V Escuela de Formación EFFA Escuela EFFA: No se trata de aguardar ante la red parados

Sino de llevar al mundo el bautismo de Cristo

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Una iglesia que bautiza a los niños pero no ofrece espacio en su vida a los huérfanos-viudas-extranjeros (Mt 25, 31-46), no es cristiana... Una iglesia que aguarda ante su red (con una estructura ya hecha) a los que quizá vengan.... podrá ser una buena sociedad de méritos y honores "religiosos", pero no es la comunidad de Cristo.

V Jornadas EFFA .  Sacramentos y renovación de la iglesia:   más allá de magia y mito

Viernes, 27 de septiembre 

17:30 – 19:00   Charla con Fray Marcos “El universo simbólico del ser humano” y turno de preguntas.

19:20 – 20:50       Charla con Fray Marcos “Los sacramentos, signos de profundidad humana” y turno de preguntas. 

Sábado, 28 de septiembre

10:00 – 11:20           Conferencia de Isabel Gómez-Acebo sobre: “La modernización de la Iglesia” y turno de preguntas. 

12:15 – 13:45           Conferencia de Isabel Gómez-Acebo sobre: “La renovación de la iglesia vista con ojos de mujer” y preguntas. 

16:30 – 18:30           Mesa redonda: “Qué iglesia soñamos”. Se tratarán al menos estos cuatro temas (renovación litúrgica, el papel de la mujer en la Iglesia, el divorcio y el matrimonio homosexual) y contaremos con ponentes expertos en cada materia, cuyos nombres están pendientes de confirmación. 

19:30  - 20:45           Celebración comunitaria de la fracción del pan 

Domingo, 29 de septiembre

10:00 – 11:20           Conferencia de Xabier Pikaza con el título “Bautismo y eucaristía en los albores del cristianismo” y preguntas.

12:15 – 13:45           Conferencia de Xabier Pikaza con el título “Los ministerios cristianos: orígenes y desviaciones a lo largo de la historia” y turno de preguntas. 

Casa de Espiritualidad "Santa María" -Institución Javeriana C/ Navalonguilla, 10, 28260 Galapagar  91 858 44 14 / 620 060 175 - smariagalapagar@planalfa.es

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Tanto el portal FE ADULTA (https://www.feadulta.com/es/) como su Escuela de Formación on line están ofreciendo un programa de vida y de misión cristiana que se extiende no sólo por España, sino por todos los países de lengua española, de forma intensa, abierta a los problemas principales de la vida y al impulso del evangelio

  Es una Escuela abierta desde la base, dirigida por Inmaculada y Goretti, desde abajo, es decir, desde la vida, sin instituciones jerárquicas de oficio, sin grandes super-estructuras, como la misma vida de Jesús. A partir de hoy nos reunimos una serie de amigos y comprometidos, directamente en red, para que todos puedan abrir su PC y estar con nosotros.

Ediciones FeAdulta

 A mí me ha tocado (me tocará el domingo) el tema de los dos signos iniciales de la vida cristiana (bautismo, eucaristía) y la tarea de los comprometidos en la marcha del evangelio, que no estén, que no estemos parados como estatuas ante la red, sino que vayamos, estemos...

TEMA CENTRAL, EL BAUTISMO

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   Quiero hoy insistir en el bautismo, mirado desde Roma y Amazonia, en este momento clave del envío misionero de la Iglesia.

Algunos, digo, están parados, ante una red dorada, vestidos de siglos de historia, por si algún pez se acerca y entra... No quieren arriesgar nada, tienen su red hecha, son rederos de un evangelio detenido en sus buenas estructuras y condecoraciones..

Hay otros que quieren salir, explorar... Llevan su red a cuestas, ellos mismos son red,  es decir, comunión de amor, espacio de escucha y diálogo, en Amazonia o Roma y Alemania... Van para bautizar, ofrecer el agua y vida de Jesús. Este es, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia.

  1. ¿Debe hoy la iglesia  bautizar, garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad, sobre toda Ley? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida? No lo sé, no estoy seguro. Pero lo que sé es que una parte del occidente cristiano está dejando de bautizar a los niños, pues no le dice ya casi nada un tipo de bautismo. 
  2. Lo que importa es ir, aprender, compartir, dialogar, con la red de la vida en amor, para ofrecer un bautismo verdadero... El bautismo del nacimiento en Cristo. Esta es la tarea que quiero poner de relieve en el curso de EFFA,  como indican las reflexiones que sigue.

