos, en torno al 175 a.C.

Los tres (Santiago, Pedro y Pablo) eran judíos y aceptaban las tradiciones fundantes de Israel. Pero entendían de formas distintas la relación entre el movimiento de Jesús y las normas de convivencia del judaísmo nacional. (a) Algunos, de la línea de Santiago, querían que todos los procedentes del paganismo se circuncidaran, para hacerse así plenamente judíos y cristianos. (b) Pablo, en cambio, defendía la «libertad» e independencia de los cristianos, que podían y debían ser por Jesús herederos de las promesas judía sin circuncidarse, ni cumplir otras leyes nacionales. (c) En medio va emergiendo la figura de Pedro, aparecer como portador de una función mediadora (como supondrá Hch 15 y varios textos posteriores del cristianismo, como Mt 16, 17-28; Jn 21 y 2 Ped).

Años 50– 90 d.C. Consolidación, primeros cristianos. Los cuarenta años que siguieron al «concilio» fueron tiempo de despliegue del primer «cristianismo», no sólo en Antioquía (cf. Hch 11, 26), sino en otros lugares, donde se configuran y definen las tres grandes tendencias, simbólicamente relacionadas con Santiago, Pedro y Pablo.

 - Pablo realiza su misión entre los gentiles, en Asia Menor y Grecia, creando iglesias de origen pagano y escribiendo una serie de cartas esenciales para entender el cristianismo.

- Santiago se consolida en Jerusalén y desde allí es capaz de enviar emisarios para retocar o culminar la misión de Pablo (creando conflictos que aparecen evocados en la correspondencia paulina).

- Pedro (a quien Pablo sigue reconociendo como autoridad cristiana: cf. 1 Cor 1, 12) ejerce una función mediadora, que ha quedado recogida de un modo especial en el evangelio de Mateo.

  Pero esa situación acabó pronto, pues, al poco tiempo, murieron (fueron ajusticiados) los líderes (en torno al 62-64 d.C.), y unos años después cayó la ciudad de Jerusalén (70 d.C.) en manos de los soldados romanos, que destruyeron su templo, de manera que a partir de entonces las iglesias cristianas se configuraron, sin tener una referencia central (Jerusalén) ni un líder reconocido por todos (Santiago). De esa forma comienza, tras el año 70 d.C., una etapa nueva, marcada por el deseo de reinterpretar el pasado, tal como aparece en varios textos que serán fundamentales (normativos) para la tradición de las iglesias posteriores.

- Unos conceden la primacía eclesial a Pedro. En esa línea, Mateo recupera la autoridad de Pedro, a quien vincula con la tradición de la iglesia judeo-cristiana de Santiago, para formular una misión universal del cristianismo desde Galilea (no desde Jerusalén). De esa manera él “proyecta” una iglesia universal, unida en torno a la figura y tarea de Pedro, que aparece, así como centro de referencia de todas las iglesias.

-Primacía de Pablo. Por otro lado, Lucas escribe la «historia de los primeros cristianos» (libro de los Hechos), insistiendo en la unidad fundamental de la Iglesia, que se va desarrollando a través de varias etapas, simbolizadas primero por Pedro y los Doce, y finalmente por Pablo, pasando así de Jerusalén a Roma, donde Pablo muerte como signo de iglesia universal. En esa línea, en un plano más teológico, se sitúa la carta a los Efesios donde Pablo aparece como revelador y representante de la unidad de todas las iglesias, culminando así la obra de los “apóstoles y profetas” antiguos, entre los que destacan Pedro y los doce.

- Otras primacías (Discípulo Amado, Santiago…).Pedro y Pablo han sido así entendidos como testigos y representantes de la unidad de las Iglesias, en línea de proyecto y esperanza. Pero, al lado de ellos, la tradición cristiana ha recogido al menos otras dos figuras en las que quiere fundarse y centrarse el camino de las iglesias. La primera y quizá más significativa es la del Discípulo Amado, “creador” de una iglesia “espiritual” (más gnóstica), integrada según Jn 21 en la “gran iglesia” de Pedro. La segunda es la de Santiago, hermano del Señor, a quien Ev. Tomás 12 presenta como guía y dirigente de todas las iglesias.

