Desayuna conmigo (viernes, 5.6.20) Vida y muerte

“Siento España hasta la médula, pero…”

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Un título tan contundente como el de “vida y muerte” nos viene impuesto por la fuerza de este viernes, día 5 de junio, día en que comienzan a tramitarse nuevas aberturas a la vida social española y ampliarse nuestras básicas libertades de movimiento. El intrigante subtítulo que lo acompaña es parte de una confesión muy oportuna y muy aleccionadora para los tiempos confusos en que vivimos y que tanto nos preocupan a muchos.

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Más en concreto, lo relativo a la “vida” del título se refiere a que hoy celebramos “el día mundial del medio ambiente”, celebración que este año realza las redes de vida que la naturaleza nos ofrece. Los recientes incendios forestales de Brasil, de California y de Australia, la langosta que se cebó en el Cuerno de África y el Covid-19 que todavía atenaza el mundo entero nos llenan de preocupaciones a todos y atraen la atención de quienes promueven esta celebración. Deberíamos ser muy conscientes de que “la variedad de alimentos que comemos, el aire que respiramos, el agua que bebemos y el clima que hace posible nuestra vida en el planeta, no existirían sin los servicios de la naturaleza”. Nada tiene de particular que los hombres bien informados y de buena voluntad se refieran a ella como la "madre naturaleza".

Los entendidos hablan de que las plantas marinas producen más de la mitad del oxígeno que respiramos y de que solo un árbol absorbe 22 kilos de dióxido de carbono. De ahí que, lejos de maltratar tanto el medio ambiente por intereses mezquinos y epidérmicos, deberemos cuidarlo con sumo mimo e interés al saber, a ciencia cierta, que es absolutamente indispensable para que podamos seguir viviendo. Esta celebración se fija especialmente en la rica diversidad de un planeta cuyos ecosistemas albergan 8 millones de especies, muchas de las cuales van desapareciendo a causa del trato que nosotros les damos. Al ritmo de consumo que llevamos, los humanos pronto necesitaremos un planeta más como este para seguir viviendo.

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Dos pinceladas más de este día vienen a recordarnos, aunque de forma muy diferente, la muerte que hemos reflejado en el título. La primera nos la da la celebración, también hoy, del “día internacional de la lucha contra la pesca ilegal”. Se trata de denunciar una práctica que no respeta en absoluto los dictámenes que pretenden hacer de la pesca una práctica beneficiosa sostenible. Es una práctica que, por intereses inmediatos, no respeta los tiempos necesarios para que las especies en extinción se regeneren y se reproduzcan convenientemente y que muchas veces captura pescados que no se han desarrollado lo necesario para que sean interesantes para el consumo humano. Pesca furtiva, en fin, que contraviene el más elemental sentido común que debe guiar una práctica tan delicada.

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“La pesca proporciona una fuente vital de alimentos, trabajo, ocio, comercio y bienestar económico a lo largo del globo. En un mundo donde el crecimiento de la población es constante y el hambre un problema persistente, el pescado se ha convertido en un importante producto para conseguir la seguridad alimentaria. Sin embargo, los esfuerzos de la comunidad internacional para asegurar la pesca sostenible se ven amenazados por actividades pesqueras ilegales, no declaradas y no reglamentadas”. La pesca ilegal hace que se pierdan, en un mundo en el que hay tanta hambre, entre 15 y 25 millones de toneladas de pescado. La FAO trata de poner freno a tan gran desmadre.

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La segunda pincelada, más pintoresca y curiosa, nos viene de que un día como hoy de 1964, el papa Pablo VI permitía a los católicos la cremación o incineración. Al parecer, quemarse después de muerto planteaba un problema teológico peliagudo por la veneración que debemos a nuestros muertos y por la resurrección de la carne que profesamos en nuestro credo. Hoy, tras haberlo asimilado con total naturalidad por lo habitual que nos resulta una práctica tan útil, no nos privamos de una cierta sonrisa maliciosa al considerar argumentos tan circunstanciales.

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Para permitir la incineración, Pablo VI se basó en que no afecta al alma ni impide que Dios reconstruya el cuerpo. Entre otras muchas ordenanzas piadosas, en lo que se refiere al trato que los cristianos debemos dar a unas cenizas que no son tales, pues lo que se nos entrega en la urna funeraria son los huesos molidos no consumidos del todo por el fuego, el papa Francisco establece que "para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos". Por ello, se nos recomienda que las enterremos en tumbas o panteones, como si de los mismos cuerpos de los difuntos se tratara, o que las depositemos en columbarios habilitados para ese fin en los templos o en los cementerios.

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Recojamos, solo por curiosidad, una información de carácter general a este respecto: “La incineración de los difuntos ha sido y sigue siendo una práctica habitual en multitud de culturas. Ya en el neolítico se producían cremaciones y la práctica se mantuvo en la época griega y romana. Los primeros cristianos repudiaban este procedimiento y tampoco se aceptaba en la cultura musulmana y judía, donde la prohibición se mantiene. El hinduismo, por el contrario, le otorga un carácter simbólico. Los cadáveres son quemados al aire libre y las cenizas se lanzan al río Ganges. El humo que desprende el cuerpo durante el proceso de incineración se interpreta como un vínculo de unión entre el fallecido y las divinidades”.

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Por lo que respecta a la intriga del subtítulo que hemos puesto, recordemos que, un día como hoy de hace 122 años, nacía Federico García Lorca, el poeta, dramaturgo y prosista español adscrito a la generación del 27, sin duda el poeta de mayor influencia y popularidad de toda la literatura española del pasado siglo. Su figura no necesita que le hagamos aquí un panegírico ni que, una vez más, lamentemos su espantoso linchamiento en plena juventud, cuando solo tenía 38 años. Básteme recordar hoy que, en el verano de 1969, en Exeter (Inglaterra), un joven profesor inglés, hispanófilo hasta la médula, nos metía en verdaderos apuros a un compañero y a mí en la sobremesa de una comida en su casa al pedirnos que le matizáramos las diferencias entre algunos de los adjetivos utilizados por García Lorca, cuya obra se sabía casi de memoria.

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El subtítulo de marras son palabras tomadas de una declaración de García Lorca, que bien podría valer para desterrar las ambivalencias de la vida política española actual y que refleja la hondura de una preciosa vibración humana: “Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos. Desde luego no creo en la frontera política”. Es, desde luego, la confesión de una persona no solo madura, sino también muy consciente de lo que realmente importa en la vida y que está muy por encima de cualquier otra cosa: los seres humanos.

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Vivamos, pues, en un planeta que nos proporciona generosamente cuanto necesitamos para llevar una vida plácida y lograda a condición de que, estando también él vivo, lo tratemos como es debido, es decir, con sentido común. De hacerlo así, cuando a cada uno nos llegue el momento de la muerte, seguro que habrá seres queridos que llorarán nuestra ausencia y darán a nuestros despojos, como al planeta mismo, el trato debido. Mientras vivamos, respetemos a los demás seres vivos y, sobre todo, valoremos por encima de todo, como hacía el sabio García Lorca, a los hombres “buenos”, sean de la raza y condición que sean. Hoy no podría haber encontrado mejor contenido para pensar en cristiano al habernos referido a la vida que debemos preservar y favorecer en todo momento como compendio moral de todas nuestras acciones.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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