La revolución capitalista ha triunfado, pero matando a muchos, por sistema.

Esa “revolución capitalista”, que algunos consideran como el “fin de la historia”, el “no más allá” de los avances humanos (Fukuyama), aparece como heredera de la revolución burguesa (francesa) y se ha expresado de un modo “ejemplar” en USA, presentándose como heredera del Gran Designio Americano de transformación del mundo, y lo ha hecho tan bien que ha integrado en su órbita a los herederos de la revolución marxista. Pero lo ha hecho y lo sigue haciendo con armas de muerte
Puede tratarse de un triunfo pírrico (como las guerras del Pirro de Épiro). En general, los Papas, desde Juan XIII hasta Juan Pablo II, han condenado el capitalismo, a veces con gran fuerza. Pero sigue ahí. Y, de hecho, un socialista agnóstico, como el presidente Zapatero, ha pronunciado su oración/discurso, como tema del Deuteronomio, en una sede “ejemplar” del más duro capitalismo religioso americano. Ironías de la vida, pero la foto con Obama bien vale una misa.

El hambre es el primero de los conocimientos…
Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola
(El hambre, en El hombre acecha, Obras completas, Losada, Buenos Aires 1976, 326-327.
El capitalismo ha organizado la producción y ha logrado producir bienes de consumo en abundancia, pero ha condenado al hambre y a la muerte a millones de personas, pues ha dado más valor abundancia y posesión de bienes económicos, en forma de sistema, que a la vida de los hombres. No necesita matar con violencia directa (aunque los ejércitos que están a su servicio lo hacen), pero condena al hambre y muerte a millones de personas, suscitando además reacciones “terroristas”.
Por favor, tómense las dos imágenes con un poco de humor... sobre todo la segunda, por si alguien quiere explicarla: abajo los que trabajan, arriba, por orden ascendente, los que comen por todos, los militares, los ideólogos... y los jefes.... y encima de todo la bolsa de dinero, el Dios del mundo. Ese es el tema... y los de abajo a mover la rueda, para que dinero sea dinero.
Violencia capitalista y robo
El motivo básico de legitimación de la violencia en occidente es la defensa del sistema capitalista, que dice buscar la libertad de los ciudadanos, pero que de hecho es causa de hambre y muerte para muchísimas personas. Sin duda, el hambre puede ser un dato “natural”: se relaciona con la escasez de bienes materiales y con otros fenómenos cósmicos (tempestad o sequía, fuego o terremoto). Pero en nuestro tiempo es un fenómeno social y está relacionada con más que el puro pan material; ella deriva de la mala distribución de los medios económicos, es decir, de la violencia humana.
Los occidentales hemos aprendido a producir, pero no queremos compartir. De esa forma, en general, ponemos la vida (y sobre todo la vida de los otros) al servicio de una economía planificada, de manera que el Capital se convierta en dios verdadero (como indicó hace tiempo Marx y como han visto gran parte de los antropólogos posteriores). Pues bien, desde el momento en que ha optado por el capitalismo, y quiere ponerlo como base de su economía, el sistema occidental legitima de hecho toda la violencia que sea necesaria para defensa de su economía sagrada.
Para proteger nuestro sistema de producción y mercado necesitamos la espada, declarándola "legítima", porque es nuestra y porque defiende nuestro modelo de vida, frente a la espada de otros que declaramos ilegítima y tachamos de terrorista.
Sin duda, puede haber pobreza sin injusticia social, en un entorno que no produce medios de vida suficientes. Pero en la actualidad, dentro de un mundo unificado, en una situación donde una minoría (en gran parte de occidente) produce y consume bienes en exceso, mientras una mayoría pasa hambre, la pobreza puede interpretarse como injusticia o pecado, pues está vinculada a la riqueza de otros. Pues bien, este derroche de riqueza dentro de un mundo de pobres sólo puede mantenerse con violencia.
Derechos humano, pero con hambre y muerte ¿son derechos?
Ciertamente, a partir de la Revolución Francesa, la filosofía social de occidente, inspiradora de su política social, se ha comprometido a garantizar los derechos humanos, no solo de tipo formal (libertad de ideas y religión), sino también unos derechos materiales, vinculados a la vida (vivienda, desarrollo personal, comida) de los ciudadanos. Pero esos derechos tiende a quedar vacíos para la mayoría de la población del mundo, pues el mismo sistema, en su forma capitalista, impide que se cumplan. El sistema sabe organizar y producir, pero no sabe o no quiere compartir lo producido, condenando al hambre a millones de personas y creando de esa forma una doble violencia: la de aquellos que defienden con la espada lo que tienen; y la de aquellos que lo quieren arrebatar, empleando también quizá otro tipo de espada.
