Dos poetas.
Luis Felipe Vivanco y Joan Vinyoli son dos poetas actuales, contemporáneos de nuestra inquietud existencial en un mundo poco quieto y hasta errático. El primero es un poeta castellano de fondo religioso o religado, el segundo es un poeta catalán de fondo transreligioso y desligado. Pero ambos representan bien el proceso de secularización religiosa que transita desde el enigma de la vida al misterio de la existencia, de la ascética de lo real a la mística de la realidad, y viceversa. Se trata empero de una secularización con nostalgia o retranca simbólica, que es lo que nos interesa culturalmente frente al indiferentismo y al materialismo craso o graso, grueso o grosero de nuestro tiempo. En el trasfondo de ambos poetas hay una búsqueda de sentido soterrado y silente, más sensible en el castellano y más desencantado o sordo en el catalán.
1.- Vivanco: tiempo en espacio
Luis Felipe Vivanco (1907-1975) es un poeta de fondo religioso perteneciente al grupo Escorial, cuya escritura se caracteriza por su “temblor y ternura”. Su poesía oscila entre le idealismo y el realismo, el romanticismo y cierto prosaísmo, abocando finalmente a una especie de humor irónico y autoirónico, caracterizado por cierta crítica cínica de la sociedad establecida. La mediación entre realidad o realismo e idealismo se realiza a través del amor como catapulta hacia lo sagrado o divino. Ahora bien, un tal amor humano no es solo el amor del hombre por el hombre, y específicamente por la mujer, sino que abarca especialmente el amor a la naturaleza y el paisaje puro típicamente castellano.
Natura sive Deus: para nuestro autor la naturaleza es humano-divina, la encarnación y encarnadura del Dios católico, el Infinito revelado en lo finito, la eternidad concentrada en el instante y la trascendencia implicada en la inmanencia. De este modo, las cosas en su ascetismo cotidiano revelan una mística abierta a través de su captación anímica por el alma poética. Como ha dicho al respecto José María Valverde, esta revisión ideal de la ascética realidad provoca en el autor y el lector una especie de desprendimiento moral respecto al barullo del mundo y la política mundana, cuya ala derecha le parece dura, la izquierda ficcional y el centro dudoso.
Nos acercamos así a la famosa visión poética de Heidegger sobre el origen de la obra de arte, cuando interpreta los conocidos zapatos campesinos de Van Gogh como la llamada de la tierra: “En el zapato vibra la llamada de la tierra, su reposado ofrendar del trigo que madura y el yermo campo en baldío del invierno”. Las pintura poética de Van Gogh trasfigura así la realidad de unos zapatos o zuecos de un labriego, lo mismo que la poesía pictórica de L.F. Vivanco trasfigura la ascética realidad castellana: “Yo me levanto en mi: larga hilera de chopos, presencia de la tierra como único amor posible. Los trigos en éxtasis y los ríos llameantes relevan a Dios”. La realidad natural así trasfigurada no solo revela al Dios cristiano encarnado en su creación, sino que llega a relevarlo simbólicamente.
Desde esta perspectiva, la criatura llega a sustituir a Dios por su cercanía, ya que Dios es en el tiempo y por el tiempo. Nuestro poeta celebra el tiempo como lo que pasa y lo que queda, abriendo la temporalidad a su éxtasis finito, cantando a “las muchachas con alma de niebla y de liturgia” y contemplando la pureza luminosa del desnudo opaco de todo lo sensible, así resensualizado sublimadoramente. El Dios de L.F. Vivanco se define entonces como “realidad de realidades”, inspirado sin duda por la filosofía de su amigo X. Zubiri.
Toda la poética de Vivanco desemboca en una revisión inmanente de la trascendencia, hasta el punto de pensar que Dios necesita del hombre por ser para el hombre, pues:
“No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.
No se hizo el seglar para el cura, sino el cura para el seglar.
No se hizo el cuerpo para el alma, sino el alma para el cuerpo.
No se hizo el católico para la misa, sino la misa para el católico.
No se hizo el pecado para la gracia, sino la gracia para el pecado.
No se hizo el cristiano para Cristo, sino Cristo para el cristiano.
No se hizo la criatura para Dios, sino Dios para la criatura.
En resumidas cuentas, se hizo el hermano para el hermano
y se hizo el hombre para el hombre”.
