La Iglesia católica y el diálogo interreligioso

La declaración Nostra aetate reconoce que en la experiencia religiosa de los hombres hay desde los inicios cierta «percepción de aquella potencia arcana, que está presente en el curso de las cosas y de los acontecimientos de la vida humana, e incluso a veces se reconoce la divina suprema o también el Padre» (n.2; cf. la LG 16).

La producción posconciliar es ya desbordante. Los teólogos concuerdan en reconocer el valor positivo de las religiones, la presencia y la acción en ellas de Dios, Padre, Hijo y Espíritu, su regreso a un diseño general de salvación de la humanidad, mientras vienen identificados cada uno de los elementos positivos de las diversas religiones muy cercanos también a la fe cristiana (mediación, ética, etc.).

Gracias a la guía del Espíritu Santo la Iglesia ha cambiado de actitud hacia las otras religiones y se ha comprometido mayormente en el diálogo interreligioso. Quienes son activos en el diálogo, pues, cristianos o no, «son llamados a colaborar con el Espíritu del Señor resucitado, Espíritu que está presente y actúa universalmente» (Diálogo y Anuncio 40).

El avance en el conocimiento del mismo patrimonio de la revelación puede realizarse, de hecho, gracias también a las aportaciones, purificaciones y estímulos que pueden venirle a la comunidad cristiana por parte de las grandes religiones mundiales.

San Juan Pablo II y el diálogo judeo-cristiano

Las relaciones de la Iglesia católica con el hebraísmo reflejan, desde el punto de vista historiográfico, una distinción y una rotura: primero la componente aperturista con visión positiva de las raíces hebraicas. Pero al prevalecer las étnico-cristianas, se impuso la negativa, ya del judeocristianismo, ya del hebraísmo, con tendencias antijudías relevantes. El Vaticano II aclara que los veinte siglos de historia y de teología no soportan un juicio positivo global sobre el comportamiento de la Iglesia hacia el hebraísmo, si bien conviene distinguir entre el Israel de la Biblia y el hebraísmo.

En cuanto a las otras religiones, los cristianos de los primeros siglos se opusieron al politeísmo antiguo. La apologética tampoco desistió de hacer frente a las calumnias, insidias de los paganos y ataques de los perseguidores. Su resultado fue un choque entre las dos comunidades, con actuaciones a menudo diversas.

A partir del siglo II, los Padres empezaron a poner en valor el pensamiento antiguo: san Justino, con las "semillas del Verbo" presentes en la filosofía. Clemente de Alejandría, con la herencia helenística, viendo en la filosofía un don de Dios a los griegos, como la Ley se había dado a los hebreos. Orígenes, en fin, destacando que la filosofía de los pueblos, platonismo y estoicismo sobre todo, puede conducir a Dios.

Los cristianos, por lo demás, participaron en la vida económica y social de los paganos. La Iglesia asimiló muchos elementos lingüísticos y simbólicos de sus religiones (J. Ries, 214-215). Ya en siglos posteriores, hubo episodios y métodos integristas, persecutorios, de los que se hizo eco san Juan Pablo II en el Mensaje para la XXIV Jornada mundial de la paz 1991: «Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre» (1.1.1991) ]. 

Parece que tematizar una teología de las religiones y la idea de un diálogo entre representantes de diversas religiones emerge por primera vez con Nicolás de Cusa (1401-1464) en su obra De pace fidei. Una paz entre las religiones es, según él, posible porque estas son quaedam locutiones Dei sive rationis aeternae (Bürkle: NDR Balsamo 1993, p. 238).

El Concilio Vaticano II introdujo un cambio radical en la actitud de la Iglesia católica hacia las otras religiones. De hecho, el proyecto original de la Nostra aetate iba dirigido a una declaración sobre el hebraísmo, que los obispos del Oriente Medio pidieron extender también al Islam, y los asiáticos consiguieron, por último, que comprendiese a todas las religiones (Langa, 268 ss.).

La declaración Nostra aetate reconoce que en la experiencia religiosa de los hombres hay desde los inicios cierta «percepción de aquella potencia arcana, que está presente en el curso de las cosas y de los acontecimientos de la vida humana, e incluso a veces se reconoce la divina suprema o también el Padre» (n.2; cf. la LG 16: en definitiva hallamos aquí asumida la doctrina patrística de los semina Verbi, de los gérmenes del Verbo presentes en las otras religiones; y de la doctrina de la praeparatio evangelica, pero sobre todo el reconocimiento de la acción del Espíritu Santo no sólo en la Iglesia, sino también fuera de ella, o sea en las otras religiones).

