Tres religiones y una paz en Palestina y en el mundo (/ 3).
Para que pueda triunfar y abrirse a todo el mundo una esperanza o utopía de reconciliación universal deben superarse las ideología y prácticas particulares de las religiones.
Hay que potenciar un cristianismo que no triunfe como cristiandad, un judaísmo que no imponga su proyecto nacional y un islam que no aplique a los demás su forma de entender el sometimiento divino.
| Xabier Pikaza
![Monoteísmo y globalización](https://verbodivino.es/documentos/libros/441.jpg)
- NO HAY PAZ SIN JUSTICIA ECONÓMICA
La razón última de la guerra de Gaza es económica, no religioso. En esto concuerda el programa judío de Amós e Isaías, lo mismo que el Sermón de la montaña de Jesús y el primer mensaje Mahoma en la Meca.
No puede haber paz donde hombres y pueblos quieren dominar el mundo por dinero. No se trata de abandonar las religiones, sino las implicaciones económica de ciertas ideologías religiosas, llegando a la raíz de la religión como experiencia de fe en la vida, en el Dios de la gratuidad, en la fe de unos en otros. Es necesario que los creyentes particulares abandonen sus presupuestos de tipo impositivo y empiecen descubriéndose como humanos, para ahondar así en sus experiencias específicas, de tipo profético y místico (es decir, social y personal).
En este sentido, el camino de la democracia, iniciado en occidente, marca el comienzo de un futuro esperanzador para que las religiones puedan descubrir su más honda verdad. Pero ha de ser una democracia que cree en el diálogo y lo mantiene en forma radical, una democracia que no se impone por dinero ni violencia. En esa línea, la política y la vida social deben convertirse en espacio de diálogo igualitario, sin que existan posiciones de ventaja de unos o de otros.
2. NO HAY PAZ SI LO PRIMERO NO ES EL BIEN CONCRETO DE LAS PERSONAS, HOMBRES Y MUJERES SON LO PRIMERO
Eso sólo será posible superando el estilo de vida y cultura que pone los hombres al servicio de la riqueza, tanto en versión occidental como en la versión de los llamados “petro‒dólares” de ciertos países musulmanes, que se dicen signos de fraternidad y son portadores de una durísima imposición política, religiosa y económica.
En ese nivel hay que ofrecer impulsos y posibilidades de vida (de una economía digna) a los grupos económicamente menos desarrollados, poniendo en marcha procesos que lleven diálogo gratuito entre los pueblos, en gesto de nueva confianza o hermandad entre hombres y grupos. Han de caer las fronteras económicas injustas, han de encontrarse medios de cooperación igualitaria entre los grupos humanos, superando una ideología y práctica de imposición, de rechazo, de segregación..
Eso implica un tipo de “fe” en la comunicación gratuita, a favor de todos, es decir, una fe en el diálogo mutuo en cuanto tal, sin ventajas de unos sobre otros. Vivimos en un mundo donde los pequeños grupos dialogan y discuten (luchan) en espacios cerrados, al servicio del triunfo de los propios intereses. En este momento, volviendo a las raíces del auténtico judaísmo, al mensaje y al de auténtico Mahoma es necesario suscitar cauces de cooperación económica (comunicación de bienes), social (colaboración entre los diversos grupos) e ideológica (compartiendo la palabra, las creencias).
Para ello han de romperse muchísimas barreras sociales y nacionales. Es necesario que desaparezcan los mesianismos histórico/políticos de un grupo o de otro (sean judíos o musulmanes, sean cristianos o amarillos); no deben existir naciones elegidas, ni iglesias, ni ummas o pueblos sagrados (de buenos y sabios...), ni estados políticos, ni ideología de mercado y capital.
Habrá que inventar para ello un nuevo tipo de Estado, al servicio de la humanidad, habrá que reformar y/o reinventar la religiones, no en un plano de “mínimo denominador común”, sino de máximo denominador de servicio mutuo, en línea de paz.
3. PARADOJA JUDIA
Para lograr la paz integral ello, los judíos deberán renunciar a su nacionalismo político/sacral (con este tipo de Estado “mesiánico” de Israel) para hacerse de verdad fermento mesiánico de universalidad, como supo y dijo el profeta Amós en el siglo VIII a. C, cuando condenó a los filisteos de Gaza y a los judíos de Jerusalén porque en el fondo compraban y vendían a los hombres por dinero (Am 1-2).
