Bailar el desierto

Bailar es expresar gestualmente nuestra existencia a través de un doble movimiento: la interiorización del exterior y la exteriorización del interior. El baile se convierte en danza cuando nuestra gestualidad no es meramente mecánica sino simbólica. La etimología del baile se emparenta con la de símbolo, ya que baile y símbolo significan “lanzar”: el símbolo lanza mensajes de significación conjunta, mientras que en el baile-danza se lanza uno mismo abierto al otro. Pues bien, en el caso de nuestro bailarín Miguel Ángel Berna, nos encontramos con un danzador, a la vez lanzador y danzante, bailaor, jotero y torero.

El danzador se lanza al aire rasgándolo mediante una gestualidad simbólica ritmada por la música. El danzador muele la tierra madre para fertilizarla y recrearla, para absorber las raíces hasta lo alto, trasformando la gleba terrestre en copa o globo celeste. En el caso de M.A.Berna, su danza es un bailoteo desde el desierto, por eso le inspira el solitario árbol llamado la Sabina de Villamayor en los Monegros, un árbol que se libró de la tala de sus congéneres destinados a la construcción belicosa de Armadas Invencibles, siempre vencidas por sus propios elementos tóxicos.

El amigo J.A.Urbeltz escribió un libro sobre la danza vasca titulado “Bailar el caos”, en el que se interpreta la danza vasca como un intento de articular el caos cósmico y telúrico (yo añadiría el político. Pero en Zaragón la danza no trata de bailar el caos, sino de bailar el desierto terráceo (yo añadiría el cultural). Bailar el desierto es roturarlo y removerlo, fluidificarlo simbólicamente. Ahora bien, el desierto es lo olvidado (desertus), por lo que bailar el desierto es bailar lo olvidado, conscienciar lo inconsciente, iluminar la sombra y reanimar el cuerpo muermo o muerto. Lo cual implica una labor de elevación de la horizontal en vertical, así como una labor autocrítica, como cuando el danzador se encarna en la figura del bobalicón o tontón para exorcizarlo.

El desierto dice arraigo y deserción, materia a fluidificar, cuerpo a reanimar, sombra a solear. Por eso uno de los espectáculos del danzador se titula “Solombra”, así pues sol y sombra. Por lo mismo el héroe blanco o solar, espiritual, trata en la escenografía berniana de sublimar la negrura del dragón. Se trata de que el héroe asuma críticamente al dragón, para lo que se precisa “rasmia” o coraje existencial. Esta rasmia aragonesa es típicamente goyesca, ya que Goya logra afrontar las negruras y brujerías de la vida, simbolizables por el macho cabrío o cabrón, de un modo burlesco y corrosivo.

La rasmia es la energía interior, la misma que nuestro danzador exhibe vibrantemente. Si la Jota aragonesa es vibrátil, la danza turgente de M.A.Berna dice vibración vertical desde la sombra. Veo en este danzador la autoafirmación propia abierta al otro, cuya máxima expresión es el toque del tambor buñuelesco. Observo pues una verticalidad solar desde la sombra lunar, una actitud gótica/jótica, la cual trasciende la negrura de la vida, revirtiendo lo plano en vértice, vórtice u ojiva, la palabra en grito mudo, el dance en trance modulado terca y tersamente.
Mas todo ello significa plantar cara al destino, otorgándole rostro humano, a través de la trasformación de la materia prima en forma o formalización artística. El propio individuo incomunicado se comunica al otro mediante la danza, reconvertido así en persona que per-suena mediante el gesto musical. De ahí la importancia de la percusión y su repercusión existencial. Y de ahí también el amplio espectro de una música de fondo que va del tambor autóctono a la gaita deletérea.

La danza de Miguel Ángel Berna resulta a la vez seca o árida y esponjosa o volátil, rugosa y jugosa, extensa e intensa. Su clave folclórico-cultural está en el arte mudéjar, seco o tosco por fuera y húmedo o suave por dentro. El arquetipo de esta danza berniana es la antorcha, cuya materia es el cuerpo oscuro y la llama su alma traslúcida (como sabía Juan Ramón Jiménez). La impronta de esta danza es un impromptus directo, el cual se resuelve empero en una estilización indirecta, en una formalización de la materia y en la consecuente trasfiguración del desierto. El cual dice a la vez arraigo y deserción, implicación y apertura radical.

Nuestro danzador sabe que lo que sube verticalmente, baja; y que no siempre lo que baja horizontalmente, sube. Lo sabe pero no se resigna sino que se persigna, y por eso comparece hoy en nuestra escena como un Cristo ibero con castañuelas: véase al respecto la bella portada de su libro “Berna se escribe con Jota”. (Dedicado a Manuela, la musa de Miguel Ángel B)
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