Dios a la fuerza tiene que ser ateo.

Después de ver, observar, leer, experimentar, confrontar, verificar y discernir, yo he llegado a esta reflexiva y grave conclusión filosófico-teológica, o sea, “humana”: Dios es ateo.
Parto de una inocente pregunta: si desde la tierra, viendo las cosas como las pudiera ver una rana, se ve lo que se ve, se oye lo que se oye, se observa lo que se observa, ¿qué se verá, se oirá y se observará desde la altura, a vista de Dios?
La humanidad, desde sus orígenes, descubrió, más bien inventó, la existencia de esa idea absoluta, ese misterio que nadie sabe definir exactamente excepto los catecismos de Ripalda y de Astete; y le puso nombres: Manitú, Yahveh, Júpiter, Odín, Visnú, Alá ... En nuestra civilización le llamamos simplemente Dios.
Y todo el mundo, o al menos la mayoría, le teme, lo adora, le invoca, le reza, lo aclama y lo proclama.
Pero, en realidad, lo que debería ser una “idea absoluta”, única, acorde, coincidente, resulta que, a vista de rana, “Dios” tiene más caras que un icosaedro y más versiones que la Biblia. Es más, yo diría que presenta tantas fisonomías como mentalidades existen; cada cual crea a Dios a su imagen y semejanza.
Y así, tenemos:
-el dios del consumismo,
-el dios del bienestar,
-el dios del poder,
-el dios de la política, comprendido en el anterior: absolutista, déspota, conservador, fundamentalista, radical o reaccionario;
-y el dios de la religión que, a vista de rana, engloba de alguna manera a todos estos “dioses”.
Y si de los conceptos abstractos descendemos a la práctica humana, ¿alguien entiende, a partir del comportamiento de las personas, frases tales como “lo que Dios quiera”, “como Dios manda”, “gracias a Dios”, y otras muletillas semejantes?
¿Y cuál es la “imagen” de Dios que los creyentes presentan ante los demás? ¿De qué y para qué nos sirve Dios en nuestra vida diaria?
A algunos sí que les sirve para sus devociones y sentimentalismos, para su vida dominical, o bodas o bautizos o primeras comuniones...; pero para poco más.
Y si, como es su obligación, para hacerlo más tangible y accesible nos acercamos a los tratados teológicos, ¿qué rostro de Dios nos presenta la teología eclesiástica, concretada en Iglesia Institución?
-Nos habla del Dios de los pobres, pero este Dios asume que puede cohabitar con la opulencia;
-el Dios que ama a los pecadores, pero los condena al infierno;
-el Dios de la paz, pero se alía con los vencedores;
-el Dios de la igualdad, pero prohíbe a los curas casados y a la mujer ejercer los ministerios eclesiales y marca lamentables diferencias y distinciones honoríficas entre jerarquía y laicos;
-el Dios de la salvación, pero, eso sí, a largo plazo, en la “otra vida”, después de burro muerto...;
-el Dios de la justicia, pero favorece con lucrativos beneficios a los que aportan “limosnas” y generosas donaciones; y “condena” inexorablemente a quienes no piensan como la Institución --voz de Dios--sin posibilidad de defensa;
-el Dios de los marginados, pero establece cotos y deniega los derechos divinos a los homosexuales y excomulga a los divorciados que desean vivir felices con otra pareja (al menos hasta ayer, porque con la llegada de Francisco no se sabe en qué limbo se encuentran todos éstos);
-el Dios del Amor, pero... mejor es no hablar de amor ni de amores. Sabida es su intolerancia con ciertas ideas y comportamientos; sabida es la deriva de ciertos amores eclesiásticos... Y más etcéteras.
Así que, después de ver, observar, confrontar, verificar y discernir, llego a esta terrible, pero lógica, conclusión: Si Dios es así como se nos presenta, desde su “altura”, a vista de Dios, Dios “no puede creer en sí mismo”. Ergo, “Dios es ateo”.
Y yo, a vista de rana, necesariamente debo ser ateo, eso sí, por la gracia de Dios.