Desayuna conmigo (miércoles, 8.7.20) "Surtidor de sombras"

Cuerpos traspasados

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España atraviesa estos días un tórrido desierto, mientras aquí, en el norte, al menos en Asturias, tierra tan olvidada de la fortuna, uno se solaza a la sombra del denso paraguas que lo protege de un cielo abrasador. Asturias es realmente un paraíso natural, de gran belleza paisajística y floral, de temperaturas suaves en invierno y frescas en verano, que permiten deambular cómodamente. La extraña entrada de hoy se debe, además de a las alertas por calor excesivo que cubren la mayor parte del mapa de España, al hecho del recuerdo de la muerte del gran poeta Gerardo Diego, un día como hoy de 1987, a la edad de noventa años.

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Su necrológica nos recuerda que fue un crítico literario, musical y taurino, que dio conferencias como profesor alrededor del mundo y que formó parte de la RAE desde 1947. Fue, además, uno de los más destacados seguidores de la vanguardia poética española, específicamente del ultraísmo y del creacionismo, y también uno de los más brillantes exponentes de la generación del 27.  “Dejó tras de sí una extensa obra compuesta por medio centenar de libros de poesía y una serie de ensayos, algunos de ellos fundamentales en el desarrollo de la poesía española de nuestro siglo. No se prodigaba en entrevistas y solía hablar poco de sí mismo, si bien su timidez personal contrastaba con su fuerza expresiva y su vocación renovadora".

Hoy me complace sobremanera compartir con los lectores de este blog su vibrante soneto al ciprés de Silos, quizá el más inmortal de cuantos compuso y, desde luego, uno de los suyos más conocido. De todos es bien sabido que Gerardo Diego pasó una noche en la hospedería del Monasterio de Silos. Pues bien, contemplando desde su ventana el ciprés que crecía airoso en el jardín del patio, las musas no le dieron tregua a su espíritu creador. Seguramente le hicieron sentir algo parecido a lo que pasó por la cabeza del arquitecto Antoni Gaudí cuando concibió el templo de la Sagrada Familia de Barcelona. Al despedirse de los monjes a la mañana siguiente, estampó en el libro de visitas, como testigo de su paso por allí, el sorprendente soneto que aquella noche había creado en su celda. Lo reproduzco a continuación:

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“Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongoja el cielo con su lanza. / Chorro que a las estrellas casi alcanza / devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño; / flecha de fe, saeta de esperanza. / Hoy llegó a ti, riberas de Arlanza, / peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme, / qué ansiedades sentí de diluirme / y ascender como tú, vuelto en cristales, /

como tú, negra torre de arduos filos, / ejemplo de delirios verticales, / mudo ciprés en el fervor de Silos”.

Bonito regalo para aliviarnos del fuego de la vida el de este surtidor de sombra, de esta fuente de ansiedades místicas, de alcanzar alturas que hacen que el espíritu aspire a “diluirse” en la trascendencia, ascendiendo como un cristal que trasluce plenitud y eternidad.

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En este contexto, todavía me complace reproducir unos versos de su “Viacrucis”, que contemplan la larga y amarga distancia que la “Madre” recorre del portal de Belén a la cruz: ¡Qué lejos, Madre / la cuna / y tus gozos de Belén: / -. No, mi Niño. No, no hay quien / de mis brazos te desuna. / Y rayos tibios de luna /entre las pajas de miel /acariciaban la piel / sin despertarte. Qué larga / es la distancia y qué amarga / de Jesús muerto a Emmanuel”.

Sirva lo dicho como homenaje y recuerdo de un poeta capaz de construir, con palabras, inmarcesibles bellezas que adelantan los gozos de la esperanza cristiana, mientras tantos otros en nuestro desventurado mundo, con armamentos o políticas, las utilizan para obstaculizar o incluso masacrar las vidas de los demás. Las palabras, uno de los frutos más logrados de la civilización, lo mismo pueden servir para dar cuenta de un Dios majestuoso, que es Verbo encarnado, que convertirse en arma letal a la hora de  embadurnar o de linchar a un hombre.

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Aunque tras las delicias servidas apenas quede espacio en la mesa de nuestro desayuno, el día de hoy arrastra otras preocupaciones a las que es preciso abrir hueco. Así, por ejemplo, hoy se celebra el “día mundial de la alergia”, celebración con la que se trata de promover la educación sanitaria para prestar la atención debida a la prevención de las enfermedades alérgicas, que tanta importancia tienen para la salud de muchos.

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Las alergias, cuya etimología griega viene a significar “reacción diferente”, son reacciones exageradas del sistema inmunológico a sustancias que se encuentran en el ambiente, como el polvo y los ácaros, o a la acción de algunas plantas, de algunos alimentos y de algunos fármacos, o como consecuencia de la picadura de algunos insectos. Se trata de una enfermedad que tiene gran importancia, pues, según la OMA (Organización Mundial de la Alergia), que promueve esta celebración, las alergias afectan a más del 20% de la población, sobre todo a la infantil. Aunque las más frecuentes sean las erupciones que salen en la piel, es una enfermedad que también afecta al aparato digestivo y al sistema respiratorio. Sustancias con un alto potencial alergénico son el polen, los ácaros, el moho, la caspa animal, los frutos secos, el marisco, la leche, los huevos y algunos medicamentos.

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Y, ya que hoy hablamos de salud, dediquemos unos segundos a la salud cultural, también muy necesaria, recordando que, un día como hoy de 1967, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia que desposeía de sus cátedras a Tierno Galván y a López Aranguren. Corrían tiempos de revueltas juveniles, de legítimas aspiraciones a más apertura, más pluralidad y más libertad. Siendo ellos tan plurales y abiertos, también podría decirse que ambos eran jóvenes para acusarles de promover como tales dichas revueltas para erosionar el franquismo imperante. La condena se debió a “falta grave de disciplina académica”. Al verse obligados a salir fuera de España, ambos acreditaron en el extranjero su condición de buenos profesores, para retornar, crecidos, a sus cátedras en 1976, tras la muerte del dictador.

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Quedémonos hoy, para alimentar nuestro sentir cristiano, con la hermosa “flecha de fe” y la hiriente “saeta de esperanza” que canta Gerardo Diego. Una flecha que no está hecha con el papel de compendios dogmáticos, sino con la viveza de una comunidad viviente; una saeta que no transporta los contenidos de volátiles intereses epidérmicos, sino la confianza depositada en una palabra de amor. Ambas nos pondrán a salvo de las erupciones epidérmicas y de las sentencias condenatorias que nos saldrán al paso para llevarnos a alcanzar un atractivo destino de plenitud bella  y gozosa.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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