Desayuna conmigo (viernes, 7.2.20) Unos contra otros

Rapiña de la miseria

Unidad de España

El rey lo acaba de decir: «España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos». Hay una verdad tan honda y esclarecedora en esas palabras que bien merece nuestra consideración antes de que la vorágine informativa la haga desaparecer de los titulares de los periódicos y de nuestra conciencia, tan acoplada a la inmediatez.

El cristianismo, el auténtico, el de verdad, el que interpela y escuece, el que consuela y espera contra toda esperanza, el que se ha construido sobre la cruz y la resurrección, puede resumirse, al igual que los diez mandamientos se concentran en dos, en el contenido de dos verbos de significado denso y trascendental: “partir” y “compartir” el pan, ese componente imprescindible en la gastronomía española, símbolo de todo alimento. En el de “partir” se expresa la acción cristiana de rectificación, de reforma, de conversión, de penitencia y de sanación. En el de “compartir”, su impresionante fuerza de “comunión”, la de los seres humanos entre sí y la de todos ellos con el hombre-dios de la fe.

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La Iglesia, sea cual sea la imagen que nos formemos de ella, no deja de ser un acontecimiento humano, que ocurre en un lugar y tiempo determinado, pero que sitúa la vida humana en el escenario de las verdades evangélicas vividas por un hombre tan excepcional como fue Jesús de Nazaret, cuya predicación delineó un camino de salvación para todos los seres humanos.

España, sea católica o no, está inserta, al igual que otras muchas naciones y territorios, en una cultura que rezuma el sentir cristiano por todos sus poros. Puede que el impacto de la aparición del comunismo como quehacer político no haya sido más que un intento fallido, por su afán de control y dominio, de implantar una especie de “comunión” profana entre los seres humanos. Que el hombre sea un ser sociable necesitado de los demás no solo para sobrevivir, sino también para consumar su existencia, es una verdad cristalina que solo aparece limpia de intereses en el evangelio cristiano.

Apertura de las Cortes

No dejan de tener cierta razón quienes piensan que España es un país indestructible porque permanece sólida a pesar de que haya más de cuarenta millones de españoles empeñados en destruirla. De lo que no cabe la menor duda es que, si no fuera el nuestro un país cainita, de enemigos políticos irreconciliables, de estar siempre “unos contra otros”, de tantos fanáticos que prefieren quedar tuertos a condición de que sus oponentes queden ciegos, otro gallo nos cantaría en el concierto de naciones y en nuestra propia calidad de vida. Pero en el pecado de tanta cerrazón mental llevamos inserta una dolorosa penitencia, lo que hace prever que no tardaremos en pagar las secuelas de nuestro inaudito comportamiento político actual.

Unidad de los cristianos

Por lo que a este blog interesa, lo de “unos contra otros” tiene un tremendo reflejo e impacto en lo que normalmente entendemos por Iglesia cuando hablamos de ella. No es ya que el escándalo esté en que la Iglesia se haya fraccionado tanto a lo largo de los siglos, sino en lo que en estos momentos sucede, por ejemplo, en el seno de la Iglesia católica, en la que los enfrentamientos y partidismos tienen carta de naturaleza en cualquier nivel y ámbito, de tal manera que su proverbial unidad hoy no es más que nominal, puro formulismo y pábulo de grandeza solo estadística. ¿Acaso la mitad de los católicos no acusan a la otra mitad de estar fuera de la Iglesia?

Bienaventuranzas en acción

La verdad es que, acostumbrado a nadar en el pluralismo constituyente de la condición humana, a mí no me importa en absoluto que haya corrientes, tendencias, facciones y abiertos enfrentamientos entre líderes eclesiales en quienes no hace mella lo de “¡ay de quien escandalizare!”, pues me repugna lo de clérigos y laicos. Cuando hablo de Iglesia, de la que siento pegada a mi propia piel, me refiero a la comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret, de quienes han ajustado su comportamiento a las ordenanzas de las Bienaventuranzas evangélicas. Los auténticos discípulos de Jesús aspiran a ser los últimos, a servir de verdad a los seres humanos necesitados, es decir, a todos.  En cambio, muchos de los dirigentes clericales han revuelto Roma con Santiago para medrar y escalar puestos en un carrerismo clerical descarado tras las prebendas y honores que ello acarrea desafortunadamente. Decir que se sirve a los hombres desde el “mando” es un gran engaño y pensarlo denotaría una cierta confusión mental. Solo se sirve sirviendo, es decir, ciñéndose las Bienaventuranzas, lejos de cualquier intriga e interés promocional.

Cardenal Tarancón

Un día como hoy de 1972 era elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, un personaje sobresaliente, quizá algo visionario y muy pegado a los avatares políticos del momento, que no dejó de representar un papel importante para la macha de la vida española. Otro lo será en breve. A ese respecto, ya afloran tejemanejes y pugnas soterradas, pues el cargo lleva aparejadas por desgracia autoridad e influencia. Prometo rezar e  invito a los lectores de este blog a hacerlo para que no se le cierren en ese ámbito las puertas al Espíritu Santo a fin de que salga elegido un auténtico servidor del evangelio, alguien dispuesto a quemarse en la defensa de los desheredados a que se refieren las Bienaventuranzas, alguien que deje muy claro que la Iglesia española es de todos y para todos los españoles.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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