ESCUELA DE ELEA: MELISO


Si creo a Parménides, nada existe, excepto lo Uno; si creo a Zenón, ni siquiera lo Uno
(Séneca)

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El último representante de la escuela eleática es Meliso, tradicionalmente considerado una figura menor dentro de la escuela.

Nació en Samos entre finales del s. VI a.e.c. y principios del V. Sabemos por Diógenes Laercio que fue un valiente militar que derrotó a la flota ateniense dirigida por Sófocles, frente a Samos.

Quedan fragmentos de un libro perdido, recogidos por el neoplatónico Simplicio. Meliso mantiene los atributos del ser de Parménides, pero modifica el ser limitado y redondo “semejante a la masa de una esfera bien redonda”.

La idea más original de este eleata es la afirmación de la infinitud espacial, además de la temporal. Esta tesis lo aproxima a la filosofía jónica. Recuérdese el “Ápeiron” de Anaximandro, que se traduce por lo indeterminado o por lo infinito.

Si el Ser fuese finito y esférico, razona Meliso, estaría limitado por el no ser, el vacío, lo cual es imposible, pues el vacío (to kenón) no existe (contra el atomista Leucipo) y de la nada nada sale, como sostenía Parménides.

Según él, el Todo-Uno no sólo es aídion (=lo que existe siempre o eterno), sino también ilimitado en magnitud (ápeiron tò mégethos), tanto en el tiempo como en el espacio. El Ser siempre ha sido y siempre será, pues si hubiera nacido, procedería de la nada (fr. 1 de Diels) y en el fr. 2 afirma: “puesto que no nació, es ahora, será siempre y no tiene principio ni fin, sino que es infinito” (ápeiron estin).

El Ser es, pues, Uno e infinito (como la futura sustancia única de Spinoza). Si hubiera dos, no podrían ser infinitos ambos: “si no fuera uno, estaría limitado por otra cosa” y “si fuesen dos no serían infinitos, sino que tendrían límites mutuos”. Pero la infinitud es también una noción aporética, como sostendrá Kant en su dialéctica trascendental: “habría que esperar más de dos milenios para que Kant estableciese el carácter antinómico de toda indagación que pretendiese dirimir la finitud o infinitud del mundo” (cfr. Montero Moliner: La Filosofía presocrática, p. 298).

Según Aristóteles (Metafísica., 986b), “Parménides parece referirse al Uno según el concepto (lógon), Meliso según la materia (hýlen)”. Pero en otro fragmento se afirma que el Uno no tiene cuerpo (sôma), que es incorpóreo al no tener figura corporal. Lo inmaterial, contrapuesto a la material, solo aparece más tarde con Platón.

Meliso, como Parménides y Zenón, niega el valor de los sentidos, porque proclaman el no ser. Solo vale la razón.

Contra el pluralismo de Anaxágoras, la única realidad es el Ser-Uno: “si los muchos existiesen, escribe, debería ser cada uno como el Uno”. Esta idea será recogida por el atomismo de Leucipo y Demócrito, pues cada átomo material será macizo y tan eterno e inmutable como el ser de Parménides.

Aristóteles desprecia a Meliso por defender la infinitud del espacio y en general reprocha a los eleáticos el exaltar la razón, hasta un estado de “embriaguez”. Platón, sin embargo, alaba el “racionalismo” de los eleatas, semejante al racionalismo pitagórico.

El complejo problema de lo finito e infinito, planteado por los eleatas en relación con la concepción del tiempo y del espacio, es uno de los más importantes de la metafísica occidental y recorre toda la historia de la filosofía (cfr. Heinz Heimsoeth: Los seis grandes temas de la metafísica occidental, cap. II). En general, entre los griegos predomina el finitismo y los defensores de lo infinito, como Anaximandro o Meliso, son más bien una excepción.

En la lista pitagórica de los opuestos el límite (péras) representa la armonía y la perfección, mientras que lo ilimitado (ápeiron) denota imperfección. En otros términos, el límite corresponde a la medida de lo apolíneo y lo ilimitado al exceso de lo dionisíaco.

El Ser de Parménides es finito como la esfera, la figura más perfecta de la geometría. Platón sigue a los pitagóricos en la dualidad de límite e ilimitado. Para Aristóteles, lo infinito es solo potencial y su imagen de un cosmos finito y espacialmente cerrado se proyectará a la posteridad.

El pensamiento cristiano, con la doctrina de la creación, supone un cambio radical, pues solo Dios es eterno e infinito (en poder, saber, etc.) con infinitud actual. En cambio, todo el mundo creado es finito, incluidas las criaturas espirituales, sean ángeles o almas humanas. Incluso el propio tiempo aparece con la creación del mundo. Para los griegos el mundo es necesariamente eterno, pues una creación ex hihilo es absurda.

Habrá que esperar a la edad moderna para que se dé un paso de la finitud a la valoración de la infinitud. Así, Giordano Bruno defiende la infinitud del universo, como extensión ad extra de la infinitud divina.

Descartes encuentra en la mente humana la idea innata de infinito, que es la huella del Dios creador. Pascal muestra su temor y asombro ante el silencio de los espacios infinitos. La sustancia única de Spinoza (Deus sive Natura) es concebida con infinitos atributos, de los que los humanos sólo perciben dos, el pensamiento y la extensión.

Leibniz, además de la infinitud divina en relación con el mundo finito, analizará el infinito matemático. Kant separa radicalmente lo finito de lo infinito, trazando los límites del conocimiento humano y de la moral. Pero retorna a las paradojas de Zenón en la primera y segunda antinomia de la razón pura. Hegel, al contrario, con su idealismo absoluto, establece en su sistema una mediación dialéctica entre lo finito y lo infinito.

Como en la teología cristiana, el Absoluto o infinito (tesis) se manifiesta en lo finito (antítesis), tanto en el mundo natural como sobre todo en el mundo del espíritu (Geist). Pero el círculo ontológico se cierra con el retorno de lo finito a lo infinito (síntesis).

Einstein, como hemos señalado, defiende un mundo finito, retomando la imagen de la esfera de Parménides. Los eleatas, pues, tienen el mérito de haber planteado de forma radical este difícil problema.
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