El diálogo interreligioso abierto y respetuoso

El cambio del Vaticano II irrumpió acompañado de la creación del Secretariado para los no cristianos (Pentecostés 1964), como signo de la voluntad de la Iglesia católica de encontrarse y tener mejor conocimiento recíproco y diálogo con los creyentes de las otras religiones.

La institución de tal Secretariado fue acompañada de la publicación de la encíclica Ecclesiam suam (6.8.1964), que presentaba los tres círculos concéntricos del diálogo de la Iglesia católica: con los otros cristianos; con los creyentes de las otras religiones; con todos los hombres (Langa, 11-38).

La producción posconciliar es ya desbordante. Los teólogos concuerdan en reconocer el valor positivo de las religiones, la presencia y la acción en ellas de Dios, Padre, Hijo y Espíritu, su regreso a un diseño general de salvación de la humanidad, mientras vienen identificados cada uno de los elementos positivos de las diversas religiones muy cercanos también a la fe cristiana (mediación, ética, etc.).

La Evangelii Nuntiandi (1975), pese a no aportar -según algún especialista- elementos particularmente nuevos, insiste en el respeto y estima debidos a todas las religiones. Páginas muy abiertas, en cambio, las encíclicas de Juan Pablo II, Redemptor hominis (1979), Dominum et vivificantem (1986) y Redemptoris missio (1990) [Cereti, 104].

En el Mensaje a los pueblos de Asia enviado desde Manila [21.02.1981], el Papa se presenta como testigo del Espíritu, que actúa en la historia de los pueblos y de las naciones, y cuya acción parece no limitarse a la llamada de los no cristianos a la Iglesia [cf. en Gioia, n.369].

Las resistencias y críticas cuando la jornada de oración por la paz en Asís (1986) no faltaron: de ahí que Juan Pablo II saliera al paso de ellas en su discurso natalicio a la Curia Romana [Giogia, nn. 567-568-570]. Volvió el diálogo con el documento Diálogo y anuncio (1991), preparado contemporáneamente a la encíclica, aunque lleva una fecha oficial más tardía. El tema fue retomado en forma sistemática por un documento de la Comisión teológica internacional con el título El cristianismo y las religiones [Cereti, 109-110].

La panorámica podría cerrarse recordando que aún más importante que los mismos documentos oficiales recordados es la práctica del diálogo interreligioso que involucra ya a muchas comunidades católicas, en particular en Asia. Recuérdese que, al respecto, los episcopados continentales, y sobre todo el asiático, ya han dedicado al tema estimables documentos a partir de 1974.

En los Sínodos continentales el tema fue retomado de manera más contextualizada (Cereti, 110). El de América (desde el 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997); el de Asia (desde el 19 de abril al 14 de mayo de 1998); y el de Oceanía (desde el 22 de noviembre al 12 de diciembre de 1998).

La Nostra aetate

El fundamento teológico del diálogo interreligioso dice que los participantes del diálogo deben estar muy arraigados en la propia fe para poder representarla adecuadamente en el diálogo, el cual encuentra fundamento en la creación y en el misterio del amor de Dios manifestado en la Encarnación.

Dice asimismo que a la luz del diálogo, única forma de que se realice la misión en las actuales circunstancias, son juzgadas severamente las misiones cristianas del pasado.

Según la missio Dei, es cometido de la Iglesia discernir la obra de Dios en el mundo: a través del diálogo interreligioso, se puede descubrir la obra de Dios en las otras religiones. Más aún, descubrir en ellas la presencia de Cristo ya operante y la acción del Espíritu, que guía al hombre a la verdad.

Entre las conclusiones teológicas a sacar sobre el diálogo interreligioso y sus problemas destaca que también debe ser distinto del diálogo la valoración teológica de las otras religiones desde el punto de vista cristiano, o sea la teología de las religiones. Este problema, como sabemos, recibe respuestas diversas en las Iglesias cristianas.