Incluso al final de su itinerario poético, en “Prosas propicias”, Vivanco presenta un Cristo cínico que se enfrenta a “oxígenos viciados y restricciones pasivas” en nombre de la sanidad religiosa. Pero su crítica irónica estalla en su poema “La condición canina”, en el que “Dios tiene su miga y, para creer en Dios, lo mejor es ser perro”, ya que “cada vez me descubro más prosaico y finito, más canino cansino”. Sin embargo, nuestro poeta reafirmará contumaz no estar harto de Dios ni del hombre, abriendo así una última puerta al tiempo que se pierde para ganarlo en el espacio de su contemplación ascético-mística.
2.-Vinyoli: espacio en tiempo
Mientras que L.F. Vivanco experiencia el tiempo humano en el espacio natural, el poeta catalán experiencia el espacio natural en el tiempo humano. Aquel es un tipo religioso y profano, este es un tipo profano y religioso en el límite. Ambos comparten su devoción por Hölderlin, el gran mediador de lo sagrado y lo profano, pero Vinyoli añade su devoción por Rilke y el simbolismo, lo cual le abre el horizonte de sentido implícito, aunque recubierto por las cenizas de un tiempo inhóspito. El simbolismo le sirve de trampolín para salir fuera del tiempo hacia un espacio empero envarado o vaciado, temporalizado y finito: “Todo es ahora y nada (Tot és ara y res)”. La clave existencial de esta poética a veces patética está en una especie de retroprogresión lúcida: “tocar de nuevo el fuego primero un instante, y después morir sin discordancia”.
La visión vinyioliniana del mundo lo presenta como desencajado y agrietado, mortífero y mortal. La existencia humana consiste por tanto en “hallar sentido a lo que nunca lo tiene, en lanzarse de noche al mar para atrapar la luna” (como Li Tai-Po). La dureza y crueldad de la vida, el mal, hace de este mundo algo incomprensible. El poeta trata de mostrar “la luz de la oscuridad” que nos envuelve, pues sabe que la claridad germina en la oscuridad: lo cual confiere un trasfondo ambivalente a toda luz o luminosidad:
Todo es caduco y siento siempre
Un oscuro eco de pozo.
La salida a semejante encerrona existencial parece hallarse en un lenguaje cuasi silente, que alberga el tiempo muerto en su gruta de muerte. Pero la muerte significa aquí el secreto oculto de la vida, el envés o revés jeroglífico, el contrapunto abierto. Por eso nuestro poeta se vuelve al ángel no para vencerlo, tarea imposible como mostró Jacob, sino para ser vencido y, a través del vencimiento mortal, acabar venciendo escatológicamente: “Pocos te provocan, ángel, a ser vencidos para, a la larga, vencer”.
Se trata sin duda de un vencimiento no a corto plazo sino a la larga, póstumo. Es el largo camino del tiempo finito y mortal enroscándose en el trastiempo espacial e infinito. Mientras que en Vivanco el tiempo ascético se abre a un espacio cuasi místico, en Vinyoli el espacio simbólico queda contaminado por el tiempo corrosivo de la muerte y el mal. En Vivanco el espacio natural es divina presencia del Dios, en Vinyoli el propio espacio natural es demónico, y solo se salva simbólicamente. Una salvación simbólica atravesada y amenazada por una semiótica de la pérdida y una semiología de la perdidición, siquiera nombrada o nominada y así asumida humanamente.
3.- Dos poetas
Los dos poetas elegidos muestran un interés actual a causa de su correspondiente planteamiento de lo religioso y lo secular, del sentido y del sinsentido del mundo, de su ambivalencia a veces radical. Ambos profesan un trasfondo religioso pero contrarrestado secular o mundanamente, incluso mortalmente en el caso de Vinyoli. El poeta castellano eleva la ascética a mística, mientras que el catalán releva la mística por la ascética. Vivanco pasa de lo infinito a lo finito y viceversa, Vinyoli posa lo infinito en una finitud pesante, contingente y opaca.
