José de Segovia Los retiros de Stott (12)

Stott encontró un lugar en los años 50 donde retirarse a leer, meditar y escribir, o simplemente mirar los pájaros, en la costa noroeste de Gales.

Stott vivió siempre en el centro de la ciudad, pero amaba la naturaleza salvaje y remota, sobre todo la costa

“Cuando alguien está cansado de Londres, está cansado de la vida”, dice la famosa frase del Dr. Johnson. Aquellos que como John Stott (1921-2011), hemos vivido en esa ciudad desde niños –yo no nací allí, como él, pero fui a vivir allí cuando tenía tan sólo unos meses–, necesitamos volver allí constantemente, aunque como todo habitante de la metrópoli, no seamos de ninguna parte –en el caso de Londres, una isla dentro de una isla–. “El tío John” pasó toda su vida al lado de su iglesia en pleno West End. No era una estrategia misionera. Vivió siempre en el centro de la ciudad, pero amaba la naturaleza salvaje y remota, sobre todo la costa. Es lo que tiene vivir en una ciudad que no está al lado del mar. Es como si te faltara algo. Necesitas perder la vista en el horizonte.

Stott encontró un lugar en los años 50 donde retirarse a leer, meditar y escribir, o simplemente mirar los pájaros, el resto de su vida en la costa noroeste de Gales. The Hookses era un lugar tan especial para él, que es allí donde quiso ser enterrado. En 1960 un constructor que había en su iglesia de All Souls, construyó una habitación triangular para él en el acantilado, que como la que tenía en Londres servía tanto de dormitorio como de estudio. En ese espacio conocido como La Ermita, la pared que daba al mar era casi toda de cristal. Allí pudo leer y escribir hasta diez o doce horas al día, sin interrupción, pero eso sí, con los prismáticos sobre su mesa, para poder mirar cuando quisiera los pájaros que sobrevolaban la costa.

Stott prefería siempre la costa, para poder ver los pájaros, aunque él lo atribuía a sus antepasados vikingos, como todas sus rarezas.

En 1990 se separó el dormitorio del estudio con una cocina aparte, que servía de salón de estar, comedor y oficina, todo al mismo tiempo, junto a un pequeño baño con ducha. Al “tío John” le gustaba vivir con la mayor sencillez posible y sólo aceptó la ampliación cuando su iglesia vendió una librería victoriana que tenía en el comedor de la rectoría, que resultó tener más valor de lo que creían. La electricidad no llegó normalmente a su estudio en Gales hasta 1997. Hasta entonces, la luz y la calefacción venía de un pequeño generador, que había sustituido a la lámpara de petróleo con la que escribió la mayoría de sus obras. Su austeridad era sólo comparable a la generosidad con la que te regalaba cualquier libro que sacaras de la estantería.

The Hookses

Desde que tenía veinte años Stott iba de vacaciones con su familia o un maestro de su escuela llamado Robbie Bickersteth, por Escocia, Galés o Irlanda, e incluso Francia y Alemania. Tenía todo lo necesario para acampar. Solía ir con amigos, lo que le salvó la vida en una ocasión en la costa oeste de Escocia, que chocó con la bicicleta en una curva con la niebla, saliendo disparado contra la yerba, inconsciente. Los chicos soportaban bien la lluvia y se bañaban incluso desnudos en el agua helada, comiendo en granjas. Su preferencia era siempre la costa, para poder ver pájaros, aunque él solía decir que era por sus “antepasados vikingos”, a los que atribuía la mayoría de sus rarezas.

Los estudiantes iban de caminata con Stott por la península, hacían travesías en barco por las islas, o hasta se bañaban en el agua helada de la playa de Marloes.

Cuando se retiraba, solía evitar que le reconocieran. Una vez acampaba con su amigo John Collins, una semana, cerca de Lynton, al norte de Devon, al lado de una abadía. Quería estar tranquilo, para poder leer, algo que hacía la mitad del día y sus amigos tenían que respetar estrictamente, cuando iban con él. Aquella ocasión alguien de la abadía les preguntó quiénes eran. “Excursionistas”, dijo “el tío John”, pero “¿cómo os llamáis?”, insistió. A lo que Stott respondió con sonrisa traviesa: “Yo soy el señor Jones y este es mi amigo, el señor Smith”. El hombre los miró con incredulidad, por lo vulgar de los apellidos, pero les dejó tranquilos.