TEMA DE FONDO PARA LA ESCUELA EFFA.  BATISMO, NACIMIENTO CRISTIANO

 Las casas de los judíos puros (ricos) tenían piscinas purificatorias (miqvot), para "limpiarse" a través de bautismos rituales. Los esenios de Qumrán se bautizaban al menos una vez al día, para la comida pura (cf. 1Q 5, 11-14). Había también hemero-bautistas, como Bano, que se purificaban cada día (incluso varias veces), para estar limpios ante Dios, compartiendo la pureza del principio de la creación. En aquel tiempo había surgido además la figura y mensaje de Juan Bautista, que anunciaba e impartir un bautismo, para purificación de los pecados (cf. cap 13‒14)[1].

            Pues bien, en un momento dado, Jesús fue a bautizarse, haciéndose discípulo de Juan. Abandonó la familia, dejó el trabajo como tekton (obrero de la construcción) y se integró en una poderosa “escuela bautismal”   Superando así la cultura social del entorno, pensó que el orden socio‒sacral de este mundo acaba, y que todo termina con un juicio de Dios, que hará posible la nueva entrada de los verdaderos israelitas, que cruzarán el Jordán, como en tiempos de Josué (cf. Jos 1-6) y podrán vivir en la Tierra Prometida. En ese contexto se inscribe su bautismo, con su gran novedad:

  Y sucedió entonces que llegó Jesús, de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido (Mc 1, 9-11).

Bautismo de Jesús. Tú eres mi Hijo

 Fue un gesto y momento de “estado naciente”, que marcó la historia de su vida, trazando una ruptura respecto a lo anterior y definiendo su nueva opción mesiánico‒profético al servicio del Reino. Éste fue un gesto que se define por tres rasgos principales: 

1. Nacer de Dios, Dios es mi Padre‒madre. Fue un acontecimiento de iniciación y promesa mesiánica. Así lo ha destacado la tradición cristiana cuando afirma que vio los cielos abiertos y escuchó la voz de Dios Padre diciéndole ¡tú eres mi Hijo! y confiándole su tarea creadora y/o salvadora (¡ofreciéndole su Espíritu!). Ciertamente, esa escena (cf. Mc 1, 9-11 par.), ha sido recreada desde la vida posterior de la Iglesia, pero en su fondo hay un núcleo fiable, que anticipa la acción posterior de Jesús, vinculada a la promesa del Hijo de David: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7, 14), tal como ha sido proclamada por Sal 2, 7: “Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado”.

Cambio personal, experiencia de inversión, cumplimiento profético y revelación mesiánica. A través de esa experiencia vino a revelarse un Dios que actúa a contrapelo de los hombres. Precisamente allí donde, llegando al fin de su mensaje apocalíptico, Juan Bautista le había colocado ante la meta de juicio y destrucción, experimentó y descubrió Jesús la verdad más alta de su misión, redescubriendo su vocación davídica, como impulso y llamada mesiánica de Reino, como si aquello que Juan anunciaba se hubiera cumplido, de tal forma que allí donde todo había terminado (ha llegado el juicio) vino a comenzar de otra manera todo, en línea de vida y no de muerte. [2].

Vocación filial de Reino. No ha sido un proceso racional en plano objetivo, algo que se puede demostrar por argumentos, sino una “intuición” vital, que ha trasformado las coordenadas de su imaginación y de su voluntad, su forma de estar en el mundo y su decisión de transformarlo. En ese sentido decimos que ha sido una “vocación”, una llamada que Jesús ha “recibido” y acogido en lo más profundo de su ser. En un momento crucial de su vida Jesús ha escuchado la voz de Dios que le llama Hijo y ha sentido la experiencia del Espíritu, ofreciéndole su tarea de Reino.

 Es difícil trazar suposiciones de tipo psicológico, pero es evidente que, recibiendo el bautismo, Jesús vino a vincularse con los “pecadores” de su pueblo, con su carga de trabajo y/o falta de trabajo, como tekton, artesano galileo (Mc 6,1‒5), en una sociedad que se desintegraba. Venía a bautizarse para asumir el camino de Juan, quizá para “despedirse” del Dios de las promesas fracasadas, como Elías sobre el Horeb (1 Rey 19; cf. cap. 13). Pero el Dios de su fe más profunda, vinculada a su tradición familiar mesiánica, el Dios de sus deseos más hondos, le salió al encuentro tras el agua, en la brisa del Espíritu, para engendrarle en novedad y confiarle su tarea. Aquel fue el momento y lugar de su verdad, su verdadero nacimiento.