Los mismos judíos que han vivido diecinueve siglos sin tierra ni estado propio (del 70 al 1948 d.C.), siendo muchas veces perseguidos, especialmente en la shoa nazi (del 1939 al 1945), han conseguido crear (¿recrear?) su propio Estado particular en Palestina. En esta perspectiva, algunos que suelen llamarse sionistas creen que es preciso defender el estado de Israel, para que actúe como signo de esperanza y reconciliación humana en todo el mundo (especialmente en el oriente medio). Evidentemente, Palestina es para ellos un signo religioso, una tierra que el mismo Dios les ha ofrecido, de manera que ellos imponerse y defenderla por las armas, en un contexto de máxima violencia, creando así una nación de puros, separados y distintos[1].
Esta es la gran paradoja israelita. Los judíos han sido por siglos un pueblo paria, en el sentido que Max Weber daba a ese término, al menos dentro de occidente. Pues bien, su misma condición de grupo minoritario y sometido les había impulsado a desarrollar una inmensa labor económica y cultural, como germen de una deseada universalidad futura; en esa línea, ellos han alimentado muchos ideales de revolución social de globalización en los siglos XIX y XX. Pero a través del moderno Estado de Israel ellos corren el riesgo de alimentar un durísimo particularismo.
4. MISIÓN Y PARADOJA CRISTIANA
Los cristianos deben renunciar a una pretensión de superioridad, rechazando su vinculación pasada con el poder colonial. De un modo directo o indirecto, los países cristianos de occidente han expandido sus imperios coloniales y han dominado por un tiempo sobre el mundo, unidos al poder de los estados y a su economía dominante.
En esa línea, las iglesias de occidente han de superar esos esquemas de dominio y superioridad, rechazando el modelo de poder que se ha vinculado a ellas. Sólo la creación de auténticas comunidades mesiánicas, al servicio de la reconciliación universal, puede ser fermento de concordia y humanización.
Ésta es una expansión paradójica que se consigue únicamente abandonando el deseo de triunfo. Sólo cuando la lógica de la imposición desaparece, sólo cuando el mismo cristianismo está dispuesto a morir (en cuanto grupo aparte) puede expandirse su verdad, es decir, la verdad del ser humano como capaz de dar la vida, de crear comunidad a partir del servicio de amor (de la cruz).
El cristianismo ha de convertirse en comunidad mundial, es decir, humana,UNA experiencia de comunión para todos los pueblos y culturas, es decir, para todas las religiones, para judíos y árabes, para chinos e hindúes, para africanos y europeos. En ese sentido, el triunfo del cristianismo se identifica con el triunfo de la humanidad sin más, es decir, de la comunicación universal.
Ésta es la intención fundamental, pero, a través de una contaminación “imperial” que resulta lógica (aunque contraria a su verdad más honda), la Iglesia cristiana ha tomado a veces, tras la paz de Constantino (a partir del siglo IV d.C.), unos rasgos imperiales, identificándose con el poder establecido, en formas distintas pero convergentes, tanto en oriente como en occidente, tanto en línea católica como protestante.
De esa forma ha nacido un nacional-cristianismo de tipo occidental (ortodoxo y latino, alemán y anglosajón…), que ha tenido valores históricos y culturales, pero que no responde a la inspiración original del evangelio. Ése es el cristianismo que ha triunfado, pero ahora (a principios del siglo XXI) se encuentra en profunda crisis. En este contexto se puede hablar de una paradoja cristiana, vinculada a la presencia y acción de la Iglesia cristiana en los países del occidente europeo y a los Estados Unidos de América.
La Iglesia asumió las formas de organización política del imperio romano y convirtió a los representantes del evangelio en "jerarquía", asumiendo modelos de autoridad sagrada propios del Templo de Jerusalén y del mundo Greco-Romano que Jesús había superado. Eso hizo posible que empezará a utilizar su autoridad social y militar para imponerse y defenderse, contra disidentes interiores y "paganos" exteriores (musulmanes), contra judíos y herejes, apelando para ello a un tipo de honor y de doctrina que Jesús había rechaza (pureza social, dinero, espada).
De esa forma, un tipo de cristianismo se ha vuelto violento, no sólo en sus manifestaciones más duras (cruzadas e inquisiciones), sino por su unión con los estados nacionales, lo que ha permitido vincular la cruz con la espada (y con el denario) en la evangelización de gran parte del mundo.
5. MISION Y PARADOJA MUSULMANA
‒ Los musulmanes deben renunciar a un tipo de ideología impositivo, vinculada a la expansión dominadora del islam (entendida como religión originaria, la única verdadera) y al establecimiento de la Umma o comunidad de los creyentes por medio de una “violencia sagrada” de tipo social.
