Desayuna conmigo (jueves, 10-12-20) Un gran paso para la humanidad

Sensatez de la cadena trófica

Derechos humanos
Si se me entendiera bien, me atrevería a decir que el 10 de diciembre de 1948 la humanidad dio un gran paso adelante, similar o parecido, en cuanto a importancia y repercusión se refiere, a la muerte y resurrección de Jesús, momentos en que el mundo cristiano cifra la redención, concepto este último muy enigmático que quizá sería mejor cimentar en su vida como un todo que engloba los acontecimientos citados. Lo digo convencido porque, de cuantos alegatos religiosos y profanos puedan aducirse para celebrar una fiesta justificada y de alcance universal, el día de hoy sería seguramente el mejor posicionado, pues hoy se celebra el “día de los derechos humanos”, lo que, bien entendido, significa el “día de la humanidad”. Y el de la humanidad y todo lo que conlleva su adjetivación, lo humano, que es a lo que nos aboca nuestra condición, resulta incluso imprescindible para fundamentar la fe cristiana. Así lo proclama a gritos, por ejemplo, la Navidad, la celebración de la osadía más grande a que se ha atrevido el pensamiento humano, a la de presentar un Dios hecho hombre.

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Demos, pues, el parabién a cuantos han hecho posible una “declaración” que como tal es ya, de suyo, un gran paso hacia adelante de toda la humanidad, y extendámoslo también a cuantos, antes de esa fecha y durante los 72 años ya transcurridos tras ella, han ido dejando, como vulgarmente se dice, la piel en el empeño. No me cabe la menor duda de que los defensores de los derechos humanos son los mejores evangelizadores de este mundo, los que realmente luchan por la justicia y se emplean, incluso con riesgo para sus vidas, a erradicar el hambre, a recatarnos de una animalidad desbocada y a desterrar de la cultura que nos nutre la ley de la selva y la del talión del ojo por ojo y diente por diente. Dicha declaración fue producto de una hecatombe cuyas infinitas ramificaciones siguen dificultando su implantación. A nadie se le escapa que hoy estamos padeciendo una pandemia que tiene visos de convertirse en otra hecatombe de similar alcance, aunque por distintos motivos. Pues bien, sacando bien del mal, deberíamos valorar la covid-19 como un excepcional agente impulsor de los derechos humanos al obligarnos a derribar muchas de las barreras que todavía nos separan a unos de otros. Ojalá que de la hecatombe presente surja una declaración parecida a la de los derechos humanos tras la II Guerra Mundial para que veamos claro que necesitamos “humanizarnos” siguiendo las directrices de los derechos humanos, tan solemnemente proclamados en este día.  

Derechos humanos II

En versión de la misma ONU, los derechos humanos se derivan de la condición misma del hombre, razón por lo que pertenecen, de forma inalienable, a todos los seres humanos, cualquiera que sea su raza, su sexo, su nacionalidad, su lengua, su religión, su origen étnico o cualquier otra condición suya. Así, entre los más importantes, cabe destacar el derecho a la vida, a la libertad, a la educación y al trabajo. Entre los seres humanos ya no cabe discriminación alguna que pretenda justificarse bajo ningún motivo. El día que se consiga implantar tales derechos en la vida de los hombres, la humanidad se habrá sacudido de encima muchas de las plagas que hoy todavía la afligen y torturan, tales como el hambre y la guerra.

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No obstante, dejemos  hoy aquí constancia de un horizonte de esperanza, cifrado en el hecho de que el documento de la Declaración de los Derechos Humanos esel más disponible en todo el mundo al haber sido traducido a más de quinientas lenguas, hecho por el que dicha Declaración ha ganado un Record Guiness. Aunque quede todavía un largo camino por delante para que los derechos recogidos en ella pasen de las musas al teatro, no deja de ser un buen signo que dicha Declaración no haya perdido ni actualidad ni frescura y que hoy sea realmente un baremo para medir no solo los comportamientos de las naciones y de sus gobernantes, sino también los de los ciudadanos y los de la sociedad en general. Como ocurre en muchos otros ámbitos de la vida, también en este campo una buena partida de mujeres son acreedoras a reconocimientos públicos, tanto por sus valiosas aportaciones a la ideación de los derechos humanos como por la lucha para su implantación. Mencionemos, siquiera, a Hansa Mehta, de origen hindú, infatigable luchadora por los derechos de la mujer, a quien se debe la esclarecedora y valiente declaración de que "todos los seres humanos nacen libres e iguales".

