¿Qué milagros son necesarios para las canonizaciones? Una reflexión "crítica".

Estaba a mi lado otro compañero y amigo, ya jubilado, el Prof. A. Vázquez, filósofo y teólogo, el mayor especialista hispano en psicología de la religión (a quien he apelado varias veces en este blog, especialmente al tratar de la “psicología de Jesús). «Xabier –me dijo−, exigir milagros, como hoy se hace, para beatificar o canonizar a un santo me parece magia. Va en contra del estilo “cristiano” de Jesús y de la Iglesia. Apelar aquí a milagros es algo que está más cerca de una ordalía o de ciertas pruebas mágicas que aparecen todavía en el Antiguo Testamento (como las aguas amargas) que del tipo evangélico de vida». Dialogamos tras la tesis sobre el tema y ahora quiero evocar algunos de los argumentos esgrimidos, por si los lectores quieren reflexionar sobre ellos. Por favor, amigos lectores: no son argumentos míos (sólo míos), sino de teólogo y psicólogo de la religión, que ha recibido y sigue recibiendo los máximos honores de la Universidad de la Iglesia Española (la de Salamanca); no son argumentos para destrir a la Iglesia, sino para edificarla mejor.
Me podrán decir algunos “lectores y comentaristas” que quiero atacar de nuevo a la Iglesia; ellos verán si así. Lo que yo pretendo es ayudar a pensar dentro de la Iglesia, por amor a la Iglesia, diciendo lo que piensa una mayoría de los biblistas y teólogos actuales, empezando por G. Lafont (¡máxima autoridad!) que decía ya hace unos años que la exégesis, la teología e incluso cierto tipo de moral se habían adaptado a los nuevos tipos de pensar, mientras que el Derecho Canónico seguía donde había estado desde el siglo XI, tras la reforma gregoriana. En la búsqueda de una “prueba” de milagros estamos donde nos puso la Edad Media. Siga leyendo quien quiera opinar sobre el tema. Al final ofreceré además una referencia bibliográfica.
1. Apelar a milagros, una visión medieval (y poco cristiana) del Derecho Canónico.
Voy a resumir los argumentos que el profesor Vázquez y yo desarrollamos tras la tesis, bajo la mirada bondadosa e inteligente de P. Kaziri.
a. Los dos creíamos y creemos en los “milagros” en el sentido del Evangelio. No sólo pensamos que la vida es un milagro y que, sobre todo, es un milagro la fe y la experiencia de la gracia, sino que estamos convencimos de que hay muchas cosas que no pueden explicarse por la pura ciencia.
b. Pero el milagro no es algo que va “contra las leyes de la naturaleza” (¡pues no conocemos lo que ella, la naturaleza, significa!), sino aquello que nos abre hacia un horizonte más amplio de vida y de esperanza. El milagro auténtico es “Dios”, es decir, la fe en Dios… En ese sentido, los milagros ya concretos son “señales” (signos) de esa presencia de Dios, no pruebas, como sabe el Evangelio: Jesús nunca “ha probado” algo con milagros, más aún, se ha negado a hacerlo, cuando le han pedido y exigido que los haga. Pero su vida está llena de signos de misterio, para aquellos que saben ver.
c. Si un milagro se probara científicamente no sería milagro, sino que caería (de alguna manera) dentro de la lógica de la ciencia. La buena ciencia sabe que en la vida de los hombres hay cosas y que cambios que no se explican a través de una ciencia de tipo físico (como la medicina clásica), pero eso no significa que ella los considere milagros (en el sentido de acciones que rompen las leyes de la naturaleza), sino que tenemos que ampliar el concepto de naturaleza y de vida humana.
d. No negábamos, pues los milagros, pero pensábamos que ellos no se pueden probar en un plano “científico”, pues tampoco sabemos lo que es la ciencia y lo que podrá ser mañana. Por otra parte, el despliegue de la salud y de la enfermedad de los hombres y mujeres nos sitúa en las mismas fronteras de la ciencia, abriéndonos a elementos y factores que no podemos dominar con los métodos de contabilidad científica actual.
e. Por otra parte, pedirle a Dios “milagros” para probar que un hombre o mujer es santo nos parecía más cercano a las ordalías medievales (de tipo germano) que al estilo bíblico y cristiano de vida. Pensábamos que en este campo la praxis canónica de la Iglesia tiene que cambiar, adaptando el Derecho Canónico al Evangelio (al estilo de vida de Jesús). Estábamos convencidos de que Jesús nunca pediría un milagro de estos que pide el Derecho Canónico actual para canonizar a alguien… Ni siquiera a él le habrían podido canonizar según el Derecho Canónico (pues los “científicos” de entonces, que no eran malas personas, no creyeron en sus milagros… y la resurrección no se puede probar con métodos científicos).
