Lecciones patrísticas (IV): ¿Por qué estudiar a los Padres de la Iglesia?

Testigos privilegiados de la Tradición divina

Antes de responder a esta pregunta fundamental, la Congregación para la Educación Católica da por obvio que  los estudios patrísticos podrán alcanzar el debido nivel científico y dar los frutos deseados, solamente a condición de que se realicen con seriedad y con rigor; también con amor.

Acontece aquí algo similar a lo que nos dicen algunos Padres acerca del modo de acudir y utilizar la Sagrada Escritura. Lo afirma el mismo san Agustín en sus inmortales Confesiones: sufrió gran decepción la primera vez que se acercó a las Sagradas Escrituras, en parte debido a su formación retórica, dado que circulaban por doquier traducciones de la Biblia que distaban mucho de ser elegantes, precisas, y ajustadas al texto, lo cual, para un estilista, para un retórico de altos vuelos como él era, se hacía insoportable. Pero luego también a causa de la soberbia.

Él mismo lo puntualiza: «hinchado de orgullo, me consideraba un fuera de serie». Y las Escrituras Sagradas, inspiradas por el Espíritu Santo se resisten a los soberbios, y se rinden, en cambio, suaves al paladar del alma en los humildes (Conf.3,5,9). Esto más o menos acontece también, «mutatis mutandis», cuando uno se acerca a los Padres de la Iglesia.

La experiencia enseña, en efecto, que los Padres manifiestan sus riquezas espirituales sólo a quienes se esfuercen por penetrar en su profundidad a través de un aplaciente y asiduo trato familiar. Se requiere, por tanto, de parte de los profesores y de los alumnos un verdadero interés, para el que se pueden aducir las siguientes razones:

1) Los Padres son testigos privilegiados de la Tradición. 2) Ellos nos han transmitido un método teológico que es a la vez luminoso y seguro. 3) Sus escritos ofrecen una riqueza cultural y apostólica, que los hace grandes maestros de la Iglesia de ayer y de hoy» (II,17).

Abordemos, siquiera sea ello brevemente, la primera de estas tres razones que aporta el Documento de la Congregación.

1.- Testigos privilegiados de la Tradición.- Entre los diversos títulos y funciones que en los documentos del Magisterio se atribuyen a los Padres, figura en primer término, el de testigos privilegiados de la Tradición, en la cual […] ellos ocupan un lugar del todo especial, que les hace diferentes respecto a los protagonistas de la historia de la Iglesia. «Son ellos, en efecto, los que delinearon las primeras estructuras de la Iglesia junto con los contenidos doctrinales y pastorales que permanecen válidos para todos los tiempos» (II,1:18).

«Ellos están más próximos a la pureza de los orígenes; algunos de ellos fueron testigos de la Tradición apostólica, fuente de donde la Tradición trae su origen; especialmente a los de los primeros siglos se les puede considerar como autores y exponentes de una tradición constitutiva, la cual se tratará de conservar y explicar continuamente en épocas posteriores. En todo caso los Padres han transmitido lo que recibieron, "han enseñado a la Iglesia lo que en la Iglesia aprendieron", "lo que encontraron en la Iglesia eso han poseído; lo que aprendieron han enseñado; lo que han recibido de los Padres han transmitido a los hijos"» (II:1:19 a)

«Fueron ellos los que fijaron el "Canon completo de los Libros Sagrados", los que compusieron las profesiones básicas de la fe (regulae fidei), precisaron el depósito de la fe en confrontaciones con las herejías y la cultura de la época, dando así origen a la teología. También son ellos, además, los que pusieron las bases de la disciplina canónica (statuta patrum, traditiones patrum), y crearon las primeras formas de la liturgia, que permanecen como punto de referencia obligatorio para todas las reformas posteriores. Los Padres dieron de ese modo la primera respuesta consciente y refleja a la palabra divina […] y fueron así los autores de la primera catequesis cristiana» (II:1:20 b).

Jesús y la Samaritana

«La Tradición de la que los Padres son testigos, es una Tradición viva, que demuestra la unidad en la diversidad y la continuidad en el progreso. Esto se ve en la pluralidad de familias litúrgicas, de tradiciones espirituales, disciplinarias y exegético-teológicas existentes en los primeros siglos (por ejemplo, las escuelas de Alejandría y de Antioquía)» (II:1:21 c).

«La Tradición, pues, como fue conocida y vivida por los Padres no es un bloque monolítico fijo, esclerotizado, sino un organismo pluriforme y lleno de vida. Es una praxis de vida y de doctrina que conoce, por una parte, también dudas, tensiones, incertidumbres y, por otra, decisiones oportunas y valientes, revelándose de gran originalidad y de importancia decisiva. Seguir la Tradición viva de los Padres no significa agarrarse al pasado en cuanto tal, sino adherirse con sentido de seguridad y libertad de impulso en la línea de la fe» (II:1:22 d).