Hay que distinguir del diálogo interreligioso los argumentos del anuncio evangélico, de la misión y del testimonio. El cristianismo no puede en modo alguno sustraerse a la obligación del anuncio misionero en conformidad con el mandato de Cristo y a testimoniar la propia fe. La Carta Encíclica Redemptoris missio (7.12.1990) afirma que diálogo interreligioso y evangelización deben mantener su estrecho vínculo y a la vez su distinción, de modo que no sean confundidos, ni instrumentalizados, ni juzgados equivalentes como si fuesen intercambiables (cf. RM 55).

Por último, la fe en el Espíritu Santo, inspirador del diálogo (Fitzgerald, 129-142), Espíritu de verdad que conduce la historia, nos abre con esperanza hacia la plenitud de la verdad a través del encuentro y del diálogo con las grandes tradiciones religiosas de la humanidad.

La revelación cristiana es definitiva y puede considerarse concluida, pero el Evangelio recuerda que Jesús tenía todavía muchas cosas que decir, que sus discípulos no podían entonces acoger, y que sería el Espíritu Santo quien les hiciera acceder gradualmente a la verdad toda entera (cf. Jn 16, 12-13). Nadie puede excluir que este acceso gradual a la verdad puede ocurrir por el encuentro con otras religiones. Y esto incluso en el conocimiento del misterio de Dios.

El avance en el conocimiento del mismo patrimonio de la revelación puede realizarse, de hecho, gracias también a las aportaciones, purificaciones y estímulos que pueden venirle a la comunidad cristiana por parte de las grandes religiones mundiales.

Porque, si también en ellas reconocemos la obra del Espíritu, ya que también a través de ellas la existencia de cada uno viene ayudada por el Espíritu Santo para huir del egoísmo y vivir siempre más profundamente la experiencia del amor, de Dios y de los otros, en tal sentido significa que también ellas contribuyen al crecimiento del Reino y manifiestan así la dimensión más profunda del misterio de Dios, que se ha hecho hombre, y que «mediante la Encarnación en cualquier modo se ha unido a cada hombre» (GHS 22; Fitzgerald, 130-133).

El Espíritu Santo, en fin, guía la misión evangelizadora de la Iglesia (DA 84). Es decir,  inspira también la actividad del diálogo. Es mediante la guía del Espíritu Santo como la Iglesia ha cambiado de actitud hacia las otras religiones y se ha comprometido mayormente en el diálogo interreligioso. Quienes son activos en el diálogo, pues, cristianos o no, «son llamados a colaborar con el Espíritu del Señor resucitado, Espíritu que está presente y actúa universalmente» (DA 40).

NB: Dejo para más adelante completar este argumento a la luz del magisterio del papa Francisco, dada su copiosa y brillante aportación en este campo. Hacerlo ahora supondría salirme de los límites de un artículo como este.

Elemental aporte bibliográfico:

Bürkle, H., «Dialogo interreligioso», en: Nuovo Dizionario delle Religioni. Cinisello Balsamo 1993, p. 238.

Cereti, G., «Orientamenti del CEC e degli organismi ecumenici della Chiesa cattolica»: Varios, Le chiese cristiane, 88-128.

Fitzgerald, M. L., «Lo Spirito Santo, ispiratore del dialogo»: Varios, Le chiese cristiane, 129-142.

Langa, P., «Un paso adelante en la Nostra Aetate»: Vida Nueva 2.661 (2009) 35.- «La declaración Nostra Aetate. Historia y repercusión»:  Varios, Biblia, Revelación y Religiones. XVI y XVII Jornadas de Teología del Instituto Teológico Compostelano, Septiembre 2015 y 2016 [Instituto Teológico Compostelano. Santiago de Compostela 2017, pp. 261-289.-«Retos ecuménicos de la Dignitatis humanae»: González Marcos, I. (ed.), Concilio Vaticano II 40 años después. IX Jornadas Agustinianas, 11-12 de marzo de 2006, Centro Teológico San Agustín, Madrid 2006, pp. 123-152;  «Cincuentenario de la encíclica Ecclesiam suam» (I-II): Equipo Ecuménico Sabiñánigo 6.08.2014; «La encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI medio siglo después»: Pastoral Ecuménica 31(2014) 11-38 [229-256]. 

Ries, J., I cristiani e le religioni. Brescia 1992.

La Ecclesiam suam

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