¿Qué es ser evangélico?

Es cierto que en este país hay mucha ignorancia religiosa sobre todo lo que no es católico y los periodistas están cada vez menos informados, pero tampoco podemos decir que se inventen las cosas.

La eficacia del Evangelio no depende de nuestra retórica con palabras persuasivas de humanas sabiduría, sino del poder del Espíritu.

El largometraje ahora publicado en DVD, Jesus Camp, nominado a los Oscar, dice que presenta “con la objetividad propia del más puro género documental el mundo de los cristianos evangélicos estadounidenses”. De la mano de Heidi Ewig y Rachel Grady “nos adentramos en las teorías y creencias que los evangelistas predican entre sus 30 millones de miembros”. ¿Cuáles son esas?

Conocemos a Leví, un vehemente predicador de 12 años, que en su casa aprende el creacionismo y la inexistencia del calentamiento global del planeta, que es al parecer una característica del movimiento evangélico. También vemos a una chica de 9 años que se siente llamada a evangelizar a una joven en la bolera y a unos hombres que descansan en un banco de un parque. Otro niño de 10 años se confiesa fan del heavy metal cristiano...

En la publicidad del documental de Heidi Ewig y Rachel Grady se dice que nos adentramos en las teorías y creencias que los evangelistas predican entre sus 30 millones de miembros.

Todos ellos asisten a unos campamentos que organiza una pastora de una iglesia evangélica en Dakota del Norte. Allí aprenden que Harry Potter encarna todo tipo de mensajes demoníacos y que si su autora, J. K. Rowling, “hubiera aparecido en la Biblia, habría sido condenada a muerte”. Pueden orar también por el presidente de Estados Unidos, en contacto con una imagen suya a tamaño real, además de rodar por el suelo y hablar en lenguas, así como aprender la historia de Adán y Eva con una Barbie y un Ken...

En el mismo documental también habla Ted Haggard, el antiguo presidente de la Asociación Nacional de Evangélicos, del que ahora se nos informa que ha dimitido al descubrirse su relación con una persona dedicada a la prostitución masculina, después de haber sido conocido como un firme opositor al matrimonio entre homosexuales. Aunque la prensa dice ahora que, tras una adecuada terapia, se ha vuelto heterosexual...

Basta escuchar estas cosas para sentir algo de misericordia por tantas personas, que francamente se sienten todavía muy desconcertadas si le preguntas qué es un evangélico. Es cierto que en este país hay mucha ignorancia religiosa sobre todo lo que no es católico y los periodistas están cada vez menos informados, pero tampoco podemos decir que se inventen las cosas. Tenemos que reconocer que no es sencillo hoy saber lo qué es ser evangélico.

¿QUÉ ES EL EVANGELIO?

¿Qué es un evangélico? Podríamos considerar históricamente el significado de la palabra en diferentes países, sus matices teológicos y otras peculiaridades, pero me van a permitir la ingenuidad de abrir la Biblia y ver lo que dice un texto bíblico, para entender qué es el Evangelio y así comprender mejor qué es un evangélico. Vamos a 1 de Corintios 2:1-5.

Vemos aquí en primer lugar el origen del Evangelio. “El testimonio de Dios” no es invención humana o resultado de ninguna especulación, sino la revelación de Dios. Sé que esto sonará a muchos a fundamentalismo, esa terrible palabra, que es el mayor insulto que hoy se le puede decir a un cristiano. Si ser fundamentalista es creer que el Evangelio viene de Dios, pues fundamentalistas somos. Nuestro Evangelio no depende de la última reflexión teológica. No es el resultado de ninguna tradición que la Iglesia haya mantenido a lo largo de los siglos sobre las experiencias de aquellos primeros discípulos.