En el caso del vate castellano su poesía aparentemente de charol lleva savia y sabiduría. En el caso del vate catalán su poesía desabrida lleva una brida o brizna de sentido simbólico, aunque implícito o implicado en su lenguaje exabrupto. La religiosidad mistérica propia de Vivanco se muestra finalmente como una religación a la naturaleza paisajística de Castilla en su pureza cenital; por su parte, la religiosidad de fondo de Vinyoli con el enigma de la existencia se muestra finalmente como religación a la naturaleza ya no del paisaje sino del paisanaje, y específicamente de Cataluña, precedido por su maestro Riba. No deja de ser interesante hoy en día, además de todo lo dicho, esta confrontación española entre la naturaleza castellana y la cultura catalana: aquella representa las esencias, esta representa las existencias.
Hay una alegría de vivir y una tristeza de la vida y de la muerte: la primera la celebra más bien Vivanco y la segunda Vinyoli. A continuación e inspirado por ambos trato de entrometerme entre los dos poetas, para procurar mediar culturalmente a través de un poemilla que expone la ambivalencia radical de la existencia y la dexistencia.
VIVIR Y MORIR
Morir es lo más triste
una tristeza que brota
mas allá de la carne
de los huesos enmohecidos astillados
o rotos
de la tierra baldía y el desierto
ignoto
de la sangre sacrificada y las aguas
ensangrentadas
de las aliagas ardientes y del viento
putrefacto
de la ausencia de Dios del hombre
y del firmamento cuyas estrellas yacen
vacías apagadas siniestras.
Morir es lo más triste del cosmos
lo más triste del mundo
lo más triste del alma
lo más triste de uno mismo
desvencijado.
Es una tristeza sin tapujos ni afeites
sorda y circunscrita
como el eco de un grito despavorido
en medio del mar de la vidas
en medio sin remedio
en mitad de un charco que crece
hasta orillar la orilla.
También vivir puede ser lo más triste
mas puede voltearse alegremente
olvidando el estupor de sí mismo
o cambiando de piel como un reptil
repugnante y brillante.
La vida puede ser un abismo que
de repente
se abisma en sí mismo y renace
cual cumbre
con su verdor su luz y su deslumbre.
La propia muerte puede trasmutar
en el límite
la hecatombe en descanso
la guerra en paz perpetúa
y el llanto incontenible
en el canto contenido del reposo
Sin límites.- (AOO)
BIBLIOGRAFÍA
-Luis Felipe Vivanco, Antología poética, Alianza, Madrid 1976, introducción y selección de José Mª Valverde.
-Joan Vinyoli, La medida de un hombre, Antología poética, edición bilingüe de L.Güelly F.Valls.
-Martin Heidegger, El origen de la obra de arte (varias ediciones).
-Andrés Ortiz-Osés, Poética del sentido, Libros Innombrable, Zaragoza 2016.
1.- Vivanco: tiempo en espacio
Luis Felipe Vivanco (1907-1975) es un poeta de fondo religioso perteneciente al grupo Escorial, cuya escritura se caracteriza por su “temblor y ternura”. Su poesía oscila entre le idealismo y el realismo, el romanticismo y cierto prosaísmo, abocando finalmente a una especie de humor irónico y autoirónico, caracterizado por cierta crítica cínica de la sociedad establecida. La mediación entre realidad o realismo e idealismo se realiza a través del amor como catapulta hacia lo sagrado o divino. Ahora bien, un tal amor humano no es solo el amor del hombre por el hombre, y específicamente por la mujer, sino que abarca especialmente el amor a la naturaleza y el paisaje puro típicamente castellano.
Natura sive Deus: para nuestro autor la naturaleza es humano-divina, la encarnación y encarnadura del Dios católico, el Infinito revelado en lo finito, la eternidad concentrada en el instante y la trascendencia implicada en la inmanencia. De este modo, las cosas en su ascetismo cotidiano revelan una mística abierta a través de su captación anímica por el alma poética. Como ha dicho al respecto José María Valverde, esta revisión ideal de la ascética realidad provoca en el autor y el lector una especie de desprendimiento moral respecto al barullo del mundo y la política mundana, cuya ala derecha le parece dura, la izquierda ficcional y el centro dudoso.
