Justicia y caridad: el Estado y la Iglesia

El Sínodo de la Iglesia replantea la comunión de los divorciados, pero se trataría de ampliar y ofrecer la comunión cristiana a tantos otros divorciados de la Iglesia católica. El Papa Francisco ha refundado o refundido la Iglesia de la misericordia franciscana, la cual es la Iglesia de Jesús: la Iglesia que otorga y recibe el perdón de los pecados, porque solo el que perdona será perdonado. Y la Iglesia tiene mucho que perdonar y ser perdonada.

La Iglesia debe perdonar el anticlericalismo para ser perdonado su clericalismo, debe perdonar los pecados sexuales o sociales para ser perdonada de los mismos, debe perdonar las ofensas ajenas para que se le perdonen las propias. Las deudas se supone que hay que pagarlas, siempre que no sean abusivas, lo cual introduce un matiz significativo al respecto del capitalismo rampante. En definitiva, la Iglesia perdona al hijo pródigo porque es madre pródiga: pródiga en amores y desamores, santa y pecadora.

El pecado significa una falta o un exceso respecto a la virtud, definida por Aristóteles como el punto medio de la virtud entre los extremos del exceso y del defecto. El exceso suele estar provocado por nuestra concupiscencia y sus pasiones, el defecto suele estar condicionado por nuestro egoísmo o egotismo. Pero lo peor no es el pecado o acto sino el empecatamiento o actitud, el exceso pagano o el defecto puritano, lo demasiado mucho o lo demasiado poco, la disipación o dispersión y el ensimismamiento.

La Iglesia suele pecar de ensimismamiento purista o puritano, mientras que el Estado suele pecar de excesivo paganismo. El teólogo D. Bonhoeffer decía que Iglesia y Estado deben limitarse mutuamente, aunque yo añadiría que deben abrirse mutuamente. La Iglesia debe abrir el Estado a cierta espiritualidad, el Estado debe abrir la Iglesia a cierta secularidad. Por eso ambos, Iglesia y Estado, son sociedades imperfectas y complementarias, aquella basada en el principio de la caridad y este fundado en el principio de la justicia.

Justicia y caridad son complementarios. La justicia ajusta la sociedad a la ley civil inmanente (democrática), la caridad reajusta la justicia social a la ley religiosa trascendente (la gracia). La justicia sin la caridad es justiciera y ajusticia sin piedad, perdón o misericordia, de acuerdo a un realismo crudo o cruel; pero la caridad sin la justicia es idealismo iluso o ilusorio, irrealista. De aquí la mutua coimplicación de la justicia y de la caridad, de la caridad y la justicia.

Eugenio Trias concibe el lenguaje del perdón, prosiguiendo la filosofía de Hegel, como el lenguaje del mutuo reconocimiento. Reconocimiento humano de la humanidad del uno por el otro y del otro por el uno, reconocimiento que no es conocimiento abstracto sino colaboración concreta en un mismo mundo, o sea, solidaridad, la cual requiere el mutuo perdón o condonación. La vejez es una buena época del perdón y del reconocimiento, ya que el viejo atesora un baúl de culpas y penas que lo hacen proclive a la compasión propia y ajena. Pues bien, la Iglesia y el Estado, primordiales actores o actantes sociales, amén de mi propia generación, no solo son viejos sino que están envejecidos.

La Iglesia debe pedir perdón por sus corruptelas (como la pederastia) y tener caridad con las ajenas. Por su parte, el Estado debe pedir perdón por sus corrupciones (como la económica) y ofrecer justicia equitativa. En nuestro ámbito español el País Vasco ofrece un banco de pruebas de la justicia y la caridad, del perdón cristiano al otro y de la justicia civil, del reconocimiento de la culpa y la pena. Pero al respecto todos tenemos algo que ofrecer u ofrendar en el altar del mutuo perdón y reconocimiento, incluido yo mismo (mi propio padre fue asesinado por un maqui tras nuestra guerra incivil).

El Papa Francisco está realizando sutilmente una nueva refundación o quizás refundición de la Iglesia católica en un contexto más ampliamente cristiano, abierto a todo el mundo de buena voluntad. Se trata de una revisión franciscana del viejo modelo eclesiástico y clerical, autoritario y dogmático. Una nueva mentalidad ecuménica se está abriendo paso, una nueva mentalidad que se coaliga a una nueva conciencia crítica internacional. Personalmente quiero celebrar esta apertura crítica tanto eclesiástica como civil, precisamente en este momento de apertura en el que concelebro un buen Papa en Roma, un buen arzobispo en Zaragoza y un buen obispo en Huesca. Incluso un buen mandatario norteamericano en Washington, por cierto cristiano protestante.
Volver arriba