Desayuna conmigo (martes, 19.5.20) Brindemos juntos

 

Y trabajemos duro

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El título de hoy viene a cuenta de que celebramos el día mundial del Whisky, ¡qué curioso! Esta celebración se hace para homenajear una bebida que tiene reconocimiento internacional y cuyo nombre, en gaélico, significa “agua de vida”. Recordemos, como curiosidad, que el Whisky tuvo su origen es Escocia a finales del siglo XV y que se popularizó como una bebida tranquilizante para mitigar el dolor y las penas del alma, razón por la que se utilizaba, por ejemplo, como antídoto cuando se sufría la pérdida de un ser querido, en su duelo y en su sepelio.

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Ciertamente, en nuestro mundo cultural, tan alimentado por el cine americano, no hay película del oeste en la que las botellas de whisky no ocupen un lugar destacado, sea en las estanterías o al alcance de la mano bajo los mostradores de los tugurios donde los vaqueros adoptan posturas desafiantes, con sus cartucheras bien visibles y sus manos listas para desenfundar y disparar al menor contratiempo, sea en las alforjas de los caballos para saciar la sed o recuperar fuerzas tras una agotadora cabalgada por estepas y riscos. ¿Quién, relajándose perezosamente en un sofá y ajeno por completo a la dura realidad que pasea por la calle, no se ha identificado estos días con alguno de los héroes legendarios del cine del oeste, made in Almería, con que las cadenas de televisión han rellenado huecos? 

Fuera de las pantallas de los cines o de los televisores, lo cierto es que el whisky se ha convertido en una bebida que forma parte de nuestro mundo festivo en los bares y en las celebraciones gastronómicas como un licor de tertulia y sobremesa que, mezclado con mucho hielo, saboreamos con gran parsimonia.

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Digo todo esto, retrocediendo del laberinto al treinta, porque el alcohol en general forma hoy parte consustancial de nuestra vida como factor de euforia mental mecánica, de convivencia forzada y de diversión epidérmica. Piénsese en los botellones de nuestros adolescentes, cuya única diversión parecer consistir en ponerse como cubas. Por ello, como ocurre con todo en la vida, si no se bebe con mesura y prudencia, lo que de suyo es un factor positivo para la vida degenera en un enemigo peligroso, porque se adueña de tal manera de la mente que crea una ansiedad incontenible hasta el punto de convertir al consumidor compulsivo en un pelele, en una piltrafa humana, en un borracho despreciable.

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Celebremos con cabeza este día del whisky brindando por cuanto la vida tiene de positivo, a pesar del coronavirus que nos azota y de la crisis que nos depaupera. Librarse de esta pandemia, aunque se salga de ella pobre o más pobre, es como renacer para comenzar una nueva vida que ha de ser forzosamente mejor al fijarse objetivos más interesantes y densos que el dinero, que ahora nos trae a mal traer. Por ello, hay motivos para brindar juntos por haber sido valientes en el arresto domiciliario que venimos sufriendo pacientemente desde hace ya tantas semanas en una jugada maestra como la de, al confinarnos nosotros, confinar el virus. Brindemos también, ¿por qué no?, por poder brindar ya, con whisky o con vino, en las terrazas de los bares abiertos o en las celebraciones gastronómicas familiares. Brindemos, sobre todo, porque la soledad impuesta nos ha enseñado a caminar de la mano, a trabajar codo con codo, a valorar lo poco que tengo como mucho para los demás.

 Con el subtítulo solo he querido realzar lo que viene o vendrá después de un confinamiento que parece eterno y del alegre brindis hecho con “agua de vida”, esa sabrosa agua que, al igual que el vino, alegra el corazón: la necesidad de afrontar con gran coraje la crisis que nos ha tocado en suerte con el coronavirus. Todo esto viene a cuento porque hoy nos salen al paso dos destacados “trabajadores” españoles del ámbito político y cultural.

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Un día como hoy de 1887 nacía Gregorio Marañón, endocrinólogo, científico, historiador, escritor y pensador español, perteneciente a la generación de 1914. Académico de número de cinco Reales Academias, desempeñó un papel importante en la proclamación de la II República Española, a la que terminó criticando duramente por su incapacidad para aunar a los españoles.

Suya es la esclarecedora aseveración siguiente: “No hay que esforzarse mucho, amigos míos; escuchen ustedes este argumento: el ochenta y ocho por ciento del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona (las tres universidades que, junto a la de Murcia, habían quedado en manos de los republicanos) ha tenido que huir al extranjero, abandonar España, escapar a quien más pueda. ¿Y saben ustedes por qué? Sencillamente porque temían ser asesinados por los rojos, a pesar de que muchos de los intelectuales amenazados eran tenidos por hombres de izquierda”.

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Marañón tenía muy clara conciencia de lo que era su posición política liberal: “Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y, segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que, al contrario, son los medios los que justifican el fin… El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política”. Y va mucho más lejos al preguntarse valientemente qué habría pasado en España si no hubieran ganado los que ganaron, afrontando de esa manera una visión honesta sobre todo lo que realmente sucedió en aquellos años tan negros de la II República y la guerra civil. Me parece que su pensamiento, tan honesto y equilibrado, nos vendría muy bien para afrontar los problemas que hoy nos atenazan.

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También, un día como hoy de 1912 moría a los 56 años Marcelino Menéndez Pelayo, polígrafo, escritor, historiador de las ideas, crítico literario y filólogo español. Dotado como estaba de una excepcional capacidad de trabajo, de una gran inteligencia y de una memoria prodigiosa, en sus análisis literarios y filosóficos “identificó la raíz de lo hispano con la tradición católica". Utilizó constructivamente su extraordinaria erudición para historiar las ideas y valorar críticamente la estética y las literaturas hispana e hispanoamericana. Y, como poeta, su obra es una de las más logradas de estilo clásico en su tiempo.

Marañón y Menéndez Pelayo son dos españoles de gran genio y trascendencia. La intensidad de su trabajo es, sin duda, todo un ejemplo para cuantos españoles aspiran hoy a que su obra deje alguna huella y su pensamiento político tiene mucho que enseñar a todos aquellos en cuyas manos están ahora los destinos de la, mal que le pese a algunos, gran nación española. Aunque ayer, al perder la cabeza o poblarla de veleidades, fuimos capaces de quemar iglesias, hoy, retados por peligros que atentan contra la vida de cualquiera, los españoles construimos catedrales de solidaridad heroica a pesar de que nuestros arquitectos anden a uvas.

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Raro desayuno el de hoy al comenzar con un brindis y terminar poniéndonos delante a dos grandes genios de la inteligencia, a dos eficientes constructores de la nación española. Cuando, en este contexto, uno mira a la Iglesia que es preciso construir o reconstruir en todo tiempo, no puede menos de ver simultáneamente la gran alegría del mensaje que es preciso transmitir y una enorme labor a realizar. No se es cristiano para anclarse en un puerto al abrigo de las olas y zozobras de la vida, sino para embarcarse en una nave que navega confiada, incluso en medio de la bravura del mar.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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