Afinidades entre san Agustín y san Bernardo

Monasterio Santa María de Las Escalonias

Al Monasterio Cisterciense Santa María de Las Escalonias(Hornachuelos - Córdoba), desde el recuerdo de las Jornadas de Teología, dirigidas, años hace,a su entonces incipiente y joven Comunidad.

San Bernardo es la figura de mayor relieve dentro de los autores cistercienses.  Doctor melifluo por la dulzura con que hablaba y la pasión que por Jesús y su Santísima Madre sentía, le daba horas y horas a escribir sermones, dotado de extraordinario carisma para atraer a todos hacia Cristo. Quien lo escuchaba era invadido por un fortísimo impulso de conversión interior.

Compuso las últimas palabras de la Salve y repetía con frecuencia la bella oración Acordados, oh piadosísima Virgen María, que recrea, sin duda, los oídos de la Madre de Dios por la firme confianza en su maternal misericordia. El gran erudito benedictino de la Abadía de San Mauro, Jean Mabillon (+ 1707), acuñó la célebre fórmula Ultimus inter Patres, sed primis certe non impar («Último de los Padres, pero no desigual a los primeros»).

A propósito de los Padres de la Iglesia en san Bernardo, pocos habrá tan influyentes como san Agustín, sobre todo mediante una predicación que, aun reconociendo la utilidad de las precedentes, se apoya en la tradición bíblica, en la literatura cristiana y en la lengua viva y popular. El estilo de san Bernardo y de otros círculos cistercienses deriva de san Agustín y de los grandes Padres. Su lengua, de hecho, es típicamente medieval: estructura, tonalidad, también sensibilidad, son inconfundiblemente medievales.

Cierto que el lenguaje medieval no es imitación servil y estéril del patrístico, ni tampoco un normativismo riguroso. La nueva tendencia medieval se abre camino en la abundancia de tratados sobre el amor cristiano, la amistad, la caridad y sus grados, salidos de los medios cistercienses. Y es que en la literatura monástica de esta época predominan san Bernardo de Claraval y su grupo.

Sus obras reflejan gran unidad de estilo. Cambia constantemente el tono, sin duda, pero queda siempre su estilo, cuya historia contienen las cartas cristianas. En los sermones agustinianos estos procedimientos atestiguan una perfección sin precedentes en la predicación occidental; las Confesiones, en cambio, nos presentan los mismos procedimientos, si bien bajo forma más literaria.

Para el abad de Claraval, la teología no se reduce a mostrar la ausencia de contradicción entre la razón humana y los misterios de la fe; pretende también ir más allá de la simple exposición de la coherencia interna de las diversas afirmaciones parciales de la fe, lo que en la práctica supondría cultivar teología desde una perspectiva exclusivamente lógica. A san Bernardo semejante visión le parece muy pobre, ya que, a su entender, también pertenecen a la palabra de la fe los términos de la emoción, la admiración y el amor.

Como san Agustín, uno y otro elevan el conocimiento racional de Dios por encima de la mera reflexión e interrogación y le confieren un amplio horizonte espiritual; de modo que el reconocimiento, el saber y la voluntad están incluidos en la abierta actitud espiritual del amor. El punto de partida de este camino es la unión con el humilde amor de Dios, la mirada al Crucificado. De esta suerte, en san Bernardo confluyen el espíritu paulino y la herencia agustiniana.

También resulta san Bernardo discípulo de san Agustín al concebir el amor a Dios y al prójimo como don del Espíritu Santo. Estimulado por san Pablo y por el obispo de Hipona, san Bernardo entiende que la acción despertadora del Espíritu Santo se orienta a liberar el corazón humano de su limitación, capacitándolo para acoger amorosamente a Cristo crucificado y, por ende, para conocer el amor humilde de Dios.

