Desayuna conmigo (domingo, 7.6.20) Misterio descifrado

Revoloteando en los cielos

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El de hoy es sin duda un desayuno complejo al ponernos sobre la mesa nada menos que la Trinidad de la fe cristiana y la dimensión comunitaria que, en su oración constitutiva, tiene la vida de los llamados “consagrados” a la contemplación. La Trinidad de personajes que intervienen en la obra de salvación, descrita en los libros del Nuevo Testamento, ha sido, por un lado, el epicentro de enconadas discusiones filosóficas que duraron siglos hasta quedar plasmadas en una especie de consenso de fórmulas definitorias, recogidas en el Credo, y, por otro, el leitmotiv de una forma de vida, la cristiana, que no solo inspira la liturgia y alienta la evangelización, sino también alimenta la contemplación en tantas comunidades y monasterios de religiosos.

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En la primera lectura litúrgica, Moisés pide a Dios, por ser “lento en la ira y rico en clemencia”, que acompañe al “pueblo de cerviz dura” que a él le toca guiar a la tierra prometida. En la segunda, el apóstol Pablo atribuye claramente al Padre el amor, a Jesucristo la gracia y al Espíritu Santo la comunión. Y en el evangelio, Juan asegura que el Padre “no mandó su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que se salve por él”. Ensamblar todas esas funciones operativas, como si de un encaje de bolillos se tratara, en el seno de un único Dios trajo de cabeza durante siglos a los teólogos, conocidos como “padres de la Iglesia”, hasta cristalizar en fórmulas que, a fuerza de ser definitorias, no solo empobrecieron lo definido, sino que lo embrollaron más. A resultas de todo ello, nos topamos con un Credo en el que Dios se piensa y se ama a sí mismo y a esas funciones, como si fueran producto de la mente humana, se las llama “engendrar” (el Hijo) y “proceder” (el Espíritu Santo), tomando como base unitaria la “naturaleza” y como expansión trinitaria la “persona”. A la postre, pretendiendo arrojar luz sobre algo que no está a nuestro alcance y desvelar el inalcanzable concepto de Dios, se entenebrece la cuestión porque, de suyo, los verbos engendrar y proceder de nuestros diccionarios connotan otras cosas. Trinidad “revelada”, pero no desvelada- Si hablar sobre Dios nos resulta harto difícil por la infinidad de contenidos que metemos en ese concepto, hacerlo de la Trinidad, definida como dogma, triplica los enigmas.

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Tengo la impresión de que, si hoy tuviéramos que “definir” la fe cristiana, no nos meteríamos en los charcos especulativos en que se metieron los “padres de la iglesia” e iríamos más directamente al quehacer de Jesús como misión salvadora. Antes que nada, Jesús se nos muestra hoy como el “hombre” que nos enseñó a llamar “padre” a Dios y nos “reveló” que la mayor presencia de “su rostro” es el rostro, reluciente o ajado, de cualquier ser humano. Ello nos obliga a sacar la esclarecedora y gozosa conclusión de que los hombres de todos los tiempos y de cualquier condición somos hermanos y de que la gran obra del cristianismo consiste en proclamar y favorecer una robusta fraternidad universal.

Pienso, además, que este radical cambio de perspectiva, sin sustraer nada al Jesús que confesamos Jesucristo, potencia y multiplica su único mandamiento del amor y su indefectible ejemplaridad de quien “pasó por el mundo haciendo el bien”, porque su vida entera es un servicio incondicional a todos los hombres.

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Es más, la contemplación de los consagrados que se asocia a esta festividad litúrgica de la Trinidad no debe perder de vista en ningún momento que el mejor cuadro del rostro de Dios se dibuja en el ser de cada hombre de tal manera que, para llegar a Dios en la contemplación monástica y en la acción evangelizadora, no hay más camino que el hombre, camino que se explaya en toda su potencialidad en Jesús, el hijo de Dios. En otras palabras, hoy se nos impone la evidencia de que sobre Dios nos dicen mucho más el rostro de un niño que llora, las arrugas de una viejecita agotada en servir a su familia y el espanto de quien está fuertemente atenazado por el dolor que las enigmáticas elucubraciones especulativas de encumbrados intelectuales discutiendo sobre lo que significan la naturaleza y la persona y su alcance al adentrarse en el laberinto de Trinidad.

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Es curioso que el día de hoy, 7 de junio, nos ponga también encima de la mesa de nuestro desayuno la celebración de una “tríada” curiosa de “días mundiales” que nos llevan, partiendo de un nacimiento como Dios manda y tras una buena alimentación, a alegrar nuestros pueblos y ciudades revoloteando sobre ellas como vencejos. Efectivamente, hoy se celebran los días mundiales de “los derechos del nacimiento”, de “la inocuidad de los alimentos” y de “los vencejos”. El primero, que se refiere exclusivamente al hecho de nacer, no al derecho, lo que plantearía de lleno el tema del aborto, pretende concienciarnos “sobre la importancia del nacimiento de un niño, del parto, y de lo esencial que es para hombres y mujeres”, descartando lo que vulgarmente se entiende como violencia obstétrica.

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El segundo tiene un amplio cometido, pues pretende “llamar la atención e inspirar acciones que ayuden a prevenir, detectar y gestionar los riesgos transmitidos por los alimentos, contribuyendo a la seguridad alimentaria, a la salud humana, a la prosperidad económica, a la agricultura, al acceso a los mercados, al turismo y al desarrollo sostenible”. De todos es bien conocida la depredación que se produce en este ámbito del quehacer humano cuando se pretende conseguir cuantiosos beneficios rápidos como resultado de las infinitas maneras de adulterar los alimentos, lo mismo si son vegetales que animales, si son comida que bebida.

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El tercero, con el pretexto de conseguir ciudades más verdes, biodiversas, amables y saludables, se propone atraer nuestra atención sobre unas aves increíbles, de aspecto discreto, que surcan veloces los cielos estivales de pueblos y ciudades y que llevan una vida difícilmente imaginable, pues vuelan sin cesar durante meses e incluso años, sin detenerse ni siquiera para comer, beber, descansar, dormir o copular y que solo se posan momentáneamente para criar o evitar fenómenos meteorológicos extremos. En España hay seis clases de vencejos. Los de las clases “cafre” y “moro” podrían advertirnos incluso sobre el cambio climático.

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Un gran día, sin la menor duda, el de este 7 de junio. Trinidad, misterio del Dios cristiano descifrado y definido, pero no desvelado, por la extrapolación inaudita de acciones humanas, como la de entender y proceder, pero que despliega ante nosotros una magna obra, la de un Dios amoroso que se desborda y se expande en criaturas a las que hace partícipes de su ser y de su gloria. Tríada de celebraciones mundiales que se preocupan de que nazcamos y nos alimentemos como es debido y que nos llevan a recrearnos con la presencia de hermosas criaturas revoltosas que, cruzando veloces nuestros espacios vacíos, llenan de ritmos alegres nuestras propias vidas y humanizan un poco la adustez de nuestros pueblos y ciudades. Fiesta, en fin, que nos invita a acompañar, comprender y mimar la vida de tantos hombres y mujeres gastados en el oficio de pulir nuestra humanidad con el buril de su oración permanente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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