"Las visitas pueden ser más dignas y seguras" José María Marín: "Por evitar el contagio hemos aceptado situaciones realmente inadmisibles, cutres e infames"

Aislados
Aislados

"Proteger del contagio, sin más y por imperativo legal, sin consultar ni tener en cuenta una visión integral de los efectos del confinamiento en las personas ha llevado a “castigar más severamente” a los más débiles"

"No son pocos los mayores que finalmente han muerto: libres de Covid pero solos y de tristeza. Ahí podemos situar también algunos de los fallecimientos o suicidios de ancianos en sus domicilios"

"Mi larga experiencia me permite afirmar que el aislamiento exagerado al que se han visto sometidas ha provocado un empeoramiento generalizado en todas las dimensiones de la vida"

"Con Jesús de Nazaret llega la verdadera sanación que incluye todas las dimensiones del ser: la biológica, psíquica y afectiva, la social y espiritual"

"También ahora necesitamos escuchar, tener compasión, valorar y apreciar a los más vulnerables, no darlos por muertos en un confinamiento frio y extremo"

Esta pandemia exige muchas e importantes reflexiones sobre lo que hemos hecho, lo que hemos dejado de hacer y lo que podemos hacer en el futuro; especialmente con respecto a las personas más vulnerables, vivan en sus domicilios o en residencias.

Encontramos en el Evangelio un texto que puede iluminar las experiencias en las que nos está envolviendo la pandemia. La visita de Jesús a la casa de Jairo. (Marcos 5,21-43). No se trata del relato de un milagro de Jesús. El texto es una invitación a poner en el centro de nuestra vida a las personas. Antes, durante y después de la pandemia. Por encima de miedos y normas que aíslan y excluyen están las personas más vulnerables.

Un día, en una residencia familiar de Cafarnaúm había una joven, hija de un funcionario de la “sinagoga”, a la que todos daban por muerta.

Posiblemente ella misma se había rendido a la presión del ambiente: aturdida por los gritos de las plañideras y la resignación de su familia se había rendido, nada podía hacer más que dejarse morir.

Llegó una visita inesperada, podríamos decir poco ortodoxa. Un joven artesano de Nazaret en el que unos pocos comenzaban a poner sus esperanzas: Jesús, llegó hasta su casa, se metió en la habitación de la niña, la cogió de la mano y le dijo “Talitha qumi” es decir: a ti te lo digo ¡Levántate!

Sin duda un texto interesante que bien puede iluminar la realidad que estamos viviendo: ¡Prohibidas la visitas! ¡Nada ni nadie puede acercarse a una persona vulnerable, hasta nueva orden! Todo bajo el paraguas de proteger la salud. Como si la salud fuera únicamente física y biológica, todos sabemos que la dignidad y las necesidades de la persona no se limitan a su dimensión corporal.

Proteger del contagio, sin más y por imperativo legal, sin consultar ni tener en cuenta una visión integral de los efectos del confinamiento en las personas ha llevado a “castigar más severamente” a los más débiles.

Hemos aceptado situaciones realmente inadmisibles, cutres e infames: familiares en la calle y ancianos detrás de las vallas, en el patio, aturdidos, sordos y desorientados. Un país plagado de planes estratégicos y sellos de calidad en sus recursos, ha optado por lo más fácil: cualquier persona mayor o con enfermedad crónica importante, a la que se le prohíbe ver a sus hijos, sus nietos, su pareja y a sus amigos, con el solo argumento (no exento de hipocresía política) de que “es para protegerte” demanda mayor creatividad e implicación de todos.

Mi larga experiencia de convivencia diaria con personas con discapacidad gravemente afectadas en su movilidad y comunicación, y con plenas facultades mentales, me permite afirmar que el aislamiento exagerado al que se han visto sometidas ha provocado un empeoramiento generalizado en todas las dimensiones de la vida. Los efectos del Covid19, muy especialmente el confinamiento y la ausencia de visitas ha supuesto un aumento del temor y la angustia, del sentimiento de abandono y de discriminación. La ausencia de relaciones y de actividades es propicia a generar apatía y tristeza, depresiones y pocas -o ninguna- ganas de vivir.

No son pocos los mayores que finalmente han muerto: libres de Covid pero solos y de tristeza. Ahí podemos situar también algunos de los fallecimientos o suicidios de ancianos en sus domicilios.

El paternalismo es siempre nefasto, y cuando es impuesto, es además una agresión inadmisible: aislados para sobrevivir al contagio, con la amenaza de no poder ser asistidos en hospitales y UCIs no es la mejor manera de manifestar nuestro respeto y nuestro interés por la salud integral de personas con discapacidad o mayores. Las respuestas a sus necesidades vitales no se agotan protegiéndoles del virus, los afectos y las relaciones son tan necesarias para la persona, o más, que el oxígeno para la sangre.