 Estas tres líneas de “primacía eclesial” podrían y deberían estudiarse por separado, pero no están igualmente representadas por el NT (ni por la Gran iglesia posterior). De un modo lógico, siguiendo en la línea del Corpus Paulino y del libro de los Hechos, E. Trocmé ha destacado la trayectoria de Pablo, centrándose en ella.

En torno al año 58-59, acabada su misión de oriente, queriendo llegar al otro extremo del mundo conocido (España), Pablo sube primero a Jerusalén para dialogar con Santiago, dirigente de su iglesia (cf. Hch 20-26). No sabemos nada de Juan Zebedeo, quizá ha sido ya martirizado (cf. Mc 10, 35-45). Tampoco encontramos a Pedro, aunque es probable que esté vinculado a la iglesia de Antioquía (de donde parece que ha viajado luego a Roma). El libro de los Hechos se centra en el encuentro (o más bien desencuentro) de Pablo con Santiago y los dirigentes de la iglesia de Jerusalén. Fue un encuentro que acabó en fracaso. Prenden a Pablo, sin que la Iglesia de Jerusalén le apoye y le llevan preso a Roma, donde, al parecer, muere en gran soledad.

En esos años, entre 62-64 d.C., fallecen (al parecer fracasados) los tres líderes: Santiago, condenado por el Sumo Sacerdote de Jerusalén; Pablo y Pedro, condenados en Roma, quizá sin haberse encontrado previamente. Con ellos acaba la etapa fundante de la iglesia, tiempo de pactos básicos con el judaísmo (Santiago), de apertura universal (Pablo) y de mediaciones, que parecen representadas por Pedro. Sólo entonces, una vez muertos los líderes, se puede hablar de una maduración o estabilización de las iglesias, que pueden iniciar caminos de unidad, que culminarán en torno al 125 en el despliegue final una iglesia distinta, unificada en sí (en torno a Jesús) y desligada del judaísmo oficial.

Los tres líderes antiguso murieron casi al mismo tiempo, pero su recuerdo ha permanecido y ha desembocado fin en el surgimiento de una iglesia unida (Gran Iglesia), un siglo después de la muerte de Jesús. En esa línea, la pervivencia más clara es la de Pablo, en cuyo nombre se escriben pronto dos cartas llamadas de la cautividad, donde él aparece como portador de un mensaje cósmico de salvación y creador de una iglesia unida, abierta a los gentiles (Colosenses y Efesios; las pastorales son posteriores).

En una línea convergente podemos hablar de la pervivencia de Pedro en la primera carta que lleva su nombre (1 Ped) escrita probablemente al final de este período, en torno al 90 d.C., y especialmente en la segunda (2 Ped), escrita en torno al año 125, vinculando en una misma iglesia las tres tradiciones anteriores (la de Santiago, con quien se vincula a través de la carta de Judas, la de Pedro, en cuyo nombre escribe, y la Pablo, a quien defiende, a pesar de que en sus cartas aparezcan temas a veces distorsionados por los falsos cristianos). Finalmente, la memoria de Santiago se ha mantenido y expandido en diversas líneas, no sólo en la carta que lleva su nombre (Sant), sino en escritos de tendencia gnóstica, de los que trataremos en el siguiente libro.

 Otra tarea eclesial muy importante en estos años ha sido la fijación de la «biografía mesiánica» de Jesús, tal como aparece en los sinópticos. Todo nos permite afirmar que antes no había podido escribirse una «biografía» de ese tipo, pues las perspectivas eran muy distintas y, además, bastaba el kerigma básico (que aparece en la misión de Pablo), con una reinterpretación mesiánica de la Ley (que podía hallarse en el fondo de la Iglesia de Santiago, tal como muestran quizá algunos textos de Mateo). Sólo ahora, tras la muerte de los líderes y el distanciamiento de las iglesias respecto al tiempo de Jesús, al final de la segunda generación cristiana, se fijaron los evangelios, como formas distintas, pero convergentes, de fijar la memoria de Jesús.

