Las dos Iglesias.

Dos Iglesias, pero no la ortodoxa frente a la católica o la Católica y la Reformada, sino la que dicen cuerpo místico y la otra, el Estado Vaticano, la romana o vaticana. Como el cuerpo y el espíritu. En tal confusión está la defensa que hacen los creyentes de su Iglesia. Nunca podemos saber a cuál se refieren cuando hablan: la burocrática que les guía en sus enseñanzas y prácticas rituales y "la otra". De la primera tiempo ha que debieran haberse desligado, si hubieran sido capaces de hurgar y detenerse en su ponzoñosa historia. ¡Pero como no se sabe a qué Iglesia pertenecen y de qué Iglesia hablan...!
A los mil años, se rompe la primitiva Iglesia universal; pasados otros quinientos, se escinde la occidental, para denominarse católica la "verdadera" y Reformada "la otra". ¿Qué toca ahora?
Copio el siguiente texto del libro “La Misa y sus Misterios” de J.M. Ragón.
"En el 861 vuelve a celebrarse otro gran concilio en Constantinopla, convocado por el emperador Miguel [III, “el beodo”] y compuesto por 318 obispos. En él se depone a San Ignacio, patriarca de Constantinopla, siendo elegido para sustituirle, Focio. En el concilio del año 866, también en Constantinopla, se condena a la iglesia latina por lo del filioque y por otras prácticas. El papa Nicolás I es depuesto y excomulgado por contumacia; había tomado partido por el patriarca depuesto Ignacio, y Focio —que a su vez había sido nombrado Patriarca ecuménico (universal) — lo declaró hereje, a pesar de ser el Obispo de Roma, en vista de que admitía que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo, en contra de la procedencia única del Padre defendida por la Iglesia oriental. Había otros motivos, como que Nicolás I comía y dejaba que comiesen huevo y queso en cuaresma. Y para colmo de infidelidad, el papa romano se rasuraba la barba, lo cual era una apostasía manifiesta, según entendían los papas griegos, puesto que tanto Moisés como los patriarcas y Jesucristo habían sido pintados con barba... (!). Cuando Focio fue restablecido el 879 en su sede por el VIII concilio ecuménico, el papa Juan VIII lo reconoció como hermano suyo. Los dos delegados enviados por el Papa a este concilio se adhirieron a la iglesia griega y declararon ‘Judas’ a quien dijese que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero como el Papa persistía en su costumbre de rasurarse la barba y de comer huevo en cuaresma, las dos iglesias continuaron divididas..."
Hoy parecen cuestiones baladíes; hoy parece que hablaban de memeces teológicas; hoy soplan otros vientos más “espirituales” y menos “teologales”. Un tiempo para cada cosa, argüirán algunos. O, como gustan en decir, “eran otros tiempos”.
[Quizá también fueran otros los que hoy ponen como modelos de vida, los santos de tales tiempos].
¿Qué quieren que les diga? En el fondo de toda esa historia, como un derivado de ella, subyace un drama, la separación del cristianismo en romano y ortodoxo. ¿Quién tenía razón? A nuestros ojos, ninguno de los dos. Ambos creían lo mismo. Los motivos eran lo de menos. Lo "de más" era la parcela de poder de cada Iglesia y el “bene vívere”. Constantinopla o Roma, ésa era la cuestión.
La separación se produjo, enquistó los problemas, se crearon estructuras burocráticas, se consolidaron dominios… y la reunificación resultó imposible. E impregnándolo todo, el ansia de poder en aquellos que hacen ostentación de humildad y de servicio a los hombres.
La Iglesia de los siglos venideros, posteriores al Edicto de Milán, se convirtió en Estado, en Reino… ¡aunque siguiera proclamando todos los viernes santos que no era de este mundo!
Hoy hablan de ecumenismo, se abrazan ambos pontífices, el ortodoxo y el romano, proclaman sus concomitancias y pregonan la unidad “deseable”. Pero cada uno sigue agitando su propio plumero, sin excesiva prisa por saber quién ostenta la primacía. Y el de Oriente se intitula “ortodoxo” –el de la doctrina correcta-- y su pontífice, “arzobispo ecuménico” –de todo el mundo, de toda la cristiandad--.
Ambas iglesias han traicionado lo que creían, pregonaban, enseñaban y practicaban los primeros cristianos, el supuesto evangelio de su fundador. Y casi mil años de separación (desde 1054) que a ningún fiel importa mucho, porque cada creyente celebra sus propios ritos en el reducido ámbito en que su vida se mueve. Mil años que siguen proclamando que lo único que mueve a los dirigentes sacros es ¡el ansia de poder! Soberbia, afición a la pompa, vanidad de vanidades… eso es lo que dicen concilios y papas del pasado. ¿Iglesia santa? A otro perro con ese hueso.
He aquí una relación de causas, estúpidas causas, que llevaron al cisma.
El supuesto motivo esencial, el “Filioque” (como todos los que saben latín saben, -que es la conjunción proclítica “et”: [credo] in Spiritum Sanctum… qui ex Patre Filioque procedit). Pero había otros motivos también “de peso” que la Iglesia ortodoxa no podía consentir:
• Usar el pan sin levadura para la eucaristía
• No cantar «alleluia» en cuaresma.
• Rasurarse la barba los prelados.
• Comer huevos y queso durante la cuaresma.
• Cambiar la fecha del nacimiento de Cristo.
• Considerarse los jefes de las dos iglesias (Roma y Constantinopla) pastores supremos de la cristiandad.
• No admitir los occidentales la comunión bajo las dos especies.
• El ayuno del sábado.
• El comer carne de animales estrangulados (Hechos, 15.20).
• El no contar los occidentales, entre los santos, a Basilio, Crisóstomo y el Nacianceno.
¿Tiene algo que ver con el mensaje evangélico cualquier cosa de éstas, incluido el “filioque”? Pues eso ha sido la Iglesia durante la mayor parte de su vida. esgrimir motivos para detentar el poder. ¿Es hoy distinta?
El tiempo siempre pone a cada uno en su lugar: los conflictos que llevaron a este cisma se han desvanecido hoy; los conflictos que condujeron a la ruptura reformista, el Concilio Vaticano II los ha reconocido… ¿Cuál será la próxima escisión?