"Ni Ratzinger necesita más títulos, ni la Iglesia necesita más 'distinguidos' entre iguales" Benedicto XVI, "Dios tiene otro estilo"

De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI
De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI

He dejado pasar unas semanas para exponer mi mirada sobre algunos rasgos del Papa Benedicto XVI

Me gustaría que este articulo sea leído, sin prejuicios ideológicos interesados, como la opinión de alguien que solo intenta llegar allí donde le lleva la razón y la compasión. Entiendo que tanto uno como otro son deseos arriesgados

He dejado pasar unas semanas para exponer mi mirada sobre algunos rasgos del Papa Benedicto XVI. No es mucho tiempo, pero el suficiente para leer opiniones, algunas de ellas bastantes precipitadas y otras, no pocas, pidiendo para él más títulos y honores. Me gustaría que este articulo sea leído, sin prejuicios ideológicos interesados, como la opinión de alguien que solo intenta llegar allí donde le lleva la razón y la compasión. Entiendo que tanto uno como otro son deseos arriesgados.

Teólogo

Entre la diversidad de opiniones, una sobresale especialmente en los ambientes eclesiales europeos: su condición de teólogo y hombre sabio. A ella dedicaré los primeros párrafos.

Benedicto
Benedicto

Me viene a la memoria una de sus catequesis donde Benedicto XVI expresaba que “la revelación divina no sucede según la lógica terrena, por la que son los hombres cultos y potentes los que poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los pequeños. Dios tiene otro estilo: los destinatarios de su comunicación son concretamente los “pequeños” (Catequesis, 7 diciembre 2011).

Esta cita me da pie para manifestar en primer lugar mi reconocimiento al hombre creyente que buscó honestamente la verdad. Y en segundo lugar que su teología y su magisterio no fue nada más que una aproximación al misterio insondable del amor de Dios, entre otras muchas en la Iglesia de todos los tiempos. Algunas de ellas silenciadas y condenadas por el teólogo y cardenal Ratzinger, desde la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Afortunadamente esas condenas en el siglo XXI sirven para bien poco y van desapareciendo, entre otras razones porque no hacen ningún favor al que ejerce de “inquisidor”, sea quien sea. Dios tiene otro estilo.

"Su teología y su magisterio no fue nada más que una aproximación al misterio insondable del amor de Dios, entre otras muchas en la Iglesia de todos los tiempos. Algunas de ellas silenciadas y condenadas por el teólogo y cardenal Ratzinger"

“Ha sido el gran teólogo del siglo XX”.  Me sorprende esta contundente afirmación del arzobispo emérito de Sevilla, José Asenjo. El siglo XX ha sido largo y ha dado mucho de sí. El mundo es grandioso y se extiende allende de las fronteras europeas, romanas y españolas. En cuanto a la teología se refiere, lo bueno y lo malo, andan siempre muy cerca, están bastante repartidos y dependen, naturalmente, del color del cristal con que se mira. He conocido a ilustres teólogos clérigos que compartían su reflexión teológica con cargos y responsabilidades como Rectores o Vicarios en sus diócesis, en seminarios y universidades. Los he visto siempre más prudentes que valientes, más preocupados por la ortodoxia que por la vida, más silenciados que profetas. Algunos, después de sus ceses o jubilaciones me han resultado bastante más interesantes. Esto me recuerda a san Agustín cuando finalmente confesaba aquello de “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera… Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo!”.

San Agustín

"'Ha sido el gran teólogo del siglo XX'. Me sorprende esta contundente afirmación del arzobispo emérito de Sevilla, José Asenjo"

Sigamos con la catequesis citada: efectivamente, los destinatarios de la comunicación de Dios son los sencillos. Por consiguiente, la teología de Ratzinger (como de cualquier otro teólogo) y su admirada sabiduría, hay que valorarla en la medida en la que pueda ser entendida, celebrada y agradecida, no por las curias ni las universidades, sino por el pueblo sencillo y por los pobres.

