El misterio de la Cena Pascual



Toda la Historia de la Salvación está presente en la Eucaristía. Y al revés. Presente de tres modos diversos: 1) En el Antiguo Testamento, como figura; 2) en el Nuevo, como evento; y 3) en la Iglesia, donde nosotros vivimos, como sacramento. La figura anticipa y prepara el evento. El sacramento, en cambio, prolonga y actualiza el evento. Por evento se entiende algo acaecido históricamente, un hecho relativo a la gracia, que tiene su raíz en el mystêrion, cuyo sentido neo testamentario es ser mystêrion de Cristo y la Iglesia, para representar de este modo un acaecer salvífico, necesario no sólo en la construcción de la persona y de la sociedad, sino en la misma edificación de la comunidad cristiana y de su misión en el mundo.

1. Figuras de la Eucaristía. El Antiguo Testamento es preparación de la Cena del Señor. «Hemos escuchado que cierto hombre preparó una gran cena (Lc 14,16): ¿Quién es ese hombre –se pregunta san Agustín-- sino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús? (cf. 1 Tim 2,5). Había enviado a la gente para que viniesen los invitados, puesto que ya era la hora. ¿Quiénes son los invitados sino los llamados por los profetas, que habían sido enviados con anterioridad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los profetas fueron enviados e invitaron a la cena de Cristo? Fueron enviados al pueblo de Israel. Fueron enviados con repetida frecuencia y frecuentes fueron sus invitaciones para que se llegase a la cena a la hora oportuna. Recibieron a quienes les invitaban, pero rechazaron la cena. ¿Qué quiere decir que recibieron a quienes les invitaban y, en cambio, rechazaron la cena? Que leyeron a los profetas y mataron a Cristo» (Sermón 112,1: BAC 441, 795s).

a) Una de las figuras que el mismo Jesús recordaba es el maná: «Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer (Jn 6, 31ss; cf. Ex 16, 4ss; Sal 78, 34). Era considerado el maná de Ex 16, 1 como el alimento del pueblo mesiánico; y los cristianos, a su vez, han visto en él una imagen de la comida eucarística. El exhorto del ángel a Elías es pura elocuencia: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti» (1Re 19, 4-8).

b) otra figura reseñable es el sacrificio de Melquisedec, que ofreció pan y vino (cf. Gn 14, 18; Sal 110, 4; Hb 7, 1ss).

c) y otra, en fin, el sacrificio de Isaac (así aparece en la Secuencia del Corpus, compuesta por Santo Tomás de Aquino).

d) Entre todas, sin embargo, sobresalía una: la Pascua, de cuyo ser la Eucaristía toma nombre y fisionomía de banquete o cena pascual. Referido a ella, Jesús es llamado Cordero de Dios.

Siempre que los Padres de la Iglesia aplicaban la exégesis a «Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros» (Ex 12, 13), o sea, os haré hacer Pascua, es decir, os salvaré, lo interpretaban como la Sangre de Cristo, la Eucaristía. La Pascua hebrea distinguía en tiempos de Jesús dos momentos en su desarrollo celebrativo, a saber: 1) inmolación del cordero, en el templo de Jerusalén, a primeras horas de la tarde, o sea inmediatamente después del mediodía, del 14 de Nisán; 2) consumación de la víctima en la cena pascual que se desarrollaba, familia por familia, en la noche sucesiva. La Pascua hebrea era un memorial y una espera. El drama fue cuando el Mesías esperado no fue reconocido, más bien fue inmolado justo durante una fiesta de Pascua. Pero sacrificándolo, realizaron la figura, cumplieron lo que se esperaba: la inmolación del Cordero de Dios.
2. La Eucaristía como evento. ¿En qué consiste el evento que funda la Eucaristía y que realiza la nueva Pascua? Los Evangelios dan dos respuestas diferentes, pero complementarias: la de Juan, y la de los Sinópticos.

a) La de Juan. San Juan mira sobre todo al momento de la inmolación: la Pascua –y, por ende, la Eucaristía es instituida, según él, sobre la cruz cuando Jesús, verdadero Cordero de Dios, es inmolado. San Juan, pues, establece un verdadero sincronismo en su evangelio: de una parte, subraya continuamente el acercarse la Pascua de los judíos («faltaban seis días para la Pascua de los judíos», «era el día primero de la Pascua», «era el día de la Pascua»); de otra, subraya el acercarse, para Jesús, de su hora, la hora de su glorificación, es decir, de su muerte.