Empleando un símbolo cristiano, podemos hablar la «Trinidad» que forman Capital–Empresa–Mercado. Nuestra sociedad tiene libertad para decir que adora a otros dioses, pero en realidad su Dios es el sistema económico, como ha destacado R. PETRELLA, «Le Dieu du capital mondial»: Où va Dieu?, Revue de l’Univ. de Bruxelles 1999, 1, 189-204. Pues bien, ese sistema acaba siendo contradictorio: promete y ofrece amplia libertad formal a los pobres, pero no les deja desplegarla, pues sus estructuras económico-sociales se lo impiden, dejándoles fuera de los cauces privilegiados de la producción y consumo (cauces vinculados a la clase social dominante). Por eso, muchos pobres se encuentran condenados a morir en silencio, expulsados de la gran ciudad del bienestar, sin más remedio que buscar unas relaciones y valores (desvalores) al margen de la autoridad dominante, que les considera vagos y/o violentos (¡no quieren trabajar para ella! ¡no pueden trabajar!) o quizá enfermos, añadiendo que se debería obligarles al trabajo o someterles a vigilancia policial o sanitaria.
Hambre y capitalismo
Pues bien, desde ese fondo afirmamos que el hambre constituye la primera y más fuerte de las violencias humanas legitimadas por la estructura actual del sistema, que mata cada día a miles de personas (en torno a 40.000, según los cálculos), en un mundo bien pequeño donde, a cuatro o cinco horas de avión (o a cien metros de camino), sobran alimentos que se dilapidan y consumen de forma innecesaria y/o lujosa, defendidos por las armas de sus dueños que veces, simbólicamente, para acallar su conciencia, realizan gestos magnánimos de perdón de las deudas y de ayuda a los damnificados de las grandes catástrofes.
Lógicamente, una situación de injusticia estructural masiva constituye un estado de guerra, que en principio no es militar, pero que causa más muertos que todas las guerras juntas de la historia. Es normal que esta situación suscite movimientos de ruptura y violencia (a veces de terror) a los que el sistema suele responder reforzando su seguridad económica y militar. El evangelio conoce esa dinámica cuando supone que allí donde hay tesoros escondidos (protegidos) surgen siempre ladrones, dentro de un mundo lleno de enfrentamientos personales y sociales (cf. Mt 6, 19-21).
Siempre ha habido pobres (como decía Mc 14, 7), pero muchas sociedades antiguas habían creado equilibrios de racionalidad y participación, al menos dentro de ciertos límites (tribus y naciones), como podía suceder en el Israel, al menos conforme a la ley del jubileo y reparto igualitario de los bienes cada siete y/o cada cuarenta y nueve años. Pues bien, gran parte de esos equilibrios, vinculados a tradiciones que suelen considerarse desfasadas y confusas, se han roto (como se han roto y han desparecido muchos grupos culturales) y así ha comenzado a expandirse una economía mundial, que formalmente ofrece a todos las mismas oportunidades, pero que de hecho expulsa a los más débiles y/o les pone en manos de los triunfadores, de manera que aumenta de forma escandalosa el número de hambrientos.
Ese sistema constituye la "religión" de nuestro tiempo: el capital es Dios y la empresa es su Cristo (con el Espíritu santo como "alma" del mercado). Nos hallamos en manos de un tipo de globalización económica, que funciona como gran maremoto arrasador, que se extiende por todos los mares y playas del mundo. Los viejos refugios de concordia, quizá cerrados en sí mismos y a veces poco solidarios con el resto de la población del mundo, se rompen, de manera que empieza a extenderse un tipo de desolación universal (un gran mar de hambrientos) rodeando los muros del castillo del capitalismo, donde algunos gozan de su situación privilegiada, mientras el resto de la población padece. Por eso, los que defienden sin más (en teoría y/o práctica) el sistema del capitalismo están legitimando su violencia, aunque quizá no lo sepan ni quieran saberlo.
Por mantener al Sol de su fe mataban los aztecas, para defender al Dios de su iglesia luchaban los medievales, para defensa y extensión del capital-Dios se hacen hoy las guerras de tipo militar o social (pagadas por el mismo capital). Este es el mayor riesgo de occidente: allí donde Dios "mamona" (cf. Mt 6, 24) y la religión es capitalismo está en riesgo la misma vida humana.
1. El capitalismo es una estructura legitimadora de violencia,
como sabía ya M. Weber (por no decir K. Marx), cuando le presentaba como una “caja de hierro” que encierra y cautiva a los hombres. (Cf. M. WEBER, El político y el científico, Alianza, Madrid 1992) .El mismo Jesús había dicho (cf. Mt 6, 24 par) que no podemos servir a Dios y al capital (=mamona) convertido en principio rector de la historia. Esclavos del sistema mundial capitalista nos hemos vuelto de alguna forma todos, pero quienes más lo sufren son los marginados y excluidos, casi una mitad de la población mundial, condenada "legalmente" al hambre y opresión (incluso a la muerte), por una economía pensada y dirigida para generar riquezas, no para compartirlas o crear espacios de comunicación universal.
Esa violencia del sistema tiende a volverse invisible, de manera que es difícil rebelarse contra ella y combatirla, si no estamos muy atentos, porque se presenta y propaga como salvadora, conforme al mecanismo del Chivo Emisario (que hemos estudiado en el capítulo anterior, partiendo de Lev 16). El capitalismo genera un discurso que parece antiviolento (quiere la libertad de mercado), pero, de hecho, genera violencia y la legitima.