Fue con John Collins también que en 1952 se propuso ir al punto más al oeste de Gales. Acamparon en un valle, protegido por tres montes, frente al mar, delante de lo que había sido un aeródromo militar durante la guerra. Les costó encontrar al dueño del campo abandonado. Era un coronel que vivía en un castillo. No estaba muy dispuesto, pero cuando le dijeron que eran clérigos de Londres de vacaciones, le pareció que eran inofensivos. El valle era conocido como The Hooks o The Hookses, aunque nadie sabe de dónde venía el nombre. Puede que por la esquina que forma (Hook), o porque el granjero que vivía allí antes, se llamaba Hook.

El sueño de Stott no fue tener una casa de vacaciones para ir allá, sino un centro de retiros donde pudieran quedarse misioneros y pequeños grupos de estudiantes.

Cristianismo básico

Ese verano escribió allí el borrador de los ocho mensajes que iba a dar en su primera campaña evangelística en la universidad de Cambridge, que fueron la base de “Cristianismo básico” –traducido por el ahora fallecido René Padilla, que fue publicado por Certeza en Buenos Aires en 1972–. Es todavía hoy el libro más popular de Stott, que ha vendido más de dos millones y medio de copias en todo el mundo, traducido a muchos idiomas. Es una introducción a la fe, que intenta responder a preguntas tan fundamentales para el cristianismo como quién es Jesús, por qué fue crucificado, resucitó de los muertos y era realmente divino. Es una clara y completa exposición del Evangelio, que no ha dejado de reeditarse desde 1958.

Nació en este lugar, que se convirtió en su lugar de retiro y donde quiso que finalmente descansaran sus restos mortales. Acampado en este valle, se preguntó en 1952 si venderían los restos de ese aeródromo abandonado, donde había estado basada una patrulla antisubmarinos, hasta que por un trágico accidente en 1942, un avión cayó por los fuertes vientos al acantilado. El sueño de Stott no fue tener una casa de vacaciones para él allí, sino un centro de retiros donde pudieran quedarse misioneros y leer tranquilamente, pequeños grupos. Al principio, The Hookses era propiedad del guardián de la isla de Skokholm, que era secretario de la Sociedad Real de Protección de los Pájaros, hasta que la compró Stott con el dinero que ganó con su primer libro, “Hombres con un mensaje” (1954).

Todas sus obras están escritas a mano sobre la base de notas hechas durante sus lecturas o las de sus asistentes de estudio –tenía jóvenes que desde los años 80 leían libros y buscaban citas para él, o le ayudaban simplemente en cuestiones prácticas como podía ser bajar a comprar unos “kebabs”. cuando nos invitaba a comer a los estudiantes en su buhardilla de Londres–, aunque tenía también copias extra de sus principales obras de consulta en Galés. Su secretaría, Frances Whitehead, transcribía sus textos, que no tenían muchas correcciones y tachaduras, pero usaba a menudo abreviaturas que sólo ella entendía. Ella los pasaba a máquina al principio, luego a ordenador, tanto en la oficina de Londres como en el despacho que tenía adjunto a The Hookses. Allí escribió Stott todos sus libros desde “Cristianismo básico”.

Stott encontró un lugar en los años 50 donde retirarse a leer, meditar y escribir, o simplemente mirar los pájaros, el resto de su vida en la costa noroeste de Gales.

“Los dos libros”

La tradición de la Reforma habla de “dos libros” donde Dios se revela, la Naturaleza y la Escritura. Aunque el primero está subordinado al segundo en la teología de Calvino, Stott establece la misma relación disimilar en su libro sobre “La predicación: puente entre dos mundos”. Hay una “doble escucha”, a la Biblia y el mundo, pero en una se encuentran las preguntas y en otra, las respuestas, mientras que una se sigue con obediencia, la otra muestra los dilemas de aquellos que nos rodean. Así también sus libros nacen tanto del estudio de la Escritura como del encuentro con la Naturaleza.

