Europa: orígenes culturales

El mito simbólico coloca el origen de Europa en la isla mediterránea de Creta, bajo la advocación de una reina o princesa del mismo nombre “Europa”, fecundada por el dios Zeus. Europa obtiene así un origen matriarcal-femenino, ya que el panteón cretense está presidido por la diosa Madre. La propia Creta era denominada arcaicamente matria (y no patria): su símbolo cultural es el Laberinto como cueva o caverna matricial. Por ello Creta encarna el origen matriarcal de Europa, el pasado mítico-real, la nación o nacimiento de Europa, el nacionalismo.

Pero el renacimiento de Europa está en Atenas, la ciudad-estado por antonomasia, símbolo de la razón patriarcal bajo la advocación del dios Zeus. Si Creta es el corazón de Europa, la matria, Atenas es la razón europea, la patria. En efecto, Atenas procede de Atenea, una diosa patriarcal que promana de la cabeza de Zeus, el dios-padre nórdico indoeuropeo (indogermano).

Si Creta es el trasfondo tribal de Europa, Atenas es el arquetipo estatal de Europa, modelo de abstracción de lo tribal y de racionalización de lo mítico o preracional. En Atenas asistimos al tránsito de la vieja cosmovisión naturalista, dominada por la Diosa, a una cosmovisión olímpica dominada por el Dios.

Ahora bien, entre Creta como matria y Atenas como patria, se interpone la mediación cristiana: el cristianismo como fraternidad o fratria. Esta mediación entre el corazón cretense y la razón ateniense es la obra y gracia del Cristianismo, auténtica alma religiosa de Europa. El cristianismo como fratria posibilita bien que mal el hermanamiento de la igualdad y la libertad, el elemento matriarcal o comunitario y el elemento patriarcal o individualista, tal y como arriba a la Ilustración. La gran aportación del cristianismo es la noción de persona, la cual se define como el individuo comunitario, el hombre abierto al hombre: el interhombre frente al infrahombre y al superhombre.

El cristianismo procede del judaísmo mediterráneo, sintetizando tanto el trasfondo matriarcal mediterráneo como el fondo patriarcal hebreo. Pero la originalidad del cristianismo originario de Jesús de Nazaret consiste fundar la fratria como fraternidad universal. El Dios cristiano ya no es la diosa Madre mediterránea, ni el dios Padre hebreo o ateniense, sino el Dios-hermano: la encarnación de Dios en la humanidad abierta del Cristo.

Creta es la madre naturaleza de Europa, Atenas es la razón patriarcal y el cristianismo es el sentido fratriarcal: el alma medial de Europa, la Ecumene espiritual que posibilitará la democracia protestante en Nueva Inglaterra (Norteamérica).

El origen de Europa es fundamentalmente una combinatoria entre el eros mediterráneo y la razón indoeuropea, pero debe llegar a ser una fraternidad entre lo matriarcal y lo patriarcal, lo dionisiano y lo apolíneo, el corazón y la razón. En el centro o medio de la virtud está la mediación de los contrastes, norte y sur, frío y calor, abstracción y pasión, logos y eros.

Lo que necesita Europa es una auténtica Europax: una democracia europea, compuesta de una clase media que realmente medie entre el capitalismo de arriba y el socialismo de abajo, remediando al indigente, al pobre y al necesitado, de acuerdo con el principio cristiano de la caridad, que es la expresión práctica de la bondad como auténtica belleza (espiritual). Una bondad que habría que recuperar axiológicamente, ya que, frente a nuestra sociedad maliciosa, no solo compensa individualmente, sino que también recompensa colectivamente.

Y es que la remediación de todo conflicto está en la mediación de sus extremos o contrastes, y por lo tanto, dialéctica y democráticamente: coimplicativamente.
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