DOS AUDACES TEÓLOGOS JESUITAS

Recientemente he leído dos libros de dos teólogos jesuitas, profesores de teología

jubilados, audaces (uno más, el otro algo menos) y coincidentes en su propósito de dialogar con nuestra cultura occidental.

Es un provecho de compartir estas reflexiones alimentadas por toda una vida al profundizar el Jesus de nuestr Fe

Gracias a Gonzalo por ese regalo para entender mejor nuestra fe

Gonzalo

Joseph Moingt con su libro El hombre que venía de Dios me abrió a una revisión de la teología; ahora, a sus 102 años, ha escrito El espíritu del cristianismo. Consciente de que se ha roto el diálogo entre creyentes y no creyentes, ha escrito este libro con el deseo de establecer una base común de conceptos y vocabulario para posibilitar este diálogo, sin que los creyentes se sientan cohibidos por temor a traicionar su fe.

Para establecer este terreno común distingue entre el Espíritu del cristianismo y el cristianismo como religión (creencias, preceptos, ritos, jerarquía), porque considera que el rechazo actual se dirige a la religión, no al espíritu del cristianismo, que coincide con lo que Dios ha ido revelando a todo ser humano en su conciencia ya desde sus orígenes; y que él identifica con un humanismo cristiano.

El espíritu del cristianismo se encuentra en “la tradición apostólica” consignada en los escritos del Nuevo Testamento (aunque él se detiene especialmente en Pablo y Juan). El cristianismo como religión se basa en “Las enseñanzas de la Iglesia” y se ha ido desarrollando en la vida y en los escritos de las comunidades esparcidas por Asia y Europa. Su base institucional puede ubicarse en los concilios del siglo IV.

Moingt, a su edad, sigue siendo un teólogo profesional y se extiende con argumentos
teológicos para persuadir a los teólogos a dialogar, sin prejuicios ni temores, con los no
creyentes. Quizás por eso sitúa el cristianismo como religión después de los escritos del
Nuevo Testamento.

Creo que para los no teólogos, el espíritu del cristianismo está en los evangelios
sinópticos (ya envueltos en alguna teología), porque los escritos de Pablo y Juan son
interpretaciones teológicas que frecuentemente no coinciden con ese terreno común
compartido con los no creyentes.

La audacia de Moingt está en esa distinción entre el espíritu del cristianismo y el
cristianismo como religión. En el diálogo con los no creyentes, él “prescinde” de la
arquitectura de la religión; la respeta pero no la impone como imprescindible.

Creo que indirectamente relativiza la religión, y los lectores que rechazamos toda esa
arquitectura, o parte de ella, nos sentimos libres para compartir el espíritu del cristianismo
con la revelación que Dios ha impreso en la conciencia de todo ser humano. Un
pluralismo religioso que puede incluir a muchos que se consideran no creyentes. Somos
sin embargo conscientes de que tanto ellos como nosotros percibiremos esa revelación
según la sinceridad de nuestra conciencia: “Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios”.

Dos puntos destacables de este testimonio de Moingt serían: la garantía de que se puede
mantener la fe centrándose en “el espíritu del cristianismo” aun prescindiendo de las “enseñanzas” que contradicen los progresos científicos y sociales; y la integración de la salud corporal, social, y planetaria en el concepto cristiano de “salvación”.

Selecciono a continuación algunas expresiones que me parecen más propias para estos
tiempos.

“La religión cristiana se muestra estructuralmente incapaz de acoger a las multitudes a las
que debe abrirse. La revelación de Dios hecho hombre resulta ininteligible incluso en las
regiones en que se había implantado durante mucho tiempo. Su anuncio de salvación
exaspera a los hombres de la “posmodernidad” en vez de seducirlos”.

 “Lo que debe decirle al mundo nuestro anuncio de la salvación es que la vida eterna está
abierta a cualquiera que reproduce el ejemplo que Jesús nos dejó al perdonar a sus
enemigos y al amarnos hasta dar su vida por nosotros”.

“San Pablo ya nos prevenía cuando apelaba a que Jesús solamente nos había dado un
único mandamiento, el del amor, el único que abre las puertas del cielo a los que les están
cerradas las puertas de la Iglesia”.

