Desayuna conmigo (domingo, 3.5.20) Felicidades, mamá

 

El horizonte maternal

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Este domingo, por más que la liturgia se centre en la persona de Jesús resucitado, al mismo tiempo buen pastor y cordero cargado con nuestros pecados, está dominado por la festividad social que reconoce, ensalza y agradece el papel de la maternidad de todas y cada una de nuestras madres.

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Son muchos los que, por un feminismo mal entendido, hoy se dirigen a Dios añadiendo a la invocación como “padre” la de “madre”. Por ello, dicen que Dios es nuestro padre-madre. Jamás pensé que la estupidez humana pudiera llegar tan lejos. El cristianismo no es ni con mucho una religión machista, por más que lo sea hasta las trancas la institución eclesial que lo sustenta y gobierna. Pero Dios, en sí mismo, no es ni masculino ni femenino. No lo es tampoco ninguna de sus tres personas, aunque el Verbo, al encarnarse, lo hiciera en un hombre, Jesús de Nazaret. Además, en el cristianismo nunca ha sido un problema teológico concebir a la segunda persona de la Trinidad como el Hijo “engendrado” por el Padre, no creado, con lo que se confiesa que el Padre “engendra” él solo un Hijo, prerrogativa que no se atribuye a la Virgen María, pues ella necesitó la fecundación misteriosa del Espíritu Santo para engendrar a ese Hijo hecho hombre. Tres personas en liza que se retroalimentan en actos de paternidad y amor. Un bonito embrollo, laberíntico y misterioso, del que nunca saldremos mientras sigamos pensando que Dios es como un hombre, con sus mismos sentimientos y atributos sexuales.

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En todo caso, de buscar en el cristianismo un equilibrio de sexos y de querer dotarlo, cosa muy importante, de una muy necesaria sensibilidad humana femenina, aunque nada más sea que para contrarrestar su institucional deriva machista, ahí tenemos a la Virgen María, una diosa de facto, en quien esa sensibilidad brilla en todo su esplendor, una virgen que adquiere, en su misión de cooperadora necesaria para la salvación, categoría y entidad de madre de todos los hombres.

En la liturgia de hoy, Pedro nos emplaza a convertirnos y bautizarnos en el nombre de Jesús para “salvarnos de esta generación perversa”, conversión que exige seguir “al pastor y guardián de nuestras almas”, al “buen pastor” que Jesús mismo afirma ser en el versículo siguiente al último del evangelio de hoy. Si aplicamos ese contenido a la celebración social hoy del día de la madre, la liturgia parece esforzarse por convencernos de que el mejor regalo posible para la madre de todos es la presencia viva de un hijo resucitado que ha llevado “nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño”, en expresión de Pedro, para darnos vida abundante.

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De tejas abajo y de puertas adentro, el mundo comercial impulsó hace unos años la celebración hoy del día de la madre, una festividad inventada y promovida para vender regalos. ¿Quién puede merecer un bonito regalo mejor que una madre? Pero ese interés comercial no mengua la hermosura de una celebración tan necesaria y bella. Esta celebración, adscrita al primer domingo del mes más hermoso de todo el calendario, nos invita a reflexionar en profundidad sobre lo que una madre es realmente para su hijo y, en consecuencia, a darle las gracias desde lo más hondo del corazón, sea con un regalo o con un beso. Este año, en particular, las madres que hayan tenido que aguantar y mimar a sus hijos pequeños durante dos meses en casa seguro que apreciarán mucho más sus gestos de cariño y de agradecimiento, al margen del valor material que pueda tener cualquier otro regalo. Desde este blog felicitamos de corazón a todas las madres, cualesquiera que hayan sido sus comportamientos, y en especial a la que los cristianos reconocemos como la madre de todos nosotros.

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Invito a mis lectores a recrearse un momento con el poema que santa Teresa de Calcuta dedicó a la madre:

“Enseñarás a volar, / pero no volarán tu vuelo. / Enseñarás a soñar, / pero no soñarán tus sueños. / Enseñarás a vivir, / pero no vivirán tu vida. / Enseñarás a cantar, / pero no cantarán tu canción. / Enseñarás a pensar, / pero no pensarán como tú. / Pero sabrás / que cada vez que ellos vuelen, sueñen, /vivan, canten y piensen, / estará en ellos la semilla / del camino enseñado y aprendido”.

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Y, tras ese vuelo, sueño y canto, me complace concluir este desayuno con la hermosísima estrofa del salmo que se canta en la liturgia de hoy:

“El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail-com

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