Filía, Eros, Agape… y Biología.


Dijo alguien hace ya bastantes años, ya no recuerdo quién, que sin profundos conocimientos de Biología, no se puede hacer Filosofía (y nos atrevemos a decir que tampoco Teología). Con el tiempo me he convencido de que la explicación de cualquier fenómeno humano debe partir en primer lugar de la biología.

Nuestro querido amigo que responde al título honorífico de Prometeo ha hecho una estupenda y extensa disección del amor en sus tres acepciones de Agape, Filía y Eros… ¡pero no ha entrado en la concepción biológica del asunto!

¿No procedía considerar el asunto bajo este punto de vista? ¿Nos fijábamos SÓLO en los conceptos filosóficos y teológicos? ¿No tienen relación alguna? Podría ser, si consideramos la materia de manera parcial y sesgada.

Dado que los hechos humanos son unos y únicos, no creemos lo mismo y nos adherimos a aquellos autores que han entrado con el escalpelo de la neurología en las reacciones que se producen en el cerebro en determinada edad y en determinado momento: el del enamoramiento (y también en la ruptura de la relación sentimental).

A la postre, todo lo relacionado con las expresiones del amor es, como muchas otras manifestaciones humanas, una cuestión cultural. Se ha creado una monumental cultura alrededor de un hecho o fenómeno biológico. Una cultura que ha amontonado expresiones literarias, artísticas en general, en grado tal que ha escondido algo tan elemental como el instinto que lleva o induce a dos individuos a unirse para la perpetuación de la especie; o el instinto –con sus descargas hormonales— que hace de la madre la más feroz defensora de su prole.

Nadie sabe mejor esto que los ganaderos: acercarse a la camada de cualquier hembra recién parida es harto peligroso. Se corre el peligro de una mordedura, una coz, un picotazo…
Y en los humanos el asunto no es distinto. En el fondo, el amor (y sus tres expresiones de Eros, Filía y Agápe) es una cuestión de biología.

Sigo las consideraciones de Helen Fischer en su libro “Por qué amamos: naturaleza y química del amor romántico”. Ed. Taurus. 2004 (en Casa del Libro, 13 €). Analiza el amor dentro de la red neurológica y las reacciones químicas que se producen en el cerebro. Y afirma que la reacción amorosa es la que hace que la especie humana sea capaz de lo mejor y de lo peor.
Aparte del análisis en varios capítulos de los fenómenos y manifestaciones externas inherentes al amor, quizá para nuestra consideración el capítulo más interesante sea el 3º titulado “La química del amor”.

El libro se fundamenta en estudios (escaneos), realizados sobre grupos de personas “enamoradas” o que recientemente habían roto su relación, y entrevistas posteriores que respondían a cuestiones concretas. El enamoramiento, el “amor romántico” de que habla la doctora, es tanto un sentimiento como una poderosa motivación humana universal. En la reacción amorosa actúan una serie de sustancias químicas y zonas del cerebro que se activan, o no, para producir, estimular, controlar y conseguir algo que ha dado lugar a tantas vivencias expresadas en forma de canciones, poemas, novelas, esculturas, cine, ensayos, obras filosóficas… Todas esas expresiones culturales no son sino una forma de explicar tales reacciones.

El amor tiene relación con tres redes cerebrales que controlan la reproducción humana, el deseo sexual y el apego (amor filial). En el fondo, una cuestión de adaptar las reacciones humanas hacia un fin: tener descendencia durable y sana.

H. Fischer explica lo que sucede en el cerebro en el enamoramiento, cómo se encienden unas zonas concretas del cerebro, como aumenta el flujo sanguíneo hacia esas zonas. Previamente a estas reacciones hay otras que comienzan en la vista, responden al estímulo táctil de forma intensa y se traducen en reacciones cerebrales y físicas.

Esperamos volver sobre este asunto. Antes de seguir, debemos advertir que la amistad entre iguales responde a otro asunto y a otra consideración, aunque también en íntima relación con supuestos biológicos que se estimulan con el acercamiento al otro.
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