"La sociedad nos ignora. Y, con o sin nosotros, se aparta de Dios" Primero la lucha contra el sufrimiento; después, la misa en latín

Jesús curaba enfermos
Jesús curaba enfermos

"La aportación de Jesús a la búsqueda de sentido y a la defensa de la dignidad humana tuvo como prioridad la lucha contra el mal y el sufrimiento de las personas"

"La Iglesia tiene que aprovechar los signos de los tiempos para reflexionar y discernir, si su presencia en el mundo y su actuación está o no suficientemente alineada con el Evangelio de Jesús"

"No parece, de entrada, que el sufrimiento de la gente sea la mayor preocupación en la presencia y la actividad de la Iglesia"

"Ni el culto, ni el clero, deberían ser una preocupación en estos momentos. Pero lo son. Prueba de ello es la revuelta que estos días ha provocado la prohibición de las misas en latín, de espaldas al pueblo"

Esta pandemia está siendo un espejo en donde ver reflejados algunos de los rasgos más significativos de nuestro ser que pretendíamos ignorar: la propia vulnerabilidad y el miedo. Este espejo nos permite ver (y reconocer) que, no pocas ocasiones, somos incapaces de llegar a tiempo para evitar el dolor y que sólo cabe aceptarlo y compartirlo sin claudicar, solidariamente.

De esta mirada, queda ahora preguntar cómo tratar de prevenir y encontrar caminos para superarlo juntos, sin discriminaciones ni aventajados; en ésta y en todas las circunstancias donde las personas y los pueblos están sumidos en el sufrimiento.

La aportación de Jesús a la búsqueda de sentido y a la defensa de la dignidad humana tuvo como prioridad la lucha contra el mal y el sufrimiento de las personas. Ahora es tiempo propicio para plantarse si esta es la preocupación más importante para la comunidad cristiana y si lo es, también, para la sociedad en general.

El poder sanador de la fe
El poder sanador de la fe

En la comunidad eclesial

Siempre en búsqueda, siempre en camino, la Iglesia tiene que aprovechar los signos de los tiempos para reflexionar y discernir, si su presencia en el mundo y su actuación está o no suficientemente alineada con el Evangelio de Jesús. Es muy importante que se pregunte si la lucha contra el sufrimiento de las personas ocupa la centralidad de su actividad, como lo fue para aquel que le dio origen.

Claro que depende hacia qué punto del planeta apuntemos. Los obispos indios, por ejemplo, han levantado su voz, para manifestar su preocupación por la alarmante escasez de alimentos por la que atraviesa el país, la falta de vacunas, medicamentos y camas en los hospitales. El arzobispo de El Salvador, en nombre de los obispos, exigió, en su día, un salario mínimo para todos los trabajadores del país: “Es injusto, grave y pecaminoso no pagarles un salario digno a los trabajadores” y recordaba lo que ya había dicho el papa Francisco: “cuando se pagan salarios injustos se comete un pecado mortal”.

Los españoles, por su parte, vuelven a manifestarse contra la Ley de educación y reclamar fondos para la enseñanza concertada. Mínimas son sus manifestaciones para defender a los inmigrantes, el salario justo o el ingreso mínimo vital en este tiempo de pandemia en el que los datos de la pobreza y las desigualdades en España son aterradores y vergonzantes para todo el país.

En general, y para nuestra reflexión, no parece, de entrada, que el sufrimiento de la gente sea la mayor preocupación en la presencia y la actividad de la Iglesia.

Misa en latín
Misa en latín

Centrada en sí misma, con la lacra del clericalismo a cuestas, parece más preocupada por el creciente descenso de las personas que asisten a misa o por la falta de vocaciones. Quizá una de las causas más importantes de la “retirada” de miles de personas creyentes (de la institución y sus instituciones) y de la indiferencia generalizada, sea precisamente, el mantenerse apartada del sufrimiento de la gente, especialmente de los empobrecidos y excluidos.

Hay silencios que matan a Dios, declaraciones y “ocupaciones” que provocan agnosticismo y rechazo. Mientras nos ocupamos en ceremonias pontificales, en resucitar prácticas de piedad contraculturales, repitiendo doctrinas y ritos… mientras dedicamos gran parte de nuestro tiempo y de nuestros recursos a gestionar y conservar el patrimonio histórico y nos encanta distinguirnos de los demás por el uniforme y los ornamentos… la sociedad nos ignora. Y, con o sin nosotros, se aparta de Dios.