San Bernardo

Sigue asimismo el Claravalense al rebufo del Hiponense cuando considera el amor de Dios como una participación gratuita, en el vínculo de amor trinitario del Padre, y del Hijo, es decir, en el Espíritu Santo. Para el abad de Claraval, el conocimiento de la Trinidad implica una participación en el misterio vital del Dios trinitario.

La Trinidad se hace históricamente presente en la conducta y en el acto creyente de amar a Dios. Categorías como «causa y efecto», «modelo e imagen», motivo determinante y resultado obtenido, no bastan para describir la comprensión que san Bernardo tenía del conocimiento amoroso de Dios. Para él, se trata de una forma de presencia y expresión del propio misterio trinitario. Acercarse a este misterio no es únicamente cuestión de conocimiento y doctrina (logos); incluye de igual modo valoración, admiración y felicidad en su forma más elevada.

La palabra, según san Agustín, no se reduce a simple medio de comunicación con los hombres. Basta leer las Confesiones para constatar hasta qué extremo la expresión verbal es factor esencial de su vida espiritual. San Agustín comparte esto con otro gran orador y místico: san Bernardo de Claraval. No hay como comparar al de Hipona con sus contemporáneos, un san Ambrosio, por ejemplo, o el mismo san Jerónimo, para advertir hasta qué punto los ha sobrepasado por una verdadera virtuosidad de la palabra, con qué maestría inigualada él explota la lengua para sacar de ella todo lo que atesora y puede dar.

La imagen en Agustín es el lenguaje privilegiado de la vida espiritual, incluso mística. Y aquí encontramos de nuevo a san Bernardo, el místico cisterciense, trabajando de lleno la imagen, pero que -nótese bien- es más realista, puesto que él se apoya, mucho más que san Agustín, en el mundo material que le envuelve.

En san Agustín, por el contrario, la imagen es sobre todo de origen bíblico. Las imágenes en el de Hipona no pertenecen en primer lugar al aparato heredado de la retórica antigua. Queriendo expresar por ellas realidades trascendentes, él las toma prestadas de la Biblia, a veces incluso parece que las hubiera traído inspiradas en la liturgia. Junto a estos elementos netamente cristianos, hay que contar con ciertas reminiscencias plotinianas, en tanto que la imagen poética, virgiliana sobre todo, se combina a veces con los elementos bíblicos.

El estilo de las Confesiones es una creación muy original. Agustín puso en ellas un lenguaje interpretado  de la vida interior, de las experiencias místicas, de las realidades trascendentes. Un estilo que se inspira primeramente en la Biblia, sin duda, pero que también utiliza préstamos poéticos y filosóficos, léase neoplatónicos. En lo relativo a la estructura de la frase, retoma el estilo antitético del asianismo, naturalmente enriqueciéndolo a la par de ciertos elementos bíblicos. El estilo de las Confesiones inspirará, pese a su altura inimitable, a buen número de autores de la vida espiritual: se le intuye en un san Bernardo de Claraval sobre todo por su empuje y su lirismo.

La lectura asidua de la Biblia mostró a san Agustín que el diálogo de Dios y del hombre puede desarrollarse por medio del mundo sensible, pese a ciertas teorías neoplatónicas, aludidas en la visión de Ostia: si cui […] sileant somnia et imaginariae revelationes (Confesiones, IX,10,25). Ocho siglos después, tampoco san Bernardo excluirá la imagen de la apariencia mística.

Ahora bien, mientras en sus escritos estas imágenes figuran comúnmente inspiradas en el mundo que le circunda, la agustiniana es más bien libresca, basada sobre todo en la poesía bíblica. Los lectores las han aceptado y admirado justamente como elementos de inspiración bíblica, pese a que éstas se oponen muy a menudo a la tradición estilística antigua. Las imágenes de las Confesiones nos permiten mejor que los otros elementos de estilo señalar la llegada del nuevo estilo agustiniano, todo él impregnado del espíritu y de las formas del pensamiento hebraico.