“Sin duda hemos llegado a los tiempos en el que Dios se revela en espíritu y en verdad -
despojado de las imágenes de las que lo revestimos, de las prácticas y de las
formulaciones impuestas por la religión- “ directamente a nuestro espíritu en su propia y
única verdad, a condición de que no nos encerremos en nuestros propios razonamientos
sino que le busquemos entrando en comunicación con otras personas, porque es con el
espíritu humano como tal, en su generalidad, que Dios se comunica por medio de su
propio Espíritu, y que él se revela a cada persona…”

Su libro L’esprit du christianisme no ha sido traducido todavía al castellano, pero puede
verse un resumen-comentario en varios artículos que he publicado en www.atrio.org

Roger Lenaers, profesor de teología y asesor de jóvenes en un colegio, al jubilarse pasó
unos años como párroco en un pueblecito de los Alpes; en estas experiencias desarrolló
su sentido pastoral para dialogar con los no teólogos. Ha escritos cuatro libros muy
significativos, que han sido muy bien recibidos por los laicos cristianos que desean la
renovación de la Iglesia: Otro cristianismo es posible; Aunque no haya un Dios allá arriba;
La fe en el lenguaje de la modernidad; y el último, Jesús ¿una persona como nosotros?

En este último libro, Lenaers afronta directamente, con un lenguaje muy claro, dogmas
considerados fundamentales en las enseñanzas de la Iglesia: Jesús no es un “dios
descendido del cielo”, “tampoco fue un hijo unigénito de Dios”. Entonces ¿Es Jesús de
Nazaret una persona como nosotros? “Sí y no”, como el autor explica en este libro.

Los dos primeros capítulos constatan, como Moingt, la incomprensión mutua entre el
cristianismo y la cultura occidental. Se ha estudiado como nunca la figura de Jesús, pero
estos estudios no han llegado al pueblo cristiano porque la Jerarquía lo ha impedido.
Existe una verdadera dificultad entre ser creyente y vivir en nuestro ambiente. No se
puede seguir creyendo en un Dios allá arriba. Se ha pasado de la religión al ateísmo.

Lenaers ya ha tratado algunos de estos temas en otros libros, aquí se propone analizar
los evangelios (los sinópticos y Juan) para interpretar su lenguaje mitológico y descubrir la figura de Jesús que quieren transmitirnos. El mito no es una mera ficción, es una narración ficticia que expresa una realidad que no se puede transmitir en conceptos.

En el capítulo tercero trata los mitos, ya bastante conocidos, sobre la Infancia de Jesús, y
analiza extensamente el significado del título de Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento y
en los sinópticos significa que continúa la obra del padre; en Juan se interpreta en forma
más racional como el Logos; la fe popular va exaltando cada vez más la figura de Jesús; y
finalmente se llega a la definición del concilio de Nicea, que se impone por conveniencia
política del emperador Constantino.

El capítulo cuarto desmitologiza la vida pública de Jesús en los sinópticos, con sus
exorcismos, curaciones, y acciones sobre la naturaleza; y en el simbolismo de todo el
evangelio de Juan. El capítulo quinto analiza la primitiva fórmula de fe sobre Jesús
“crucificado, muerto y sepultado”. Lamenta que esta fórmula no haga referencia a la vida
de Jesús, que es actualmente el mensaje más importante para un cristiano, y en cambio
potencie la teología paulina de la redención ¡mediante la muerte expiatoria del hijo!


El capítulo sexto tiene más importancia porque trata el tema muy controvertido de la
resurrección de Jesús, y de nuestra resurrección.

Analiza las escenas de la resurrección, las apariciones, el sepulcro vacío, y el sentido del
término “ver” en Pablo. Las comunidades cristianas experimentaron (vieron), la presencia
de Jesús en la inexplicable aceptación como Mesías a pesar de su fracaso en la
crucifixión. Actualmente el verdadero fundamento de nuestra fe en la resurrección se basa
“en nuestro propio ver al Jesús que vive” en nuestras aspiraciones a la justicia y a la
compasión.

