Schopenhauer, la vida y la muerte

Arturo Schopenhauer concibe la vida como una navegación entre el dolor y el tedio, entre el deseo y su cumplimiento efímero, entre el hambre y el eros insatisfecho. La vida es una ilusión que acaba en desilusión, un engaño que acaba en desengaño, una admiración que acaba en decepción. En la primera mitad de la vida nos preocupa una felicidad huidiza, en la segunda mitad de la vida nos preocupa una felicidad huida.

Hijo de un padre suicida y de una madre mundana, nuestro filósofo reacciona al optimismo de esta con el pesimismo de aquel. El fundamento de la existencia es el sufrimiento, la negatividad real e infrastructural de la existencia; frente a ella, el placer comparece como una positividad meramente suprastructural e inane. En efecto, la vida es irracional voluntad de vivir, pulsión ciega e inconsciente, necesidad que una vez satisfecha acarrea saturación y acaba en aburrimiento existencial.

Schopenhauer nos ofrece una versión platónica del deseo, considerado como voluntad ciega que hay que contener ascéticamente y sublimar místicamente en el arte sublime, en la filosofía sapiencial y en la religión compasiva tanto budista como cristiana. El afán occidental de vivir debe apaciguarse de acuerdo a la tradicional sabiduría oriental, lo mismo que el vitalismo sudista encuentra su contrapunto en la ascética nórdica, ya que se trata de enfriar la pasión de vivir y encajar el dolor de sobrevivir, aunque ni siquiera el sabio es capaz de una total superación a causa de su misma sensibilidad.

El Dios de Schopenhauer es un Dios que no quiere ser ni existir, de modo que la divinidad schopenhaueriana es la nada mística, el vacío nirvánico, el tran-ser o transrealidad silente. Según nuestro autor, todo auténtico iniciado o despierto considera que esta vida es un sueño del que despertamos al morir, como sabían Empédocles, Pitágoras y el Qohelet. A partir de semejantes premisas filosóficas, la auténtica existencia consistiría en “matar el tiempo”, abriéndolo a una especie de espacio platónico tras la muerte. Pues la muerte nos salva de la vida, lo mismo que el sufrimiento nos salva del apego a la vida abriéndonos a la transvida.
De este modo el dolor adquiere una dimensión liberadora y purificadora en esta filosofía, ya que nos libera de las ataduras vitales y purifica el cuerpo inconsciente, abriéndolo al alma o conciencia propia del despierto o iluminado. A raíz de esta soteriología del sufrimiento, el pensador alemán ha tocado el fondo negativo del existir, emergiendo ahora con una consigna positiva a modo de positivación o revelación del negativo: esta consigna consiste en valorar humanamente lo que se tiene. Una actitud axiológica que confiere valor a lo que lo tiene, y en primer lugar a la propia “valetudo” o salud. De aquí que Schopenhauer reacciona a su pesimismo o negativismo con cierto optimismo o positivismo, por eso es un buen vividor, amante de la mesa y el vino, de eros y logos, del paseo y la flauta, a pesar de su misantropía, tal y como nos lo describen F. Volpi y E. Ziegler en sus respectivas ediciones de sus obras.

Intrigantemente F. Nietzsche ha bebido en las fuentes pesimistas de su maestro Schopenhauer, pero ha reaccionado de un modo exultantemente positivo, dándole la vuelta radicalmente al pensamiento de aquel. Y así, en lugar del negativismo schopenhaueriano, Nietzsche ha proyectado un positivismo dionisiano que afirma la vida y el vivir hasta sus últimas consecuencias; por ello defiende un heroísmo que se enfrenta al antiheroismo de Schopenhauer. Lo curioso del caso es que ese heroísmo nietzscheano se encuentra explícito en la propia obra de Schopenhauer, si bien circunscrito como posibilidad noble. En efecto, en su obra “El mundo como voluntad y representación” (I), Schopenhauer imagina un hombre que, como Nietzsche después, afirma radicalmente la existencia hasta considerarla de una duración infinita o que se repite siempre de nuevo, lo que Nietzsche luego llamará “el eterno retorno de lo mismo”.

Este hombre afirmador radical de la vida aparece ya en Schopenhauer como una especie de superhombre, caracterizado por tan grande ánimo de vivir que acepta todos los sufrimientos, en nombre de su propia voluntad victoriosa incluso sobre la misma muerte. Schopenhauer añade que este héroe vital encontraría su arquetipo en el héroe védico Arjuna, trasfigurado por Krishna, así como en el Prometeo de Goethe: puede verse este superhombre, proyectado por Schopenhauer y reafirmado por Nietzsche, en: A. Schopenhauer, El arte de sobrevivir, Herder, Barcelona 2013, capítulo “La buena vida”, pág. 107-108.

Nietzsche acaba afirmando la desmesura del héroe supervital, mientras que Schopenhauer acaba criticando esa desmesura en nombre del Budismo y su visión irrisoria de la existencia, en la cual el ser que es no debería ser porque en el fondo no es sino nada o vacuidad. Por todo ello, Nietzsche resulta un escritor juvenil y contracultural, mientras que Schopenhauer resulta un escritor de madurez y culturalista. Nietzsche proyecta un superhombre heroico y prometeico, optimista y locuelo; Schopenhauer resitúa esa figuración del hombre sobre un pedestal antiheroico y mortal, pesimista y cuerdo.

La filosofía de Nietzsche es dionisíaca y afirma la inmanencia trascendentemente, eternamente; la filosofía de Schopenhauer es apolínea y afirma la trascendencia inmanentemente, mortalmente. Por eso Nietzsche interesa al joven eterno en su afirmación del presente perpetuo; y por eso Schopenhauer interesa al viejo sabio en su afirmación del presente transeúnte, transitivo y transicional.

Bibliografía mínima: Pueden consultarse las obras de Arthur Schopenhauer en Gredos, Madrid 2010. Aquí interesan especialmente “El arte de ser feliz”, “Senilia” y “El arte de sobrevivir”, publicadas por la editorial Herder de Barcelona, en 2000,2010 y 2013 respectivamente.
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