Desayuna conmigo (viernes, 12.6.20) Invierno laboral

“La voz de una niña”

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Los niños son un tema tan sensible a la sociedad como lo está siendo, por ejemplo, el ambiente invernal que la climatología, con su mucha humedad y muy bajas temperaturas, nos está trayendo al norte esta mañana. La verdad es que, enfóquese como se enfoque, la historia humana está plagada de expolios a los niños, a los que descaradamente no solo se les roba lo que debería ser siempre el período más bonito de su vida, la infancia, sino que se los subyuga y explota, abusando de su inocencia y de sus escasas fuerzas de resistencia y réplica.

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Con lo de “robo de la infancia” no me estoy refiriendo a un problema tan escabroso como es la depredación sexual a que muchas veces son sometidos muchos niños, depredación que descoyunta por completo lo que debería ser una evolución o desarrollo orgánico natural y que deja en su psique, grabadas a fuego, secuelas terribles imborrables. En todo caso, eso no sería robar su infancia sino destruirla por completo. Con esa expresión me refiero tanto al hecho de que, so pretexto de una buena y completa educación, los sometamos a aprendizajes acelerados que no les dejan los tiempos necesarios para algo tan esencial para su equilibrado desarrollo como es jugar, como a que los convirtamos en máquinas o instrumentos de producción para la obtención de determinados beneficios, económicos o de cualquier otra índole, obligándolos a realidad trabajos regulares o convirtiéndolos en feroces soldados, muy resolutivos en acciones terroristas y contiendas bélicas.

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Lo dicho viene a cuento de que hoy celebramos el “día mundial contra el trabajo infantil”, celebración que este año se centra en el impacto económico y laboral que la pandemia del covid-19 descargará de forma más contundente sobre las espaldas de los niños, pues ellos son los más vulnerables. Se estima que en el mundo hay unos 160 millones de niños trabajando como si de adultos se tratara y que la mitad de los trabajos que realizan son, además, peligrosos. Esta crisis hará que, ahora, todos esos niños y muchos más se vean sometidos a peligros mayores al tener que trabajar en circunstancias más difíciles y hacerlo durante más horas.

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La denuncia formulada no debe hacernos olvidar que muchos niños realizan labores, remuneradas o no, que no son perjudiciales para su salud y que, en la medida de lo posible, es conveniente que colaboren en las tareas del hogar que estén a su alcance. Pero ello no es excusa para que uno de cada diez niños en los países desarrollados y uno de cada cuatro en el tercer mundo se vean sometidos a trabajos regulados para los que no tienen la edad conveniente y, peor aún, para trabajos que resultan muy peligrosos para su desarrollo físico, mental, social y educativo.  África, con más de setenta millones de niños explotados, y Asia y el Pacífico, con más de sesenta, están a la cabeza de esta gran injusticia en el mundo. Jamás alcanzarán el equilibrio social y humano necesario ni las sociedades que explotan así a sus pequeños ni las que, a causa de sus propios despilfarros se endeudan por encima de sus posibilidades, condenando a sus descendientes a pagarlas.

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El día nos trae, además, una pincelada conmovedora y trágica que también tiene como protagonista a una niña, sometida a una situación de persecución racista que la hizo madurar muy rápidamente y que la arrastró a una muerte temprana muy cruel. Me estoy refiriendo a Ana Frank. Un día como hoy de 1942, al cumplir los 13 años, recibió como regalo un “diario” cuyas páginas comenzó a llenar en seguida de candorosa humanidad doliente. En ellas expresa la zozobra de una niña alemana, de ascendencia judía, que se ve obligada a vivir oculta con su familia y cuatro personas más en Ámsterdam, durante dos años y medio, por la persecución nazi de los judíos, hasta que son descubiertos y llevados a campos de concentración. De todos los capturados solo sobrevivió el padre. Ana muere de tifus en 1945, dos meses antes de que el campo de Bergen-Belsen, al que  había sido trasladada poco antes desde el de Auschwitz, fuera liberado.

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En su diario, “La casa de atrás”, publicado finalmente como “Diario de Ana Frank”, recoge las vivencias de los dos años y medio de ocultamiento, primero, como confidencias propias, y, después, como algo que podría tener algún interés público. Tras la liberación, es su padre quien se ocupa de que el diario de su hija sea publicado. Poco después, el 3 de abril de 1946, el periodista Jan Romein publicó un artículo, titulado “La voz de una niña”, en el periódico Het Parool, en el que, en solo unas líneas, da cuenta del enorme alcance de aquel diario que, “pausadamente expresado en la voz de una niña, muestra todos los odios del fascismo mejor que todas las evidencias de los juicios de Núremberg juntas”.

Doblaje

Por otro lado, el día de hoy rinde homenaje a un colectivo de personas a las que todos debemos mucho, aunque ni siquiera seamos conscientes de su existencia. Lo digo porque también hoy se celebra el “día internacional del doblaje”, el “proceso que consiste en la grabación y sustitución de voces de personajes reales o de animación en un medio audiovisual (cinematográfico, televisivo y radiofónico) mediante recursos digitales. La finalidad del doblaje es dar personalidad y voz a caracterizaciones de personajes en otros idiomas”. Tras el doblaje de tantas obras extranjeras, que nos hacen pasar buenos ratos, hay muchas personas que, además de facilitarnos su seguimiento como si hubieran sido escritas en nuestra propia lengua, muchas veces superan la expresividad lingüística de las obras originales.

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Este 12 de junio, que en 1942 sentó las bases para que llegara hasta nosotros la maravillosa voz de una niña martirizada por la sinrazón de la sociedad en que le tocó vivir, en 1964 hizo algo parecido al condenar a cadena perpetua a Nelson Mandela, desencadenando un proceso de regeneración racial en Sudáfrica. Dicho proceso, tras la liberación de Mandela en 1990, desembocó, en abril de 1994, en su elección como presidente de la nación con una mayoría del 62% de los votos, lo que demuestra que fueron muchos los blancos que también lo votaron. Son dos peripecias humanas que demuestran que, aunque las cosas nos vengan mal dadas, nuestra capacidad de encaje y nuestro propio esfuerzo pueden no solo aguantar los golpes recibidos, sino también contrarrestarlos sacándoles buen partido. Vaya hoy, pues, nuestro pequeño homenaje a esas dos personas, Ana y Nelson, tan dispares y distantes, pero ambas tan positivas para la humanidad en su conjunto.

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Sin duda alguna, también los niños construyen la humanidad, pero su obra más preciosa es precisamente la de “ser niños”. Al igual que los vuelos y trinos de los pájaros alegran la vida de nuestros pueblos y ciudades, con sus juegos y risas ellos alegran nuestras casas, nuestras calles y nuestros parques. Los adultos tenemos la obligación no solo de respetar su infancia, permitiéndoles que la vivan a fondo sin abusos de ninguna especie, sino también de favorecerla y enriquecerla. Jesús debió de entenderlo así cuando quería que los niños se le acercaran y cuando proclamaba que el reino de los cielos les pertenece.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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