Desayuna conmigo (sábado, 4.1.20) Consumación

Exquisita compasión

Papa Francisco
Un día como hoy de 1977, se derogaba prácticamente el sistema político franquista. Confiemos en que ese recorrido de loable avance, de auténtico progreso, no desencadene hoy un proceso de reversión o retroceso al crearse entre los españoles una situación que, si bien enardece a cuantos se dejan seducir fácilmente por cantos de sirena, incomoda a quienes temen un descalabro que los encabrone y empobrezca. Aunque ese sea un tema muy fuerte y trascendental, no es el que esta mañana atrae mi mente a la hora de activar este “diario intermitente”.

Ayer mismo, en declaraciones recogidas en la portada de Religión Digital, el papa Francisco pronunciaba un “no rotundo” a la eutanasia, abordando un tema sumamente complejo y delicado en cuyo frontispicio solo hay lugar para la compasión humana. Es obvio que todo lo que podemos hacer por un enfermo desahuciado es paliar, achicándolo o erradicándolo, el sufrimiento inherente a su situación terminal. Por mucho que se haya avanzado en las “unidades del dolor”, queda mucho por hacer en el ámbito moral y psicológico y en el de los remedios farmacológicos. El enfermo, desde luego, es acreedor a todo el apoyo que se le pueda prestar. La cuestión legal y moral de la eutanasia debería centrarse en analizar si lo que se entiende por “muerte digna” es o no ayuda paliativa.

Cuidados paliativos

Si abordamos de frente el hecho de morir como consumación de la vida, no deberíamos tener reparos en reconocer que un acto densamente vital es evitar que un enfermo muera rabiosamente. El tema se extiende a todo el espectro de lo que entendemos por “suicidio asistido” en lo referente a quienes, no estando en situación de enfermedad terminal, tengan la voluntad irreversible de suicidarse. De hacerlo bien en lo referente a lo último, se abrirían cauces de diálogo regenerador y se evitarían espectáculos tan duros y macabros como que alguien se vea precisado, para quitarse de en medio, a colgarse de un árbol, a tirarse a un tren o a descerrajarse un tiro en la sien.

Para plantear como es debido el polémico tema de la eutanasia es preciso adentrarse en lo más excelente de la compasión humana, un terreno en el que se nos abren infinitos caminos para ayudar a morir o, como hemos dicho, a consumar su vida a nuestros seres queridos.

Suscribo totalmente la aseveración del papa sobre que “la vida debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que termina”, pero sin obviar que la muerte forma parte de la vida, seguramente la más preciada de ella. El “absoluto respeto por la vida humana” del juramento hipocrático de los médicos debe englobar el hecho de morir.

Los creyentes, tras su meurte

Si la grandeza del cristianismo reside en que nos obliga a dejarnos de gaitas, a pasar de las musas al teatro, de los enunciados a los hechos y del embeleso a la cruda realidad, al exigirnos que demos de comer al hambriento y vistamos al desnudo, la ayuda de más peso y trascendencia que se puede prestar a un ser humano completamente desvalido, al moribundo, es ayudarle a morir. Se trata de una ayuda que debería ser más comprensible para el cristiano que para ningún otro por entender el morir no como “finiquito” sino como “tránsito”, pues la muerte es puerta de paso de una vida de llanto y crujir de dientes a otra de canto y risa. Si abordamos la eutanasia como el más aquilatado acto de amor compasivo y no como un vulgar “linchamiento”, descubriremos en ella trazos de la infinita misericordia compasiva de Dios para acariciar el espíritu atormentado y la carne dolorida del enfermo desahuciado.

En esta reflexión volandera solo he pretendido abrir nuevas perspectivas para entender que la eutanasia, de estar bien legislada y de ejecutarse con la delicadeza que el amor requiere, podría ser valorada como el acto de mayor contenido paliativo que se puede hacer a un enfermo terminal o a un desesperado de la vida.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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