Los libros, los discursos, las homilíasy catequesis del teólogo Ratzinger que fue cardenal y Papa, tenemos que valorarlas, en tanto en cuanto que, en sus sabias palabras, podamos escuchar la voz silenciada, que los poderosos no quieren escuchar: el grito de los pobres de la tierra, su dolor y su muerte a causa de tanta opresión, iniquidad y atropello. Esta dimensión profética y profundamente bíblica, que no puede faltar en la teología, creo que brota con mayor facilidad de los teólogos (que reflexionan y escriben) desde las periferias, a pie de calle y, no pocas veces corriendo la misma suerte, la misma persecución y la misma muerte que los pobres a los que prestan su voz. Lo tienen más fácil, entre otras muchas razones porque la mismísima palabra de Cristo tiene su verdadero atractivo: primero porque fue uno de tantos campesinos de su época, pobre y sencillo, segundo porque puso más interés en las obras (compasión) que en las palabras (no está de más recordar que Jesús no escribió nada, ni libros, ni decretos, cuentan los evangelios que únicamente unas frases, en el polvo del suelo, seguramente para evitar que fueran dogmatizadas, Juan 8, 6) y en tercer lugar porque su contenido (mensaje más que doctrina) no fueron las verdades eternas sino la acción misericordiosa de Dios, encarnada en su vía.

"Esta dimensión profética y profundamente bíblica, que no puede faltar en la teología, creo que brota con mayor facilidad de los teólogos (que reflexionan y escriben) desde las periferias, a pie de calle"

Teología, ley y poder, no parecen conformar una trilogía muy aconsejable para hacer “reconocible”, en cada tiempo y en cada cultura, el mensaje liberador del Verbo Encarnado. Teología, servicio y compasión parecen ser el triángulo perfecto. Sea como sea no podemos perder de vista lo que dice Pablo a este respecto: “todas las lenguas cesarán, el conocimiento también, porque aquí y ahora todos conocemos a medias, profetizamos a medias y lo parcial pasará… aquí y ahora todos, vemos como enigmas en un espejo, entonces, veremos cara a cara” (Corintios 13, 8-12).

Periferias

El papa Benedicto XVI sirvió a la Iglesia como teólogo y pastor, sin duda alguna trató de hacerlo lo mejor que pudo y supo. Demos tiempo al tiempo para aprovechar sus frutos y deseemos para él que del mismo modo que en sus días aquí en la tierra disfrutó cada etapa del camino en la búsqueda de Dios, goce ahora al contemplarle cara a cara, definitivamente.

Ni doctor ni santo, de momento

La muerte de Benedicto XVI nos brinda la oportunidad de profundizar en algunos aspectos de la sinodalidad, cuyo escollo más importante está siendo el clericalismo y la jerarquización de la Iglesia.

Creo que deberíamos reflexionar con calma sobre las canonizaciones y demás títulos, honoríficos y sublimes, que se conceden a los clérigos en vida primero y en la muerte después. Títulos a los que nos hemos acostumbrado, aunque nada tienen que ver con el mandato de Cristo a este respecto: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo” (Mateo 23, 1-12). El Padre es uno y de todos, nosotros hermanos, los ministerios un servicio y, los privilegios, (cualesquiera que sean) una tentación mal resuelta.

"Creo que deberíamos reflexionar con calma sobre las canonizaciones y demás títulos, honoríficos y sublimes, que se conceden a los clérigos en vida primero y en la muerte después"

Para nombrar Doctor de la Iglesia a Benedicto XVI, además de tiempo es necesario una canonización previa, a no ser que el Papa decida concederlo por iniciativa suya. Una tras otra estas premisas obligan a una revisión profunda. Como mínimo sería necesario tomárselo con calma, hacerlo con prisas, “súbitamente”, sin dejar tiempo a que se serenen las emociones y los “intereses” ni es de sabios ni de prudentes. Ya tenemos un ejemplo con Juan Pablo II y creo que es bastante elocuente.