Nos acercamos así a la famosa visión poética de Heidegger sobre el origen de la obra de arte, cuando interpreta los conocidos zapatos campesinos de Van Gogh como la llamada de la tierra: “En el zapato vibra la llamada de la tierra, su reposado ofrendar del trigo que madura y el yermo campo en baldío del invierno”. Las pintura poética de Van Gogh trasfigura así la realidad de unos zapatos o zuecos de un labriego, lo mismo que la poesía pictórica de L.F. Vivanco trasfigura la ascética realidad castellana: “Yo me levanto en mi: larga hilera de chopos, presencia de la tierra como único amor posible. Los trigos en éxtasis y los ríos llameantes relevan a Dios”. La realidad natural así trasfigurada no solo revela al Dios cristiano encarnado en su creación, sino que llega a relevarlo simbólicamente.
Desde esta perspectiva, la criatura llega a sustituir a Dios por su cercanía, ya que Dios es en el tiempo y por el tiempo. Nuestro poeta celebra el tiempo como lo que pasa y lo que queda, abriendo la temporalidad a su éxtasis finito, cantando a “las muchachas con alma de niebla y de liturgia” y contemplando la pureza luminosa del desnudo opaco de todo lo sensible, así resensualizado sublimadoramente. El Dios de L.F. Vivanco se define entonces como “realidad de realidades”, inspirado sin duda por la filosofía de su amigo X. Zubiri.
Toda la poética de Vivanco desemboca en una revisión inmanente de la trascendencia, hasta el punto de pensar que Dios necesita del hombre por ser para el hombre, pues:
“No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.
No se hizo el seglar para el cura, sino el cura para el seglar.
No se hizo el cuerpo para el alma, sino el alma para el cuerpo.
No se hizo el católico para la misa, sino la misa para el católico.
No se hizo el pecado para la gracia, sino la gracia para el pecado.
No se hizo el cristiano para Cristo, sino Cristo para el cristiano.
No se hizo la criatura para Dios, sino Dios para la criatura.
En resumidas cuentas, se hizo el hermano para el hermano
y se hizo el hombre para el hombre”.
Incluso al final de su itinerario poético, en “Prosas propicias”, Vivanco presenta un Cristo cínico que se enfrenta a “oxígenos viciados y restricciones pasivas” en nombre de la sanidad religiosa. Pero su crítica irónica estalla en su poema “La condición canina”, en el que “Dios tiene su miga y, para creer en Dios, lo mejor es ser perro”, ya que “cada vez me descubro más prosaico y finito, más canino cansino”. Sin embargo, nuestro poeta reafirmará contumaz no estar harto de Dios ni del hombre, abriendo así una última puerta al tiempo que se pierde para ganarlo en el espacio de su contemplación ascético-mística.
2.-Vinyoli: espacio en tiempo
Mientras que L.F. Vivanco experiencia el tiempo humano en el espacio natural, el poeta catalán experiencia el espacio natural en el tiempo humano. Aquel es un tipo religioso y profano, este es un tipo profano y religioso en el límite. Ambos comparten su devoción por Hölderlin, el gran mediador de lo sagrado y lo profano, pero Vinyoli añade su devoción por Rilke y el simbolismo, lo cual le abre el horizonte de sentido implícito, aunque recubierto por las cenizas de un tiempo inhóspito. El simbolismo le sirve de trampolín para salir fuera del tiempo hacia un espacio empero envarado o vaciado, temporalizado y finito: “Todo es ahora y nada (Tot és ara y res)”. La clave existencial de esta poética a veces patética está en una especie de retroprogresión lúcida: “tocar de nuevo el fuego primero un instante, y después morir sin discordancia”.
La visión vinyioliniana del mundo lo presenta como desencajado y agrietado, mortífero y mortal. La existencia humana consiste por tanto en “hallar sentido a lo que nunca lo tiene, en lanzarse de noche al mar para atrapar la luna” (como Li Tai-Po). La dureza y crueldad de la vida, el mal, hace de este mundo algo incomprensible. El poeta trata de mostrar “la luz de la oscuridad” que nos envuelve, pues sabe que la claridad germina en la oscuridad: lo cual confiere un trasfondo ambivalente a toda luz o luminosidad:
Todo es caduco y siento siempre
Un oscuro eco de pozo.
La salida a semejante encerrona existencial parece hallarse en un lenguaje cuasi silente, que alberga el tiempo muerto en su gruta de muerte. Pero la muerte significa aquí el secreto oculto de la vida, el envés o revés jeroglífico, el contrapunto abierto. Por eso nuestro poeta se vuelve al ángel no para vencerlo, tarea imposible como mostró Jacob, sino para ser vencido y, a través del vencimiento mortal, acabar venciendo escatológicamente: “Pocos te provocan, ángel, a ser vencidos para, a la larga, vencer”.