Conviene recordar, una y otra vez, que el clericalismo es un “defecto” (carencia de alguna cualidad propia, imperfección, error…), fuertemente arraigado en la Iglesia contra el que el papa Francisco trata de luchar, no parece que con mucho éxito, pero con enorme empeño: «uno de los peligros más graves y más fuertes de la Iglesia hoy es el clericalismo» (a la Congregación religiosa caritativa de sacerdotes y hermanos Padres Somascos). Lo dijo y lo sigue diciendo en cada oportunidad.

Ni el culto, ni el clero, deberían ser una preocupación en estos momentos. Pero lo son. Prueba de ello es la revuelta que estos días ha provocado la prohibición de las misas en latín, de espaldas al pueblo (literalmente) y del Vaticano II.

Misas en latín, ¿el final?
Misas en latín, ¿el final?

Cada día rezamos en la misa por la Iglesia para que, con el Papa, los Obispos, los sacerdotes y el pueblo el Señor la lleve “a su perfección por la caridad” (Plegaria Eucarística II). Claro que bien sabemos que esto depende de nosotros y no de una intervención divina al margen de nuestra libertad.

Cada día, también, debemos estar atentos a las necesidades de los hermanos más vulnerables y esta es la verdadera doctrina y la auténtica moral cristiana y, por consiguiente, nos interpela permanentemente, como comunidad cristiana, en nuestra actividad ordinaria.

En la sociedad civil

El sufrimiento de la gente tampoco parece ser lo prioritario para los dirigentes y las élites de la sociedad civil. Recuperar la economía y volver a la vieja normalidad de siempre (pan/cerveza y circo/ocio desmesurado) vuelve a ser la decepcionante “lección” que hemos aprendido en este tiempo que sigue hiriendo y provocando muerte, especialmente entre los más vulnerables, y entre los pobres.

Conviene recordar que el sistema económico actual es la causa de muerte y sufrimiento más importante, con diferencia, entre las muchas y diversas causas que nos hieren y hacen sufrir. Nada como la economía provoca en este mundo tanto sufrimiento y desesperanza como la absolutización de la producción y el beneficio económico.

La generosidad y la justicia han cedido su espacio al enriquecimiento a costa y al precio que sea. En este siglo XXI (“siglo de pocas luces”) es el dinero (y su gestión) la causa directa de los numerosos males que acechan a la humanidad en su dimensión biológica, ética y política: contaminación, enfermedades, miseria y hambre; explotación, corrupción, manipulación, frustraciones y decadencia, violencia, odio y muerte provocan nuestros negocios más boyantes (las armas entre ellos).

Viaje al espacio

Tener, conseguir y gastar son los principios y los fundamentos más sólidos de nuestra civilización. Evitar el dolor y luchar contra el sufrimiento de las personas y los pueblos debería de ser, por el contrario, el empeño universal prioritario de cualquier actividad que pretenda ser verdaderamente humana y digna.

Hemos asistido estos días a una inquietante noticia, celebrada por muchos y apenas cuestionada por nadie. Me refiero a ese viaje, de diez minutos, que han realizado al espacio algunos de los excéntricos millonarios que habitan este Planeta y que han gastado sin escrúpulo alguno, decenas de millones de euros para permitirse un capricho. Dicen que con esto se está abriendo una puerta al ocio espacial.

El acontecimiento no deja de ser una muestra de la decadencia de un sistema que nos contamina de injusticia y prepotencia vergonzante. “Ustedes han pagado todo esto” afirmaba el magnate promotor refiriéndose a sus clientes; mejor hubiera dicho: todo esto “lo han pagado”, con el dolor de la exclusión y la muerte, millones de personas a las que se explota a diario, sin tierra, sin techo y sin trabajo, sin salud ni educación. De este acontecimiento solo cabe esperar algún “donativo” publicitado ampliamente para tranquilizar la propia conciencia y la de sus cómplices (en gran medida todos) y así, alimentar el sistema de ego y de indiferencia ante el sufrimiento de millones de personas víctimas directas de las desigualdades económicas en las que nos movemos y existimos todos.