Escuchó una voz que decía: ¡Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido! Diciendo eso, Dios se revela a Jesús como Padre (en su más honda verdad) y le constituye como Hijo, en gesto de nueva creación, es decir, de una creación más alta, de manera que podemos verle desde entonces como un renacido. Antes de toda acción humana está la voz del Padre que le instaura (engendra) como ¡Hijo! en palabra que retoma las de Gen 1‒2. En el principio del Génesis, Dios creaba las cosas fuera de sí, Jesús descubre ahora que Dios le engendra dentro: Le llama (y le hace ser) desde el fondo de su entraña, no desde fuera, instituyendo así la nueva identidad cristiana. La primera voz del Cielo (de Dios) no es ya Soy el que soy, Yahvé; (cf. Ex 3, 14 9), sino la afirmación engendradora del que sale de sí y suscita al otro, diciéndole ¡Tú eres!

 Esta ha sido una palabra radicalmente histórica que Jesús ha escuchado en el Jordán, saliendo del agua, en un momento clave de su vida. Pero ha sido, a la vez, una palabra divina originaria, pues dice a los hombres que ellos forman parte de la entraña de Dios. De esa forma, en el mismo centro de nuestra vida emerge y se despliega por Jesús la historia fundante de Dios, que es haciendo que seamos. En el origen no está un Yo-Soy, planeando por encima de las cosas, ni la voz del hombre, que suplica desde el fondo de su soledad (como Job o el Qohelet: cf. cap. 11) sino la Palabra (Dios) que dice ¡Tú eres mi hijo querido!, y la respuesta del Hijo (Jesús), Oyente original de esa Palabra[3].

Bautismo cristiano, nacimiento de la Iglesia

             Al mantener el bautismo de Juan, recreado por Jesús, la iglesia ha tomado una opción fundacional, definiéndose a sí misma y naciendo como pueblo salvador de Cristo. No sabemos quién fue el primero en impartirlo, pudo ser Pedro (cf. Hech 3, 38). Tampoco sabemos si al principio entraban todos en el agua o bastaba el "bautismo en el Espíritu", como renovación interior.

Sea como fuere, el bautismo vino a convertirse en signo clave de pertenencia, la primera institución o sacramento visible de los seguidores de Jesús, como renacimiento personal y eclesial, como nueva creación (en cada bautizado se actualiza la misma experiencia de Jesús), para todos los pueblos. La Iglesia tuvo dificultades para “no imponer” la circuncisión (cf. Hech 15; Gal 1-2), pero nadie se opuso al bautismo, como afirmación social y escatológica, signo de la salvación ya realizada en Cristo:

‒ Bautismo escatológico y pascual. Por un lado, el bautismo mantiene a los creyentes en continuidad con Juan Bautista y con el judaísmo. Pero, al mismo tiempo, expresa y expande la experiencia de la vida, muerte y pascua de Jesús, en cuyo nombre se bautizan sus seguidores, identificándose con él, ya en este mundo, sin esperar la llegada del Reino futuro, pues el Reino ha comenzado aquí, es la vida de Cristo en los creyentes.

‒ Signo de iniciación y demarcación. Quienes lo reciben renacen, insertándose en la vida, muerte y resurrección de Jesús, como acción de Dios Padre en el Espíritu (cf. Rom 6). De esa forma se distinguen y definen los creyentes, como indicará la fórmula trinitaria de Mt 28, 16-20 (en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu: cf. cap. 20), que les introduce creyentes en el espacio total del Dios de Cristo.

‒ Fuente de universalidad. El bautismo supera la división de naciones, estados sociales y sexos, como sabe Gal 3, 28, retomando un pasaje clave de la liturgia que decía: "ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, macho ni hembra...". La circuncisión discriminaba, como signo en la carne, a judíos de no judíos, a varones de mujeres... El bautismo es el mismo para varones y mujeres, libres y esclavo, judíos y gentiles, sacramento de nuevo nacimiento personal en la comunidad de los creyentes.

