Desayuna conmigo (viernes, 11.9.20) Idolatría en la sangre

Celebrando muertes

Adoración-PerpetuaDiocesisVillarrica150818
No sería muy atrevido sostener que todos los seres humanos somos idólatras, es decir, que necesitamos a alguien o algo ante lo que postrarnos. Sin entrar en más honduras, ello puede que se deba a nuestra radical incapacidad para hacer frente a problemas y angustias que no somos capaces de resolver por nosotros mismos. Idolatrar tiene el sentido de adorar y de amar mucho a alguien o algo que convertimos en ídolos o dioses falsos. La adoración, en cuanto rendimiento de culto, es exclusiva de la divinidad y viene a significar el reconocimiento de su santidad y la total dependencia que se tiene de ella. Idolatrar, en cambio, expresa la dependencia que nos crea una persona o una cosa a la que convertimos en ídolo al amarla con todas las fuerzas. No es difícil oír a un enamorado decir que adora o idolatra a su amada y viceversa. En suma, idolatrar significa rendir culto a un ídolo, a un dios falso, usurpador de una santidad que no tiene de por sí.

unnamed

En esta cuestión, el cristianismo es una religión que camina siempre por el filo de la espada, pues el culto que rinde a los santos y, sobre todo, a la Virgen María, tienen intensos tintes de idolatría, al menos en la mente y en la práctica del pueblo sencillo. En cuanto obradores de milagros o facultados para hacer favores muy especiales, muchas veces la devoción que les profesamos se torna adoración pura y dura. En el credo de la fe y en la teología está muy claro que solo se debe adorar a Dios, pero no lo está en la habitual praxis religiosa que fomenta la clerecía. Seguramente los ídolos, como remedio para todos los males y solución para todos los problemas, les vienen muy bien a los clérigos para amansar y atar corto a sus seguidores. Y así, por ejemplo, en el ánimo de cuantos participan en ellas, sean del cariz que sean, todas las procesiones son prácticamente idolátricas.

94886

La razón de cuanto precede está en el hecho de que, un día como hoy del lejano año de 1226, se inicia en la Iglesia la práctica de lo que hemos dado en llamar “adoración perpetua”, como adoración ininterrumpida de la eucaristía en los templos, realizada por turnos o relevos de los devotos o de los comprometidos con ella. Sería muy prolijo detenernos en lo que como culto eucarístico se vivía hasta ese momento y en lo que, a raíz de esa iniciativa, ha venido después con su implantación en tantísimos lugares y con la enorme cantidad de cristianos que la practican. Sé que con lo que voy a decir, aunque no sea novedoso en este blog, incomodaré e incluso escandalizaré a muchos, pero no puedo menos de hacerlo, aunque no para desvirtuar la eucaristía sino para todo lo contrario, potenciarla y esclarecer la enorme importancia que, como sacramento del pan de vida y de bebida de salvación, tiene en la Iglesia. Como punto de partida esclarecedor, digamos de antemano que la eucaristía hace la Iglesia, es la Iglesia. Así de rotundo y total.

hero

Solo Dios es santo y solo él debe, por tanto, ser adorado. Los seres humanos somos santos solo en la medida en que participamos de esa misma santidad, es decir, en la medida en que estamos en Dios, y lo estamos totalmente tras la muerte. De ahí que todos los difuntos sean santos, no solo los que son canonizados por algo rayano precisamente en la idolatría como es hacer milagros, aunque en las canonizaciones el milagro se valore solo como signo claro y definitivo de santidad. Digamos, no obstante, que, si a los santos se los reconociera como tales solo por la ejemplaridad de su vida, canonizar a alguien sería algo muy positivo y dinámico para la Iglesia por la fuerza que dimana de todo modelo de vida. Quedémonos, en definitiva, con que los seres humanos somos santos solo por la gracia que recibimos de Dios y que, por extensión, son santas también todas las cosas que utilizamos para el culto que le tributamos, especialmente aquellas que significan las peculiares gracias de cada sacramento. De ahí que podamos considerar como santos o sagrados los ornamentos de culto y la cruz y, sobre todo, el pan y el vino de la eucaristía.

13_0008_1

Pero, ¿qué es en definitiva la eucaristía o hasta dónde llega su virtualidad de gracia? La eucaristía es el sacramento que produce la gracia que se significa en las funciones naturales del pan y del vino, las de ser alimento y bebida de salvación, convertidos por ello en memoria viva de Jesús, de su vida y obra, como banquete celestial del definitivo encuentro con Dios. Toda la potencialidad de la eucaristía se despliega en el hecho de partir y compartir el pan (dígase lo mismo del vino), en el hecho de constituirse en comunión de comensales que, al tiempo que se alimentan del cuerpo y la sangre de Jesús, se constituyen a sí mismos en alimento de todos los demás. Al hablar de la eucaristía jamás deberíamos perder de vista esta perspectiva, la de que, como sacramento, es alimento y bebida de salvación. De ahí que celebrar la eucaristía requiera entrar en plena comunión con Jesús y con los hermanos. Por ello, no la celebran como es debido ni quien asiste a ella como un mueble ni quien comulga como práctica devota o como obligación canónica. Pero sí lo hacen quienes, nutriéndose de ella, convierten su vida en alimento de sus hermanos.

