El ecumenismo ante el bebé de Lesbos



«La política es tanto como obra de pensamiento obra de voluntad; no basta con que unas ideas pasen galopando por unas cabezas; es menester que socialmente se realicen, y para ello que se pongan resueltamente a su servicio las energías más decididas de anchos grupos sociales. Y para esto, para que las ideas sean impetuosamente servidas, es menester que sean antes plenamente queridas, sin reservas, sin escepticismo, que hinchen totalmente el volumen de los corazones» (Ortega y Gasset, 24-5-1914 Teatro de la Comedia).
Este pensamiento de Ortega sobre la política es perfectamente aplicable al ecumenismo en general, al fenómeno de la inmigración en particular, e incluso a la visita ecuménico-humanitaria de Lesbos en concreto. Un ecumenismo simplemente genérico, idealista y utópico vale bien poca cosa.

El ecumenismo debe impregnar las capas más profundas de la conciencia cristiana. De su entraña cabría decir que dimana casi como sinónimo el pragmatismo. Es la única manera de que su genuina realidad aspire a resolver a fondo tantos otros problemas sociales visibles o latentes, ahora en concreto el de la inmigración, que es el más angustioso y conturbador del momento porque lleva en sí mismo aparejado el dolor de la guerra, la pérdida de seres queridos, la destrucción de tantas y tantas familias.

En la Declaración común firmada en Lesbos, Francisco, Bartolomé I y Jerónimo II han puesto de relieve la intención de la visita: « Contribuir a infundir ánimo y dar esperanza a quien busca refugio y a todos aquellos que los reciben y asisten». Francisco, por su parte, en el discurso final, ha dejado este pensamiento de palmaria claridad: «Mi presencia aquí, junto con el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Jerónimo, es un testimonio de nuestra voluntad de seguir cooperando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de confrontación, sino de crecimiento de la civilización del amor».

Y claro es que no se han contentado con espolear la conciencia religiosa de los creyentes. Han abogado también por emplazar el problema ante la conciencia internacional y hacer la llamada a las debidas instancias superiores. Francisco puso el dedo en la llaga al señalar el núcleo del problema y al sugerir pistas de solución:

«Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia. En esta perspectiva, renuevo mi esperanza de que tenga éxito la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes».

Hay que ser miope para no ver que lo avanzado en este largo texto está en los antípodas de las políticas enclenques que ahora mismo se arbitran desde instancias internacionales. Para el ecumenismo quizás sea más grueso lo que sigue.

«Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados. Y para ello es también indispensable la aportación de las Iglesias y Comunidades religiosas». Disfruté viendo juntos a Kirill y Francisco en La Habana. Y de nuevo he gozado volviendo a ver juntos ahora a Francisco, Bartolomé I y Jerónimo II. Mi pregunta, sin embargo, surge rápida y doliente: ¿Por qué no acompañó también a los tres el patriarca Kirill? ¿O es que lo suscrito en la Declaración de La Habana sólo vale para Siria? Y si vale también para este desolador problema de los refugiados –no creo que la Iglesia ortodoxa rusa me lo niegue-, ¿por qué –repito- no haber asistido gozoso también Kirill a esta movida?

Mi pregunta responde a una dolorosa constatación: la misma noche del 16 de abril, ya muy tarde, hora en que los portales digitales recogían lo vivido y lo dicho en Lesbos, me dio por echar un vistazo a ver qué decía el portal de la Iglesia ortodoxa rusa (https://mospat.ru/fr/). ¡Lástima! No decía ni pío de lo que parte de sus hermanos (el patriarca Bartolomé I y el arzobispo Jerónimo II) habían protagonizado junto al Papa. ¿Por qué? Pone, sí, la noticia del proyecto común del patriarcado ruso y de la Iglesia católica de ayuda a los cristianos de Siria (https://mospat.ru/fr/2016/04/09/news130071/). Salta a la vista que semejante comportamiento no es ecumenismo, ni teórico ni práctico.

Y por cierto, ya que se tercia, diré a su eminencia el metropolita Hilarión de Volokolamsk que cuide más ese portal: la mayoría de las noticias aparecen en ruso, inglés estadounidense, italiano, griego y francés. Pero no en español (aunque figura entre las posibles lenguas). Ni siquiera cuando el reciente viaje a Cuba, y cuidado que allí se habla español. Pues ni por esas. Sepa el metropolita Hilarion, él, a quien tanto gusta Lorca, que el español en que componía y escribía el lírico Federico García Lorca lo hablan hoy más de 500 millones de seres humanos en el planeta. De modo que ahí tiene tarea para dar y tomar y no parar.

La fotografía que encabeza estas reflexiones, en fin, lo dice todo para el que quiera ver y entender. En el bebé que el Papa sostiene y el Patriarca Ecuménico acaricia está representado el problema entero de Lesbos. Los refugiados de ese campo tienen todos, a su manera, claro es, la mirada ingenua y la gracia inocente de ese niño con el chupete en la boca, necesitado de cuidados, sin más alimento tal vez que lo poco que acercan las ONG, llegado a la isla después de haber pasado un sinfín de penalidades. ¿Dónde está la ONU? ¿Dónde la UE? ¿Dónde los Derechos Humanos proclamados por la vieja Europa en 1948?

En la ternura del Papa que lo sostiene entre sus manos y el cariñoso gesto del Patriarca Ecuménico Bartolomé anidan la generosidad y el compromiso de las Iglesias por salvar al indefenso, por levantar al caído, por ayudar al impecune, por acariciar al necesitado de cariño. Sí. En el ecumenismo práctico de Lesbos, yo eché de menos el día 16 de abril de 2016 la presencia del patriarca Kirill. Lo siento de veras porque a mí Kirill me cae bien.
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