La mentalidad hebrea concebía la resurrección como una resurrección del cuerpo, la
mentalidad griega como una separación del alma, pero la mentalidad moderna la puede
entender como “unión con la Realidad Originaria”, con el Amor incondicional que Jesús
practicó en su vida;

“Y como cada persona se ha dejado mover por el amor, por poco que sea, cada persona
sobrevive a la muerte”. Las expresiones más aptas para expresar la resurrección serían
“vida eterna” o “profundidad sin fin”.

“Al decir que Jesús ‘vive’, no se está hablando en el sentido biológico del término, sino en
un lenguaje que trata de expresar que Jesús se ha vuelto un solo ser con el fundamento
original de toda vida, unión que le hace participar en la eternidad de Dios. Este es un
lenguaje de fe basado en una experiencia”.


Esta interpretación de la resurrección explica también la redención: “estando él mismo
lleno de la plenitud del amor originario de Dios y movido por él, nos impulsa con su
atracción a parecernos a él, nos inspira, nos colma de actitudes como las suyas, hace de
nosotros unos hombres y mujeres nuevos y así lleva a cabo paulatinamente la
restauración del mundo”.

En el último capítulo vuelve a plantearse la pregunta inicial ¿Es Jesús de Nazaret una
persona como nosotros? Responde con el sí y no, que ya hemos anticipado. El sí se
comprende bien por todo lo expuesto hasta aquí; ahora explica, en un lenguaje persuasivo, que se diferencia de nosotros por la intensidad con que vivió su unión con el Amor Originario.

“Hombre como nosotros, debió haber tenido las mismas necesidades sexuales que
nosotros, pero de toda evidencia las manejó de manera diferente al término medio de la
humanidad, y no fue dependiente de ellas, sino interiormente libre, con la misma libertad
que demostró tener frente al dinero, a las apariencias y a la crítica de sus adversarios”.

“La normalidad humana de que se ha hablado no explica la irradiación que salía de Jesús
y que los sinópticos relataron pictóricamente en la escena mítica de su transfiguración en
el monte. No era, pues, una persona como nosotros”. El caminar sobre las aguas y tantos
otros milagros “son imágenes con las que los evangelistas se esforzaban en trasmitir el
misterio que se barruntaba en él. Sus palabras y acciones atestiguan una intimidad con el
misterio original de Dios… que supera el nivel medio hasta un punto que para nosotros es
inalcanzable”.

“La trascendencia humana de Jesús consistía esencialmente en su ser y vivir totalmente
para otros, es decir, en su íntima unión con el amor original que es Dios”.

Estas interpretaciones resultarán débiles y muy subjetivas para algunos, pero tengamos
en cuenta que la verdad no se descubre solamente con la ciencia y la razón discursiva,
que también tienen sus aporías y rectificaciones; lo más importante de nuestra vida se
percibe por la “razón sentiente”, por el corazón.

Más confusa resulta su comparación con otras religiones y sus fundadores: “¿Qué
quedaría entonces de su unicidad, confesada antes con tanta convicción? ¿Y de la
exclusividad de la fe cristiana como camino a la salvación? ¿Es Jesús sólo uno entre
muchos y no como se lo proclama en el magnífico himno de la carta a los Colosenses...?”.
“La exclusividad del cristianismo como camino a la salvación fue relativizada ya en el
Vaticano II”. Y apela al ejemplo de tantos cristianos que se han dedicado a la protección
de los más desvalidos. (Ellos son los que están manteniendo el cristianismo como
religión. Si ese comportamiento fuera más general, y empezando por la jerarquía, no
habría problema).

Concluye el libro con esta expresión de su fe:

“La experiencia de enriquecimiento humano y de plenitud que hace el cristiano al seguir
este camino es suficiente para resolver cualquier duda respecto a si es o no correcto. Es
la experiencia de haber elegido la mejor parte y de no tener que preocuparse por buscar
otro camino ni esperar la venida de otro salvador… ¿A quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna”.

Su libro “Jesús ¿una persona como nosotros?” ha sido publicado en castellano, con un
acertado Prólogo, por la editorial Abya Yala, y en España por Bubok; puede adquirirse
libremente en versión digital en www.edicionesfeadulta.com

Gonzalo Haya

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