A salto de mata – 36 Construir una torre

Dimensiones de la persona

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El evangelio de este domingo nos invita de alguna manera, poniéndolo como ejemplo de coherencia, a construir una torre sólida tras una buena planificación y el acopio de los materiales necesarios para no dejarla a medio hacer. Dice Jesús: ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar (Lucas en el evangelio de hoy). Es la irrisión que produce la conducta alocada o disparatada de tantos hombres en tantas situaciones. Y, claro está, que se rían de uno por no tener cabeza es una de las mayores humillaciones o afrentas que pueden sufrirse.

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Para construir la forma de vida a que aspira todo ser humano, la torre que tanto esfuerzo exige, se deben ir colmando en lo posible las aspiraciones de cada una de las dimensiones de la vida humana a fin de que la persona, que es la que las aglutina en el único proyecto digno que es vivir humanamente, alcance toda su envergadura. ¿Hay alguna diferencia entre construir la persona y construir una torre en cuanto a la planificación, al acopio de los materiales necesarios y al trabajo a realizar? Buena piedra o solidez y mucho esfuerzo o sacrificio. El maestro Chávarri, tan conocido ya de los seguidores de este blog, hablando de valores y contravalores, nos enseña que nacemos como un proyecto, como un ser a medio hacer, que iremos construyendo poco a poco a lo largo del tiempo que dure nuestra vida, durante el que iremos engarzando cuantas acciones emprendamos, no solo las pertinentes o acertadas que avanzan o desarrollan la construcción, sino también las impertinentes o equivocadas que la retrasan, la detienen o incluso demuelen parte de ella. Es el inevitable juego de valores que edifican y de contravalores que demuelen.

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Pero la persona no tiene una sola dimensión o perspectiva, la biográfica o el currículo personal como cúmulo de positividades o cualidades a la hora de optar a un puesto de trabajo. Por lo general, cuando hablamos de persona nos referimos solo a esa, a la “biográfica" o curricular. En la persona hay cantidad de haberes que están fuera del mismo sujeto, aunque forman parte de su personalidad. Me refiero a las dimensiones grupal, específica (de especie) y cósmica de la persona.  Tanto el grupo del que formamos parte, sin cuyos aportes no podríamos ni siquiera existir, como la especie a que pertenecemos y el mundo en el que habitamos conforman todo lo que realmente somos. Se trata de dimensiones muy importantes para cualquier estudio serio y comprehensivo que nos propongamos hacer de la persona. A la hora de analizar bien la obra a realizar y que nos proponemos mejorar, la persona que queremos construir a tenor de nuestra reflexión de hoy, debemos tener muy en cuenta estas perspectivas que nos catapultan más allá de nuestra biografía y que amplían considerablemente nuestro currículo. De hecho, nos debemos, además de a nosotros mismos, a quienes conviven con nosotros, a los miembros de nuestra especie y al mundo que es nuestro hogar.

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La construcción pretendida no puede hacerse más que a base de una mejora continuada de los miles de valores con que nos topamos en cada dimensión vital y en cada perspectiva personal. De ahí que construir nuestra biografía no consista en atiborrar el currículo con datos positivos, procurando disimular u ocultar los negativos, sino en mejorar los valores que la conforman y atemperar el impacto de los pegajosos contravalores que la ahogan. No estará de más repetirlo otra vez: el buen camino consiste en fomentar y mejorar los valores que alimentan nuestras dimensiones biosíquica, económica, epistemológica, estética, ética, lúdica, social-política y religiosa. Y, aunque nos sirvamos de alguna de esas dimensiones como núcleo organizativo de la unidad que conforma la persona, ninguna debe fagocitar o modular los valores de las demás dimensiones vitales imprimiéndoles su propio sentido o contenido valioso.