Es el Evangelio de Dios porque Dios mismo así lo ha revelado por su Palabra eterna. No podemos sustituir la voz de Dios por la de los hombres. La revelación no es el producto del ingenio humano o del esfuerzo filosófico, sino el resultado de la libre y soberana iniciativa de Dios, que ha querido darse a conocer a los hombres. Para poder hablarnos, Él ha adoptado el lenguaje humano. Ha escogido personas, por medio de las cuales se ha expresado y sus palabras humanas son la Palabra de Dios. Son resultado de la inspiración divina.

Lloyd-Jones se negaba a dejar su capilla en los años 20 a la Liga de Temperancia, para que los alcohólicos no dejaran de escuchar su predicación.

Nuestro conocimiento del Evangelio no viene de “la sabiduría humana” (1 Corintios 1:17), ni “la sabiduría del mundo” (v. 20), sino de “la sabiduría de Dios” (1:24; 2:7), que es la verdadera sabiduría. Algunos hombres niegan lo infinito –dice Victor Hugo– otros también rechazan el sol; pero esos son los ciegos”. Quien niega la revelación de Dios no es porque ahora vea las cosas tan claras, sino todo lo contrario. El hombre no ha dejado de creer en Dios, porque sea ahora tan inteligente, que su conocimiento ahora de la ciencia y la vida sea tan grande, que ya no pueda creer en Él, sino todo lo contrario. Es el necio el que dice en su corazón: “no hay Dios” (Salmo 14). El ateísmo no es señal de inteligencia, sino de estupidez.

¿En qué consiste, entonces? A los ojos del mundo no en sabiduría, sino en locura; no en poder, sino en debilidad; pero la sabiduría y el poder de Dios está en “Jesucristo y éste crucificado” (v. 2). Es por eso que Pablo no se propone proclamar otra cosa que Cristo y su Cruz. Los habitantes de Corinto eran idolatras y materialistas, pero Pablo no trae una nueva espiritualidad. Vivían una vida orgullosa e inmoral, pero Pablo no empieza una campaña para promover las buenas costumbres y la moralidad cristiana, sino que predica un evangelio centrado en Cristo.

El movimiento evangélico no viene de las campañas moralistas que buscaban promover la decencia y las buenas costumbres. Eso hacían muchas iglesias, que no eran precisamente conocidas por su fe evangélica, sino por su humanismo y actividad social. Toda reforma y avivamiento han nacido de la predicación del Evangelio. Esa es la razón por la que predicadores como Lloyd-Jones se negaban a dejar su capilla en los años 20 la Liga de la Temperancia, para que los alcohólicos no dejaran de escuchar su predicación. ¡Cuánto tenemos que aprender de nuestros antepasados, cuando apoyamos campañas contra los gays! ¿Cómo queremos que un homosexual escuche el Evangelio, si nos dedicamos a luchar contra sus derechos? La homosexualidad es un pecado, pero el pecador necesita oír el Evangelio, no consejos morales. El anuncio del Evangelio es que “Cristo murió por nuestros pecados y resucitó” (1 Co. 15:3-4). Predicamos a Cristo.

El evangelio es cristo-céntrico, pero también bíblico. El Cristo que Pablo predica a los corintios es una y otra vez “conforme a las Escrituras” (vv. 3-4). La base de la fe evangélica no es por lo tanto una experiencia, sino un Libro. Si hay una verdad, más allá de cualquier sentimiento, está en la revelación de Dios que encontramos en la Escritura. Juzgamos nuestras experiencias a la luz de la Biblia, no al revés. Esa es la diferencia entre la fe evangélica y el misticismo. Si creemos que Dios es real, no es en primer lugar porque lo siento dentro de mí, sino porque es así como Él se ha revelado en su Palabra.

No podemos reducir por lo tanto la fe a una experiencia. La fe no es estar contento. Mucha gente puede estar feliz en su ignorancia e incredulidad. A veces tenemos una idea muy extraña del mundo que nos rodea. Las encuestas nos dicen que la gente está en general muy contenta con la vida que tiene. Lo mismo ocurre en la religión. Muchos están felices de estar en una secta. Pueden ser confundidos y explotados, pero están contentos así.