Hay un progresivo acercarse temporal (día y hora) y espacial o geográfico (hacia Jerusalén), hasta que ambos confluyen en el Calvario inmediatamente después del mediodía del 14 de Nisán, justo cuando, en el templo, comenzaba la inmolación de los corderos pascuales. Para más subrayar esto, san Juan precisa que a Jesús no le fue roto ningún hueso en la cruz (cf. Jn 19,36), según lo prescrito para la víctima pascual (cf. Ex 12,46). Es como si el Evangelista hiciese suyas las palabras del Bautista: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

b) La de los Sinópticos. Mira preferentemente al momento de la cena. Es en la cena, en la institución de la Eucaristía, cuando, para ellos, se cumple el paso de la antigua a la nueva Pascua. De ahí la importancia de su preparación: «¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» (Lc 22,11). La cena de los Sinópticos, pues, anticipa y contiene ya el evento pascual de la inmolación de Cristo, de análoga forma a como la acción simbólica anticipa, a veces, en los profetas, el evento anunciado. En este sentido el gesto de Jesús en la última cena al partir el pan e instituir la Eucaristía es la suprema acción simbólica y profética de la Historia de la Salvación. Al instituir la Eucaristía, Jesús anuncia proféticamente y anticipa sacramentalmente cuanto de allí a poco (o sea, su muerte y resurrección) sucederá.

c) Los Sinópticos presentan el mismo evento, pero anticipado en la acción simbólica y sacramental de la Eucaristía. San Juan, por su parte, lo hace en su pleno y definitivo manifestarse sobre la cruz. San Juan acentúa el momento de la inmolación real (la cruz); los Sinópticos, en cambio, el de la inmolación mística (la cena). Lo llamamos evento, repito, porque es algo acaecido históricamente, un hecho único en el tiempo y en el espacio, ocurrido una sola vez (semel), irrepetible. Y hay más: es un evento don, porque Cristo «se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5, 2). Y don trinitario, porque está implicada en la institución de la Eucaristía toda la Trinidad: el Hijo que se ofrece; el Padre al que se ofrece; y el Espíritu Santo en que se ofrece (cf. Hb 9, 14).



3. La Eucaristía como sacramento. Al término de la consagración del cáliz, exclama el celebrante: «Haced esto en conmemoración mía». Maticemos un poco más.

a) Diferencia entre evento y sacramento. Nos ayuda con su habitual sagacidad san Agustín: «Sabemos hermanos, y retenemos con fe inquebrantable que Cristo murió una sola vez por nosotros; el justo por los pecadores, el Señor por los siervos, el libre por los cautivos, el médico por los enfermos, el dichoso por los desdichados, el rico por los pobres [...] Sabéis perfectamente que eso tuvo lugar una sola vez. Con todo, como si tuviera lugar más veces, esta fiesta solemne repite cada cierto tiempo lo que la verdad proclama mediante tantas palabras de la Escritura, que se dio una sola vez. Pero no se contradicen la realidad (evento) y la solemnidad (sacramento), como si ésta mintiese y aquélla dijese la verdad. Lo que la realidad indica que tuvo lugar una sola vez, eso mismo renueva la solemnidad para que lo celebren con repetida frecuencia los corazones piadosos. La realidad (historia) descubre lo que sucedió tal como sucedió; en cambio, la solemnidad (liturgia) no permite que se olviden ni siquiera las cosas pasadas, no repitiéndolas, sino celebrándolas» (Sermón 220: BAC 447, 227).

b) Nexo entre el sacrificio único de la cruz y la Misa. No ha sido fácil entre católicos y protestantes. San Agustín usa dos verbos: renovar y celebrar, justísimos uno y otro a cambio de entenderlos el uno a la luz del otro: la Misa renueva el evento de la cruz celebrándolo. Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei usa representar, entendido en sentido fuerte de re-presentar, o sea, de volver nuevamente presente.

«Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche en que él era traicionado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera» [Const. De sacra liturgia, c. 2. n. 47: AAS 56 (1964) 113].

Con estas palabras se enaltecen a un mismo tiempo el sacrificio, que pertenece a la esencia de la misa que se celebra cada día, y el sacramento, del que participan los fieles por la sagrada comunión, comiendo la carne y bebiendo la sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es anticipación de la vida eterna y la medicina de la inmortalidad, conforme a las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día» [Jn 6, 55].

