La fortaleza que brota de la fe

No hacen falta los problemas y dificultades en la vida de cada uno de nosotros. Y allí es donde la fe se prueba, en cierto sentido, porque la primera reacción puede ser de desespero y reclamo frente a Dios pero, para quien cree en el Señor, no puede faltar la paz ni la fuerza para aceptar la dificultad y buscar superarla. Por eso las vicisitudes de la vida nos permiten tomar el pulso de nuestra fe. ¿Cómo reaccionamos ante la dificultad? ¿cuál es nuestra actitud frente a la adversidad? ¿Qué papel juega Dios en esas circunstancias difíciles que la vida nos depara a cada rato? La fe no es un recurso mágico que acaba con los problemas. Pero si es una experiencia poderosa para abrirnos a la aceptación de la situación difícil en medio del sufrimiento, al empeño de superarla, en medio de todos los obstáculos que se presenten. La fe es descanso para el cansancio y fuerza para la debilidad. Es coraje frente al miedo y paz en medio de la turbulencia. La fe es don de Dios que al ser acogido es capaz de transformar nuestra actitud frente a la vida y dejar que la lógica de Dios de sentido y valor a toda realidad por oscura que parezca. Es bueno repetir, como relata el evangelio de Lucas, la petición que los discípulos le hacían a Jesús cuando él les enseñaba que habría muchas dificultades y que el mal siempre estaría al acecho: “Señor, auméntanos la fe”. Y Jesús les dijo: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, podrían decir a este sicómoro: levántate y plántate en el mar, y les obedecería” (Lc 17,5-6). Respuesta que no significa que nos concederá poderes mágicos sino esa fuerza interior para vivir todo con Dios y desde Él, para comenzar siempre de nuevo, para sentir que su mano siempre nos sostiene. Que crezca nuestra fe, que ella sea nuestra luz y fortaleza en todas las situaciones difíciles de nuestra vida.
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