La Iglesia católica en la encrucijada de los caminos










Este título habría podido encabezar muchos artículos a lo largo de la historia de la Iglesia a través del tiempo. No es algo nuevo que ella esté en la encrucijada de los caminos. No obstante, esta vez, las escogencias son más radicales y afectan más profundamente la doctrina y la fe. Sobre la fotografía en la portada del presente artículo, se ve al sacerdote poeta, Ernesto Cardenal, que el papa Juan-Pablo II ha sermoneado al llegar al aeropuerto de Managua, en Nicaragua. La segunda fotografía es la del cardinal Canizares Dos iglesias, dos mundos.


La Iglesia institución llegó a un punto tal que, en su doctrina y en el ejercicio de sus cultos, perdió en gran parte su credibilidad. Esta Iglesia institución, representada por sus cardenales, nuncios apostólicos, obispos, todos envueltos de rojo eclesiástico, bien ceñidos, no responde más a las aspiraciones y esperanzas de una humanidad cubierta, cada vez más, del color rojo de la sangre. Esta Iglesia, por más que se diga, resiste siempre a los cambios,

por no decir a la conversión que se impone. No está dispuesta a cambiar sus ropas imperiales por los de una humanidad en búsqueda de justicia y respeto. En efecto, unos fuertes vientos soplan para despojarlos. ¿Hasta cuándo podrán resistir?

Otra Iglesia, de la cual se habla poco, está obrando hoy en varios ambientes de vida a través del mundo y de manera particular en América Latina.

En los últimos días del Concilio Vaticano II, el 16 de noviembre de 1965, cuarenta obispos, en su mayoría latinoamericanos, se reunieron en una catacumba de Roma bajo el impulso de Don Helder Camara. Allí, firmaron lo que se llamó el “Pacto de las catacumbas”. Un gesto profundamente profético que indica la dirección que se debe tomar para que la Iglesia institución reencuentre su alma. Les invito a leer en su conjunto el contenido de este pacto del cual me permito destacar algunos extractos:



1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.

2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt
10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.

3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.

4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.

5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.

6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.

7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.

8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis.

Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.

9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.

10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.

11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:
* a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
* a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.

12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,

Después de 48 años de la firma de este pacto, la figura visible de la Iglesia institución no ha cambiado aún. Debemos volver hacia los países del Tercer Mundo para hallar estos testigos de la Iglesia de los pobres para los pobres. Conocemos, en efecto, el testimonio de Monseñor Oscar Romero. Sin embargo conocemos menos a estos numerosos sacerdotes religiosos y laicos voluntarios que trabajan, bajo la inspiración de la teología de la liberación, en lugares más y más desfavorecidos. Son esas mismas personas que el papa Juan-Pablo II quiso silenciar con la ayuda de Joseph Ratzinger, quien más tarde llegó a ser el papa Benedicto XVI, y hoy un papa emérito. Sobre esta fotografía vemos al papa Juan Pablo II sermonear el padre Ernesto Cardenal, entonces Ministro de la Cultura. Vale la pena ir a la página web más arriba sobre este sacerdote y leer lo que él dice sobre la visita del Papa.

¿Un nuevo pacto de las catacumbas?


Don Pedro Casaldáliga, obispo emérito de la Prelatura de São Félix de Araguaia (Mato Grosso) publicó, en marzo de 2009, un artículo que podemos leer como un segundo pacto de las catacumbas. He aquí algunos extractos:

La gran crisis económica actual es una crisis global de Humanidad que no se resolverá con ningún tipo de capitalismo, porque no cabe un capitalismo humano; el capitalismo sigue siendo homicida, ecocida, suicida. No hay modo de servir simultáneamente al dios de los bancos y al Dios de la Vida, conjugar la prepotencia y la usura con la convivencia fraterna. La cuestión axial es: ¿Se trata de salvar el Sistema o se trata de salvar a la Humanidad? A grandes crisis, grandes oportunidades. En idioma chino la palabra crisis se desdobla en dos sentidos: crisis como peligro, crisis como oportunidad.sia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macro ecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista. Ya basta con hacer de nuestro Dios el único Dios verdadero. «Mi Dios, ¿me deja ver a Dios?». Con todo respeto por la opinión del Papa Benedicto XVI, el diálogo interreligioso no sólo es posible, es necesario. Haremos de la corresponsabilidad eclesial la expresión legítima de una fe adulta.

Se puede leer el artículo completo aquí.

¿QUÉ PENSAR DEL PAPA FRANCISCO?

No hay lugar a duda en mi espíritu que el papa Francisco pertenece al segundo grupo, el de las catacumbas, por su modo de vida y su proximidad con los marginalizados.

No obstante, al observar de cerca a aquéllos que él nombra para aconsejarlo y dirigir los distintos dicasterios de la Iglesia, el Papa nos da la impresión de alguien que quiere guardar a la Iglesia institucional allí donde está.

L'Opus Dei, que no tiene la reputación de ser pobre con los pobres, se ve confiar numerosas responsabilidades otorgadas a varios de sus miembros. Es lo que vemos en el caso de los Comités destinados a la transformación del banco del Vaticano, a la gobernanza del Estado vaticanista, al del G-8 sobre la reforma de la Curia romana, etc.

Con el nombramiento del cardenal Oscar Andrés Rodriguez Maradiaga como coordinador, los conservadores y los adeptos del statu quo pueden dormir tranquilos. Está allí para vigilarlo todo.

No debemos olvidar que es éste cardenal que participó directamente en el golpe de Estado militar en Honduras, en junio de 2009. Este considera, sin más matices, que el socialismo del siglo XXI es como el marxismo del siglo pasado, tal como se vivió en los Estados de la Unión Soviética.

Para mí, él es la sombra que planea sobre el Vaticano y que sabe utilizar todas las oportunidades que le dan sus funciones de coordinador para hacerse ver y posicionarse para una eventual elección al papado. Como piloto de avión, sabe sobrevolar. Se le ve como un músico que sabe jugar con las notas en sus composiciones, y como político, sabe utilizar los medios necesarios para estar siempre al lado de las soluciones y no de los problemas.

Por fin, el nombramiento de Pietro Parolin, ligado por afinidad al Opus Dei, como Secretario de Estado, no anuncia nada bueno para los grandes cambios en las políticas del Vaticano, nada nuevo en las relaciones con las potencias del Occidente e igualmente nada nuevo en el sistema de las nunciaturas apostólicas, verdaderas contraseñas de una Iglesia pobre con los pobres.

Ese personaje acaba de regresar de Caracas donde actuó, desde 2008, como jefe de la Nunciatura apostólica. Su pensamiento ideológico se incorpora perfectamente al del cardenal MARADIAGA, un buen amigo de Washington y de las oligarquías nacionales. Sobre estos dos personajes, les invito a leer algunos artículos escritos sobre el tema.

¿Debemos ver en estos nombramientos a un papa “astuto” que “sabe operar” o un papa “ingenuo y pecador?

Sin embargo no podemos acusar al papa Francisco por su compromiso personal y su testimonio de simplicidad que irradia de su persona. ¿Pero para el resto, será preciso esperar un segundo “Pentecostés” o un “maremoto” en el Vaticano? Nunca hay que olvidar que Jesus se rodeo de discípulos que se convirtieron de verdad con el advenimiento del Espíritu santo en su vida. !Ojalá que sea así con los que forman cerco alrededor del papa Francisco.


Traductor : Marius Morín

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