"¿Qué sentido tiene seguir con una tradición sostenida en base a establecer diferencias “de perfección y santidad” entre los seres humanos creados (todos por igual) a imagen de Dios y salvados (todos por igual) por la muerte y la resurrección de Cristo? ¿Qué sentido tiene aumentar la cantidad de 'intercesores' si Dios es Padre y Jesucristo el rostro de su Misericordia? "

¿Qué sentido tiene seguir con una tradición sostenida en base a establecer diferencias “de perfección y santidad” entre los seres humanos creados (todos por igual) a imagen de Dios y salvados (todos por igual) por la muerte y la resurrección de Cristo? ¿Qué sentido tiene aumentar la cantidad de “intercesores” si Dios es Padre y Jesucristo el rostro de su Misericordia? Creo que lo coherente sería seguir profundizando en algunas afirmaciones sobresalientes: solo Dios es Santo, afirmamos una y otra vez en la liturgia. También decimos que Iglesia es santa y pecadora. Y así es efectivamente, somos santos por lo que Dios es en nosotros. Y somos, todos pecadores por lo que en nosotros desconocemos o erramos al buscar y hallar la voluntad de Dios, que no es otra que descubrir el amor que nos habita, sin mérito ninguno por nuestra parte.

Los creyentes de todas las religiones, y particularmente en la Iglesia Católica, somos todos compañeros de camino: “judíos o griegos, esclavos o libres, (hombre y mujeres) nos hemos bautizado en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo” (Corintios 12, 13). Dios no hace distinciones, y cuando las exigimos nosotros ¡tampoco! Como dice Santa Teresa de Jesús, una de las pocas mujeres (4 entre 36 varones) galardonadas con el título de Doctora de la Iglesia: “Dios no se muda”. Dios ama, a todos y de la misma manera. Efectivamente así es, por consiguiente, deberíamos enfrentarnos a algunos cambios. Entre ellos a estas distinciones, en vida y después de la muerte.

Ni Benedicto XVI necesita más títulos (ya ostentaba demasiados en vida), ni la Iglesia necesita más “distinguidos” entre iguales, ni mucho menos subrayar la santidad de los Pontífices (más de un tercio lo son), para afianzar el poder y la autoridad de la institución.

En cuestión de santidad/perfección “solo Dios basta”. En esto Teresa de Jesús también parece bastante acertada: cuando un joven se dirige a Jesús llamándole “Maestro bueno”, Él le corrige sin dudarlo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios” (Marcos 10 18).

"Ni Benedicto XVI necesita más títulos (ya ostentaba demasiados en vida), ni la Iglesia necesita más 'distinguidos' entre iguales, ni mucho menos subrayar la santidad de los Pontífices (más de un tercio lo son), para afianzar el poder y la autoridad de la institución"

Me viene a la mente una de las conversaciones de Ignacio de Loyola con su confidente y amigo, poco antes de morir: éste le hablaba de su fama de santidad y él trataba de convencerle de todo lo contrario argumentando que su “vanidad” le había impedido aceptar y mostrar la malformación permanente de su rodilla después de la herida en Pamplona. Efectivamente, el tenido por todos como Titán del espíritu, había sido incapaz en toda su vida, de aceptar la deformación física de su rodilla, trató de evitarlo haciéndose operar varias veces aún en peligro de muerte y sin anestesia. Conozco decenas de personas con discapacidad (ni tan titanes, sin necesitadas de ser “canonizados”, habitando cuerpos realmente maltrechos), ni esconden ni se avergüenzan de su discapacidad, se aman a sí mismos y viven con dignidad, haciendo el bien que pueden, al servicio de los demás.

Benedicto XVI se ha marchado en tiempos de sinodalidad. Tiempo de recuperar conciencia y ciencia para la unidad en la Iglesia y para la Fraternidad universal. Valorar lo mejor que hay en cada uno de nosotros es bueno para todos, porque formamos un solo cuerpo y porque nada se pierde de nuestra “singularidad” cuando el sentido de pertenencia es profundo y la comunión es verdadera. No son necesarios más honores ni distinciones. Más eficaces para la evangelización son por el contrario la gratuidad y el anonimato de los humildes.

A Benedicto XVI le agradezco personalmente la fortaleza espiritual que puso de manifiesto al tomar la decisión de retirarse del pontificado, cuando la Iglesia necesitaba más vitalidad, otro talante y mayor credibilidad que la que él podía ofrecerle cansado y anciano.

Con mi oración y mi aprecio le deseo ahora que, más allá del limitado horizonte de esta Tierra, goce definitiva y plenamente de la misericordia de ese Dios al que buscaba y amaba intensamente.

Bemedicto XVI
Bemedicto XVI

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