2. Esa legitimación se expande en un tipo de trabajo violento, por imposición o privación.
Sin duda, el capitalismo ha permitido superar en muchos lugares un tipo de economía agrícola de subsistencia, creando buenos puestos de trabajo para hombres y mujeres libres y prometiendo extender sus beneficios a todos aquellos que acepten su sistema. Pero, de hecho, ha condenado a millones de personas (sobre todo a mujeres y niños) a un trabajo indigno, vendidos a las multinacionales de la agricultura o minería, de la industria o del servicio doméstico (y de la prostitución), en condiciones de neo-esclavitud o cautiverio.
Al mismo tiempo, que muchos (a veces grandes mayorías) padezcan bajo el riesgo contrario, que es la falta de trabajo, el paro crónico, pues el sistema no necesita que trabajen, ni les quiere para su despliegue económico y social, de manera que estos "nuevos proletarios" sin trabajo "oficial" quedan sin garantías de vida en un mundo donde su aportación personal y su existencia no importan, hacinados en ciudades de miseria donde no encuentran trabajo, ni pueden sustraerse de hecho a las peores condiciones de falta de cultura y agresividad social que desembocan normalmente en la cárcel, creando así círculos insalvables de violencia.
Ciertamente, el capitalismo liberal tiene valores (ha creado riquezas, ha promovido transformaciones), pero puede pervertirse y se pervierte allí donde, haciéndose salvador (=divino), condena como perversos (terroristas) a quienes se oponen a sus "libertades selectivas". De esa forma legitima de hecho su violencia y muchos hombres tienen que venderse, vendiendo su trabajo, para sobrevivir como cautivos del sistema.
Esta situación no es algo natural o irremediable, sino que brota de la estructura económica del sistema capitalista, que ha concentrado la producción de las grandes empresas en algunos lugares y para algunos privilegiados, abandonando a su suerte a gran parte de la población de los países “menos desarrollados” de África o Asía (y a las bolsas de pobreza de los países más ricos). Ciertamente, esa falta de trabajo no es violenta en sentido militar, pero lo es en un sentido humano, pues suscita ghettos de fuerte opresión y crueldad, que se vuelven hervideros de violencia.
3. Parece que hemos llegado a una situación de no-retorno,
de manera que siguiendo en esa línea podemos destruirnos todos, si no invertimos la marcha del camino. La legitimación capitalista suscita una contra-legitimación (a la que se acusa de violenta), provocando una dialéctica de acciones y reacciones que pueden llevarnos a la destrucción mundial (como seguiremos indicando). Vivimos en una sociedad competitiva donde los incentivos del consumo excitan el deseo de muchos hombres y mujeres, que no pueden conseguir lo que quieren (ni lo que necesitan para subsistir), a no ser por un nuevo tipo de violencia que a la larga tampoco resuelve los problemas. En ese contexto podemos hablar de dos robos.
1. La riqueza del sistema capitalista es producto de organización y trabajo, de ciencia y administración, pero también es consecuencia de un robo organizado de aquellos que lo administran a su servicio, apoderándose de unas tierras y bienes que son de todos y explotando de un modo especial a los países del tercer mundo.
2. El segundo robo es de aquellos que quieren apoderarse de las riquezas del sistema por la fuerza. Unos tiemblan bajo el miedo de ser robados, en mansiones, moradas o estados policiales cada vez más sofisticados (incluso con armas atómicas). Otras buscan formas nuevas de robar y/o destruir, pudiendo emplear bombas mortales para ello (como en el atentado del 11 de septiembre del 2001). Necesitamos cada vez más violencia "oficial" (ejércitos mejores, mejores policías) para defendernos; pero, al mismo tiempo, parecemos cada vez más desprotegidos. Es como si viviéramos sobre una bomba.
Lógicamente, en muchos lugares se ha creado una conciencia fuerte de inseguridad y violencia. En este contexto surgen, por un lado, las asociaciones de violencia, sobre todo de jóvenes sin referencias familiares o sociales y, por otro lado, las mafias económicas, que suelen actuar como grupos desarmados, pero violentos, que buscan su propio enriquecimiento con métodos muchas veces delictivos. Algunas de esas bandas parecen legales, e incluso pueden presentarse como buenas, pero la mayoría desembocan en gestos de violencia social e, incluso, militar o para-militar.
La situación es dura, pero hay una esperanza: la misma Ilustración, que con el cristianismo sigue latiendo al fondo del sistema, contiene ideales de racionalidad no-violenta que podrían llevarnos a superar la violencia estructural del mismo sistema y de sus oponentes. Son muchos los que saben que más allá del Dios-Capital se encuentra la verdad y libertad del hombre. Para que sean más quienes tengan conciencia de ello es preciso que occidente vuelva a descubrir sus raíces liberales y cristianas, superando el sistema capitalista, como seguiremos indicando.