El modelo venerable de Mahoma tomando la Meca por la fuerza (año 630) debe ser relativizado y superado, a favor del Islam originario, con su llamada a la fe y a la unión de la comunidad, desde los más pobres de la Meca (conforme a las más honda suras mecanas). En el fondo cierto slam actual sigue habiendo un tipo de presión violenta: no hay verdadera separación entre el plano religioso y social (y político). Sólo cuando el Islam renuncie a un tipo de triunfo político podrá ser influyente de verdad en un plano social.
En los últimos siglos, muchos musulmanes se han sentido amenazados por un tipo de política y religión que ellos vinculan a los cristianos: varios países de mayoría islámica fueron colonizados entre el siglo XVIII y XX; la mayoría siguen siendo pobres y se sienten dominados por la cultura y organización del sistema neo-liberal, que ellos interpretan como propio del cristianismo de occidente. Algunos se han dejado vencer por la inquietud (por el temor de que la marea de occidente les destruye) y, asumiendo interpretaciones extremas del Libro (Corán) y tradiciones de la 'guerra santa', se han sentido llamados a proclamarla. Otros están dispuestos a iniciar una guerra santa contra las pretensiones imperialistas, ateas y opresoras del mundo occidental.
El sentimiento de fracaso ante el sistema ilustrado de la modernidad, la humillación colonial y la situación de pobreza, hace que algunos musulmanes busquen la seguridad en una guerra santa, dirigida por líderes violentos en contra del sistema occidental (que muchos de ellos ven como judeo-cristiano). Ésta es su gran paradoja.
En principio, los musulmanes quieren respetar a los creyentes de las religiones del Libro (judíos, cristianos) y piensan que sólo pueden convertir por fuerza a los paganos. Pero allí donde ellos son mayoría procuran adueñarse de los resortes de la administración judicial, política y económica (como lo pide su misma sari'a), para así ofrecer a todos los humanos la "plenitud sagrada", que consiste en el sometimiento a Dios, en la forma musulmana. En ese aspecto, en el fondo del islam sigue habiendo un tipo de presión violenta, sin verdadera separación entre el plano religioso y social (y político). Por eso los mismos estados musulmanes se sienten obligados a proteger y expandir las normas de la vida musulmana, queriendo que la globalización del mundo de la vida (la construcción de la Umma) se realice a través de la sharía o ley musulmana.
Desde nuestra perspectiva cristiana, sería conveniente recrear el Islam, de manera que la Hégira se adapte a las nuevas condiciones de la humanidad y, de un modo aún más hondo, a la experiencia fundante del Dios de Mahoma, en dialogo con judíos y cristianos. Sería importante separar el Islam de la ciudad concreta de la Meca, de manera que los creyentes puedan descubrir a Dios en todos los lugares de la tierra, en todas las comunidades de los hombres, en gesto de reconciliación universal. Pero es claro que ese proceso de recreación lo han de realizar los mismos musulmanes, aunque los demás, judíos y cristianos, les podemos acompañar, asumiendo también una tarea paralela y convergente de refundación de nuestras tradiciones.
Hay que superar en un sentido todas las ideologías, para que pueda triunfar y abrirse a todo el mundo una esperanza o utopía creadora de reconciliación universal. En esa perspectiva hay que apelar al mensaje de Jesús, indicando que su triunfo es todo lo contrario a la imposición. De esa forma hay que evocar un cristianismo que no quiere triunfar como cristiandad, un cristianismo que no quiere imponerse como victoria de un grupo o de un pueblo, de una clase social o cultural. Los cristianos no buscan el triunfo de un grupo (ni siquiera de su propia iglesia en cuanto tal) sino la fraternidad universal que sólo puede lograrse en esquemas de pobreza y generosidad fraterna, conforma al estilo de la ley de Moisés (como defensa de pobres, huérfanos, viudas y extranjeros)
NOTAS
[1] Otros judíos aceptan y defienden el estado de Israel sólo por sentimiento nacional, sin verdadera creencia religiosa: no hay para ellos Dios (una mayoría de los judíos de Palestina no creen en la existencia personal de Dios), pero hay una tierra sagrada y hay unas tradiciones que merece la pena defender. Ciertamente, los judíos no han creado una misión estricta (en sentido religioso), pero conservan y destacan la obligación nacional de resistir en medio de todos los peligros y contra todos los que quieran aniquilar el estado de Israel o el judaísmo en cualquier lugar del mundo.
[2] El cristianismo parece haber caído en aquello que Jesús había superado. Pero el Nuevo Testamento y el testimonio de la iglesia primitiva permite recuperar y actualizar la vida y pascua de Jesús. Sólo la creación de comunidades mesiánicas no-violentas (sin dinero ni armas), al servicio de la reconciliación universal, pueden ser fermento de concordia y humanización.