             El bautismo enmarca y ratifica la institución cristiana, es universal y concreta, en un plano de fe y vida, de forma que cada creyente (bautizado) es signo y presencia de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo). El bautismo conserva el recuerdo del pecado, es decir, de una sociedad dividida por la culpa, por el enfrentamiento de todos contra todos…  (es para perdón), pero expresa y despliega un nuevo nacimiento en amor e igualdad para todos. Entendido como unión con Cristo y aceptación de su misterio, el bautismo ratifica y expresa la apertura universal de Dios, por encima de otros ritos parciales, incluida la circuncisión judía (cf. Jn 3,1-21 y Gál 3,27- 28; 6, 15; 2 Cor 5,17; Rom 6, 1-14; Ef 4, 29):

‒ El bautizado confiesa que ha muerto con Jesús (que se inserta/injerta en su entrega hasta la muerte, es decir, en el don de su vida como principio de reconciliación universal), y de esa forma supera un tipo de lucha de todos contra todo, propia de un mundo que camina hacia la muerte, recordando que en el fondo de la vida del hombre sigue habiendo una “concupiscencia” de ruptura y finitud, que ha de ser superada a través un cambio interno y comunitario, de una “meta-noia”, superando en esta misma tierra, una vida dominada por la muerte (cf. Mc 1, 14-15).  

‒ El bautizado no muere por castigo de pecado (cf. Gen 2‒3), sino por renacimiento superior, por gracia de Dios en Cristo, en plano de fe y perdón. En nombre de Cristo (o de la Trinidad: Mt 28, 16-20), en desnudez total, como recién nacido, el bautizado sale del agua y se reviste de una nueva vestidura. De esa forma, renaciendo en la Iglesia de Jesús, el creyente supera una forma de vida anterior en división, como lucha entre varón-mujer, judío-griego, esclavo-libre, para ser nueva creatura en Cristo; no nace “sólo”, sino en una iglesia o comunidad que le acoge en Cristo, le educa y acompaña.

Bautizar hoy (2019): 1. Paz natal. Del potencial genético a la experiencia del bautismo

             La experiencia de pascua ha dado nacimiento a la comunidad cristiana. En torno a una Cruz se han empezado conmoviendo algunos seguidores de Jesús, no para juntarse después ante un cadáver, lanzando proclamas de fidelidad o de venganza, sino para descubrir más allá de su fracaso (todos son fracasados) un camino de vida universal, una luz de pascua. No tienen un monumento funerario donde reunirse, pues a Jesús le han enterrado sin tumba conocida o la tumba está abierta.

Pero tienen, y van descubriendo cada vez con más fuerza, una palabra de vida, un nacimiento. De esa forma, el escándalo del fracaso de Jesús (¡no logró triunfar, todos le han matado!) se transforma en experiencia de nacimiento, desde Dios, en gratuidad, para la vida compartida, que los cristianos han expresado en su signo primero, el Bautismo. Desde aquí retomamos algunos elementos de la experiencia cristiana: 

  1. De la eugenesia genética al nacimiento personal. Nacimiento biológico y nacimiento personal. Todos hijos de Dios: los que quieren resolver de un modo científico el misterio de la vida humana, a través de una eu-genesia organizada por los sabios del sistema o por el sistema en su conjunto (que al final da lo mismo), acaban destruyendo al hombre, haciéndole un objeto de ley. En contra de eso, la experiencia pascual quiere que cada hombre o mujer nazca en libertad, de manera que pueda ser él mismo, de un modo autónomo, por gracia, con valor infinito, como Hijo de Dios.
  2. Plano filosófico: mayéutica personal.Desde un punto de vista filosófico se pueden destacar las limitaciones de la filosofía, que puede simbolizarse en Platón (República). Pero el mejor Platón, su más alto pensamiento, puede y debe ser recuperado desde una perspectiva mayéutica, representada por el Sócrates platónico, que va ayudando a nacer a los hombres no para el sistema de Atenas, sino para libertad, para que sean ellos mismos (siendo condenado a muerte por ello, como Jesús). En esa línea queremos mantener la exigencia y valor de una educación racional para la paz, siempre que deje a cada hombre en libertad ante sí mismo, sin encerrarle de antemano en un sistema de ley.
  3. El hombre, ser natal.Así lo había definido de manera impresionante la antropóloga judía H. Arendt. Afirmar que el hombre es un ser natal significa dejarle nacer en libertad (desde Dios), de manera que pueda ser distinto, tomar unas opciones que nosotros no podemos ni queremos imponerle. Decir que el hombre es ser natal significa arriesgarse de manera creadora: dejándole que sea lo que él quiera. De esa forma, su libertad ante el pasado se convierte en libertad ante el futuro: no cerrar los caminos, estar preparados para la sorpresa de lo que puede ser y será, desde la libertad de los hombres y mujeres que nacen. Este es el principio de la paz humana, que será siempre paz sorprendente, algo que aún no sabemos, pues no existe todavía, sino es objeto de esperanza, algo que serán y harán aquellos que vienen tras nosotros.
  4. Bautismo, el gozo del nacimiento. El bautismo cristiano, como expresión del nacimiento a la gracia, no tiene por qué está vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta. Pero en un sentido fuerte la iglesia lo ha relacionado de manera intensa con los niños, interpretando su celebración como nacimiento para la vida universal, para la comunión gratuita de los hijos de Dios. No se bautiza al niño en nombre de un sistema, de un estado, de una patria o de una economía. La iglesia le bautiza como Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, para la fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer para esa fraternidad.
  5. Nacer de Dios, no sólo de carne y sangre… (Jn 1, 12‒13). Ciertamente, en un sentido, en un plano, los hombres nacen “de la carne y sangre”, de la voluntad del “varón” (es decir, del ser humano como potencial genético…). Pero en un plano más alto, los seres humanos nacen de Dios. Este nacer de Dios (del poder de la vida, del amor de la vida)… es lo que decide la existencia y valor de cada ser humano…Eso es lo que la Iglesia expresa en el bautismo… La iglesia, como comunidad de creyentes, acoge a cada ser humano como don de Dios, proyecto de Dios…

Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu humano (Mt 28, 19)

             Como rito de purificación, el bautismo había recibido en Israel gran importancia en los últimos tiempos, antes de Jesús. Había bautismos de purificación, propios de los sacerdotes, bautismos de identificación sacral (sobre todo, en Qumrán), y bautismos penitenciales, vinculados en el contexto de Jesús con Juan Bautista, pero el de Jesús, en la Iglesia, será distinto. Parece que, tras haber sido bautizado por Juan (cf. 3 13-17), el mismo Jesús pudo empezar bautizando a otros, en la línea del Bautista, pero después dejó de bautizar (cf. Jn 3, 22-30; 4, 1-3), abandonando el lenguaje penitencial, para centrarse en el anuncio del Reino (Sermón de la Montaña: Mt 5-6) y en el signo de los “milagros”, es decir, en la transformación/curación de la gente que venía a su encuentro (cf. Mt 8-9), como ratifica 11, 2-4, precisamente en relación con Juan Bautista. Por eso, en el primer envío prepascual de 10, 5-15 no había referencia ninguna al bautismo como rito específico, sino a la curación y a la acogida, es decir, a la creación de vínculos comunitarios en las casas.

Tras la crucifixión de Jesús, la Iglesia reintrodujo el bautismo, vinculándolo a su muerte y resurrección, quizá en recuerdo de Juan, como signo penitencial de perdón de los pecados, pero, sobre todo, como experiencia de inserción en el camino y comunión del mismo Jesús. En esa línea se empezó impartiendo un bautismo en el nombre de Jesús, en referencia a su entrega hasta la muerte (Cf. 1 Cor 1, 13; 6, 3; Gal 3, 27; Hch 2, 36-8; 10, 48; 19, 5). Pues bien, muy pronto, la Iglesia alcanzó la certeza de que ese rito ratificaba la acción y presencia del Espíritu Santo (cf. Hch 19), de manera que podemos hablar de un bautismo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

‒ Un cita eclesial. En ese contexto, encuadra Mateo este mandato bautismal trinitario (utilizado en su iglesia), que ha sido y sigue siendo el texto litúrgico más importante del Nuevo Testamento (de la tradición cristiana). Es evidente que él recoge y transmite una experiencia litúrgica de su iglesia, que ya no bautiza simplemente en el nombre de Jesús, como las comunidades más antiguas, sino en el nombre triple del Padre, Hijo y Espíritu Santo, que han de entenderse desde la tradición cristiana y, de un modo especial, desde el desarrollo teológico-eclesial de Mateo, pues ese triple y único nombre recoge la marcha y despliegue de su evangelio, ofreciendo una norma hermenéutica para entenderlo y aplicarlo en la misión cristiana.

‒ Novedad trinitaria. Mateo, el más judío de los evangelistas, el más vinculado a la confesión del único Dios (cf. 22, 34-40), es quien se atreve a formular, como culmen de todo su evangelio, al final de su texto, esta palabra de bautismo, que parece ir en contra de un tipo de monoteísmo “excluyente”. Es claro que él sabe que Dios es Uno, y así ha defendido el Shema de Israel (22, 37), aunque no lo haya resaltado expresamente, como Mc 12, 29. Pero, al mismo tiempo, presenta a Dios como Padre, en el sentido radical del término, que ha de entenderse de un modo “relacional”, en referencia a los hombres (como hijos de Dios), y de una manera aún más estricta en relación al Hijo por excelencia, en el Espíritu (como ha destacado 11, 25-27).  

