FILOSOFÍA GRIEGA Y CRISTIANISMO /2

Καὶ ὁ λόγος σὰρξ ἐγένετο/ Y en Verbo se hizo carne (Jn 1,14)
Omne verum, a quocunque dicatur, a Spiritu Sancto est/ Toda verdad, dicha por quien sea, procede del Espíritu Santo (S. Ambrosio)
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La religión cristiana nace como una rama o secta apocalíptica dentro del árbol frondoso del judaísmo. El grupo de los “nazarenos” dará lugar al movimiento de los “cristianos” (christianoì).

Este nombre aparece por primera vez en Antioquía de Siria (Hch 11, 26) y significa los “mesiánicos”, es decir, los discípulos que creían que Jesús era el Mesías prometido por los profetas.

Pero el fenómeno cristiano surge de un judaísmo previamente helenizado. El helenismo, con la prestigiosa y rica lengua griega, inunda de elementos gnósticos los textos del Nuevo Testamento, comenzando por Pablo, y muy acentuados en el evangelio de Juan, empezando por el prólogo, donde se identifica a Cristo con el Lógos encarnado y con la Luz.

La nueva religión se va construyendo en un proceso histórico largo y complejo, en medio de grandes disputas teológicas entre los diversos grupos cristianos, seguidores del Mesías Jesús.

Por ello, conviene aclarar que propiamente no se puede hablar de cristianismo en singular, sino de múltiples y variados cristianismos. Tampoco se puede hablar de teología ni de cristología en singular, sino de variadas y múltiples teologías y cristologías, no sólo en los textos del llamado Nuevo Testamento, sino en los textos teológicos y conciliares de los primeros siglos.

Hay una notable evolución y diferencia desde la cristología paulina a la sinóptica y a la tardía de la escuela joannea.

Desde la óptica de la ciencia histórica (enfoque étic de Pike), el cristianismo no nace por generación espontánea ni es un acontecimiento “caído del cielo”, como señala el historiador independiente Charles Guignebert (véase su obra El cristianismo antiguo), cual si fuera un misterio inescrutable.

A los ojos del historiador y a diferencia de la mirada confesional del teólogo (enfoque émic), el cristianismo se origina como un río, a partir de fuentes precristianas, judías y helenísticas y con variados afluentes, que vierten en él sus ricas aguas, aumentando cada vez más el caudal del mismo, hasta inundar el vasto territorio de la historia occidental, deudora de la cultura griega y semita, en particular de Atenas y Jerusalén, a las que se sumará la cultura romana.

Pues bien, entre esas fuentes destaca por su calidad y cantidad la filosofía griega. Por ejemplo, con los órficos y pitagóricos se introduce en el pensamiento griego la idea de la inmortalidad del alma, derivado de su dualismo antropológico de alma y cuerpo. De éstos pasará a Platón y de éste al neoplatonismo y luego incorporada al cristianismo siglos más tarde.

Pero serán la filosofía platónica primero y más tarde la aristotélica (ambas paganas!) las que los pensadores cristianos incorporarán de forma sustancial a la teología cristiana.

Los “racionalistas” Averroes y Tomás de Aquino introdujeron el Dios filosófico de Aristóteles (Acto puro y Motor inmóvil) en las respectivas religiones, para escándalo de los que defendían una fe pura, no contaminada de sabiduría pagana.

En el caso cristiano, defendían el “infantilismo” de los “népioi” del evangelio, es decir, de los simples frente a los sabios doctos, helenizados. Pero el Dios del “monoteísmo filosófico” de Aristóteles nada tiene que ver con el Dios y Cristo de los cristianos. Como diría Juan Valera, “es un Dios que ni María Santísima, con ser su madre, lo reconocería”.

Los historiadores investigan la religión cristiana como un fenómeno sincrético. Este sincretismo consistió en la fusión y mezcla de elementos religiosos y filosóficos heterogéneos. En el caso del cristianismo se mezclan el mesianismo judío reinterpretado en clave espiritual, los misterios paganos del helenismo y la filosofía griega, también pagana.

Filosofía griega y religión cristiana eran, sin duda, dos mundos antitéticos. Como escribió Ortega (cfr. En Torno a Galileo)

no es fácil imaginar dos inspiraciones más antagónicas que la cristiana y la griega. Sin embargo, aquella no tiene más remedio que adaptarse a ésta, adaptarse desde su raíz misma. El cristianismo ha tenido en este orden un destino trágico. No ha podido hablar nunca su idioma: en su teo-logía –su hablar de Dios- el theós es cristiano y el lógos predominante de Grecia. Y mirando las cosas con un poco de rigor se advierte que el lógos griego traiciona constantemente e inevitablemente la intuición cristiana”.


Paradójicamente, el cristianismo, pese a la persecución del paganismo desde el poder, se alimentó del mismo durante siglos: ritos mistéricos para los simples (bautismo y eucaristía en la teología paulina) y filosofía griega para los doctos.

Ya en Pablo, el primer gran teólogo cristiano, aparece un sincretismo que mezcla elementos gnósticos, judíos, estoicos y mistéricos. Valga como ejemplo su antropología tripartita, de origen estoico, que divide el ser humano en cuerpo (sôma), alma (psyché) y espíritu (pneûma) y a los creyentes en somáticos, psíquicos y pneumáticos, que son la élite espiritual.

Posteriormente, en las grandes construcciones teológicos de Agustín y de Tomás de Aquino, aparecerá una incorporación de ideas platónicas, aristotélicas, neoplatónicas, estoicas etc., donde el lógos griego sirve de apoyo y fundamento racional a los dogmas de fe del theós cristiano.

Agustinismo y tomismo son, pues, sistemas híbridos de cristianismo y paganismo al mezclar religión cristiana y filosofía griega. Así, la helenización del cristianismo se convirtió en la cristianización del helenismo, sometiendo de forma apologética la razón a la fe en la revelación.
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