Desayuna conmigo (jueves, 31.12.30) 2020 está bien ido…

... y que 2021 merezca ser bienvenido

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Ver pasar el tiempo sin que uno pueda atraparlo cuando le es favorable y, sobre todo, sentir que uno se va haciendo mayor sin poder frenar el deterioro pertinente es una sensación dolorosa que a veces hasta puede resultar desgarradora. Cuando ese tiempo es contraproducente y sus días han sido preocupaciones, sufrimientos y tragedias, que se vaya produce una cierta sensación de alivio. Eso es seguramente lo que muchos españoles sentiremos esta noche al despedir el año, como si el día de mañana amaneciera, por arte de birlibirloque, limpio de las preocupaciones y calamidades que nos está haciendo sufrir la covid-19, cuya fatídica aparición se anunciaba en China, como peripecia insignificante, hoy hace justamente un año. Adiós, “veinte”, al que alguna publicidad arranca graciosamente el “in” interior, el de anclaje en nuestra vida, para incrustar en su nombre nuestro más anhelado deseo de hoy, el de desaparecer de nuestra vista, llamándolo “dos mil vete”.

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Viviremos hoy una “nochevieja” achacosa, alzhéimica y depauperada, por muchas que sean nuestras ansias de divertirnos, vernos, abrazarnos y besarnos, muy lejos de las manifestaciones de alegría explosiva de otros tiempos. De nada nos servirá saltarnos las normas de austeridad y clausura para llenar unas horas cuyas secuelas nos resultarán, posiblemente, muy caras. En mis tiempos de fraile, este era especialmente un día de reflexión, de análisis, de mirar atrás, de desechar comportamientos inadecuados, de pedir perdón por las muchas meteduras de pata hechas a lo largo del año que acaba y, sobre todo, de hacer buenos propósitos para los “nuevos tiempos”, que se supone que van a ser los del año que comienza. De alguna manera, también lo viven así todos aquellos que hoy tiran por la ventana el mobiliario cansino o inservible para sustituirlo por otro nuevo y más confortable, o simplemente pintan sus casas para sepultar todas las miserias que el año ido ha dejado en sus paredes y techos.

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No es cuestión de que, en esta nuestra última reflexión matinal, nos detengamos a dar cuenta del rico y variado folclore que, en todas partes salvo en el puñadito de países que se atienen a otros calendarios, hoy se viven como expresión gozosa por llegar vivos a un año más, ya que no es poca victoria poder hacerlo. Reparemos solo en el atracón o atragantón que nos vamos a dar esta noche muchos españoles, ingiriendo una uva cada vez que el reloj de la Puerta del Sol de Madrid da una de las doce campanadas que significan el cambio de año, tradición muy reciente, de poco más de un siglo, a la que no  puede asignársele ningún significado particular, a no ser el de una cierta rechifla popular de finales del s. XIX o un mero interés económico, de principios del XX, conscientes de que la economía, una de las dimensiones vitales de las que hemos hablado, es parte fundamental de nuestra vida, sobre todo en estos tiempos en que la covid-19 la ha tirado por tierra.

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Anteayer ya anuncié a los seguidores de este blog que “desayuna conmigo” concluye aquí, tras haber hecho un recorrido que se inició el día uno de enero y que afortunadamente no se ha detenido hasta llegar a su meta particular. Ha sido como un milagro que ninguna incidencia temporal, ni siquiera la del coronavirus, lo haya impedido. Ahí queda lo escrito, como testigo mudo del discurrir de cada uno de los días de un año que no olvidaremos fácilmente, con osados apuntes sobre cómo debe ser el cristianismo que nos salve en el confuso e inseguro siglo XXI que estamos viviendo. Hemos atravesado vendavales, tormentas y terremotos, mentales y sentimentales, que han quedado reflejados en muchas de las reflexiones de sus días con la pretensión inaudita de darle, ni más ni menos, una vuelta al calcetín a la Iglesia de nuestras preocupaciones, en la que creemos con convicción y a la que amamos con sinceridad.

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A este respecto, esperemos que 2021 venga más sosegado y calmado a las páginas de este blog, que, no obstante, seguirá señalando el mismo horizonte. Hace ya meses me había propuesto sustituir la reflexión diaria de “desayuna conmigo” por una publicación también periódica, pero mucho más dilatada en el tiempo, bajo el frontispicio de “acción de gracias”, lema que parte del supuesto de que nada hay en nuestra vida que no sea un don por el que debemos dar gracias en todo momento y al que debemos hacer fructificar. En estas cavilaciones me debatía cuando, hace solo unos días, he visto que el papa Francisco ha dicho algo parecido a que en el mundo hay solo dos clases de seres humanos: “quien no da las gracias y quien las da”. Celebro tan clara coincidencia en preocupaciones y enfoques. Seguramente, todos pronunciamos más de una vez la palabra “gracias” a lo largo del día por muy variados motivos. Es una palabra que honra a quien la pronuncia y que puede dar mucho más juego si la asimilamos como forma de proceder y alumbramos con sus destellos la oscuridad por la que caminamos. Habrá que ir dando tiempo al tiempo, confiados en que 2021 nos eche una mano hasta el punto de que, cuando tengamos que despedirlo, lo hagamos con esa misma palabra de “gracias”, palabra que nos va a costar mucho pronunciar esta noche con relación a “dos mil vete”.

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Para morir matando, como vulgarmente se dice, es decir, para ser fiel al propósito general de “desayuna conmigo” hasta su último hálito, tras haber recordado ya la efeméride de que hoy hace justo un año se abrieron para la humanidad las puertas del infierno del coronavirus, fijémonos en que hoy se celebra la festividad del papa san Silvestre, cuyo nombre llevan algunos de los aconteceres festivos de este día, como las carreras deportivas de esta tarde-noche, por más que este año no sean tan vistosas y concurridas como en ocasiones anteriores. Subrayemos la curiosidad de que este papa, cuyo pontificado se desarrolló en la transcendental época constantiniana de la Iglesia, es venerado como santo por las Iglesias católica, ortodoxa, armenia, luterana y anglicana, cosa muy importante para el ecumenismo actual, y que él mismo fue hijo de un presbítero, cosa igualmente muy importante para la Iglesia católica actual.

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Recordemos finalmente que un día como hoy de 1936, año de tantísimo dolor para los españoles y de tantísima ofuscación hasta desencadenar entre ellos una terrible guerra fratricida, murió Miguel de Unamuno, a quien en más de una ocasión hemos aludido en este blog. Tras la brega que “desayuna conmigo” me ha supuesto a lo largo de todo este año, pienso que la honda y dolorida oración de la que Unamuno hizo su propio epitafio bien podría servir de cierre no solo para la reflexión de hoy, sino también para todas las del año, además de como apertura para la nueva andadura de “acción de gracias”, tarea a emprender tras el sueño reparador a que él alude. Aunque todos los seguidores de este blog la conozcan, me complace no solo rezarla, sino también utilizarla como punto final: “Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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