«Los Padres son, pues, testigos y garantes de una auténtica Tradición católica, y por tanto, su autoridad en las cuestiones teológicas fue y permanece siempre grande. Cuando ha sido necesario denunciar la desviación de determinadas corrientes de pensamiento, la Iglesia siempre se ha remitido a los Padres como garantía de verdad. Varios concilios, entre ellos por ejemplo los de Calcedonia y Trento, comienzan sus declaraciones solemnes con alusión a la tradición patrística, usando la fórmula: "Siguiendo a los santos Padres ... etc.". A ellos se hace referencia incluso en los casos en que la cuestión ha sido ya resulta por sí misma con el recurso a la Sagrada Escritura.

En el Concilio Tridentino y en el Vaticano se estableció explícitamente el principio de que el unánime consenso de los Padres constituye una regla cierta de interpretación de la Escritura, principio éste que ha sido siempre vivido y practicado en la historia de la Iglesia y que se identifica con el de la normatividad de la Tradición formulada por Vicente de Lerins e, incluso antes, por san Agustín» (II:1:23 e).

«Los ejemplos y las enseñanzas de los Padres, testigos de la Tradición, fueron particularmente estudiados y valorados en el Concilio Vaticano II, y precisamente gracias a ellos, la Iglesia adquirió una conciencia más viva de sí misma, y especificó el camino seguro, en especial, para la renovación litúrgica, para un eficaz diálogo ecuménico y para el encuentro con las religiones no cristianas, haciendo fructificar en las actuales circunstancias el antiguo principio de la unidad en la diversidad y del progreso en la continuidad de la Tradición». II:1:24 f)

2.- Constantes y concordes en la oración. – Resultaría prolijo ahora mismo descender a pormenores de la oración en los Padres de la Iglesia. Es un argumento tan complejo y largo como aleccionador y sublime. Ya en el siglo III surgen los primeros tratados patrísticos sobre la oración en torno al Paternóster, el cual se coloca de esta manera en el centro de la oración cotidiana y litúrgica. Mantienen así los Padres, constantes y concordes, la oración, reflejos vivientes de la Comunidad Apostólica de Jerusalén. El P. Adalberto Hamman concluye su voz Oración en el Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane GZ (II,2890-2894) diciendo que la oración cristiana, radicada en la revelación bíblica y en Cristo, es al mismo tiempo acción de gracias y espera, recapitulación y escatología.

Jesús, Maestro

De cualquier Padre de la Iglesia es posible sacar elevados pensamientos acerca de la oración. Fueron/son excelentes maestros de oración. Sus escritos se le antojan a uno -hay quien prefiere otros símiles- aquel providencial cántaro con que la Samaritana fue a sacar agua del pozo de Jacob, y al final acabó, según la promesa de Jesús, agraciada con la «fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14).

Sirva de colofón a esta síntesis de pensamientos patrísticos un texto de san Cipriano, autor de un precioso comentario titulado Del Padrenuestro, en el que abunda sobre la Sagrada Escritura y la concordia de la oración.  Al aire de tan bellas consideraciones, el santo obispo mártir de Cartago afirma que es pública y común nuestra oración, de suerte que, cuando oramos, no lo hacemos por uno solo, sino por el pueblo todo, ya que el pueblo entero forma una sola cosa en Cristo. Dice así:  

«Ante todo no quiso el Doctor de la Paz y Maestro de la unidad que orara cada uno por sí y  privadamente, de modo que cada uno, cuando ora, ruegue sólo por sí. No decimos “Padre mío, que estás en los cielos”, ni “el pan mío dame hoy”, ni pide cada uno que se le perdone a él solo su deuda o que no sea dejado en la tentación y librado de mal. Es pública y común nuestra oración, y, cuando oramos, no oramos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo forma una sola cosa. El Dios de la paz, que nos enseña la concordia y la unidad, quiso que uno solo orase por todos, como Él llevó a todos en sí solo.

Los tres jóvenes encerrados en el horno observaron esta ley de la oración, puesto que oraron a una y unánimes y concordes en el espíritu. Nos lo atestigua la palabra de la Sagrada Escritura, y, cuando refiere cómo oraron éstos, nos propone un ejemplo a la vez para imitarlo en nuestras oraciones, de modo que seamos semejantes a ellos: Entonces, dice, los tres como con una sola boca cantaban un himno y bendecían al Señor (Dan 3,51).

Hablaban como por una sola boca, y eso que todavía no había enseñado Cristo a orar. Y por lo mismo fue una oración tan poderosa y eficaz, pues no podía menos de merecer del Señor aquella súplica tan unida y espiritual. 

Sobre laorción del Señor - San Cipriano

Así también vemos que oraron los apóstoles junto con los discípulos a raíz de la ascensión del Señor : Perseveraban, dice, todos unánimes en la oración junto con las mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos (Hch 1,14).

Esta perseverancia en unanimidad de oración daba a entender el fervor, a la vez que la concordia de su oración; porque Dios, que hace que habiten unidos en la casa, no admite en su morada eterna del cielo más que a los que se unen en la oración» [San Cipriano, Tratados. Del Padrenuestro,8: Obras de San Cipriano. Tratados. Cartas, BAC 241, Madrid 1964, p.204s].

Volver arriba