f. Además, no es más milagro la curación “externa” de un enfermo que el hecho de que muera. Más milagro fue la muerte de Jesús en la Cruz que el posible “descenso” de la cruz, por obra de ángeles o seres sobrenaturales (como el mismo Jesús dijo). Pedir (exigir) milagros de curación cuando Dios no “curó” a Jesús de esa manera en la cruz nos parecía poco cristiano. Yo, por mi parte, recordaba la “falta” de milagro en aquel monje santo del que habla Dostoievsky en los Hermanos Karamazov. ¿Qué es más milagro la incorrupción en el sepulcro que el corromperse en un sentido para renacer en otro, como dice San Pablo en un lugar famoso de 1 Cor).
g. Evidentemente, en este contexto no quisimos hablar de “milagros de magia” y de otras formas de posible “manipulación” de la vida… pero recordábamos que toda la tradición cristiana, desde el tiempo de Jesús, conoce bien el tema de la ambigüedad y manipulación de la “milagrería” que puede darse y se da (aunque éste no es el caso en las causas de beatificación y canonización, decíamos)
h. De todas formas, los dos conveníamos (bajo la sonrisa de P. Kaziri) en el valor de la fe, de una fe que se muestra en el hecho de que muchos hombres y mujeres se hayan puesto en manos de Dios a través del “testimonio” algunos santos… Esa fe que cambia la vida que es el verdadero milagro.
2. Una conclusión
Ésta conclusión es sólo mía, no de A. Vázquez, pues no tratamos de ello el otro día. Me gustaría que el Derecho Canónico cambiara esa norma de los “milagros necesarios” para beatificar o canonizar a un santo, pues creo que ella no responde al evangelio ni a “sabiduría humana”.
Si se quiere conservar el término “milagro” habría que darle otro sentido, otros matices, en la línea del cambio personal y de la apertura de horizontes humanos, ante el misterio de Dios, ante el don de la vida, tal como descubrimos en el Evangelio de Jesús. Necesitamos y queremos “milagros”, pero en otro sentido, no para “probar algo” (si uno es santo o no), sino para superar el plano de las “pruebas”, penetrando en el ámbito de la gracia, de la felicidad de Dios, del don de la vida.
3. Un libro…
Al acabar la conversación, alguien nos dijo que lo que decíamos era “bonito” y podía ser cierto, pero que no todos convenían en ello. Que quizá nos convenía leer un libro que acaba de salir… y que a continuación voy a citar. Lo he leído, pero no me ha hecho cambiar de opinión, aunque tiene muchas cosas buenas…por las que lo recomiendo a todos los lectores de mi blog. Uno de sus autores (Martín de la Hoz) es de la Prelatura del Opus Dei), el otro (Quintana B.) es promotor de las causas de beatificación y canonización en la diócesis de Madrid. Han hecho un buen estudio, que me ha enseñado mucho, aunque no me ha convencido. (Ojo, lo que sigue no es mío, sino que forma parte del cuadernillo de propaganda de la Editorial Desclée de B. a la que agradezco el hecho de haber publicado ese libro):
José Carlos MARTÍN DE LA HOZ - Ricardo QUINTANA BESCOS , CAUSAS DE CANONIZACIÓN Y MILAGROS (Desclée de Brouwer, Bilbao 2008)

COMENTARIO:
En el siglo XXI parece muy atrevido hablar de milagros. Precisamente en un momento en el que el desarrollo de la ciencia y de la técnica parece explicarlo todo, resulta aventurado pronunciar la palabra milagro. Ante una curación inexplicable o una respuesta de Dios a una petición extraordinaria de los hombres, siempre aparece el racionalista que todos llevamos dentro: ¿Será una sugestión? ¿Es verdad?
La realidad es que Jesucristo, hace ya 2.000 años, pedía fe como requisito previo para obrar cualquier milagro. Hace falta fe para captar el hecho extraordinario como milagro. En cualquier caso, Dios sigue obrando milagros, como atestiguan los procesos de canonización y el testimonio de tantos hombres y mujeres del mundo entero. Dios sigue actuando en la Historia, está entre nosotros.
Los Evangelios están llenos de milagros, las vidas de los santos y la historia de la Iglesia muestran que los milagros se han seguido produciendo a través de los tiempos. También es claro que la Comunión de los Santos sigue actuando hoy como ayer. Los Santos, desde el cielo, son nuestros modelos e intercesores delante de Dios.
Pero ¿qué es exactamente un milagro? ¿Qué dice la ciencia acerca de los milagros? ¿En qué se diferencia un milagro de un favor o de una gracia? ¿Por qué la Iglesia pide un milagro para la beatificación de un Siervo de Dios y otro para su canonización? En este libro se encuentran respuestas a esos interrogantes y datos fundamentales para sostenerlas.