San Agustín el Hiponense aprendió de la Sagrada Escritura, más que de la poesía clásica y de la retórica, que la imagen constituye el lenguaje privilegiado de la vida espiritual. En la imagen de las Confesiones hay sin duda un elemento místico, que la coloca -así los entiende Fontaine- sobre el mismo plano de aquella de las poesías de san Juan de la Cruz, y Mohrmann añade que también de la de Bernardo de Claraval.

El de san Bernardo es un estilo forjado sobre el yunque de la Liturgia y de la Vulgata patrística en contacto incesante con la tradición paleocristiana. San Bernardo se mantiene dentro del campo de la Tradición. Bastaría para probarlo la polémica con Abelardo. Según expertos, como E. Gilson, el san Bernardo humanista recibió una gran influencia de Cicerón. Se trataría, según Gilson, de influencia directa, cosa desechada por Mohrmann, a cuyo entender habría sido, más bien, a través de escritos cristianos interpuestos, como ciertos elementos ciceronianos entraron en las obras de san Bernardo.

Para comprender el estilo de san Bernardo, es preciso retroceder a Lactancio, san Hilario de Poitiers, san Ambrosio, san Agustín, y, más tarde, Casiodoro. Pero no estaría dicho todo proclamando que por su cultura literaria, como desde su doctrina, san Bernardo es ultimus inter Patres.

En su lengua y en su estilo él es también uno de los primeros en quienes se fragua un sentimiento absolutamente nuevo y en quien se manifiesta una imaginación vivaz y viviente que en vano puede buscarse en la antigüedad. Es el último de los Padres, por supuesto, pero al mismo tiempo uno de los primeros modernos: tal vez ni fuera osadía decir que es el primer gran prosista francés.

Bernardo razona raramente, incluso en sus obras dogmáticas. El especula, medita, habla siempre bajo una tensión espiritual fuerte. Describe a veces, pero sobre todo expresa sus sentimientos y sus experiencias. Sus obras rebosan de exclamaciones, y él se abandona al primer impulso de los sentimientos y de las mismas ideas que afluyen a su alma. Esta elemental estructura, explicable ya por el habitual estado del alma de san Bernardo, ya por ciertas influencias de san Agustín y de otros, se combina con vivo juego de palabras y sentidos: paralelismo, antítesis, aliteración, asonancia, juegos de conceptos propiamente dichos.

De igual modo cabe afirmar del vocabulario: pese a cierto número de palabras típicamente medievales, podemos asegurar que no difiere mucho de aquel de los Padres de los siglos IV y V. Incluso cuando crea neologismos, Bernardo sigue fiel a los procedimientos de la formación de las palabras en uso durante los primeros siglos cristianos. De ahí que su terminología mística se relacione mucho con la tradición de san Pablo y, sobre todo, de san Agustín y san Gregorio Magno.

La forma lingüística y estilística de san Bernardo, en resumen, está definida por una larga tradición cristiana y por la exuberancia misma de su estilo, el cual parece ser la prueba más auténtica de una tradición que se remite a la gran época de la literatura latina cristiana. La sagrada Liturgia celebra estos próximos días a tan eximios doctores de la Iglesia: san Bernardo (el 20 de agosto) y san Agustín (el 28 de agosto): sirva esta proximidad cronológica en el calendario de acicate para mejor comprender el alcance de las afinidades que acabo de bosquejar.

Auxilio bibliográfico inicial

Congar, Y.,  Der Heilige Geist. Freiburg-Basel-Wien, 1982, 289s.

Mohrmann, Christine, Études sur le latin des chrétiens. Tome I. Le latin des chrétiens. Deuxième Édition. Edizioni di Storia e Letteratura, (Roma 1961), p. 71s.; Id, Tome II. Latin chrétien et médiéval. Edizioni di Storia e Letteratura, (Roma 1961), pp., 247; 357; 261s.; 264s; 319s.; 351. 354).

San Agustín

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