El lector atento de Stott observará que en la introducción de su libro sobre la predicación, da las gracias a “mis amigos Dick y Rosemary Bird, que durante muchos años me han acompañado en mi casa de campo en Gales”. Ella era enfermera del Hospital de Londres, donde Dick trabajaba en patología. Se conocieron en All Souls, donde se casaron en 1951 y fueron enviados como misioneros médicos de la iglesia a Jordania. Los problemas de salud de él hicieron que regresaran a Londres, donde Bird trabajó en la Escuela de Medicina Tropical, después de hacer su doctorado. Ellos estaban con Sott y su hermana Joy, cuando arreglaron la casa de The Hookses. Cuentan que los hermanos chocaban con frecuencia, desde por los pantalones que ella llevaba hasta por el color de la pintura o qué hacer con los restos del té. “El tío John” también perdía a veces la paciencia, sobre todo con su hermana Joy, que era nueve años mayor que él. Se convirtió al catolicismo-romano, después de hacerse socialista, pero no acabó encontrando su hogar espiritual en ningún sitio.

A pesar de sus continuos viajes, “el tío John” tenía ciertas rutinas hasta cuando iba a Gales. Viajaba en el tren con el diario de medianoche desde la estación de Paddington con comida y suministros hasta Haverfordwest. Allí iba en taxi hasta Dale, donde recogía los pedidos que había hecho a la tienda del pueblo, que llevaba hasta el antiguo aeródromo, donde desayunaba en la cocina de The Hookses. Estudiantes se encargaban de las reformas y el mantenimiento, pero siempre con el mismo horario. Por la mañana cada uno leía sus libros y por la tarde trabajaban en la restauración de la propiedad, para acabar el día con un estudio bíblico, que dirigía el propio Stott. Había excursiones también, ¡claro!: caminatas por la península, travesías en barco por las islas y baños en el agua helada de la playa de Marloes.

The Hookses era un lugar tan especial para Stott, que es allí donde quiso ser enterrado.

El medio ambiente

El desarrollo actual de los estudios del medio ambiente es relativamente reciente. Hasta los años 70 no se conocían expresiones como “ecología”, “hábitat”, “conservación” o “polución”. La perspectiva bíblica gira para Stott en torno a la pregunta: ¿a quién pertenece la tierra? La respuesta la encuentra en el Salmo 24: “Del Señor es la tierra y su plenitud”. El dominio que el hombre tiene sobre la tierra es dado por Dios (Salmo 115:16), pero es delegado y responsable, puesto que depende de Dios y la Naturaleza. Como en todo su pensamiento, hay una combinación de naturaleza y cultura, impotencia y capacidad humana, recursos y labor, fe y trabajo.

La Biblia nos enseña que Dios creó la tierra y le encomendó su cuidado al ser humano (Génesis 1-2), pero un día la recreará, al crear “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Es por eso que “toda la creación gime a una y a una está con dolores de parto hasta ahora” en su “esclavitud de corrupción”, hasta compartir “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:19-22). Es por eso que dice Stott que “al hombre le resulta más fácil someter la tierra que someterse a sí mismo”.

La raíz de la crisis ecológica se encuentra en la ambición humana, intereses comerciales en competencia que llevan a plantearse cuáles son los límites del crecimiento, ya que los recursos de la Naturaleza no son infinitos. La respuesta para él está en evitar el derroche y buscar la solidaridad con el pobre en respeto con el medio ambiente. Como Francis Schaeffer en su libro de 1973 (Polución y la muerte del hombre), nos muestra cómo la teología evangélica conservadora no estaba reñida con la conciencia ecológica. Son temas que se han politizado y ahora forman parte del “paquete” que algunos cristianos rechazan. Stott en eso, como en tantas otras cosas, nos muestra el equilibrio bíblico.

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