Según la historia: sólo ha habido una Eucaristía (la realizada por Jesús con su vida y muerte); según la liturgia, en cambio, o sea, gracias al sacramento instituido por Jesús en la última cena, hay tantas eucaristías cuantas se celebren hasta el fin del mundo. El evento se ha realizado una sola vez (semel), el sacramento se realiza «cada vez» (quotienscumque).

c) Contemporáneos del evento. Conseguimos serlo, gracias al sacramento de la Eucaristía, el cual hace presente el evento de la cruz no sólo a nosotros; sería poco; sino también, y sobre todo, al Padre. A cada «fractio panis» del sacerdote en el altar, es como si de nuevo se rompiese el vaso de alabastro de la humanidad de Cristo, como sucedió, justo, en la cruz, y el perfume de su obediencia subiese hasta enternecer de nuevo el corazón del Padre.

d) Este es milagro del Espíritu Santo (cf. Jn 12,34; 14,16). Cristo permanece eternamente dándonos su Espíritu, que aletea sobre las ofrendas en la Epíclesis (nombre que recibe en la celebración de la Misa la parte dedicada a la invocación del Espíritu Santo), quien nos acompaña cada vez que celebramos o participamos. Él hace de nosotros, en la Misa, «un sacrificio perenne agradable a Dios».



4. Del lavatorio de los pies a la oración sacerdotal y del «Ut unum sint»

4:1. En el Cenáculo, la primera noche de su pasión, el Señor rezó por sus discípulos pensando al mismo tiempo en la comunidad de los discípulos de todos los siglos, en «aquellos que creerán en mí mediante su palabra» (Jn 17, 20). Nos vio también a nosotros y rezó por nosotros. Y pidió: «Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos sean también santificados en la verdad» (17,17ss). Pide, pues, por nuestra santificación en la verdad.

4:2. Para comprender esto, cumple primero aclarar qué quieren decir en la Biblia las palabras «santo» y «consagrar/santificar». «Santo» describe ante todo la naturaleza de Dios, su forma de ser totalmente particular, divina, que sólo es propia de Él. Sólo Él es el verdadero y auténtico Santo en sentido original. Cualquier otra santidad deriva de Él y participa en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Consagrar algo o a alguien significa, pues, dar esa cosa o persona en propiedad a Dios, quitarla del ámbito de lo que es nuestro e introducirla en su atmósfera, de modo que deje de pertenecer a nuestras cosas para ser toda de Dios.

4:3. Consagración es, por tanto, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o persona ya no nos pertenece a nosotros. Ni siquiera a sí misma, sino que vive inmersa en Dios. A una privación de algo para entregarlo a Dios lo llamamos también sacrificio: esto ya no será de mi propiedad, sino propiedad de Él. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su «santificación», se identifica con la ordenación sacerdotal, y de esta forma, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un cambio de propiedad, un ser quitado del mundo y entregado a Dios.

4:4. Con esto resultan, por tanto, evidentes las dos direcciones que conforman el proceso de la santificación/consagración. Es un salir de los contextos de la vida mundana - un «ser puestos aparte» por Dios-. Precisamente por esto no es segregación. Ser entregados a Dios significa, más bien, ser puestos en representación de otros. El sacerdote viene apartado de las conexiones mundanas y entregado a Dios, y justo así, a partir de Dios, está disponible para los demás. Hagamos, pues, en la tarde de hoy una celebración del ministerio sacerdotal entendido como san Agustín nos dejó dicho: como servicio. Por él nosotros nos convertimos en dispensadores de la Palabra y los Sacramentos.

4:5. La palabra servicio en la tarde del Jueves Santo brilla en la misma medida que refleja su dosis de anonadamiento. Así, por ejemplo, el lavatorio de los pies, imagen sobremanera de una Iglesia sierva del mundo y samaritana, hecha para perdonar, animar y amar, nunca para atemorizar, condenar o castigar. Prolijo sería exponer la sublime riqueza mistérica del Jueves Santo. No es casual que se denomine día del amor fraterno, de la institución del sacerdocio, de la santísima Eucaristía, de la oración sacerdotal y, por supuesto, del Ut unum sint (Jn 17,21), es decir, del ecumenismo.

4:6. Porque el Movimiento ecuménico podrá comprender también el diálogo interreligioso, pero en estricto sentido de la palabra es del ecumenismo, el cual es por antonomasia cristocéntrico. De ahí que su carta fundacional esté en el Cenáculo, durante la tarde del Jueves Santo, cuando en la Oración sacerdotal Jesús ruega al Padre «para que todos sean uno [ut omnes unum sint]. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Vale la pena, pues,
subrayar bien esta dimensión, que con tanta elegancia como firmeza está poniendo de relieve el papa Francisco en su pontificado,eco fiel de lo que dispuso el Concilio Vaticano II en el decreto sobre ecumenismo, Unitatis redintegratio.

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