Años 90–125 d.C. Conclusión. La Gran Iglesia. Tras la muerte de los primeros líderes cristianos y la caída de Jerusalén, con la destrucción del sistema del templo (70 d.C.), comenzó la división sin retorno, entre los judíos rabínicos, que irán fijando su interpretación de la Escritura en la Misná, y los judíos mesiánicos o cristianos, que la fijarán en el Nuevo Testamento. Ambos procesos se despliegan al mismo tiempo (desde el mismo fondo israelita) y culminan, casi a la vez, hacia el final del siglo II. No fue un problema exclusivamente cristiano, pues también otros grupos israelitas (apocalípticos, gnósticos, celotas, saduceos…) quedaron fuera del nuevo judaísmo rabínico. Los dos movimientos se dieron y culminaron al mismo tiempo:

 - Surgieron y se consolidaron por un lado los judíos de tendencia más nacionalista, pero no militarista, ni apocalíptica, ni sacerdotal, ni gnóstica. Quedaron y se consolidaron los judíos rabínicos, de línea farisea y lengua hebrea y/o aramea (no los helenistas) que van codificarán sus tradiciones en la Misná, en un proceso que culminará hacia el 180-200 d. C.

- Se consolidaron por otra parte los judíos “cristianos” (mesiánicos), de tendencia más universalista, que, conservando su identidad israelita (mantienen la Escritura del Antiguo Testamento), empiezan a tener una Escritura propia (Nuevo Testamento), en un proceso que culminará también en torno al año 180-200, acogiendo en su seno a los gentiles, con quieren se vinculan en simbiosis. Sólo entonces, con la fijación de los nuevos textos (Misná y Nuevo Testamento) y el surgimiento de autoridades propias para el cristianismo (obispos o presbíteros especiales) se consuma la división de las comunidades.

 Se trazará desde aquí, un camino posterior de judíos nacionales (rabínicos) y de cristianos (también judíos, pero universales), de forma que la “herencia israelita” se transmitirá en conservará en dos ramas (la rabínica judía y la mesiánica cristiana). La separación definitiva, irreversible, de las dos comunidades terminará de fijarse más tarde (entre el 180 y 200 d.C.). Pero la ruptura básica se había dado ya hacia el 125 d.C, donde culmina esta espléndida historia del nacimiento del cristianismo, tal como la presenta este espléndido libro de É. Trocmé, cuyo esquema general (geográfico y cronológico) he querido fijar en las reflexiones anteriores.

 No he querido discutir las opciones metodológicas, históricas y teológicas de Trocmé; prefiero que sea el mismo lector quien las valores, introduciéndose ya personalmente en este libro. Sólo me atrevo a añadir que merecerá la pena su lectura, deseando que mi presentación del eje geográfico y cronológico pueda servir para que algunos lectores lo sitúen y entiendan mejor.

Nota bibliográfica

 [1] No puedo retomar ni discutir aquí la bibliografía casi infinita sobre el tema. Como ejemplo, en castellano, cf. R. Aguirre (ed.), Así empezó el cristianismo, Verbo Divino, Estella 2010; D. G. Dunn, El cristianismo en sus comienzos: 1-3, Verbo Divino, Estella, 2009-2018; L. V. Hurtado, Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 2008; H. Köster y J. M. Robinson, Trajectories through Early Christianity, Fortress, Philadelphia 1971; H. Räisänen, El nacimiento de las creencias cristianas, Sígueme, Salamanca 2012: L. Schenke, La comunidad primitiva, Sígueme, Salamanca, 1999; E. W. Stegemann, Historia social del cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 2001; G.Theissen, Teoría de la religión cristiana primitiva,BEB 108, Sígueme, Salamanca 2002: F. Vouga, Los primeros pasos del cristianismo,Verbo Divino, Estella 2001: L.M. White, De Jesús al Cristianismo,Verbo Divino, Estella 2007. Varios autores españoles, como G. Puente Ojea, R. Aguirre, A. Piñero y F. Bermejo, han dedicado al tema, desde perspectivas distintas, valiosos trabajos, que tengo muy en cuenta, pero no puedo discutir en lo que sigue. He desarrollado de un modo inicial esta temática en el capítulo final de Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015 y en el conjunto de Ciudad-Biblia, Verbo Divino, Estella 2019.

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