La Manifestación del día cuarenta: Hypapante

Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, la solemnidad que la Iglesia celebra el día 2 de febrero se llamaba «Purificación de nuestra Señora» y era considerada fiesta mariana. Actualmente, después de la reforma litúrgica, se denomina «Presentación del Señor» y se considera fiesta del Señor. Este dato, aparentemente insignificante, nos permite vincular la fiesta del 2 de febrero al bloque de epifanía, el de la gran teofanía.

En realidad se trata de la «epifanía del día cuarenta», cuando el Señor se manifestó como un sol resplandeciente, desde los brazos de María, al pueblo de Israel representado por los dos ancianos Simeón y Ana. Por eso esta fiesta, cuando fue importada desde Oriente, fue llamada Hypapante, encuentro con el Señor. Las liturgias occidentales respetaron este título durante algún tiempo. Incluso se encuentra en algunos sacramentarios del siglo VIII. A partir de los siglos X y XI comenzó a ser denominada «Purificación de la bienaventurada Virgen María». Desde entonces fue considerada fiesta de la Virgen y sin ninguna conexión con el misterio de la manifestación del Señor.

Hoy, sin embargo, como acabo de indicar, se ha recuperado el sentido original de esta fiesta y se interpreta en el marco de la epifanía. La misma procesión, la de las candelas, que en Occidente estuvo dotada desde el principio de un cierto colorido mariano, ha sido reorientada actualmente en conexión con el tema original de la manifestación. Así se desprende de la monición que precede al rito de la procesión en el nuevo Misal Romano.

El sentido de la fiesta aparece bellamente reflejado en estas estrofas de un himno bizantino: «He aquí, pues, que la salvación ha aparecido en Israel; la luz resplandece sobre aquellos que estaban sentados en las tinieblas. Llevado por la Virgen, nube ligera, el Señor brilla como el sol, salvando a los que gritan: Bendito el que viene, Dios nuestro; gloria a ti. Que las sombras de la ley se disipen: ha llegado Cristo, la esperanza de las naciones. Ha aparecido el Verbo, la verdad ha resplandecido. Venid, pueblos, adorad a Cristo, portado sobre los brazos del anciano, y gritad con fe: Bendito seas tú, que has venido, Dios nuestro, gloria a ti».

Después de un amplio sondeo de testimonios, sobre todo orientales, J. Lemarié resume así el contenido de esta fiesta: «El objeto primero y esencial de la contemplación y de la alabanza eclesial no es otro sino la aparición, la manifestación del Señor, el encuentro divino de Cristo y de su pueblo, Israel y la Iglesia, figurado por Simeón y Ana la profetisa».
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