147654_corpus

Todo lo que se haga con la eucaristía que no sea comerla es abusivo y extraño. Entre los muchos ídolos ante los que los católicos nos ponemos de hinojos en nuestras prácticas religiosas está la adoración que tributamos a un trozo de pan. Ávidos de ídolos a los que agarrarnos físicamente, cosificamos fácilmente a Dios diciendo que está “realmente presente en la eucaristía” y que por tanto podemos adorarlo en ella sin darnos cuenta de que lo que en ese caso adoramos es un simple trozo de pan. Dios está “realmente presente en todo”, también en un árbol y, sobre todo, en un ser humano, pero no por ello nos postramos ante ellos y les rendimos culto. Los filósofos-teólogos han dicho que en el rito de la eucaristía las substancias del pan y del vino son ocupadas, o “transubstanciadas”, por las del cuerpo y la sangre del Señor, y se han quedado tan panchos como si hubieran descubierto la piedra filosofal o como si con ello hubieran dicho algo importante o aclarado el gran misterio eucarístico. ¿Hay realmente en el pan dos niveles de realidad? ¿Pueden acaso la substancia y los accidentes ir cada uno por su lado? Pero, en realidad, con semejante elucubración no hacen más que confundir a los fieles y emborronar algo tan sencillo como que Jesús, partiendo el pan y compartiéndolo con sus discípulos, se entrega a sí mismo como pan de vida. La eucaristía es pan de vida y, como tal, no puede tener ninguna función ni objetivo que no sea el de ser “comida”. Su extraordinaria fuerza reside precisamente en eso. Cualquier otro uso que se haga de ella será forzosamente extraño o abusivo. ¡Ojalá que los cristianos supiéramos o, mejor, tuviéramos el coraje de ser eucaristía! De hacerlo, lograríamos que los caminos del hombre no fueran los que hoy recorremos y que las crisis que padecemos, la económica y la pandémica, tuvieran más fáciles soluciones.

descarga

Por muy fuerte que sea el movimiento religioso de la “adoración perpetua” o de la adoración circunstancial de la eucaristía en todo el mundo católico, es preciso decir, gritando incluso, que Jesús no está presente en la eucaristía para ser adorado, sino para ser comido, que es lo único razonable que se puede hacer con el pan. Insisto en que todo lo demás es abusivo y que adorarlo en ella es idolátrico. La eucaristía no es Jesús mismo sino el sacramento de su vida, comunicada o entregada a sus seguidores. Se equivocaba la doctora de la Iglesia, nuestra gran santa Teresa, en la solución que ella ofrecía a quien deseaba ver y tener entre sus brazos a Jesús. Se cuenta que un día, al oír suspirar a alguien: “¡si tan solo hubiera vivido en tiempos de Jesús o lo hubiera visto o hubiera podido hablar con él!”, ella le respondió: “pero ¿es que no está presente en la Eucaristía Jesús vivo, auténtico y real, ante nosotros? ¿Por qué buscar más?”. Digo que se “equivocaba” porque, si de buscar la presencia personal de Jesús se tratara, no deberíamos ir al templo para postrarnos ante la eucaristía y consolar a Jesús por dejarlo solo, sino acercarnos a cualquier ser humano con quien él realmente se identifica para servirlo y atenderlo. No hay discusión posible: en el hermano, que siempre está necesitado de algo, Jesús está presente personalmente (“a mí me lo hacéis”), mientras que en la eucaristía lo está sacramentalmente (“esto es mi cuerpo”). Si de adorarlo, servirlo y consolarlo se trata, lo procedente es hacerlo en la persona del hermano, igual de procedente que es comerlo en la eucaristía. ¿Por qué los cristianos nos resistimos tanto a ver en cada ser humano a Jesús mismo? Si lo hiciéramos, el cristianismo sería otro y seguro que el mundo caminaría entonces por caminos de humanidad.

271

El largo espacio ya ocupado hoy no nos impide dirigir, cuando menos,  una mirada de dolor al terrible atentado terrorista que, un día como hoy de 2001, se cobró miles de víctimas en Nueva York, y otra a la celebración hoy de la Diada en Cataluña, pero esta solo como ponderación de las muchas virtualidades que en el pasado la convirtieron en una de las regiones más privilegiadas de España y como lamento por los intereses torcidos que hoy la están deteriorando, achicando y empobreciendo. En ambas celebraciones hay muchos muertos detrás, los de las torres gemelas en el primer caso y los caídos en guerra en Barcelona, un día como hoy de 1714, en el segundo. ¡Ojalá que las celebraciones de muertos, salvajemente sacrificados por terrorismos y guerras, nos enseñen a vivir humanamente!

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

Volver arriba