Desayuna conmigo (lunes, 17.2.20) Escarbando en la historia

El color amarillo

Lo escribió Molière

Creo que Molière bien se merece un par de minutos esta mañana, pues un día como hoy de 1673, sobre el escenario mismo en el que trabajaba de actor, pudo comprobar sus certezas, él que había sido tan despiadado con la pedantería de los falsos, las mentiras de médicos ignorantes y la pretenciosidad de burgueses enriquecidos. Un suave remedo de parecidos comportamientos en los Evangelios. Molière, uno de los mejores escritores franceses y de la literatura universal, que había hecho ascos al ascetismo y pretendía liberar la juventud de restricciones absurdas, había declarado no saber si era “mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por completo”. En su pretensión de “hacer reír a la gente honrada”, se atenía a la consigna horaciana de “corrige las costumbres riendo”.

El-enfermo-imaginario

Esta sola base informativa es suficiente para calificar su obra como muy atinada en el ámbito de los valores y contravalores de la vida humana, tema al que tantas veces me he referido y que resulta muy clarificador a la hora de encuadrar toda la actividad humana. Groso modo, podríamos condensarlo diciendo que es preciso mandar a la Conchinchina toda hipocresía y trabajar, en serio y con buen humor, para mejorar cuanto apuntala o construye la condición humana. Más resumido aún: para desechar cuanto deteriora la vida y fomentar cuanto la favorece. Rectificar las pasiones con suavidad y corregir las costumbres con buen humor, todo un programa para cambiar el mundo.

Molière

Nos vendrían muy bien a los españoles en estos tiempos unos cuantos comediógrafos como Molière, un ejército de políticos que entendieran sus porqués y una “aguerrida clerecía y feligresía” (las de la “Iglesia en salida” que ahora propugna el papa Francisco) que pusieran cada cosa en su sitio, desde el sexo de los individuos hasta la cartera o la cuenta corriente de los oportunistas explotadores, atentos a cualquier río revuelto. ¡Cuántas fortunas se han levantado a base de rapiñas y, en contrapartida, cuánta pobreza se ha generado! Yo lo tengo en casa, por así decirlo, pues estos días se ha publicado en algunos periódicos de por aquí que los cuantiosos dineros recibidos como “fondos mineros” se han utilizado mal. Tan mal como desviarlos a los bolsillos de sus administradores en vez de utilizarlos para crear puestos de trabajo. En su día, no fuimos pocos los que advertimos de ese peligro. Cuando los políticos y sindicalistas se partían la cara por administrarlos, a un político le hice rápidamente las cuentas de la lechera: subvencionando con un millón de pesetas anuales durante diez años cada puesto de trabajo nuevo, en Asturias se hubieran creado de inmediato más de treinta mil. ¡Qué bien nos vendría a los asturianos que mañana alguien se sacara de la manga treinta mil puestos de trabajo! El dinero no ha desaparecido, pero está donde no debiera.

Mientras la clerecía sigue discutiendo sobre el sexo de los ángeles, la población se aleja de la Iglesia porque no encuentra en ella quien rectifique y suavice sus pasiones ni quien corrija sus costumbres, delicadas labores que, en todo caso, sería preciso hacer no con el látigo sino con la sonrisa. ¿Qué está haciendo realmente la Iglesia oficial por tantos pueblos tristes, faltos de perspectivas y sometidos a la esclavitud de la miseria o de la precariedad económica? ¿Hay en serio alguna justicia social en nuestro actual sistema de vida? ¿Puede extrañarle a alguien que los templos se vayan vaciando poco a poco al compás en que crece el desencanto de quienes otrora los abarrotaban?

Giordano Bruno

El día nos trae otro bombazo para la reflexión: la muerte en la hoguera de Giordano Bruno el 17 de febrero de 1600, hace 420 años, tal como ayer. Este astrónomo, filósofo, teólogo, matemático y poeta, locuaz predicador dominico, tuvo la fatalidad de adelantarse mucho a su tiempo y toparse con mentalidades muy cerradas y ceñidas a la letra de los dogmas. Afortunadamente, aunque no hayamos evolucionado mucho en eso de abrir nuestras mentes, algo lo hemos hecho en costumbres con la abolición de la pena de muerte en la mayoría de las naciones del mundo y, sobre todo, con la de los tratos inhumanos, crueles y degradantes.

Banderas de España y de Cataluña

Terminemos esta amarga reflexión, una diatriba más para oídos sordos, con una curiosa anécdota relacionada con la muerte de Molière y también aplicable a la de Bruno: que el amarillo haya sido considerado como un “color de mala suerte” y hasta prohibido en el ámbito teatral se debe a que, cuando Molière murió representando una de sus obras, El enfermo imaginario, iba vestido de amarillo. Recordemos, no obstante, que el color amarillo ha estado relacionado siempre con desgracias y calamidades: la fiebre amarilla, el color del azufre ardiente del infierno y también de las llamas de los muchos que fueron quemados vivos, la bandera de anuncio de la peste a la entrada de las villas infectadas, el vestido distintivo de enfermos y herejes y, de forma especial, la “prensa amarilla”, la que deforma los hechos con fines morbosos. Permítaseme gritar con ironía, en este contexto y en atención a sus banderas: “¡pobre España y pobre Cataluña!”. ¡Qué ironía, además, verlas así juntas, como en la foto, pues la de Cataluña parece la de España fraccionada!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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