Me llamo Legión

Todo por salvar a un solo hombre

Me viene a la mente uno de los relatos más tremendos y comprometidos del Evangelio:

“Pasaron a la otra orilla del lago, al territorio de los gerasenos. Al desembarcar, le salió al encuentro desde un cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. Habitaba en los sepulcros. Nadie podía sujetarlo, ni con cadenas; en muchas ocasiones lo habían sujetado con cadenas y grillos y él los había roto. Y nadie podía con él. Se pasaba las noches y los días en los sepulcros o por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, se puso a correr, se postró ante él… Jesús le preguntó: —¿Cómo te llamas? Contestó: —Me llamo Legión. Y le suplicaba con insistencia que no los echase de la región. Había allí una gran piara de cerdos hozando en la ladera del monte. Le suplicaron: —Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Y él los permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y se metieron en los cerdos. La piara se precipitó al lago por el acantilado y unos dos mil cerdos se ahogaron en el agua… los testigos se asustaron y empezaron a suplicar a Jesús que se marchara de su territorio” (Marcos 5, 1-18).

Jesús se toma muy en serio la vida de las personas y los pueblos. Su lucha contra el sufrimiento no tiene límites (hoy diríamos que era un extremista o un loco).

El relato bien puede ser una alegoría profética del sistema económico mundial: la región de Gerasa en tiempos de Jesús, estaba ocupada por un asentamiento militar muy importante. En este lugar estratégico los soldados aseguraban la colonización imperial y la explotación de una parte importante del territorio de Israel (pueblo elegido/amado por Dios, como la tierra entera). “Legión” era la unidad militar de infantería básica, compuesta por unos cuatro mil soldados. No cuesta mucho intentar ver en una subdivisión de legionarios (unos 2.000 hombres), fuertemente armados y violentos en extremo, asentados en Gerasa, fueran considerados y temidos por los judíos auténticos como a verdaderos “espíritus inhumanos”; realmente “poseían” y sometían al pueblo, con toda clase de atropellos y vejaciones. Por otra parte, los cerdos eran la fuente de ingresos de toda la población y servían para alimentar a las “legiones” de soldados. Jesús se enfrentó a las legiones romanas que se alimentaban de los cerdos y a quienes los engordaban para ellos, sobreviviendo con el dinero sucio de sus opresores.

El relato, como en tantas ocasiones hace el Nuevo testamento, exagera la situación para subrayar el significado profundo de la actuación de Jesús: liberar a su pueblo de la opresión. La narración nos cuenta que finalmente Jesús sacrificó la economía de toda la región por salvar a un solo hombre del sufrimiento -terrible e inhumano- que lo “poseía” hasta las entrañas. Un hombre por 2. 000 cerdos. Cuenta el relato que después del “milagro” las gentes de la región echaron a Jesús de aquel lugar. Otra parábola de Jesús ya utilizaba el mismo argumento refiriéndose al pastor que deja las noventa y nueve ovejas en el redil para dedicarse a rescatar a una sola, que se había perdido.

Estos días está en discusión entre nuestros políticos la conveniencia o no de hablar de las “dictaduras”. Bien haríamos todos en reconocer que la mayor y más cruenta de las dictaduras es la economía global, maquillada de libertad, progreso y bienestar. Es realmente espantoso (infernal): todos lo vemos, todos lo sabemos y, al mismo tiempo, todos nos subimos al carro en la menor oportunidad. Algún día será insostenible, algún día todo estallará, solo esperamos que no sea en nuestras manos.

Nos queda la esperanza activa

Jesús dedico su ser y su quehacer a escuchar, acompañar y aliviar en la medida de sus posibilidades el dolor de los demás, hasta dejarse la vida en ello.

También hoy estamos rodeados de mujeres y hombres con entrañas de misericordia y compasión que como Él dedican sus días a aliviar el sufrimiento de miles de personas que sufren, por una y mil causas. Estamos rodeados de personas que desde ámbitos diversos y organizados en plataformas y ONGs confesionales o laicas practican la compasión y denuncia las injusticias y se juegan la vida a diario. Comprometidos de por vida, estos son la única esperanza, aunque muchos acabaran siendo expulsados de la “región”, o eliminados directamente, como Jesús.

Esperanza
Esperanza

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