El Imperio Romano era perverso y los romanos no hicieron nada bueno.

Menos mal que llegó el cristianismo, que si no, el Mundo no existiría hoy.

Visión tan pesimista como la cristiana respecto a la sociedad romana no se podría encontrar en ningún lugar del mundo.

Persas, germanos, sajones… todos combatieron al Imperio desde fuera, pero de su opinión denostadora no queda nada.

Desde dentro de la sociedad romana, queda el alegato cristiano, el que censuraba hasta el mismísimo pensamiento de los autores clásicos. Incrustados en ella, los cristianos desprestigiaron por todos los medios posibles a la sociedad romana, reduciendo toda la gloria imperial, su pensamiento, su jurisprudencia, sus avances técnicos, su organización social y económica... a sus creencias y prácticas, para los cristianos depravadas (1).

Hay que decir que parte de verdad les asiste, porque la relajación de costumbres y la desintegración social fueron UNA de las causas de la decadencia y liquidación del Imperio Romano, no causa única, porque el cristianismo también tuvo su parte.

Que haya voces que se alcen contra la depravación, contra la tiranía, contra la relajación de las costumbres y que aboguen por una moralidad más elevada y espiritual, es saludable. En esto nadie niega al cristianismo incipiente su mérito. Bien es verdad que también había corrientes filosóficas dentro de la sociedad romana que decían y propugnaban lo mismo. Basta leer las Cartas a Lucilio de Séneca o introducirse en el pensamiento estoico.


Sin embargo el hecho de que los cristianos fundamentaran dicha moralidad en una doctrina esotérica, extraña a la comunidad en que vivían, copiada las más de las veces de mitologías orientales, eso no podía ser admitido ni por el culto oficial a dioses, y luego a emperadores, ni, por supuesto, por la masa de creyentes cuyas prácticas piadosas servían como amalgama e incentivo social. De ahí la rechifla de las gentes y la censura de los sabios.

Pablo de Tarso en sus epístolas bramaba contra tirios y troyanos, es decir, contra gentiles, judíos e incluso cristianos que se entregaban a prácticas deshonestas y a costumbres licenciosas. Eso estaba bien. En su afán por conquistar a los gentiles, mostró cierta querencia hacia ellos: ellos participarán de la “herencia”, a ellos les estaba destinada la “salvación”.

Más todavía: frente a los siempre subversivos judíos, Pablo propugnaba la obediencia a la autoridad pues “proviene de Dios”, representa el “orden de Dios”, autoridad que “no por un quizá ciñe la espada”. Habría que saber lo que pensaba después de los azotes recibidos una y otra vez por orden de la autoridad competente, ésa que proviene de Dios, o qué parecer tenía cuando la espada cercenó su cuello por prescripción de la autoridad c correspondiente. Lo triste es que no pudiera emitir doctrina revelada después de tal acontecimiento.

Nadando entre las dos aguas que su proselitismo obligaba, no por eso deja de lanzar las mayores invectivas contra los paganos (algunos comentaristas se las dedican a este blog): “proceden en su conducta según la vanidad de sus pensamientos”, “tienen oscurecido y lleno de tinieblas el entendimiento”, “el corazón insensato”, “llenos de envidia, homicidas, pendencieros, fraudulentos, malignos, chismosos” y “no dejaron de ver que quienes hacen tales cosas son dignos de muerte”.

Pablo siempre se consideró judío bien que, tras su conversión manifestó un odio feroz contra sus coetáneos. Fiel observante de la Ley y conocedor de los males que a los israelitas les sobrevinieron por entregarse a los ídolos, ese mismo pensamiento lo manifiesta cuando a los paganos se refiere. La avaricia y la inmoralidad son fruto, precisamente, del culto a los ídolos reinante en todo el Imperio. A los “servidores de los ídolos” los suele asimilar a los salteadores de caminos.

Los epítetos que lanza sobre ellos son de este cariz: infamadores, enemigos de Dios, soberbios, altaneros, inventores de vicios. Si juzgamos por sus escritos, no nos parece que Critón, Marco Aurelio, Epicteto o L.A. Séneca fueran menos dignos de respeto y consideración que Arístides, Tatiano o Atenágoras, todos estos defensores de la fe en el S. II o Sóstenes, Silvano, Clemente, Lucio, Trófimo, Jasón o Gayo citados como colaboradores de Pablo de Tarso, de los que no queda ni rastro.

Previene y prohíbe ciertas prácticas paganas, festividades, cultos y banquetes –por las citas parece referirse a “los misterios”--, tildándolas de “comunión diabólica”, “mesa diabólica”, “cáliz del diablo”, que poco o nada difieren de las cristianas que en los Hechos se narran.

Típico de todos los fundamentalismos que en el mundo han sido: lo suyo es la verdad, lo de las otras es mentira, perversión y vicio. Lo importante para ellos es hacérselo ver así a la plebe, que nunca piensa y todo lo acata. Entre lo esencial, está el desprestigiar a los que piensan. Los filósofos, según Pablo, son “los que se creían más sabios y han acabado en necios” ¿No nos suena esto a algo en los años que llevamos en este blog?

Aunque sí el más profuso, Pablo no fue el único en abundar contra los idólatras. El autor de la I Carta de Pedro también lanza invectivas contra su idolatría: la vida de los paganos está llena de “lascivias, codicias, embriagueces e idolatrías abominables.” Y para terminar con el florilegio, el Apocalipsis se desmelena en invectivas y profecías: Babilonia, o sea Roma, es “morada de demonios”, “guarida de todos los espíritus inmundos”; los que sirven a los ídolos son equiparados a los asesinos (“junto a los malhechores y homicidas”) ; su suerte será “el lago que arde con fuego y azufre”. Serán los cristianos los que regirán a los paganos “con vara de hierro, y serán desmenuzados como vasos de alfarero”.

Referencias de lo dicho:
• Rom. 9.30 ss; Ef. 3,6; Hechos 13,46 ss; Efes. E.17; rom. 1.21 ss; 1.29ss; Col. 3.5; I Cor. 5.10; 10.7;10.20.
• I Pedro 4.3; Apoc. 2,12; 18.2; 21.8; 22.15.

PREGUNTA: ¿Alguien que haya estudiado más o menos en profundidad la hisotoria de Roma puede estar de acuerdo con tales juicios?

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¿Y nos horrorizamos de lo que han hecho los fanáticos del Estado Islámico?
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