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Pero también debemos construir nuestra “persona grupal”, la que tenemos por vivir estrechamente imbricados con los miembros que forman el grupo humano al que pertenecemos, categoría en la que entran no solo los miembros de nuestra propia familia, sino trambién todos aquellos con los que compartimos tantas cosas en la comunidad vecinal, en el municipio y en la nación de la que formamos parte. Por muy huraños y retraídos que seamos, no podemos vivir solos, cosa para la que necesitamos ineludiblemente una familia, amistades, una vecindad, una municipalidad, una nación y, en última instancia, un planeta, un sistema solar y todo un universo. Construir nuestra “persona grupal” requiere, por ello, que cultivemos los valores, es decir, las relaciones de todo tipo en que nos envuelve el grupo humano del que formamos parte.

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También nuestra “persona especial” nos exige mantener comportamientos valiosos con toda la especie humana a la que pertenecemos, por más que la inmensa mayoría de sus miembros nos sean desconocidos o estén muy lejos. Cuanto hace un hombre termina favoreciendo o entorpeciendo la vida de todos los hombres. Ello nos exige, por un lado, una presencia activa beneficiosa en todos los ámbitos del obrar humano, ya que nuestras propias acciones, por nimias que sean o por ocultas que estén, repercuten en toda la especie humana. Y por otro, que avivemos la conciencia de que los inmensos problemas que se plantean en nuestros días a la humanidad en su conjunto, sea por hambre, sequía, enfermedad o guerra, son también problemas a cuya solución debemos contribuir, por muy ajenos que nos parezcan o por muy lejos que se produzcan. Siempre me han escandalizado quienes, pensando que las guerras lejanas no les afectan, se muestran indiferentes ante ellas y se cruzan olímpicamente de brazos.

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Finalmente, también hemos de construir, completando el mapa de las dimensiones de nuestra personalidad, la “persona cósmica”, pues no en vano cuanto somos pertenece, en última instancia, al planeta que habitamos, al sistema solar que lo conforma y sujeta, a la galaxia como punto de referencia estelar y, en definitiva, a un cosmos que es el todo del que procede y en el que permanece nuestro ser. Construir esta personalidad cósmica requiere que seamos conscientes de nuestra total dependencia del cosmos y organizar nuestra conducta de tal manera que nuestra existencia le añada riqueza en vez de poner en peligro, aunque solo podamos hacerlo muy ligeramente, su funcionamiento, su desarrollo y su orden. Debemos respetar, por tanto, el caos ordenado del universo, valga el oxímoron, y procurar no alterarlo por muy leve que sea nuestro aletear sobre él y por muy poco que dure nuestra permanencia consciente en él.

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Hablamos, pues, de cuatro enormes perspectivas que se nos ofrecen generosamente para que en ellas podamos desplegar toda la potencialidad con que nos dota la naturaleza y alcanzar, paso a paso y con la paciencia histórica que toda mejora requiere, la envergadura del ser humano que somos. Si de la consideración de carácter filosófico que acabamos de realizar saltamos al cometido esencial de este blog, la reflexión nos lleva a sumergirnos por completo en la obra de redención obrada por Jesús para que los principios rectores de la conducta que de ella se derivan impregnen todas las perspectivas de la persona a que nos hemos referido. El Evangelio lleva consigo una carga de valores que, en la práctica, son piedras angulares de la “torre” bien planeada y cimentada que hoy se nos propone construir o de la “persona global” a que nos conduce nuestra envergadura humana. Teniendo como ejes para mover todo el engranaje humano el perdón y el amor incondicionales que nuestra condición de cristianos nos impone, para levantar como es debido nuestra torre disponemos no solo de nuestras fuerzas individuales, sino también de las del grupo que nos rodea, del amparo de nuestra especie y de la inagotable riqueza que el cosmos nos regala. A fin de cuentas, quien perdona asume, cargándola sobre sus propias espaldas, la negatividad de cuanto le afecta, venga de donde venga, y quien ama potencia al infinito la envergadura humana. A más perdón, menos infierno; a mejor forma de vida, más cristianismo, es decir, más presencia viva de Jesús en nuestro quehacer diario.

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