Auto de fe y quema en Madrid de Benito Ferrer.


En el primer año de andadura de Humanismo sin Credos, 2006, hicimos relación de la muerte de Hypathia, asesinato instigado –otros dicen que no— por el insigne Padre de la Iglesia Cirilo de Alejandría. A los tres años de mi referencia aparecieron libros sobre esta preclara filósofa además de una película. ¿Casualidad?

Por si no lo fuera, traemos hoy el relato del último ajusticiamiento ocurrido en Madrid propiciado por la Inquisición con la muerte en la hoguera de Benito Ferrer. Todo un guión para una película “de época”.

Ayer fue la fiesta del Corpus Christi. Para los que creen, el mismísimo Jesucristo presente en la hostia enseñoreando las calles de nuestras ciudades; para los que piensan por sí mismos, un trozo de harina paseado en primorosos relicarios; para la inmensa mayoría, ni lo uno ni lo otro, un acto social “de siempre”.

El relato de hoy tiene que ver con el máximo agravio al Corpus Christi que nunca se haya podido dar --la profanación-- atentatorio contra la convicción más honda del fiel católico cual es la fe en la presencia real de Cristo, ayer castigado con la muerte más cruel, hoy... ni siquiera merece la atención de Rouco y Cía.


Fueron años aquellos, 1620-23, en los que la Plaza Mayor de Madrid reunió eventos tan significados como la proclamación de Felipe IV como rey; los festejos por la canonización de Isidro, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco Javier; la recepción del Príncipe de Gales, futuro Carlo I de Inglaterra; el ahorcamiento de Rodrigo Calderón y, lo que hoy nos trae aquí, el auto de fe contra Benito Ferrer. Allí se encontraba Lope de Vega, vate insigne para tan gloriosos actos.

En la Bibl. Nacional (Ms I-24991) se conserva la “Relación del auto público de la fe que se celebró en la Corte, domingo 21 de enero deste año de 1624” (por el cronista Almansa). Refiere en ella el auto que se celebró en la Pza.Mayor de Madrid en el que hubo un solo reo, el catalán de ascendencia judeoconversa BENITO FERRER, autor de un sacrilegio espectacular que se castigó con un acto todavía más espectacular destinado a sacarle el mayor partido posible. Benito Ferrer, quizá más perturbado mental que sabedor de lo que hacía y sus consecuencias.

El cronista Almansa insiste en dos cosas: primera, que es deber del monarca velar por la pureza de la fe, una misión que parece estar especialmente encomendada a los reyes de España, no dependiendo prácticamente en ello de la autoridad del Papa.

“...aunque la jurisdicción del Sto Oficio en su principio es del pontífice, cuando los reyes que la ejecutan inmediatamente de Dios admiten las determinaciones de su Iglesia, como sin dependencia la ejercen sus armas, cuyo timbre es la cruz de Cristo, donde se hallan exaltan su nombre, en especial los reyes católicos, eterno propugnáculo de las defensas de la fe y extirpación de las herejías...”.


La otra idea en la que insiste el cronista es la urgencia de llevar a cabo esa tarea “al vernos cercados de enemigos de ella, aludiendo aquí a enemigos interiores más que exteriores, ya que hace referencia a la imagen bíblica del trigo y cizaña.

El crimen de Benito Ferrer entra dentro del extenso capítulo de profanaciones del símbolo de la Eucaristía realizadas por infieles y herejes, las cuales aparecen casi inevitablemente en las luchas en que intervienen protestantes u otos enemigos de la fe católica. Recordemos que este sacramento desde Trento se había convertido en uno de los elementos distintivos de la religión católica y era objeto de una especial devoción por parte de los jesuitas. Había en ello más de... ...que de verdad dogmática.

FERRER, dice el cronista Almansa, con ánimo diabólico había agarrado la hostia consagrada de las manos de un sacerdote “y haciéndola pedazos, holló y pisó con pies humanos (si lo son los que ejecutaron tal bestialidad), diciéndole palabras afrentosas que no oso referir por el miedo”, cayendo los pedazos de la hostia en el suelo, de manera que entonces [en la crucifixión ] el pueblo ingrato ofendía solamente su cuerpo y este infeliz afectó hollar el alma. La perseverancia en los errores del perverso e ignorante Lutero, barbaramente mezclados a los del torpe Calvino, le llevará a la hoguera.

Tanto la celebración del acto como la relación del propio Almansa se inscriben dentro de las necesidades representativas del poder. En este caso, del poder en su función de represión de la herejía y de afirmación de la unidad religiosa.

La celebración del auto en la misma Pza Mayor muestra suficientemente el carácter teatral de la representación:

Dispúsose el tablado y teatro de su desdicha (si bien del triunfo de la carne santísima de Cristo) en la Pza. Mayor: grande, majestuoso y capaz.

La gravedad del caso y el valor simbólico que se le atribuye, se reflejan en el detalle con que se refiere la realización del acto, para el cual
fue convocada universalmente esta gran corte, impedido el curso de los coches [...], aderezadas las calles rica y curiosamente.


Almansa relata el conjunto de ceremonias... consignando por ejemplo los nombres de docenas de partícipes de la procesión, entre los que aparece Lope de Vega –que era “familiar” de la Inquisición-- quien gobernaba este último tercio de la procesión con bastones.

Finalmente Almansa refiere cómo FERRER fue llevado a la hoguera para ser quemado vivo, con tan gran concurso como si no quedara en ella [Pza Mayor] un alma habiendo más de setenta mil, o sea, la mitad de los habitantes de Madrid, recalcando el autor las eternas penas que sufriría el hereje por haber muerto “en su obstinación”. El cronista Almansa aprovecha el hecho para constituirse en hábil e instruido portavoz del poder.

La pira fue plantada, como era norma, fuera de la muralla, en la Puerta de Fuencarral(hoy glorieta de San Bernardo) aunque también se dice que fuera en lo que siempre ha sido Puerta de Alcalá.

Reflexión.

1ª enseñanza, el espanto. Al leer tales despropósitos deberíamos gritar con Cicerón aquello O témpora, o mores... Qué tiempos, qué costumbres! I Catilinaria).¿Qué decir de tal pasado? Desde luego no procede ni justificar ni excusar tales prácticas; tampoco se puede argumentar que "eran otros tiempos".

2ª enseñanza, conocer el otro rostro de la Iglesia. La amorosa madre que era y es, según dicen, la Iglesia Católica, que de tal modo siniestro y cruel defendía "sus" prerrogativas, también hubiera podido llevar a la práctica las "otras" enseñanzas del Evangelio: amor, perdón, reconciliación, etc. Jamás hacer pagar con la vida hechos que hoy no llegarían siquiera a un juez de paz.

3ª enseñanza: Nadie que se considere persona y deduzca consecuencias de un pasado tan siniestro puede adscribirse a tal sociedad-Iglesia que de tal modo ha procedido y que tan flagrantemente ha contravenido sus propios principios.
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