Audaz relectura del cristianismo (85) Año nuevo, vida nueva
También para este blog
| Ramón Hernández Martín

Que en el decurso del tiempo un segundo separe un año de otro solo tiene la carga significativa y emocional que queramos darle. Así, el último segundo del próximo 31 de diciembre rubricará el finiquito de 2019 y descolgará de la pared del salón su almanaque, a la vez que el primero del 1 de enero certificará el nacimiento de 2020, un nuevo periplo temporal pautado por el flamante calendario mural ya colgado en la cocina. Es lógico que a ese tránsito le demos máxima importancia y hasta que lo celebremos con tantos excesos estimulantes como deseos sinceros de iniciar una nueva vida. La potencialidad del momento es tal que, a veces incluso a nuestro pesar, nos dejamos arrebatar emocionalmente por la oportunidad de poner fin a la tediosa rutina diaria que durante el año transcurrido ha venido fagocitando nuestra vida y hacemos hermosos propósitos, generalmente efímeros.
¡Ojalá que 2020 duplique las fuerzas de los lectores de este blog, igual que duplica sus dos primeros dígitos, y se convierta en baluarte para gestar una vida mejor! El “año nuevo, vida nueva”, tan en boga al menos mientras dura el relevo, expresa un deseo profundo de mejora que, por lo que a este relato toca, se extenderá también a sus propios contenidos. Confiemos en que tal propósito no sean fuegos de artificio provocados por la emotividad contagiosa de una festividad exaltada, sino la expresión de una firme voluntad de esforzarse a fondo y de sacrificarse cuanto sea necesario para cumplir lo prometido.

Punto de inflexión
A tenor de lo dicho, deseo de corazón que la celebración del momento cero de 2020 se convierta para todos los lectores de este blog en un punto de inflexión: que nuestros deterioros toquen fondo para iniciar la remontada, siempre ardua, a las más altas cumbres de la humanización anhelada; que 2019 se lleve consigo todo “déficit” y que, en consecuencia, 2020 venga cargado de “superávit”; que la depresión social imperante deje paso a la autoestima y la vida de agobios de muchos, a una más confortable y lograda.
Tras felicitar a los lectores, me complace poder anunciarles, con la venia de la dirección de Religión Digital, que me propongo convertir tan significativo momento de transferencia de poderes también en punto de inflexión del desarrollo de este blog. El cambio no mermará en absoluto el afán de buscar el camino de humanización que, a mi criterio, debe seguir la Iglesia para desempeñar su trascendental misión.

La nueva andadura de “esperanza radical”
Se trata solo de poner fin a las prolijas reflexiones ofrecidas hasta ahora para dar paso a una especie de “diario intermitente” que vierta, de forma anárquica y al ritmo que marque la inspiración, vivencias, pensamientos y sentimientos que merezca la pena compartir. Por ello, las futuras publicaciones en este blog no estarán sometidas a una periodicidad determinada ni tendrán un formato prefijado. Su cadencia dependerá solo de que haya algo que comunicar y su extensión, del desarrollo que ello requiera. El tiempo, las circunstancias y los quehaceres marcarán el camino a seguir. El formato será parecido al de un diario, cuyo título general, “desayuna conmigo”, será una invitación directa y personal a compartir algún pensamiento o sentimiento. Confío en no ser un plasta escribiendo y en que cada invitación provoque ecos para que la surtida mesa de desayuno se vea concurrida.
Cada entrada será, pues, una especie de invitación a desayunar en espíritu conmigo. Ojalá logre ofrecer a mis lectores en cada entrada un desayuno consistente, tipo inglés, con nutrientes suficientes para cargar de razones el día y alegrarles un poquito sus largas horas. Desde luego, no quisiera incomodarlos de ningún modo ni contrariarlos, pues ellos ya tienen la evidencia de que entiendo el cristianismo como una forma de vida compartida, abiertamente alegre, aunque sea austera y exigente, y capaz de encajar las contrariedades y sufrimientos que salen al paso. Una vida, en fin, que necesita despojarse de la enorme negatividad con que se ha arropado a lo largo de sus dos milenios de historia.
Con ello, pondré fin a los “ladrillazos” que he venido escribiendo, aunque lo haya hecho con el loable propósito de contribuir, siquiera mínimamente, al esclarecimiento de cómo debe ser el cristianismo de nuestro tiempo, ese plus divino tan necesario para equilibrar nuestra tormentosa condición humana y enriquecerla. Si bien lo escrito hasta ahora ha sido reflejo de una visión muy personal que a nada obliga, en lo sucesivo trataré de transmitir solo pulsiones sobre el cristianismo en el que creo con fervor. No me asustará tener que poner mucha más carne en el asador. Ojalá logre que las nuevas entradas sean más fluidas, sencillas, inteligibles y útiles. Para tal empeño me serviré de las luces y de los sentimientos que puedan brotar todavía de un cerebro y de un corazón casi octogenarios. Lo que vaya aconteciendo en la sociedad, enrojezca mis mejillas de rabia o abra las compuertas del lacrimal emotivo, tendrá mucho que ver con la nueva tarea.

Feliz año nuevo
Vuelvo al propósito inicial de esta reflexión emplazando a los lectores a encontrar, en el cambio de año, un punto de inflexión para sus vidas. Ojalá que los contravalores que a lo largo de 2019 han deteriorado nuestra vida pierdan fuerza y ofrezcan su asiento vital a más y mejores valores. Ojalá que, desde el primero al último de sus segundos, el nuevo año 2020 tenga la fuerza necesaria para arrinconar las cosas dañinas que tanto nos seducen y abrir cancha a las beneficiosas que tanto nos cuestan. La humanidad crecerá y mejorará en la medida en que cada cual deseche lo pernicioso y favorezca lo conveniente.
Retengamos, como colofón de la larga serie de “audaz relectura del cristianismo”, que causar daño a nuestros semejantes es ruinoso para nuestra propia vida, y ayudarles a vivir, sumamente rentable. A la luz que brota de tan trascendental verdad, tiene su enjundia desear ahora feliz año nuevo a las personas con las que uno se relaciona en su vida, sea en la corta distancia del contacto diario, sea a través de unas líneas, como es el caso, cuyo destino rebasa el alcance de brazos y sueños. Por ello, a quien esto leyere le deseo de todo corazón que el próximo año sea para él un año creciente en mejoras, al tiempo que le agradezco que contribuya con su lectura a que el mío también lo sea. El sentido providencial de la historia, tan esencial para los cristianos, nos ayuda a descubrir fácilmente las bondades que se derivan de que todos formemos un único cuerpo místico en el Cristo Jesús que inspira, fundamenta y alimenta nuestra condición de cristianos.

La familia sagrada
Como apunte “tipo diario” de este día, adelantándonos a las nuevas entregas de este blog, digamos simplemente que toda familia humana, sea cual sea su composición y sus vínculos jurídicos civiles o eclesiales, en la que se fomente el amor y la procreación, es realmente “sagrada”, un valor a preservar y mejorar de la dimensión social de nuestra vida humana.
Correo electrónico: ramonhernadezmartin@gmail.com