Educación y valores/2

Non scholae, sed vitae discimus (L. A. Séneca)
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Tradicionalmente se definió la función docente como mera transmisión de los saberes propios de las diversas disciplinas académicas, dando primacía al conocimiento de los conceptos teóricos. Pero, como nos recuerda Victoria Camps, “aunque queramos, no podemos dejar de educar en un sentido o en otro. La escuela es un lugar en donde se hace algo más que dar clase” (véase Los valores de la educación).
Por su parte, el sociólogo M. Fernández Enguita nos recuerda que un centro educativo no es un mero centro de instrucción o de enseñanza: “La experiencia de la escolaridad es algo más amplio, profundo y complejo que el proceso de instrucción” (véase La escuela a examen).
En la “sociedad del conocimiento o del aprendizaje” la escuela ha perdido su función hegemónica tradicional de transmisora de conocimientos. Con lo cual, el profesorado ya no tiene el monopolio del saber, que ha de compartir con las nuevas tecnologías de la información, como Internet o Wikipedia.
Los expertos nos recuerdan que la educación del futuro, ha de dar prioridad a las competencias básicas, para seguir aprendiendo por cuenta propia, de forma autónoma.
La concepción teoreticista de la educación como mera instrucción olvida que la educación es esencialmente una praxis, una actividad práctica, que interviene de forma intencional sobre sujetos humanos, modelando su carácter y personalidad.
Formar personas, ciudadanos o trabajadores no consiste sólo en informar, sino en dar forma, transformar, reformar (incluso deformar) etc., de acuerdo con un modelo ideal de persona, de ciudadano o de trabajador.
El vocablo griego paideía(relacionado con pedagogía, conducción de niños) expresaba esta idea de configuración total del individuo. El filólogo Werner Jaeger, en su obra Paideía: los ideales de la cultura griega, afirma que “la palabra alemana Bildung (formación, configuración) designa del modo más intuitivo la esencia de la educación en el sentido griego y platónico”. La paideía iba unida al agón, la lucha por la superación para lograr la excelencia (areté), emulando a los mejores (áristoi). Ya en su origen la palabra ética, significa formación del éthos o carácter.
Pero para ello se necesitan metas o finalidades, que incluyen valores. Según esto, la educación abarca un campo más amplio que la mera instrucción teórica. Cambiando el enfoque, la educación sería lo sustantivo y la instrucción lo adjetivo, aunque muchos profesores se autoconciben más como especialistas de una materia que como educadores.
Enseñar y educar son complementarios y no cabe pensar la primera sin la segunda. Conocimiento y valores están coimplicados, tanto en la ciencia (no hay ciencia libre de valores) como en la educación.
La educación tampoco puede reducirse a su dimensión técnica o productiva (poíesis aristotélica), como puro medio para conseguir resultados externos a la propia acción. No es lo mismo la acción técnica de construir barcos o producir coches que educar personas. La educación, como la praxis en Aristóteles, es una acción moral, intrínsecamente valiosa, que no se rige sólo por reglas técnicas (racionalidad instrumental).
Por el contrario, es un tipo de actividad que actúa sobre sujetos y no sobre objetos, referida a determinados fines, regida por normas, valores y principios morales. Es, pues, una acción racional fundada en valores (racionalidad axiológica de Max Weber). La ética de Kant afirmaba que las cosas tienen precio, las personas dignidad, por ser sujetos morales o fines en sí valiosos, nunca medios para otros fines. Idea que hoy admiten todas las éticas.
El positivismo estableció una dicotomía entre hechos y valores, de modo que la ciencia sólo trataría de hechos objetivos, sin hacer juicios de valor. Esta concepción de una ciencia libre de valores (Wertlosigkeit), defendida también por el sociólogo Max Weber, terminó colonizando el mundo educativo.
Pero frente a la pretensión de una educación “libre de valores”, hay que afirmar que, por acción o por omisión, siempre se educa en valores, de forma ineludible, de modo consciente o inconsciente. La presunta neutralidad axiológica de la educación se fundaba en el emotivismo ético, al sostener que los juicios evaluativos sólo expresan emociones subjetivas, carentes de toda argumentación racional. Con lo cual los valores pasarían al foro privado de cada conciencia.
Frente a este emotivismo subjetivista, F. Savater afirma que “en cuanto a los valores, puede argumentarse la superioridad ética de unos sobre otros, empezando por valorar el mismo pluralismo que permite y aprecia la diversidad” (El valor de educar)
Si influir sobre los educandos es inevitable, sería más racional elegir cómo y en qué dirección lo hacemos. “En definitiva, afirma Adela Cortina, los que presumen de neutralidad, de no influir en los niños, lo están haciendo, quieran o no” (El quehacer ético. Guía para la educación moral).
En España se huyó del adoctrinamiento dogmático de la escuela nacional-católica, bajo la dictadura franquista, para buscar refugio en una supuesta neutralidad, que en la práctica no sólo es imposible, sino también indeseable.
Los valores negados en el curriculum explícito eran trasmitidos, de forma inconsciente, por curriculum oculto (todo lo que se aprende sin enseñarlo de forma intencional a través de las relaciones sociales del aula y del centro).
Una educación neutral es, pues, imposible y de hecho la expresión “educación en valores” es redundante. Educar sin valores es como construir sin cimientos. Como nos recuerda Victoria Camps en Virtudes públicas, “la educación no está libre de valores… Si educar es dirigir, formar el carácter o la personalidad, llevar el individuo en una determinada dirección, la educación no puede ni debe ser neutra.Las finalidades educativas son valores en la medida en que son opciones, preferencias, elecciones”.
Conviene aquí no confundir los “objetivos”, que son resultados finales pretendidos y programados, con los valores, que son fines o ideales regulativos que orientan y guían todo el proceso de enseñanza y aprendizaje.