‒ Desde el Jesús histórico. En el fondo sigue estando la experiencia-esperanza del bautismo en nombre del Dios de Israel, para perdón de los pecados y para entrada en la tierra prometida (en la línea de Juan Bautista). Pero después, desde la experiencia pascual, ha sido decisiva la vinculación de los bautizados con Jesús, en cuya muerte y resurrección se introducen y reviven (cf. Rom 6, 1-5), como muestran los textos que hablan de un bautismo en nombre del Señor Jesús (cf. Hch 2, 38; 8, 16; 10, 48; 19, 5). Pues bien, finalmente, cumplido el ciclo fundacional de cristianismo, tras la experiencia de ruptura con un tipo de judaísmo rabínico, que sigue insistiendo en la identidad de la Ley nacional, Mateo insistirá en la importancia del Espíritu Santo, ratificando así la fórmula ternaria del bautismo en el nombre del, Padre, del Hijo y del Espíritu santo.

‒ Novedad eclesial. Al bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, del Hijo (Jesús) y del Espíritu Santo, la Iglesia de Mateo asume una opción trascendental para la Iglesia posterior, que se separa ya definitivamente del judaísmo rabínico. Al presentar a Dios como Padre, la Iglesia de Mateo se ha sentido obligada a referirse a Jesús como Hijo, evidentemente sin olvidar que este Hijo es el mismo Jesús crucificado, el Hijo de Hombre de Mt 25, 31-46 (presente en los hambrientos y desnudos…). Finalmente, junto al Padre y al Hijo, la Iglesia ha sentido la necesidad de introducir al Espíritu Santo, creando una experiencia litúrgica que será decisiva para reinterpretar no sólo el evangelio de Mateo, sino todo el cristianismo.

‒ Tarea misionera. Esta confesión en el Dios Padre, Hijo y Espíritu cimienta y sostiene la misión universal cristiana. Culminado el camino, en la montaña de la Pascua (28, 16-20), como enviado de Dios (¡se me ha dado todo autoridad...!), Jesús confía a sus discípulos el bautismo trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo), dándoles el encargo de “crear” un pueblo marcada por ese Nombre. Ésta no ha sido una afirmación doctrinal separada de la vida creyente, sino una confesión de fe y un testimonio de vida, que brota de la misma historia humana de Dios en Cristo, por el Espíritu, que Mateo ha proclamado en su evangelio, y que la Iglesia ha interpretado de forma ternaria. Así podemos decir que “sobre esta roca”, que es la confesión de Pedro (16, 18), recreada y culminada por el Cristo pascual, edifica (está  

‒ Compromiso de vida, el primado de laortopraxia (28, 20a): “Enseñándoles a guadar (threi/n) todo lo que os he mandado. El evangelio aparece  así como un código “moral”, como un camino de vida fundado en la buena nueva de Jesús, que es ahora la norma universal de la justicia, de la ley y los profetas (5, 17). No es un dogma para pensar, un sistema intelectual, un código de sacralidad, sino una propuesta que se debe guardar (realizar o cumplir). La enseñanza de Jesús no va por tanto en una línea de fe y práctica sacramental, con doble línea de salvación y condena, como supone el final canónico de Mc 16, 16, sino que ofrece sólo una línea positiva de invitación al cumplimiento, sin referencia al castigo, en una línea de acción (cumplir), no de una posible fe separada de la vida.

              Jesús no ha venido a enseñar “sabiduría”, aunque su evangelio contiene mucha sabiduría, sino a trazar una conducta, una forma de vida (cf. 1 Cor 1, 22: los judíos piden señales, los griegos sabiduría…). En esa línea, las señales que pide Jesús son la obras que él ha trazado en el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y ha condensado en 25, 31-46, (obras centradas en la ayuda a los necesitados) que son inseparables de su camino de cruz, en la línea de aquello que afirmaba Pablo: “pero los cristianos proclamamos a Jesús crucificado” (1 Cor 1, 23).

