El uniforme ¿obstáculo para una plena escolarización?
(AE)
Algunos países africanos han anunciado que la educación primaria va a ser gratuita y, por tanto, ninguna familia tendrá que pagar matrícula para que sus hijos estudien en un colegio público. Hasta ahí, creo que una decisión acertada y valiente que merece el apoyo y la alabanza de todos.
Pero he aquí que con esta decisión no se ha terminado el calvario de los niños y niñas que quieren estudiar, ni tampoco el de sus familias. Los obstáculos que están en el camino de todos estos jóvenes siguen siendo en algunos casos insalvables. Resulta que la gran mayoría de los colegios de África del Este, quizás movidos por la tradición colonial británica que todavía se hace sentir, imponen que los niños vayan al colegio uniformados, y este es un gasto que la administraciones de los estados – comprensiblemente – no está dispuestas a pagar, por lo que las familias, de pasar a considerar si tenían dinero para la matrícula ahora toman el pulso a sus finanzas domésticas para ver si pueden pagar el uniforme de los niños. Salieron de de la olla para meterse en la sartén, ya que la equipación de un estudiante no es moco de pavo. La palma se la llevan los zapatos, pero los pantaloses, medias, camisas, corbatas y jerseys no les van a la zaga. La producción de uniformes varía de escuela a escuela y la producción total es bastante reducida, ya que va dirigida a unos cuantos cientos de estudiantes y por tanto se encuentran solo en un puñado de tiendas. Esto es un problema añadido ya que las familias no tienen mucho donde elegir y los comerciantes saben esto, por lo cual imponen precios altos, a veces abusivos.
En un principio, el uniforme era una idea buena ya que iguala a todos los estudiantes. Eliminaría “las clases sociales” dentro de la población estudiantil, ayudaría a que los menos pudientes pudieran aparecer de la misma manera que aquellos que se pueden comprar ropa de marca, y ¿porqué no? el uniforme es también un estatus social. La realidad, sin embargo, es que ahora mismo usan uniforme “los que pueden”, aunque la enseñanza en sí sea gratuita. Los que no pueden se quedan fuera de la escuela y por tanto el problema queda sin solucionar.
Malawi, por ejemplo, declaró la enseñanza básica gratuita en 1994, e inmediatamente pidió a las escuelas que dejaran de exigir uniforme a los estudiantes y prohibiendo a Directores y Jefes de Estudios que enviaran niños o niñas a casa por no vestir el uniforme. Algunas escuelas se resistieron a estas normativas (querían mantener “el estatus”) por lo que el gobierno tuvo que hacer toda una campaña con publicidad incluída para que los padres fueran conscientes que la falta de uniforme no justificaba una expulsión. Lo único importante era que los niños fueran vestidos de manera pulcra y esmerada.
Algunos observadores comentan ya abiertamente que el uniforme es un “nuevo impuesto” que se convierte en un verdadero impedimento y señalan a los diferentes estudios educativos que muestran que, a la hora del desempeño intelectual, no hay diferencia entre los niños que llevan uniforme en la escuela y los que no lo llevan. Recuerdo una vez que un desplazado interno, hablando de cómo se encontraba y cómo había llegado a un campo de refugiados me dijo repiqueteando con su mano índice contra la sién y lleno de dignidad : “hemos venimos desnudos, pero aquí [en la cabeza], no estamos desnudos en absoluto.” Nunca hubiera podido yo explicar mejor el asunto. Por lo menos alguien ha comprendido que lo más importante es “vestir la mente con conocimiento” que guardar las apariencias de erudición con un inmaculado uniforme.
Algunos países africanos han anunciado que la educación primaria va a ser gratuita y, por tanto, ninguna familia tendrá que pagar matrícula para que sus hijos estudien en un colegio público. Hasta ahí, creo que una decisión acertada y valiente que merece el apoyo y la alabanza de todos.
Pero he aquí que con esta decisión no se ha terminado el calvario de los niños y niñas que quieren estudiar, ni tampoco el de sus familias. Los obstáculos que están en el camino de todos estos jóvenes siguen siendo en algunos casos insalvables. Resulta que la gran mayoría de los colegios de África del Este, quizás movidos por la tradición colonial británica que todavía se hace sentir, imponen que los niños vayan al colegio uniformados, y este es un gasto que la administraciones de los estados – comprensiblemente – no está dispuestas a pagar, por lo que las familias, de pasar a considerar si tenían dinero para la matrícula ahora toman el pulso a sus finanzas domésticas para ver si pueden pagar el uniforme de los niños. Salieron de de la olla para meterse en la sartén, ya que la equipación de un estudiante no es moco de pavo. La palma se la llevan los zapatos, pero los pantaloses, medias, camisas, corbatas y jerseys no les van a la zaga. La producción de uniformes varía de escuela a escuela y la producción total es bastante reducida, ya que va dirigida a unos cuantos cientos de estudiantes y por tanto se encuentran solo en un puñado de tiendas. Esto es un problema añadido ya que las familias no tienen mucho donde elegir y los comerciantes saben esto, por lo cual imponen precios altos, a veces abusivos.
En un principio, el uniforme era una idea buena ya que iguala a todos los estudiantes. Eliminaría “las clases sociales” dentro de la población estudiantil, ayudaría a que los menos pudientes pudieran aparecer de la misma manera que aquellos que se pueden comprar ropa de marca, y ¿porqué no? el uniforme es también un estatus social. La realidad, sin embargo, es que ahora mismo usan uniforme “los que pueden”, aunque la enseñanza en sí sea gratuita. Los que no pueden se quedan fuera de la escuela y por tanto el problema queda sin solucionar.
Malawi, por ejemplo, declaró la enseñanza básica gratuita en 1994, e inmediatamente pidió a las escuelas que dejaran de exigir uniforme a los estudiantes y prohibiendo a Directores y Jefes de Estudios que enviaran niños o niñas a casa por no vestir el uniforme. Algunas escuelas se resistieron a estas normativas (querían mantener “el estatus”) por lo que el gobierno tuvo que hacer toda una campaña con publicidad incluída para que los padres fueran conscientes que la falta de uniforme no justificaba una expulsión. Lo único importante era que los niños fueran vestidos de manera pulcra y esmerada.
Algunos observadores comentan ya abiertamente que el uniforme es un “nuevo impuesto” que se convierte en un verdadero impedimento y señalan a los diferentes estudios educativos que muestran que, a la hora del desempeño intelectual, no hay diferencia entre los niños que llevan uniforme en la escuela y los que no lo llevan. Recuerdo una vez que un desplazado interno, hablando de cómo se encontraba y cómo había llegado a un campo de refugiados me dijo repiqueteando con su mano índice contra la sién y lleno de dignidad : “hemos venimos desnudos, pero aquí [en la cabeza], no estamos desnudos en absoluto.” Nunca hubiera podido yo explicar mejor el asunto. Por lo menos alguien ha comprendido que lo más importante es “vestir la mente con conocimiento” que guardar las apariencias de erudición con un inmaculado uniforme.