La conciencia ética se podría entender como un acto o juicio reflexivo de la razón por el que la persona entiende que la palabra, el pensamiento, la acción realizada o a realizar, lo que ve, lo que sufre... son cualitativamente buenos o malos.
Podría decirse también que es el acto reflejo de la razón que exige obrar necesariamente de determinada manera. En palabras del filósofo, un “imperativo categórico”.
Decir, por el contrario, que la conciencia es el “Espíritu de Dios” en nuestra mente, es gratuito, innecesario, degradante e inadmisible.
Otro problema distinto es cómo la conciencia es o no independiente de las acciones propias, lo cual lleva a pensar en que el consenso de conciencias pueda y deba considerarse también principio ético.
Hay quien hace las cosas bien porque “un dios”, su amado Dios, le está mirando. No llegarán a entender nunca que “ese dios” es su propia conciencia. Dice la Psicología que la conciencia suele ser una “emanación” del ser colectivo que se instala en el propio yo en forma de normas de conducta que deben regir las acciones todas.
Pero, en definitiva, Dios igual a conciencia.