Jesús ha venido por tanto a proclamar e iniciar un camino de servicio mutuo (de ayuda a los pobres), un compromiso que 25, 31-46  presentaba en forma de pacto y amenaza judicial, con salvación y condena, pero que aquí se propone sólo de forma positiva (enseñándoles a cumplir lo que os mandado). Jesús ha venido, según eso, a ofrecer salvación a los que quieran aceptar su mensaje (el camino de su vida), que recoge, sin duda, la ley y los profetas de Israel (5, 17), desde una perspectiva de salvación universal. No se trata pues de juzgar a otros, ni de condenar a los que no crean (a diferencia del final canónico de Mc 16, 16), sino de ofrecer enseñanza y camino de salvación a todos.

Así dice Jesús:  “Y yo soy/estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del tiempo” (28, 20b). Con estas palabras termina no sólo esta revelación pascual (Mt 28, 16-20), sino todo Mateo, entendido como evangelio de la nueva ley cristiana. Estas palabras llevan a su cumplimiento las de la anunciación (1, 18-25), que definían a Jesús como Emmanuel, Dios con nosotros. Ésta es la definición fundamental del Dios cristiano, cuya “vida” y presencia humana ha relatado Mateo. Sólo en este momento Jesús puede decir y dice “yo” (egô), de un modo enfático, como el “yo humano”, pascual de Dios. Ciertamente, él ha dicho también “yo”, de un modo enfático, en las antítesis: “pero yo os digo” (5, 22. 28. 32. 34.39.44), en la disputa sobre los exorcismos (12, 27-28) y en la aparición en la tempestad sobre el lago (14, 27), para presentarse al fin ante Dios en el Huerto de los Olivos y decirle “no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres…” (26, 39). Pero sólo ahora que Dios le ha dado (28, 18: me ha dado, todo poder en cielo y tierra, por haber culminado su obra, siendo así resucitado, Jesús puede afirmar con toda confianza y poder “yo”, como en el texto fundacional de 16, 18: “y yo te digo…”. Éste es el “y” (pero) final del Cristo, con el que termina el evangelio: “y he aquí que yo estoy con vosotros…”  

 Así culmina en este pasaje (28, 18-20) la gran sinfonía del Jesús de Mateo, que se despliega en cuatro momentos. (a) Ha recibido “toda autoridad”   en cielo y tierra, siendo ya revelación total de Dios. (b) Por eso envía a sus discípulos, diciendo que vayan a “todas las naciones” o pueblos, estableciendo como principio de salvación para todos los hombres, vinculados por el único Nombre de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. (c) Así pide y capacita a los suyos, para que cumplan todo lo que os he, es decir, el evangelio en su plenitud, como culminación de la Ley y los profetas (5, 17-20). (d) Finalmente, él les promete que estará con ellos “todos los días”.

Tarea de vida y compromiso creyente

Este es, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia. ¿Debe hoy bautizar, garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad, sobre toda Ley? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida? Ciertamente, las afirmaciones tradicionales sobre un bautismo que borra el pecado original y que permite que los niños vayan al cielo si mueren siguen siendo válidas en un sentido. Pero nadie las toma ya de una manera material. Bautizados o no, los niños son hijos de Dios y pertenecen al misterio de su vida, al camino de su cielo. La iglesia no les bautiza ya para quitarles el pecado de muerte, sino para celebrar con solemnidad su nacimiento a la vida, como un don de Dios, un camino de gracia, que se abre a la fraternidad universal y nos permite superar los riesgos de ley y de muerte del sistema.

Al llegar a este contexto, muchos recordamos unos versos de Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas te va a helar el corazón”[4]. Este españolito realísimo (vasquito o chinito, iraquito o yanki, bahutu o favelado) penetrará de hecho en un mundo dividido donde unos condenamos a otros diciendo que tienen corazón de hielo, de violencia o e venganza. ¿Pues bien, podremos llevar a ese niñito a la comunidad cristiana y decirle que nos alegramos de que haya nacido, ofreciéndole el agua de la vida y la fraternidad universal? ¿Le llevaremos a la comunidad, prometiéndole que todos seremos sus padres, hermanos, amigos y colegas?

Este es a mi juicio el lugar donde la paz cristiana se recibe y celebra, se acoge y construye, como expresan de hecho los primeros seguidores de Jesús, al concretar su signo en un bautismo que nos introduce en su Muerte, para nacer a una vida en Gratuidad, en la que todos somos hermanos. La paz cristiana sólo tiene sentido ante la pila del agua bautismal, como la comunidad celebra cada año en la Vigilia de Pascua. Sólo podemos llamarnos Iglesia allí donde, reunidos en torno la Cruz, queremos que Jesús sea el último asesinado, prometiendo no asesinar a nadie nunca más, “de pensamiento, de palabra o de obra”; allí donde podemos prometerle al niño (o adulto) bautizado el gozo de nuestra vida y compañía pacificada.