Los evangélicos son para muchos culpables de bibliolatría.

La fe no es cuestión simplemente de sinceridad. Muchos nos dicen: “no importa lo que creas, mientras seas sincero”. Han convertido la sinceridad en sinónimo de la verdad, pero uno puede estar sinceramente equivocado. Todos tenemos buenas intenciones, pero ¡cuántas barbaridades se han hecho en el mundo con buenas intenciones! ¿O es que creemos que los terroristas suicidas no son sinceros? Lo que importa es la verdad. Pero ¿dónde está esa verdad? Si esa verdad está en un libro, entonces hacemos de la Biblia un Papa de papel. Los evangélicos son por eso para muchos culpables de bibliolatría. ¿Qué quiere decir que nosotros creemos en la Sola Escritura? Quiere decir que la Biblia es nuestra regla última de fe y conducta.

Algunos dirán: “Bueno, sí, en la Biblia creemos todos los cristianos, la cuestión es cómo se interprete”. Para los católico-romanos está claro que la autoridad de la Biblia depende de la interpretación del magisterio de la Iglesia. Una vez le preguntaron a Rahner, el famoso teólogo que tanta importancia tuvo en el Vaticano II, por la postura de Hans Küng, que negaba la infalibilidad del Papa. Él dijo: “O sea que Hans Küng dice que el Papa no es infalible, pero tampoco la Biblia es infalible, o sea que es Hans Küng el infalible”. Es tan sencillo como eso. Es una cuestión de autoridad. Si no nos fiamos de la Biblia, es que nos estamos fiando de nosotros mismos. Por eso la fe evangélica, lejos de ser una manifestación de arrogancia, reconoce que nosotros no tenemos la verdad, sino Dios. Es porque nos fiamos de Él, que decimos que suya es la verdad y nuestro el error.

Algunos dirán que el problema no es la autoridad de la Biblia, sino cómo la interpretan. La nueva hermenéutica da la impresión que uno puede entender casi cualquier cosa en un texto. Es una visión tan subjetiva, que realmente se pierde de vista, no sólo al autor, sino al sentido de la Palabra misma. Cuando Alicia se encuentra en el País de la Maravillas con el personaje de Humpty Dumpty, una especie de Tentetieso en forma de huevo que usa las palabras caprichosamente, le dice: “Cuando yo empleo una palabra –declara en tono desdeñoso–, significa lo que quiero que signifique”. A lo que Alicia objeta: “La cuestión está en saber si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”. Pero para Tentetieso, “la cuestión está en saber quién manda, si las palabras o yo”. Es finalmente una cuestión de autoridad. Si no mantenemos la autoridad de la Biblia, nos sometemos a otra.

En tercer lugar, el Evangelio no es sólo cristo-céntrico y bíblico, sino que también es histórico. De ahí la referencia a su sepulcro (v. 4), que aparece incluso en el Credo. Jesús no vivió después de la cruz y murió en algún lugar de Cachemira. No desfalleció, ni le hicieron revivir los esenios en alguna cueva del Mar Muerto. No murió otro en su lugar, como dice el Corán y algunos evangelios apócrifos. Jesús realmente murió y resucitó (v. 4). El Evangelio se basa en los hechos históricos de Jesús de Nazaret. No hay un Jesús de la fe y un Jesús histórico, como dice la teología moderna.

Si alguien encontrara entonces, como Antonio Banderas en la película El Cuerpo, los restos de Jesús en algún lugar de Jerusalén, el problema no es sólo para el Vaticano. Lo tenemos todos los cristianos. Ya que como dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 15, “si Jesucristo no resucitó, vana es entonces nuestra fe. Somos más dignos de conmiseración que cualquier otro hombre”. ¡Hasta ese punto depende nuestra fe de la realidad de lo que ocurrió aquel día en el tiempo y en el espacio! Nuestra esperanza no está por lo tanto en el mensaje, sino en el hecho de la resurrección. Si Él vive, es que nosotros también vivimos.

