"Personalmente, no creo que sea una utopía. Hay precedentes" José Carlos Rodríguez: "¿Y si el coronavirus fuera una oportunidad para un alto el fuego en todos los lugares en guerra?"

Centroáfrica
Centroáfrica

“Hago un llamamiento en favor de un alto el fuego inmediato en todos los rincones del mundo. Es tiempo de terminar con los conflictos armados y unirnos juntos en la verdadera lucha por nuestras vidas”. Lo ha dicho recientemente el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. No creo, ni mucho menos, que sea algo irrealizable.

"El jefe de la misión de la ONU donde trabajo, la MINUSCA, Mankeur Ndiaye, ha hecho suyo el desafío lanzado por el secretario general, y ha exhortado a todos los grupos armados del país a hacer callar las armas para preservar la República Centroafricana de las consecuencias nefastas del COVID-19"

"He vivido, y sigo viviendo, personalmente la historia de este conflicto desde su origen, y en más de una ocasión he perdido toda esperanza de ver el día en que el país vivirá por fin en paz. Hoy, sin embargo, pienso que podemos tener de nuevo una gran oportunidad"

“La furia del virus ilustra la locura de la guerra”. Así empezó un llamamiento en favor de la paz que, en medio de todo el alud informativo que nos invade cada día sobre la crisis del coronavirus, ha pasado casi desapercibido. Lo realizo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el pasado 23 de marzo. “Hago un llamamiento en favor de un alto el fuego inmediato en todos los rincones del mundo. Es tiempo de terminar con los conflictos armados y unirnos juntos en la verdadera lucha por nuestras vidas”.  ¿Sería posible que toda esta desesperación pudiera, por lo menos, convencer a los que usan la violencia para que entierren sus hachas de guerra?

Personalmente, no creo que sea una utopía. Hay precedentes. Cuando leí esta información, pensé inmediatamente en el caso de Aceh, una Península de Indonesia donde hubo una guerra que duro de 1976 a 2005. En 2004, como consecuencia del tsunami que se declare en el Océano Indico que arraso varios países de Asia, solo en Aceh murieron 130.000 personas. Ante la catástrofe que tenían delante de sus ojos, los trabajadores humanitarios que operaban en la zona pidieron a los rebeldes y a las fuerzas gubernamentales lo mismo que pide ahora el jefe de la ONU para todo el mundo: que declararan un alto el fuego. Contra todo pronóstico, los dos bandos aceptaron silenciar sus fusiles para que la ayuda pudiera llegar a los damnificados. El siguiente paso fue una negociación de paz, mediada por el gobierno finlandés, que duro siete meses.

Finalmente, en 2005, el gobierno indonesio y los rebeldes del Frente de liberación de Aceh (conocido por sus siglas GAM) firmaron un acuerdo de paz por el que el GAM se comprometía a desarmarse y a renunciar a sus demandas de independencia.  Esta historia de exito es poco conocida en nuestro mundo occidental, donde por desgracia la guerra tiene mucha mas publicidad que los esfuerzos por la paz.

Ndiaye y Guterres

Hoy he leído que el jefe de la misión de la ONU donde trabajo, la MINUSCA, Mankeur Ndiaye, ha hecho suyo el desafío lanzado por el secretario general, y ha exhortado a todos los grupos armados del país a hacer callar las armas para preservar la República Centroafricana de las consecuencias nefastas del COVID-19. En Centroáfrica ya existe un acuerdo de paz, que fue firmado por catorce grupos armados y por el gobierno en febrero del año pasado, mediado por la Unión Africana. El problema es que en muchos casos no se cumple y una buena parte del país sigue padeciendo ataques violentos que mantienen aún a medio millón de personas como desplazados internos, y a una cifra similar de personas como refugiados en países vecinos.    

“Los esfuerzos de respuesta al COVID-19 que coordina el gobierno interpelan todos los sectores de la sociedad centroafricana, en estas circunstancias excepcionales, a pasar por encima de las divergencias y unirnos para evitar una propagación del único enemigo común de toda la población, el coronavirus”, añadió el representante especial Ndiaye.

Uno de los problemas que tenemos en el mundo occidental, cuando oímos hablar de una guerra, es que queremos interpretarlo, de forma simplista, como un conflicto entre buenos y malos y queremos saber a quien se les deben asignar estas dos etiquetas. En Centroáfrica, lo que empezó siendo una rebelión de un grupo de mayoría musulmana (la Seleka) a finales de 2012, que derroco al año siguiente al gobierno dirigido entonces por el presidente Bozize, degenero después en una guerra civil entre la Seleka y las milicias anti-balaka, en la que hubo también enfrentamientos muy crueles entre comunidades cristianas y musulmanas. Después, ambos grupos armados, sobre todo la Seleka, se fragmentaron en distintos grupúsculos armados cuyo único objetivo hoy día es controlar zonas del país donde pueden explotar sus riquezas naturales, sobre todo oro y diamantes, además de embolsarse buenas cantidades de dinero con impuestos ilegales.

MInusca

 Por desgracia, a este rio revuelto contribuyen también mercenarios venidos de países vecinos, sobre todo de Chad y de Sudan, que apoyan a unos o a otros según sus conveniencias. Hoy día ya no se trata de cristianos contra musulmanes. De hecho, los enfrentamientos mas crueles que se han dado desde mediados del ano pasado, en el noreste del país, es entre milicias escindidas de la Seleka, cuyos miembros son mayoritariamente musulmanes, que reflejan rivalidades étnicas que tienen una larga historia.

He vivido, y sigo viviendo, personalmente la historia de este conflicto desde su origen, y en más de una ocasión he perdido toda esperanza de ver el día en que el país vivirá por fin en paz. Hoy, sin embargo, pienso que podemos tener de nuevo una gran oportunidad. En el momento de escribir estas líneas (25 de marzo) Centroáfrica tiene solo cinco casos registrados de coronavirus, pero si la propagación de la enfermedad se acelera, teniendo en cuenta la falta absoluta de medios sanitarios, será un desastre que no quiero ni imaginar.

En medio de tanta desesperación, me ilusiona pensar que, si las buenas palabras no han logrado convencer a los grupos armados para que dejen de martirizar a la gente, tal vez el miedo a la epidemia pueda cambiar la mentalidad de los violentos y escuchar el llamamiento a un alto el fuego para que todos se unan en la lucha contra el único enemigo al que hoy merece la pena enfrentarse. ¿Si fue posible en Indonesia hace quince años, por que no hoy en otros paises azotados por la violencia?

José Carlos Rodríguez
José Carlos Rodríguez

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