Se trata sin duda de un vencimiento no a corto plazo sino a la larga, póstumo. Es el largo camino del tiempo finito y mortal enroscándose en el trastiempo espacial e infinito. Mientras que en Vivanco el tiempo ascético se abre a un espacio cuasi místico, en Vinyoli el espacio simbólico queda contaminado por el tiempo corrosivo de la muerte y el mal. En Vivanco el espacio natural es divina presencia del Dios, en Vinyoli el propio espacio natural es demónico, y solo se salva simbólicamente. Una salvación simbólica atravesada y amenazada por una semiótica de la pérdida y una semiología de la perdidición, siquiera nombrada o nominada y así asumida humanamente.
3.- Dos poetas
Los dos poetas elegidos muestran un interés actual a causa de su correspondiente planteamiento de lo religioso y lo secular, del sentido y del sinsentido del mundo, de su ambivalencia a veces radical. Ambos profesan un trasfondo religioso pero contrarrestado secular o mundanamente, incluso mortalmente en el caso de Vinyoli. El poeta castellano eleva la ascética a mística, mientras que el catalán releva la mística por la ascética. Vivanco pasa de lo infinito a lo finito y viceversa, Vinyoli posa lo infinito en una finitud pesante, contingente y opaca.
En el caso del vate castellano su poesía aparentemente de charol lleva savia y sabiduría. En el caso del vate catalán su poesía desabrida lleva una brida o brizna de sentido simbólico, aunque implícito o implicado en su lenguaje exabrupto. La religiosidad mistérica propia de Vivanco se muestra finalmente como una religación a la naturaleza paisajística de Castilla en su pureza cenital; por su parte, la religiosidad de fondo de Vinyoli con el enigma de la existencia se muestra finalmente como religación a la naturaleza ya no del paisaje sino del paisanaje, y específicamente de Cataluña, precedido por su maestro Riba. No deja de ser interesante hoy en día, además de todo lo dicho, esta confrontación española entre la naturaleza castellana y la cultura catalana: aquella representa las esencias, esta representa las existencias.
Hay una alegría de vivir y una tristeza de la vida y de la muerte: la primera la celebra más bien Vivanco y la segunda Vinyoli. A continuación e inspirado por ambos trato de entrometerme entre los dos poetas, para procurar mediar culturalmente a través de un poemilla que expone la ambivalencia radical de la existencia y la dexistencia.
VIVIR Y MORIR
Morir es lo más triste
una tristeza que brota
mas allá de la carne
de los huesos enmohecidos astillados
o rotos
de la tierra baldía y el desierto
ignoto
de la sangre sacrificada y las aguas
ensangrentadas
de las aliagas ardientes y del viento
putrefacto
de la ausencia de Dios del hombre
y del firmamento cuyas estrellas yacen
vacías apagadas siniestras.
Morir es lo más triste del cosmos
lo más triste del mundo
lo más triste del alma
lo más triste de uno mismo
desvencijado.
Es una tristeza sin tapujos ni afeites
sorda y circunscrita
como el eco de un grito despavorido
en medio del mar de la vidas
en medio sin remedio
en mitad de un charco que crece
hasta orillar la orilla.
También vivir puede ser lo más triste
mas puede voltearse alegremente
olvidando el estupor de sí mismo
o cambiando de piel como un reptil
repugnante y brillante.
La vida puede ser un abismo que
de repente
se abisma en sí mismo y renace
cual cumbre
con su verdor su luz y su deslumbre.
La propia muerte puede trasmutar
en el límite
la hecatombe en descanso
la guerra en paz perpetúa
y el llanto incontenible
en el canto contenido del reposo
Sin límites.- (AOO)
BIBLIOGRAFÍA
-Luis Felipe Vivanco, Antología poética, Alianza, Madrid 1976, introducción y selección de José Mª Valverde.
-Joan Vinyoli, La medida de un hombre, Antología poética, edición bilingüe de L.Güelly F.Valls.
-Martin Heidegger, El origen de la obra de arte (varias ediciones).
-Andrés Ortiz-Osés, Poética del sentido, Libros Innombrable, Zaragoza 2016.