Creer en el Evangelio no es, sin embargo, creer simplemente en estos hechos históricos. El Evangelio está centrado en Cristo, es bíblico e histórico, pero también teológico. La teología no es un divertimento para aquellos que no tienen nada mejor que hacer. De la teología depende nuestra salvación, puesto que “Cristo murió por nuestros pecados” (v. 3). Su cruz no es sólo un suceso histórico, sino que tiene un significado teológico, o sea salvífico. El pecado y la muerte están relacionados en la Escritura. Si uno es consecuencia de lo otro, ¿por qué Jesús murió, si no había pecado? “Murió por nuestros pecados”. Nuestros son los pecados, pero suya la muerte. Él llevó nuestro castigo. Sólo así podemos ser “salvos” (v. 2).

Jesús no viene a suplir nuestros defectos, si no a cargar con el peso de toda nuestra maldad. ¿Cómo? Cargando Él mismo con el peso de toda nuestra maldad. Su muerte es la muerte de la muerte. “Todo cambiaría si algún día percibimos que podemos vencer a la muerte”, dice el especialista en genética del desarrollo Ginés Morata. “¿Qué son las religiones sino un subterfugio inventado para no morir?”, afirma este científico. ¿Dónde está entonces su esperanza? En una investigación por la que “ya se puede hacer que los gusanos vivan entre seis u ocho veces más, modificando unos genes que también tenemos nosotros”. Por eso cree que “la muerte no es biológicamente inevitable”. ¡Hace falta mucha fe para creer eso!, ¿verdad?

La muerte es un testimonio constante de la realidad de nuestro pecado. “Yo tengo un problema muy grave con la muerte, no la acepto, no la entiendo”, ha dicho Almodóvar. La muerte es una realidad, que todos nuestros intentos de evitarla son tan inútiles como la ilusión del niño que silbando, intenta librarse del miedo en la oscuridad. Es la cita ineludible, a la cual no podemos escapar, que nos habla de que hay un mal, cuyas consecuencias no podemos evitar.

Su resurrección es sin embargo el anuncio de la victoria de Cristo frente a la muerte. Todavía no vemos todas las cosas sujetas bajo sus pies, pero cuando Él vuelva en gloria, entonces aquellos que por la fe estamos unidos a Él, veremos nuestra vida manifestada (Colosenses 3:4), con todo su poder y gloria. Ese día seremos como Él. Todo lo que ahora somos en parte, será entonces acabado, cuando Él sea el todo en todo y su Reino no tenga fin.

Esa es la enseñanza apostólica, en la que tenemos toda nuestra seguridad. La continuidad apostólica de la Iglesia no reside en una ordenación sacramental, que se transmite de unos a otros por una bendición episcopal. La tradición apostólica está en este v.11, por el que yo (Pablo) o ellos (los doce), así han predicado y nosotros (la Iglesia) hemos creído. Esta cadena supone la unidad de la fe entre los apóstoles y la Iglesia, que llega a cada generación.

Y el Evangelio es finalmente una realidad personal. La muerte y la resurrección de Cristo no es sólo historia y teología, sino el camino para una salvación personal. Los corintios así la “recibieron”, en ella “perseveraban”, siendo “salvos”, si así la “retenían” (v. 2). Esta es nuestra esperanza, una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3), pero segura, no una vaga confianza. Nuestra salvación está así anclada en el pasado por la muerte y la resurrección del Señor Jesucristo, sosteniendo así el futuro como una realidad presente, que un día esperamos ver realizada plenamente. Nuestra seguridad de salvación no es por lo tanto un gesto de arrogancia, sino nuestra confianza en que como Él vive, así nosotros también vivimos.