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Quizá como afluente del gran río ideológico que son los derechos humanos, en 1997 algunas organizaciones dedicadas a la protección animal declararon este día también como el “día internacional de los derechos de los animales”, ahondando en la concepción del derecho y ampliando su alcance. También los animales tienen derechos que se corresponden con su condición de seres que sienten. Se trata de derechos que unos años antes, el 15 de octubre de 1978, ya habían sido proclamados por la Liga Internacional de los Derechos de los Animales. Su corto articulado se fija, sobre todo, en el derecho que también los animales tienen a la vida, a la libertad, a no verse sometidos a actuaciones dolorosas y a que no se los use como propiedad humana.

Montañas biodiversidad

En el número 15 de sus “Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030” (Agenda 2030), la ONU se compromete, entre otras cosas, a proteger a las especies amenazadas y a poner fin a la caza furtiva y al tráfico de especies protegidas. Sin embargo, como ocurre con los humanos, también los derechos de los animales distan mucho de haber conseguido todavía los objetivos relativos a su vida, a su libertad, a su maltrato y a su uso como objetos de propiedad humana. Sin perjuicio de alterar el engranaje de un orden natural que tiene eslabones y que hace que tanto el mundo vegetal como el animal se ordenen al mundo humano, lo cierto es que se trata de un orden cuyos eslabones deben conservar toda su integridad. Y más en particular, en lo que a la cadena trófica se refiere, de ella deberían ser erradicadas todas las prácticas que ocasionen dolor y produzcan estrés a los animales a la hora de su sacrificio. La sola conciencia que los humanos tenemos de tal obligación facilita una barbaridad el trato humano entre nosotros mismos.

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Señalemos como puntos calientes para animar el final de esta reflexión matinal, en primer lugar, que un día como hoy de 1763, con Carlos III al frente de España, se iniciaron, por así decirlo, los prolegómenos de lo que más tarde se convertiría en la Lotería Nacional que hoy conocemos, cuyo premio más Gordo es esperado con ansiedad por muchos dentro de solo unos días. Recordemos, además, que, tras lo dicho sobre los derechos humanos, también un día como hoy de 1860 las mujeres comenzaron a votar por primera vez en el estado norteamericano de Wyoming, aunque lo hicieran por pura conveniencia electoral y como una trampa saducea que los demócratas habían tendido a los conservadores. Y, finalmente, dejemos constancia de los importantes premios Nobel que se han venido concediendo un día como hoy, para conmemorar la muerte de Alfred Nobel, su fundador, el 10 de diciembre de 1896: en 1903, a Pierre y Marie Curie por sus estudios sobre la radiactividad; en 1911, a Marie Curie por su descubrimiento del radio; en 1922, a Albert Einstein por la teoría de la relatividad; en 1957, a Albert Camus por su obra literaria; en 1959, a Severo Ochoa por sus trabajos de medicina; en 1964, a Martin Luther King por su lucha pacífica contra el racismo; en 1971, a Pablo Neruda por sus obras literarias; en 1982, a García Márquez también por las suyas; en 1983, a Lech Walesa por la emancipación pacífica de Polonia, y, por último, en 1993, a Nelson Mandela por la erradicación pacífica del apartheid en Sudáfrica. Sin duda, todos ellos han dejado profunda huella en un devenir humano que, sin dejar de ser problemático, apunta, como fiel brújula, a tiempos mejores.

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La mejora de la vida humana es un reto no solo para el pensar y el sentir humanos, sino también para el quehacer cristiano. La gracia mejora la naturaleza en la medida en que la dimensión humana religiosa ilumina e inyecta trascendencia a todas las demás. A fin de cuentas, racionalmente no podremos apoyarnos más que en un principio que es al mismo tiempo meta, en un inicio que consuma una andadura para la que no se nos ha pedido permiso, pero que es hermoso realizar. Sea cual sea el lugar en que se nos haya emplazado y el sendero que se nos haya trazado, deberíamos saber que todos los senderos parten de ese único principio y conducen a él como fin de trayecto. Pues bien, mientras la caminata dura, los seres humanos vamos aprendiendo, aunque sea a golpe de traspiés dolorosos, que se camina mejor en compañía y compartiendo. El camino se hace así más llevadero, pues resulta más divertido y gratificante. Digamos, una vez más, que nadie nunca ha establecido ni mejores ni más razonables reglas para recorrer tan exigente camino que Jesús de Nazaret, quien, tras compartirse él mismo como pan que da fuerzas, dictamina que la única regla  mientras dura la caminata es la gratuidad, el amor.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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