El tema no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para todos los creyentes. La cuestión consiste en saber si  las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz”. Desde este fondo vuelve a plantearse el tema de la eugenesia. El Magisterio católico está ofreciendo una doctrina muy valiosa sobre los riesgos de la manipulación genética, que yo admito gozoso. Pero a veces tengo la impresión de que se sitúa en un plano demasiado biológico”[5].

Notas

 [1] Muchos judíos destacaban el carácter lustral (purificador) y legal de los bautismos, que limpian las manchas de sacerdotes y fieles, capacitándoles para realizar legalmente los ritos. De todas formas, el rito básico de la identidad de los israelita (varones) era la circuncisión, y el perdón oficial no se lograba con agua, sino con sacrificios, como dice Lev 17, 11: "Os he dado la sangre para expiar por vuestras vidas" (cf. Lev 17,11; cf. Ex 12, 13.23; 24, 3-8; Lev 14, 4-7; 16, 16-19), aunque la misma Ley pedía lavatorios y bautismos, para sacerdotes (cf. 2 Cron 4, 2-6; Lev 16, 24-26) y no sacerdotes que habían contraído alguna mancha ritual…

[2] Ciertamente, las cosas no pasaron externamente como dice el texto, pero los hilos posteriores de su vida sólo pueden entenderse desde aquí, en una línea que lleva del antiguo Elías, profeta del juicio (como Juan Bautista), al nuevo Elías, mensajero de la brisa suave y del nuevo comienzo (cf. cap. 5 y 16). Sólo en ese contexto, allí donde descubre que todo lo anterior se ha cumplido (ha muerto), puede iniciar Jesús su nueva trayectoria, desde la voz del Padre, que le dice “tú eres mi hijo”, y con la brisa del Espíritu (que le envía a realizar su obra).

[3] Esa expresión (tú eres) identifica a Dios como Bien diffusivum sui, esto es, expansivo, pero también como Persona/Padre creadora de alteridad, haciendo que surja Alguien (Jesús) que escuche esa Palabra, se identifique con ella y responda llamando a Dios Padre. En ese contexto, decir es hacer, pero no “fabricar una cosa”, sino engendrar una persona que puede situarse ante su padre/creador y responderle en libertad. El Bautista vivía en un nivel de penitencia (conversión), inmerso en purificaciones (¡siempre agua!), y su ritual más hondo se hallaba vinculado al deseo ineficaz (¡no soy siquiera digno!) de servir como criado que ata‒desata las sandalias de su amo (Mc 1, 7-8). Jesús ha superado ese nivel de servidumbre, pues Dios le ha revelado su identidad diciéndole ¡Tú eres mi Hijo! Con la luz de esa revelación ha sabido mirar, viendo los cielos abiertos y el Espíritu como paloma descendiendo sobre él (Mc 1, 10).

[4] A. Machado, «Proverbios y cantares LIII», en Campos de Castilla CXXXVI (1907-1917).

[5] En cierto sentido, me da casi igual que un niño haya nacido con ayudas técnicas de un tipo o de otro; no me importa mucho que se le hayan podido introducir algunas modificaciones en la dotación genética, antes de la implantación del óvulo fecundado... Lo que me sorprende y emociona de verdad es que cada niño que viene es Dios que llega, cada nacimiento es Navidad. Lo que me importa es que ese niño tenga personas que le reciban y acompañen en el camino de la maduración verdaderamente humana, de manera que pudiera decirse:  “españolito o vasquito que vas a nacer, la humanidad gozosa de tu pueblo y de tu iglesia, en comunión con todos los hombres y mujeres de la tierra, te ofrece una cuna y camino caliente de amor. La iglesia es comunidad de las gentes que creen en la vida, a partir del testimonio de Jesús, gentes que dicen a cada de los hombres y mujeres, y en especial a los niños e impedidos: ¡Vive! Entendido de esa forma, el bautismo de los niños resulta inseparable del gesto de acogida a los excluidos y rechazados de la sociedad. Una iglesia que bautiza a un niño pero no ofrece espacio en su vida a los huérfanos-viudas-extranjeros, a los que se refiere tradición bíblica de Israel (y de un modo convergente Mt 25, 31-46), no es cristiana. Puede ser una buena sociedad de méritos y honores, pero no es comunidad mesiánica.

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