A algunos evangélicos esta teología les parece demasiado individualista. La nueva perspectiva paulina nos desafía a concebir la salvación en una forma menos individualizada. La justificación sería así, no una declaración personal de nuestra aceptación por Dios, sino la reconciliación de judíos y gentiles en un solo pueblo. El lenguaje jurídico con el que se ha hablado hasta ahora de la justificación se ve como algo más propio de la Reforma del siglo XVI, que de la enseñanza paulina. Nuevamente las palabras parece que adquieren otro significado. No obstante, esa es la maravilla del Evangelio: una salvación personal, a la que nunca debemos renunciar. Y menos aún por una especulación teológica que intenta ahora comprender el Evangelio mejor que nadie lo haya hecho antes.

La fe evangélica, como dice Stott, nos debe llevar a una verdadera humildad.

Lo que nunca nos falta es arrogancia. Los evangélicos tenemos a veces fama de fanáticos precisamente por esa rotundidad con la que hablamos a veces. La fe evangélica, como dice Stott, nos debe llevar a una verdadera humildad. Si lo que buscamos es la gloria de Dios, no debemos engrandecernos nosotros. Si creemos que su Palabra es Verdad. Suya es la autoridad infalible, pero nosotros podemos equivocarnos.

LA EFICACIA DEL EVANGELIO

El ministerio apostólico fue siempre acompañado de esa conciencia de “debilidad”. Con “mucho temor y temblor” (1 Co. 2:3), se experimenta esa predicación que es “con demostración del Espíritu y de poder” (v. 5). La eficacia del Evangelio no depende de nuestra retórica “con palabras persuasivas de humanas sabiduría”, sino del poder del Espíritu Santo. El Evangelio viene de Dios, se centra en Cristo y su Cruz, pero es confirmado por el Espíritu Santo.

Tenemos que reconocer que como evangélicos hemos confiado demasiado en nuestras estrategias, métodos y estadísticas. La fuerza del Evangelio no está en ningún sistema humano que haga más poderoso al poder mismo del Evangelio. Todo lo contrario, nuestros intentos de darle más fuerza hacen en realidad más débil nuestra predicación. Sólo una renovada confianza en el poder del Espíritu Santo puede hacernos mirar con esperanza el futuro del Evangelio en este país. Nada parece anunciar la llegada de un gran avivamiento del Evangelio de España. Hay un cierto crecimiento, pero nada espectacular. ¿Qué podemos hacer entonces?

Muchos se preguntan si ser evangélico es apoyar a Trump.

Seguir predicando el Evangelio con temor y temblor, conscientes de nuestra debilidad, pero sabiendo que Dios se complace en mostrar su poder en medio de nuestra debilidad. No podemos esperar nada de la gente que nos rodea, pero podemos esperarlo todo de Dios. Parece que no hay mucho interés en torno nuestro. El materialismo egoísta que vivimos ha entrado en la propia Iglesia. No hay la consagración que debiera y la gente parece totalmente indiferente. La buena noticia es que el Evangelio de Dios, cuyo corazón es Cristo crucificado, muestra su poder por la obra del Espíritu Santo. Por eso con la Iglesia primitiva, podemos orar Ven Espíritu Creador y renueva la obra de Dios en este mundo, produciendo una nueva creación para Tu gloria. La Iglesia por lo tanto ha de ser carismática, si quiere ser verdaderamente Iglesia, porque dependemos de su Espíritu.

Somos cristianos, que confesamos una fe universal, por lo tanto, católica y no romana. Nuestra fe es apostólica porque está basada en esa enseñanza apostólica, que es el fundamento de la Iglesia. Cristianos, católicos, apostólicos y también ¿por qué no?, carismáticos, ya que dependemos de la obra del Espíritu Santo. Una fe trinitaria por lo tanto. Como evangélicos, enfatizamos la Palabra, la Cruz y el Espíritu. Nuestra fe es por lo tanto adoración de gloria al Padre, el Hijo y el Espíritu, al que era desde principio, es y será para siempre ¡A Él sea la gloria! Amen.

Volver arriba