Nos hemos quedado en lo superficial. No olvidemos que los demás, los menos vulnerables han sido animados a todo lo contrario, por razones económicas: trabajar, viajar, salir de compras, ir de vacaciones, divertirse en terrazas, bares y discotecas. Esta ha sido la opción para la mayoría: convivir con el Covid19, salvar la economía… castigando más a los mayores, los que no producen, los que no cuentan, los últimos, para limpiar nuestra conciencia y nuestras cifras.

Residencia de ancianos

Cerrar las residencias de mayores y de personas vulnerables a las visitas de familiares y amigos y mantener a los demás haciendo vida normal es como poco absurdo. Prohibir las visitas y amenazar a las residencias con mantener en las mismas instalaciones, y atendidos por el mismo personal, a los posibles usuarios contagiados es una contradicción inadmisible.

Los protocolos elaborados por las distintas administraciones carecen de creatividad y han sido por el contrario muy inhumanos para miles de ciudadanos de este país. Los más vulnerables esperaban un trato y una atención más integral y acorde con sus necesidades vitales: físicas, emocionales y afectivas. El alivio de unas pocas videoconferencias con familiares apuntaba ya a la necesidad de buscar otras fórmulas con las que atender a la demanda de contacto directo y personal. Las relaciones y los proyectos personales no se pueden aparcar de la noche a la mañana, menos en momentos difíciles, cuando son más necesarios. Las personas de mayor riesgo en el contagio han sido tratadas con rigor, exageradamente recluidas y privadas de algunas necesidades básicas, sin las que no se puede hacer frente a la vida; demandas que en la mayoría de los casos se hacen más evidentes cuando la amenaza de muerte es real.

Las personas en riesgo, los mayores y las personas con enfermedades crónicas y discapacidad, han sido confinadas como si de “aves de corral” se tratara, como si su salud y su bienestar dependieran únicamente de comer, dormir y mantener limpias las instalaciones… Así les hemos estado tratando meses y meses sin apenas inmutarnos. Esta ha sido, y está siendo en esta segunda oleada de contagios, una opción poco humanizadora y, por consiguiente, poco o nada saludable. Impropia del altanero estado de bienestar del que tan orgullos estábamos antes de esta amenaza global.

Antes de que se acabe la presión de los contagios algo verdaderamente nuevo debe cambiar: las visitas pueden ser seguras y más dignas. Poner todas las medidas de protección (higiene, distanciamiento social y mascarillas) no es incompatible con facilitar las salidas de los centros y las visitas de familiares y amigos. Estas medidas no son solo cuestión de sensibilidad, son también cuestión de salud y responsabilidad compartida.

Para concluir volvamos un instante al texto que recogíamos al inicio del artículo, en él Jesús de Nazaret, un ciudadano de a pie lleno de sabiduría y compasión apunta hacia un proyecto de vida personal y comunitario, generador de vida y liberación.

Por una parte, la niña enferma y Jairo, su padre son imagen de los que confiando en las instituciones no encuentran, ni compasión ni salvación. Solo normas, decretos y protocolos que impuesto por la ley y las tradiciones (costumbres, ambiente, indiferencia…) oprimen y limitan la vida y la dignidad de los más vulnerables. Por su parte Jesús, rechazado y alejado de las instituciones (religiosas y civiles), con una sensibilidad extraordinariamente humana (y divina) coloca en el centro de atención a las personas que se le acercan buscando en él la liberación de su opresión. Con él llega la verdadera sanación que incluye todas las dimensiones del ser: la biológica, psíquica y afectiva, la social y espiritual. Sanación que pasa también por quitarse de encima a quienes la estaban matando con prohibiciones (la Ley prohibía tocar a los muertos) y lamentos.

De nada serviría leer este relato como si de un milagro se tratara (poder sobrenatural que ignora las leyes de la naturaleza). Efectivamente Jesús ha realizado algo sublime y maravilloso: conseguir que un hombre desesperado y una niña dada por muerta vuelvan a la vida. La niña confiando en sí misma y en sus capacidades de nuevo se pone en pie.

También ahora necesitamos escuchar, tener compasión, valorar y apreciar a los más vulnerables, no darlos por muertos en un confinamiento frio y extremo.

Cuando pase esta pandemia nos queda un buen trecho que recorrer si queremos seguir progresando como seres verdaderamente humanos. Habremos de empeñarnos más decididamente en combatir además otras importantes pandemias, éticas y sociales, que asolan el Planeta. Las desigualdades sociales, el hambre y la violencia destruyen más, y más cruelmente, la vida de las personas y los recursos naturales.

Juntos podemos y debemos frenar tanto sufrimiento y tanta muerte.



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